Rolando caminaba
despaciosamente hacia el motorhome rodeando los hombros de cada muchacha con un
brazo.
—Estás hecha una mujer fatal
—le dijo a su hermana—. Te llevaste puesto a ese Tiago.
—¿Estuviste escuchando?
—Estaba al lado tuyo… —le
recordó—. No me impresionó mal el fulano.
—A la que debía impresionar
era a ella —reprendió Marisa pellizcándolo.
—Paz, muchachos —observó la
aludida—. No me disgustó, pero no es el momento.
—Ya llevás un año de luto
—señaló Rolo—. ¿No te parece suficiente?
—No quiero hablar del asunto
—lo atajó.
Subieron a la casa rodante sin
hablar. Julia ayudó a su hermano a montar la cama chica y se despidió de la
pareja. El muchacho la tironeó hacia él y la abrazó.
—No te vas a acostar enojada
conmigo, ¿eh? —la reconvino.
La joven rió y le dio un beso.
Después abrazó a su amiga y los ahuyentó:
—¡Fuera! Que tengo que ponerme
el camisón.
Se acostó con una sonrisa. La
armonía entre Rolo y Marisa la gratificaba tanto como haber experimentado un
incremento de su auto estima tan vulnerada por el abandono de Teo. Por primera
vez podía pensar en su ex pareja sin sentir que el engaño la menoscababa.
¿Había estado tan sumergida en sus propios proyectos que ignoró los síntomas
del desamor? Mientras ella se abocaba a los preparativos de la boda, él debía
estar discurriendo la manera de terminar con la relación. ¡Menuda tarea! Casi
sintió piedad. Por eso. No por el fraude. Lamentó que él no se diferenciara del
noventa por ciento incapaz de afrontar la declinación de un sentimiento. No
quería caer en el facilismo de afirmar que todos los hombres eran iguales, pero
le costaría reponerse de la prevención que su conducta le había generado. De lo
que estaba segura, es que no se dejaría seducir por cualquier masculino
atractivo. Como Tiago, por ejemplo. La representación de unos ojos grises
asaltó su conciencia. Había bloqueado el recuerdo del hombre que la inquietara
con su presencia y seguridad. No, señor, se dijo. No la volverían a atrapar tan
fácilmente.
El ladrido de un perro la
despertó. Eran las siete de la mañana y espió a través de la persiana como
pintaba el día. El cielo despejado presagiaba una jornada espléndida. Pasó por
el baño y se puso la malla. Sobre ella, una camisa y un short para mitigar el
frío tempranero. Se movió con sigilo en la cocina para no despertar a los
durmientes y salió fuera de la casa con el termo y el equipo de mate. Lo dejó
sobre la mesa de cemento y fue hasta la proveeduría para comprar unos
bizcochos. Cuando volvió, el movimiento dentro del motorhome le indicó que los novios
se estaban levantando. Alcanzó a tomar dos mates antes de que asomaran a la
puerta.
—¡Buen día, holgazanes! —los
saludó.
Se acercaron a darle un beso y
Rolo le arrebató el mate para cebarse uno.
—¡Qué tosco! —lo retó Mari.
Él, riendo, la sentó sobre sus
rodillas. La siguiente infusión fue para ella y siguieron tomando mates hasta
que el agua se entibió.
—La pileta está desierta —informó
Julia—. Si quieren nadar, podemos aprovechar ahora.
—¡Vamos! —asintieron.
Nadaron y jugaron hasta que
otros bañistas empezaron a colmarla. Una larga caminata culminó al borde del
arroyo adonde decidieron recorrer la zona norte de Traslasierra. Prepararon
unos sándwiches y partieron rumbo a los túneles de Taninga. Por la ruta compraron
un protector para el parabrisas ya que debían transitar por caminos de ripio. Hicieron
un alto en Villa Cura Brochero y apreciaron las obras que este religioso hizo
en beneficio de los habitantes de Traslasierra. Atravesaron la Pampa de Pocho adonde
prosperan las palmeras caranday y avistaron el pico de un volcán levantándose
sobre la planicie. En el poblado de Pocho visitaron una iglesia que databa del
año mil setecientos y, a partir de este punto, Julia le cedió el volante a
Rolo. La ruta ascendía en medio de paisajes sorprendentes. Desde la quebrada de
La Mermela
distinguieron una cascada de imponente altura y fueron descendiendo a través de
cinco túneles excavados en la médula de la montaña. El conductor manejaba
despacio y atento al angosto camino de ripio. El día límpido les ofreció una excelente
vista de la precordillera sanjuanina y los llanos riojanos. Se detuvieron para
ingerir el frugal almuerzo, ocasión en la que observaron el majestuoso vuelo de
los cóndores. Ingresaron a la Reserva
Forestal Chancaní adonde se preservaban bosques de quebracho,
algarrobo y molle y daba refugio a especies animales en peligro de extinción.
