sábado, 6 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - V



Rolando caminaba despaciosamente hacia el motorhome rodeando los hombros de cada muchacha con un brazo.
—Estás hecha una mujer fatal —le dijo a su hermana—. Te llevaste puesto a ese Tiago.
—¿Estuviste escuchando?
—Estaba al lado tuyo… —le recordó—. No me impresionó mal el fulano.
—A la que debía impresionar era a ella —reprendió Marisa pellizcándolo.
—Paz, muchachos —observó la aludida—. No me disgustó, pero no es el momento.
—Ya llevás un año de luto —señaló Rolo—. ¿No te parece suficiente?
—No quiero hablar del asunto —lo atajó.
Subieron a la casa rodante sin hablar. Julia ayudó a su hermano a montar la cama chica y se despidió de la pareja. El muchacho la tironeó hacia él y la abrazó.
—No te vas a acostar enojada conmigo, ¿eh? —la reconvino.
La joven rió y le dio un beso. Después abrazó a su amiga y los ahuyentó:
—¡Fuera! Que tengo que ponerme el camisón.
Se acostó con una sonrisa. La armonía entre Rolo y Marisa la gratificaba tanto como haber experimentado un incremento de su auto estima tan vulnerada por el abandono de Teo. Por primera vez podía pensar en su ex pareja sin sentir que el engaño la menoscababa. ¿Había estado tan sumergida en sus propios proyectos que ignoró los síntomas del desamor? Mientras ella se abocaba a los preparativos de la boda, él debía estar discurriendo la manera de terminar con la relación. ¡Menuda tarea! Casi sintió piedad. Por eso. No por el fraude. Lamentó que él no se diferenciara del noventa por ciento incapaz de afrontar la declinación de un sentimiento. No quería caer en el facilismo de afirmar que todos los hombres eran iguales, pero le costaría reponerse de la prevención que su conducta le había generado. De lo que estaba segura, es que no se dejaría seducir por cualquier masculino atractivo. Como Tiago, por ejemplo. La representación de unos ojos grises asaltó su conciencia. Había bloqueado el recuerdo del hombre que la inquietara con su presencia y seguridad. No, señor, se dijo. No la volverían a atrapar tan fácilmente.
El ladrido de un perro la despertó. Eran las siete de la mañana y espió a través de la persiana como pintaba el día. El cielo despejado presagiaba una jornada espléndida. Pasó por el baño y se puso la malla. Sobre ella, una camisa y un short para mitigar el frío tempranero. Se movió con sigilo en la cocina para no despertar a los durmientes y salió fuera de la casa con el termo y el equipo de mate. Lo dejó sobre la mesa de cemento y fue hasta la proveeduría para comprar unos bizcochos. Cuando volvió, el movimiento dentro del motorhome le indicó que los novios se estaban levantando. Alcanzó a tomar dos mates antes de que asomaran a la puerta.
—¡Buen día, holgazanes! —los saludó.
Se acercaron a darle un beso y Rolo le arrebató el mate para cebarse uno.
—¡Qué tosco! —lo retó Mari.
Él, riendo, la sentó sobre sus rodillas. La siguiente infusión fue para ella y siguieron tomando mates hasta que el agua se entibió.
—La pileta está desierta —informó Julia—. Si quieren nadar, podemos aprovechar ahora.
—¡Vamos! —asintieron.
Nadaron y jugaron hasta que otros bañistas empezaron a colmarla. Una larga caminata culminó al borde del arroyo adonde decidieron recorrer la zona norte de Traslasierra. Prepararon unos sándwiches y partieron rumbo a los túneles de Taninga. Por la ruta compraron un protector para el parabrisas ya que debían transitar por caminos de ripio. Hicieron un alto en Villa Cura Brochero y apreciaron las obras que este religioso hizo en beneficio de los habitantes de Traslasierra. Atravesaron la Pampa de Pocho adonde prosperan las palmeras caranday y avistaron el pico de un volcán levantándose sobre la planicie. En el poblado de Pocho visitaron una iglesia que databa del año mil setecientos y, a partir de este punto, Julia le cedió el volante a Rolo. La ruta ascendía en medio de paisajes sorprendentes. Desde la quebrada de La Mermela distinguieron una cascada de imponente altura y fueron descendiendo a través de cinco túneles excavados en la médula de la montaña. El conductor manejaba despacio y atento al angosto camino de ripio. El día límpido les ofreció una excelente vista de la precordillera sanjuanina y los llanos riojanos. Se detuvieron para ingerir el frugal almuerzo, ocasión en la que observaron el majestuoso vuelo de los cóndores. Ingresaron a la Reserva Forestal Chancaní adonde se preservaban bosques de quebracho, algarrobo y molle y daba refugio a especies animales en peligro de extinción. La caminata, en compañía de un guardaparque, fue enriquecedora. A las cinco de la tarde regresaron al camping por el mismo camino. El sol y el paseo obraron efecto sobre Julia. Se estiró en un asiento doble y durmió hasta que estacionaron en el campamento. Su hermano se le acercó antes de bajar del vehículo:
—¡Flor de escolta para un viaje! —le dijo acariciando su mejilla.
