miércoles, 28 de marzo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - III


Jordi detuvo su carrera cuando dio vuelta a la esquina. Otras sensaciones sustituyeron la urgencia de llegar al kiosco para comprar los sobres que tanto anhelaba. Caminó con la cabeza gacha para no perder la línea recta de sus pasos mientras se concentraba en su hermana. Ivi estaba triste. Ivi pensaba que la vida era un desierto oscuro y vacío. Ésa era la imagen que tenía en su cabeza cuando le dio con generosidad el dinero que necesitaba. Jordi no se asombraba de las representaciones que veía en la mente de las personas porque le sucedía desde muy pequeño, pero evitaba hablar de ello para que no se burlaran o lo tomaran por loco. Algunas eran coloridas y sugerentes como las de Gael cuando miraba a su hermana, aunque él todavía no podía deducir mucho de las imágenes de los adultos. Pero sí entendía el significado del paisaje árido y apagado que agobiaba a Ivana. También podía diferenciar entre pensamientos amigables u hostiles entre ese abanico de estampas que poblaban la mente de los organismos vivos. Porque Jordi podía sintonizar las impresiones del mundo animal y vegetal que se le manifestaban, en el primer caso como líneas y el segundo como formas geométricas. Las figuras nunca eran amenazantes, pero las líneas… Las líneas rectas eran favorables; las onduladas de precaución; las dentadas de peligro. Este conocimiento innato le permitía transitar entre los animales con seguridad, alejándose cuando percibía la posibilidad de agresión. Descubrió que podía alterar el trazado de estos símbolos cuando tenía cinco años, en ocasión de pasear con Ivi y Gael por los alrededores de la casa de fin de semana que su papá había alquilado en Roldán. A instancia de su hermana se internaron entre unos árboles para observar un matorral de flores amarillas. Ivi estaba cortando una rama cuando un enorme perro surgió de la espesura gruñendo y mostrando los dientes. Gael se puso delante de los hermanos y enfrentó al animal cuyo patrón de pensamiento aterrorizó a Jordi. Supo que el joven no podría detenerlo y se adelantó al encuentro del perro. Ivana gritaba mientras Gael, que había recogido una piedra, la sujetaba y trataba de calmarla. El niño adelantó las palmas de las manos hacia el can ante la mirada alerta del joven. Poco a poco el mastín dejó de rugir, su cuerpo se aflojó y pegó la vuelta para adentrarse entre la vegetación. Jordi había aprendido a interactuar con los animales transformando su módulo de ferocidad. Ivi se desasió de Gael y corrió a guarecerlo entre sus brazos. Después, sollozando, intentó golpear a su amigo que la mantuvo trabajosamente lejos de su cuerpo.
-¡Desalmado! ¡Escudarte detrás de un niño! ¡Lo hubiera podido destrozar!
Jordi percibió el dolor del muchacho ante la injusta acusación y el silencio amargo con que recibió el reclamo.
-¡Ivi! -intervino.- No lo retes a Gael porque estaba atento para defendernos. Se puso delante de nosotros y te salvó la semana pasada.
La declaración del niño detuvo el ataque de Ivana proyectándola hacia la nefasta aventura que habían interrumpido su hermano y su amigo.
-¿Presumiste ante Jordi tu papel de héroe? -le espetó indignada.
-No merece siquiera que te conteste -dijo el muchacho con desprecio.
-Entonces anduvieron hablando con Diego y mi hermano los escuchó -insistió la joven sin reparar en su tono.
-¡Basta, Ivi! Lo sé pero nadie me lo dijo -interrumpió Jordi al borde del llanto.
-¿No ves que lo estás atormentando? No te creía capaz de este arranque de histeria -declaró Gael decepcionado. Se repuso y ordenó al dúo con firmeza:- Salgamos de este lugar.
Los hermanos lo siguieron sin discutir. Jordi porque estaba desconcertado por el arranque de su hermana y las impresiones que le transmitían ambos jóvenes al pelear, e Ivana porque sentía que había llegado demasiado lejos en su ataque a Gael. Las palabras del pequeño, aceptando que ninguno de sus protectores le hubiese contado nada, la llenaron de inquietud. Ahora que estaba calmada, revivió la escena del duelo con el perrazo. Fue como si el niño lo hubiese dominado mentalmente. Lo tomó de la mano y corrió tras Gael que caminaba a grandes pasos.
-¡Pará un momento, por favor! -le dijo cuando lo alcanzó.
El muchacho la miró con seriedad y ella se dio cuenta de que debía desplegar todo su encanto para que la disculpara.
-No me mires así, inglecito -dijo con un mohín- que me vas a romper el corazón. -Estiró la mano para acariciarle la cabeza pero el joven se apartó con brusquedad. Los ojazos de ella lo miraron con reproche y sus labios se curvaron inducidos por el llanto inminente. Las lágrimas de Ivi disolvieron como por encanto el enfado de Gael. Atinó a tartamudear una excusa y se acercó para abrazarla torpemente. Un tropel de sensaciones lo embargó mientras la chica sollozaba contra su cuerpo. Era la segunda vez que la tenía contra él, aunque de la primera ella no tenía memoria. La cargó desmayada entre sus brazos mientras Diego se ocupaba de persuadir al oportunista de que no le convenía meterse con su hermana. Gael no se cuestionaba las emociones que ella le despertaba. La quería como fuera. Ofensiva, intolerante, indiferente a los sentimientos que le provocaba. Poco a poco disminuyó el llanto y la joven se apartó de la remera húmeda de lágrimas y manchada de rimel.
-¿Me perdonás? -rogó afligida.
Él sonrió y le trabó el cuello con el brazo hasta arrimarle la cabeza a su hombro.
-Sólo si me lavás y me planchás la remera.
-¡Hecho! -dijo Ivana aliviada.
Jordi, reanimado por el vuelco que había tomado la controversia entre Ivi y Gael, corrió delante de los dos apremiado por probar la torta de manzana que había preparado su madre. Sentía un poquito de remordimiento por haberla forzado a postergar las frutillas. Pero a él le seducían las manzanas.

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