La caminata, en compañía de un guardaparque, fue enriquecedora. A las cinco de
la tarde regresaron al camping por el mismo camino. El sol y el paseo obraron
efecto sobre Julia. Se estiró en un asiento doble y durmió hasta que
estacionaron en el campamento. Su hermano se le acercó antes de bajar del
vehículo:
—¡Flor de escolta para un
viaje! —le dijo acariciando su mejilla.
—No te quejes, tuviste la
compañía que querías —señaló mientras se desperezaba. Le dijo a Marisa—: ¿Vamos
a bañarnos?
Buscaron ropa limpia y fueron
hasta los vestuarios. Rolo hizo lo propio cuando ellas volvieron. Lo esperaron
instaladas en cómodas reposeras y ocupándose, cada una, de pasar el parte diario
a sus madres para aligerarlas de incertidumbre.
—Mañana me gustaría pasar por
el camino de los artesanos antes de ir a Nono. ¿Me hacés pata? —preguntó Mari.
—Sí. También quiero conocerlo.
Además de piezas de alfarería exhiben prendas tejidas en telar.
—No está para comprarse un
poncho —rió su cuñada—. Pero sí una alfombra o un tapiz —se puso seria—. Quiero
que hablemos de mujer a mujer antes de que vuelva Rolo.
—¡Ja! —expelió Julia—. ¿Acaso
no hablamos así?
Marisa no encajó la ironía.
Necesitaba que su amiga se sincerara con ella, que pudieran hablar con la
libertad que compartían antes de la funesta ruptura. Por respeto a su dolor
aceptó la reserva en la que se refugió para defender su equilibrio síquico, y
ahora no sabía si hubiera sido mejor insistir en que pusiera en palabras sus
sentimientos. Algo le decía que debía ayudarla a reflexionar sobre su
decepción. Aunque se enojara con ella.
—Desde que rompiste con Teo
nuestro intercambio se ha reducido a charlas triviales, asuntos de estudio,
temas inofensivos. Hubiese querido compartir tu desilusión y creo que tu
recuperación hubiera sido más acelerada. Me pregunto si lograste discernir que
la conducta de ese cobarde… ¡Sí! —expresó con calentura— no lo puedo catalogar
de otra manera, no la generalizaste a
todos los hombres que se te cruzan por el camino.
—¡Cielos, amiga! Ni que
hubiera desfilado un regimiento delante de mí —ironizó Julia—. ¿Lo decís por
Tiago?
—Por él o por Alen —afirmó
Mari sin amilanarse.
—¿Y adónde está escrito que me
tengan que interesar? Me parece que tu lectura es muy restringida.
—Son dos tipos calificados,
como decías en otra época. Con uno te mostraste fastidiada y con otro
indiferente pero cortés. Te reconozco en la segunda actitud porque no está en
tu naturaleza desmerecer a nadie —certificó su cuñada— por eso no me queda
claro tu antagonismo con Alen.
—Alen, Alen, Alen… Como si lo
hubiera ofendido. Para que te quede claro —redundó— sólo me permití estar en
desacuerdo con modificar nuestros planes y, a pesar de mi protesta, lo hizo.
¡Nada de acampar en los parajes que más nos gustaran! Terminamos en un camping
desperdiciando las ventajas de un motorhome. Y mañana nos instalaremos en su
predio para no malquistarlo con mi hermano. ¿No te parece bastante considerado
de mi parte?
—Lo que me parece —dijo Mari—
es que tu animosidad es llamativa.
—Bueno —Julia se encogió de
hombros— será que rechazo la prepotencia.
—¡Ay, amiguita…! —Marisa la
abrazó con tanto afecto que su amiga se aflojó contra ella— Te prefiero
enfadada a indiferente. Al menos, tu corazoncito late por algo. Pero será mejor
que lo haga por alguien que te mueva el piso, ¿no?
Se separaron con una sonrisa
al tiempo que volvía Rolo. Él no hizo ningún comentario, sino que les comunicó
que iba a hacer un asado como despedida del camping. Su novia descongeló la
carne y Julia se dedicó a preparar la ensalada y unos bocaditos de queso y
fiambre para matizar la espera. El muchacho aceptó de buen grado la propuesta
de visitar a los artesanos antes de la próxima escala y después de cenar y
limpiar, escucharon música bajo la noche reluciente de estrellas.
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