Jordi detuvo su
carrera cuando dio vuelta a la esquina. Otras sensaciones sustituyeron la
urgencia de llegar al kiosco para comprar los sobres que tanto anhelaba. Caminó
con la cabeza gacha para no perder la línea recta de sus pasos mientras se
concentraba en su hermana. Ivi estaba triste. Ivi pensaba que la vida era un
desierto oscuro y vacío. Ésa era la imagen que tenía en su cabeza cuando le dio
con generosidad el dinero que necesitaba. Jordi no se asombraba de las
representaciones que veía en la mente de las personas porque le sucedía desde
muy pequeño, pero evitaba hablar de ello para que no se burlaran o lo tomaran
por loco. Algunas eran coloridas y sugerentes como las de Gael cuando miraba a
su hermana, aunque él todavía no podía deducir mucho de las imágenes de los
adultos. Pero sí entendía el significado del paisaje árido y apagado que agobiaba
a Ivana. También podía diferenciar entre pensamientos amigables u hostiles
entre ese abanico de estampas que poblaban la mente de los organismos vivos. Porque
Jordi podía sintonizar las impresiones del mundo animal y vegetal que se le
manifestaban, en el primer caso como líneas y el segundo como formas
geométricas. Las figuras nunca eran amenazantes, pero las líneas… Las líneas
rectas eran favorables; las onduladas de precaución; las dentadas de peligro.
Este conocimiento innato le permitía transitar entre los animales con
seguridad, alejándose cuando percibía la posibilidad de agresión. Descubrió que
podía alterar el trazado de estos símbolos cuando tenía cinco años, en ocasión
de pasear con Ivi y Gael por los alrededores de la casa de fin de semana que su
papá había alquilado en Roldán. A instancia de su hermana se internaron entre
unos árboles para observar un matorral de flores amarillas. Ivi estaba cortando
una rama cuando un enorme perro surgió de la espesura gruñendo y mostrando los
dientes. Gael se puso delante de los hermanos y enfrentó al animal cuyo patrón
de pensamiento aterrorizó a Jordi. Supo que el joven no podría detenerlo y se
adelantó al encuentro del perro. Ivana gritaba mientras Gael, que había
recogido una piedra, la sujetaba y trataba de calmarla. El niño adelantó las
palmas de las manos hacia el can ante la mirada alerta del joven. Poco a poco
el mastín dejó de rugir, su cuerpo se aflojó y pegó la vuelta para adentrarse
entre la vegetación. Jordi había aprendido a interactuar con los animales
transformando su módulo de ferocidad. Ivi se desasió de Gael y corrió a
guarecerlo entre sus brazos. Después, sollozando, intentó golpear a su amigo que
la mantuvo trabajosamente lejos de su cuerpo.
-¡Desalmado!
¡Escudarte detrás de un niño! ¡Lo hubiera podido destrozar!
Jordi percibió el
dolor del muchacho ante la injusta acusación y el silencio amargo con que
recibió el reclamo.
-¡Ivi!
-intervino.- No lo retes a Gael porque estaba atento para defendernos. Se puso
delante de nosotros y te salvó la semana pasada.
La declaración
del niño detuvo el ataque de Ivana proyectándola hacia la nefasta aventura que
habían interrumpido su hermano y su amigo.
-¿Presumiste ante
Jordi tu papel de héroe? -le espetó indignada.
-No merece
siquiera que te conteste -dijo el muchacho con desprecio.
-Entonces
anduvieron hablando con Diego y mi hermano los escuchó -insistió la joven sin
reparar en su tono.
-¡Basta, Ivi! Lo
sé pero nadie me lo dijo -interrumpió Jordi al borde del llanto.
-¿No ves que lo
estás atormentando? No te creía capaz de este arranque de histeria -declaró
Gael decepcionado. Se repuso y ordenó al dúo con firmeza:- Salgamos de este
lugar.
Los hermanos lo
siguieron sin discutir. Jordi porque estaba desconcertado por el arranque de su
hermana y las impresiones que le transmitían ambos jóvenes al pelear, e Ivana
porque sentía que había llegado demasiado lejos en su ataque a Gael. Las
palabras del pequeño, aceptando que ninguno de sus protectores le hubiese
contado nada, la llenaron de inquietud. Ahora que estaba calmada, revivió la
escena del duelo con el perrazo. Fue como si el niño lo hubiese dominado
mentalmente. Lo tomó de la mano y corrió tras Gael que caminaba a grandes
pasos.
-¡Pará un
momento, por favor! -le dijo cuando lo alcanzó.
El muchacho la
miró con seriedad y ella se dio cuenta de que debía desplegar todo su encanto
para que la disculpara.
-No me mires así,
inglecito -dijo con un mohín- que me vas a romper el corazón. -Estiró la mano
para acariciarle la cabeza pero el joven se apartó con brusquedad. Los ojazos
de ella lo miraron con reproche y sus labios se curvaron inducidos por el
llanto inminente. Las lágrimas de Ivi disolvieron como por encanto el enfado de
Gael. Atinó a tartamudear una excusa y se acercó para abrazarla torpemente. Un
tropel de sensaciones lo embargó mientras la chica sollozaba contra su cuerpo.
Era la segunda vez que la tenía contra él, aunque de la primera ella no tenía
memoria. La cargó desmayada entre sus brazos mientras Diego se ocupaba de
persuadir al oportunista de que no le convenía meterse con su hermana. Gael no
se cuestionaba las emociones que ella le despertaba. La quería como fuera.
Ofensiva, intolerante, indiferente a los sentimientos que le provocaba. Poco a
poco disminuyó el llanto y la joven se apartó de la remera húmeda de lágrimas y
manchada de rimel.
-¿Me perdonás?
-rogó afligida.
Él sonrió y le
trabó el cuello con el brazo hasta arrimarle la cabeza a su hombro.
-Sólo si me lavás
y me planchás la remera.
-¡Hecho! -dijo
Ivana aliviada.
Jordi, reanimado
por el vuelco que había tomado la controversia entre Ivi y Gael, corrió delante
de los dos apremiado por probar la torta de manzana que había preparado su
madre. Sentía un poquito de remordimiento por haberla forzado a postergar las
frutillas. Pero a él le seducían las manzanas.
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