—No te quejes, tuviste la compañía que querías —señaló mientras se desperezaba. Le dijo a Marisa—: ¿Vamos a bañarnos?
Buscaron ropa limpia y fueron hasta los vestuarios. Rolo hizo lo propio cuando ellas volvieron. Lo esperaron instaladas en cómodas reposeras y ocupándose, cada una, de pasar el parte diario a sus madres para aligerarlas de incertidumbre.
—Mañana me gustaría pasar por el camino de los artesanos antes de ir a Nono. ¿Me hacés pata? —preguntó Mari.
—Sí. También quiero conocerlo. Además de piezas de alfarería exhiben prendas tejidas en telar.
—No está para comprarse un poncho —rió su cuñada—. Pero sí una alfombra o un tapiz —se puso seria—. Quiero que hablemos de mujer a mujer antes de que vuelva Rolo.
—¡Ja! —expelió Julia—. ¿Acaso no hablamos así?
Marisa no encajó la ironía. Necesitaba que su amiga se sincerara con ella, que pudieran hablar con la libertad que compartían antes de la funesta ruptura. Por respeto a su dolor aceptó la reserva en la que se refugió para defender su equilibrio síquico, y ahora no sabía si hubiera sido mejor insistir en que pusiera en palabras sus sentimientos. Algo le decía que debía ayudarla a reflexionar sobre su decepción. Aunque se enojara con ella.
—Desde que rompiste con Teo nuestro intercambio se ha reducido a charlas triviales, asuntos de estudio, temas inofensivos. Hubiese querido compartir tu desilusión y creo que tu recuperación hubiera sido más acelerada. Me pregunto si lograste discernir que la conducta de ese cobarde… ¡Sí! —expresó con calentura— no lo puedo catalogar de otra manera,  no la generalizaste a todos los hombres que se te cruzan por el camino.
—¡Cielos, amiga! Ni que hubiera desfilado un regimiento delante de mí —ironizó Julia—. ¿Lo decís por Tiago?
—Por él o por Alen —afirmó Mari sin amilanarse.
—¿Y adónde está escrito que me tengan que interesar? Me parece que tu lectura es muy restringida.
—Son dos tipos calificados, como decías en otra época. Con uno te mostraste fastidiada y con otro indiferente pero cortés. Te reconozco en la segunda actitud porque no está en tu naturaleza desmerecer a nadie —certificó su cuñada— por eso no me queda claro tu antagonismo con Alen.
—Alen, Alen, Alen… Como si lo hubiera ofendido. Para que te quede claro —redundó— sólo me permití estar en desacuerdo con modificar nuestros planes y, a pesar de mi protesta, lo hizo. ¡Nada de acampar en los parajes que más nos gustaran! Terminamos en un camping desperdiciando las ventajas de un motorhome. Y mañana nos instalaremos en su predio para no malquistarlo con mi hermano. ¿No te parece bastante considerado de mi parte?
—Lo que me parece —dijo Mari— es que tu animosidad es llamativa.
—Bueno —Julia se encogió de hombros— será que rechazo la prepotencia.
—¡Ay, amiguita…! —Marisa la abrazó con tanto afecto que su amiga se aflojó contra ella— Te prefiero enfadada a indiferente. Al menos, tu corazoncito late por algo. Pero será mejor que lo haga por alguien que te mueva el piso, ¿no?
Se separaron con una sonrisa al tiempo que volvía Rolo. Él no hizo ningún comentario, sino que les comunicó que iba a hacer un asado como despedida del camping. Su novia descongeló la carne y Julia se dedicó a preparar la ensalada y unos bocaditos de queso y fiambre para matizar la espera. El muchacho aceptó de buen grado la propuesta de visitar a los artesanos antes de la próxima escala y después de cenar y limpiar, escucharon música bajo la noche reluciente de estrellas.

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