domingo, 14 de diciembre de 2008

LAS CARTAS DE SARA - II

Querida Nina: recién acabo de acomodarme en el cuarto y te escribo para exorcizar las sensaciones de soledad y de temor que me acosan. ¿No es un castigo estar tan lejos y pertenecer a una clase media despojada que no puede darse el lujo de pagar unas horas de chat por Internet? Pero nunca me voy a arrepentir de haber desenmascarado al grotesco personaje que me dejó sin empleo y casi en la indigencia. Aún valiendo más su palabra que la mía, cuando estoy conmigo misma no tengo nada que reprocharme; y él, en soledad, no podrá sostener la mentira que fraguó para despedirme sin indemnización. Pero el peor daño que me infligió fue el de arrojarme a una realidad sin muchas alternativas. Con más de treinta años -aunque no los aparente- las oportunidades de trabajo en la ciudad son ínfimas. Y he aquí que, pese a tu generoso ofrecimiento, me tenés en este perdido pueblecito rural para comenzar una nueva etapa. Mañana tengo que presentarme en la clínica para hacerme cargo de la administración. ¡Suerte que en algunos lugares todavía necesitan encargados con experiencia! Aunque sea en Gantes y a cuatrocientos kilómetros de la ciudad. Por cierto, ¿no fue bastante providencial que cayera en mis manos un aviso publicado hace tantos meses atrás? Y que yo me decidiera llamar y que aún estuviese el puesto vacante.
Dada mi situación financiera, no puedo alquilar una vivienda propia, de modo que, cuando bajé en la estación, pregunté y me enviaron a la casa de los Biani, donde “seguramente me darían alojamiento”. Tienen una casa austera pero amplia que, sin dudas, vivió épocas de esplendor. Diría que es una familia venida a menos y mi llegada, junto con la renta, fue bien acogida. Es posible que hayan recibido algún aviso, porque Mercedes, la dueña de casa, me condujo prontamente hacia una habitación trasera, que tenía la cama tendida con sábanas limpias, una mesita y un sillón, sobre y desde donde te escribo. Es curioso, Nina; a medida que me comunico con vos afloja la angustia. No quiero que te perturbes con esta carta. Vos me conocés bien y sabés que voy a sacudir mis plumas y reponerme antes de lo que cante un gallo (valga la redundancia plumífera). Como el ómnibus se atrasó llegué tarde y decliné el ofrecimiento de cenar. Había comido algo y realmente no tenía hambre. Así que me acomodé en el cuarto y, por cábala, solamente saqué de la valija la ropa que me pondré mañana. ¿Cuándo me sentí tan insegura por última vez? Ni siquiera cuando apreté el botón de manos libres para que todos escucharan las indecentes propuestas del mamarracho. Pero mañana... siento como si apostara mi vida a un solo número. ¿Y si no sale? En la próxima te cuento. PD. Como corresponde a un estado depresivo, sólo hablé de mí. Mandame un mail para saber que estás bien, lo mismo que ese forzudo novio que tenés. Y decile que no vale la pena que se despelleje los nudillos en semejante basura. Te quiero y extraño. ¡Que duermas bieen...! Sara.”
Nina sonrió. ¡Esa era su verdadera amiga! Optimista a pesar de los escollos que le presentaba la vida. Buscó una carpeta y acomodó la carta boca abajo. Así quedarían nuevamente ordenadas por fecha cuando las terminara de leer y listas para cualquier consulta posterior. Tomó la siguiente:
“¡Hola, Nina! :
Aunque no lo creas, aquí no llega Internet. Después de buscar infructuosamente un ciber, entré a la oficina de correos (lugar que me pareció el más indicado para averiguar por modernos medios de comunicación) y terminé comprando sobres, papel y estampillas. Descubrí también que dentro de la misma dependencia está instalada la central telefónica y, como en los viejos tiempos, la atiende una telefonista que se entretiene escuchando las conversaciones de todo el pueblo. Por eso, te mando el número de teléfono de los Biani (06617) y de la clínica (06622) - ofrecido amablemente por el doctor Moreno- por si querés transmitirme alguna urgencia o hablar de trivialidades, pero los detalles más importantes los reservo para la correspondencia. Sucintamente te cuento que ayer conocí al resto de la familia Biani, me presenté en la clínica, me enteré de que mi sueldo inicial sería de ¡novecientos pesos! sujeto a futuros reajustes (¿no es fantástico después de soportar tantos agravios por quinientos pesos?...), me relacioné con algunos compañeros de trabajo y me hice cargo del puesto que me aguardaba.
Estoy escribiendo sobre un incómodo estante voladizo y ya termino, pero te prometo que esta noche voy a ser mucho más locuaz. ¡Tengo mil cosas que contarte! Por ejemplo, que al salir hoy de la clínica estaba esperándome Francisco, el hijo mayor de mis anfitriones, con la bicicleta que me había prometido para facilitar mi traslado al pueblo. Él en su bici y yo en la mía, pedaleamos por una senda ciclista al costado de la ruta hasta dar con una calle que termina en el centro mismo del municipio. El ejercicio me sentó de maravillas y, ni bien despache la carta, voy a dar unas vueltas de reconocimiento hasta encontrarme de nuevo con Francisco para volver a la casa. Llamame si podés. Una voz querida me falta aunque los sucesos se estén dando favorablemente. Un beso de Sara.
Hasta aquí todo normal, se dijo Nina. Una sucesión de hechos cotidianos donde lo extraño era estar en un lugar remoto donde los adelantos de la civilización no llegaban. Pero ella sabía que no era el único. De vez en cuando leía en el diario que alguna comarca rural se había beneficiado con el cableado que la uniría a la red. Estaba a punto de leer la tercera cuando sintió unos discretos golpes en la puerta de su habitación.
-Pasá, mami –dijo en voz alta.
-¿No ibas a acostarte? –hizo la pregunta mientras entraba.
-Sí. Pero me puse a releer las cartas de Sara. En alguna tiene que haber una pista que me aclare el porqué de su silencio –miró a su madre con aire contrito:- Yo sé que ni Dante ni vos comparten mis aprensiones, pero ¡te digo, mami! Si Sara no volvió a escribir, es porque pasa algo. Este silencio es un pedido de ayuda y no lo voy a desoír.
-Espero que estés equivocada, querida. ¿Por qué no pensar que está en pleno romance con ese médico y el tiempo le pasa sin darse cuenta?
-Si es así, tiene mi bendición y yo comprobaré personalmente su felicidad –sacudió la cabeza negativamente.- ¡Yo la conozco a Sara! En ese caso, más razones para compartir la situación con su amiga. No, mami, tengo el presentimiento de que me oculta algo, y si lo hace, es por no involucrarme en ese algo. Sólo estaré tranquila cuando la vea.
-Me das miedo con estos supuestos, Nina. ¿Y qué hay si cometió un error y se relacionó con gente inadecuada? ¿Qué sabés con quiénes te vas a encontrar en ese lugar olvidado de la mano de Dios? ¿Y si te pasa algo? ¿Cómo voy a enterarme? –las palabras se atropellaban en la boca de Rosa.
-¿Ves, mamá, por qué no puedo compartir ninguna inquietud con vos? Lo dramatizás todo. Soy una persona adulta y perspicaz. Me manejaré con prudencia y además voy con Dante y llevo mi celular.
-Que vaya a saber si ahí funciona. Hace una semana que no te podés comunicar con Sara.
-Ella no tiene celu, depende de la central telefónica. Y si hubo alguna tormenta es posible que la haya inutilizado. –Se levantó de la silla giratoria y abrazó a su madre:- ¡Quedate tranquila, mamá Rosa! Volveré sana y salva. Con Sara, si no se quiere quedar, o sin ella si me aseguro de que no corre ningún riesgo.
Rosa se separó suavemente de su hija y se sentó en la butaca contigua al escritorio. Le hizo un gesto a Nina y dijo:
-¡Adelante! Leé las cartas en voz alta que a lo mejor esta tonta madre tuya te pueda ayudar.
La joven lanzó una carcajada. Sin acotar nada, pasó a la tercera misiva.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

HOLA CARMEN, YA DE VUELTA AL ATAQUE LEYENDO LA NUEVA NOVELA, ME DA GUSTO VOLVER A TENER NOTICIAS TUYAS A TRAVES DE ESTAS NOVELAS. Y YA SABES AQUI ESTA TU FIEL LECTORA.

Carmen dijo...

¡Hola, Maricela! Yo también tengo mucho gusto de saber que sigues leyendo mis novelas y te agradezco cada comentario. Te deseo lo mejor para ti y los tuyos ahora y siempre. Un gran abrazo y ¡felices fiestas!