martes, 30 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - X



—Hace cuatro días que estamos de vacaciones y no hemos hecho ninguna salida nocturna —se quejó Marisa.
—Esta noche un amigo inaugura un restaurante con discoteca en Mina Clavero. ¿Quieren conocerlo? —ofreció Alen.
—¡Me encantaría! —dijo la chica con entusiasmo. Miró a Rolando y a su cuñada con gesto de súplica—: Podemos ir, ¿verdad?
—Mirá que mañana salimos temprano… —insinuó Julia.
Marisa no se rindió. Clavó los ojos en Rolo esperando su apoyo. Alen no presionó la decisión de sus invitados, si bien especulaba con que la salida le diera la posibilidad de convencer al grupo de quedarse en la finca. El hermano de Julia respondió al llamado de su novia y le expresó su conformidad en forma indirecta: —Relajémonos, Julia. Nuestro próximo destino está muy cerca de Nono. Si partimos al mediodía estaremos instalados en un camping antes de las tres de la tarde.
La nombrada miró la carita expectante de Marisa y sonrió. Estaba visto que no podía negarse so pena de indisponerse con Rolo y Mari.
—La mayoría gana —aceptó—, así que ¡vamos de parranda esta noche!
—¡Amiga! —alborotó su cuñada abrazándola—. ¡Sabía que no me ibas a fallar…!
Ella la separó riendo y su mirada se cruzó con la complacida de Alen. Los cuatro estaban descansando dentro de la casa rodante y disfrutando de los mates que él cebaba. Eran las seis de la tarde y el sol declinaba ante unas nubes tormentosas.
—¿Habrá que vestir de etiqueta? —preguntó Marisa.
—Como se sientan cómodos.
—¿Vas a ir con traje? —insistió la muchacha.
—Sí —le respondió divertido.
—Pues nosotros no seremos menos —afirmó. Se dirigió a Julia con euforia—: ¿Viste que tendríamos oportunidad para lucir nuestras pilchas de fiesta?
—Parece —admitió su cuñada con displicencia—. ¿A qué hora es el evento?
—A las veintiuna —contestó Alen.
—Entonces peguemos la vuelta —intervino Rolo—, así les damos tiempo a las mujeres para que se pongan bonitas.
—¿Más aún? —aventuró su par, mirándolas, y deteniendo los ojos en Julia.
Marisa rió halagada y su amiga se hizo la distraída. Rolando, observando al trío, cayó en la cuenta de la resistencia de su hermana al asedio de Alen. Chica porfiada. Te gusta y te rebelás. Si lo dejaras este hombre te haría olvidar el mal trago de la traición. Lo siento por vos, colega. No va a ser tarea fácil conquistarla, pensó.
—Fin del mate —dijo Marisa guardando el equipo—. Nos podemos ir cuando quieran.
Arribaron a la finca a las seis y media. Una tenue llovizna conllevó a que Julia accediera a bañarse y cambiarse en la casa. Trasladó sus atuendos y ocupó la habitación que Etel le había ofrecido. Marisa se anunció cuando estaba a punto de vestirse.
—¿Qué te vas a poner? —le preguntó.
—El único vestido que empaqué para que me dejaras de cargosear —dijo sacándolo de su envoltura.
La chica estudió el atuendo que sostenía su amiga y declaró: —No lo conocía…
—No. Porque era parte de mi ajuar. Grotesco, ¿no?
Marisa no se arredró. No iba a permitir que a Julia la volviera a ganar el desaliento: —Te vas a ver fascinante, y ante un varón que sabe apreciar lo que es una verdadera mujer —aseveró.
Julia la miró con cariño y la tranquilizó: —Ya me bajé del tobogán, amiguita. Pero no quiero volver a subirme tan pronto.
—Presumo que sería otro el juego que te propondría ese hombre…
—¿Cómo cuál? —le siguió la corriente.
—No menos que la silla voladora —la desafió su cuñada.
—¡Ja! ¡Cómo se ve que el infantilismo de mi hermano es contagioso!
—No lo creas. Me ha hecho volar sin estar en el parque de diversiones —dijo con petulancia.
—¡Bien por los dos…! —aplaudió Julia.
—Y estoy segura de que con el farsante de Teo nunca experimentaste más que un ligero balanceo —continuó Mari, provocadora.
—¿Acaso estuviste presente en algún encuentro? —se mofó su amiga.
—Bastaba con verlo. Siempre estuvo más pendiente de sí mismo que de vos — sostuvo—. ¿Lo amabas realmente, o te acomodaste a la tibieza de lo conocido?
Julia suspiró. La pregunta de Mari la hizo retroceder al último año que convivió con Teo. La pasión del comienzo había sido reemplazada por un moderado intercambio donde, al menos, su satisfacción no estaba contemplada. Ella se conformó con una suerte de compañerismo que supuso el destino normal de cohabitar. ¡Pero yo solo tenía veintisiete años!, descubrió.
—Ahora que lo analizo creo que nuestro vínculo se estaba transformando en fraterno. Y claro… —concedió—. Su apetito lo calmaba por otro lado —hizo una pausa—. Tendría que haber reconocido en ese desapego los indicios del engaño, ¿verdad?
—¡Faltaría que la culpa la tuvieras vos! —se indignó su amiga—. El infame fue él, por prolongar la mentira hasta el límite.
—Bueno, Mari, no te exaltes. Ya no me escuece hablar de lo sucedido. Así y todo, aceptá que yo maneje mis tiempos, ¿de acuerdo? —le tendió los brazos con una sonrisa.
Se separaron con un beso de hermanas no sin que Marisa le cuchicheara: —Animate a pegar el salto. Él demostró que sabe cuidarte.
—Y vos, que no hay peor sordo que el que no quiere oír —sermoneó Julia. A continuación: —¿Qué ropa vas a elegir?
—Mmm… para contrastar con vos, el blanco de falda corta. Voy a ponérmelo y termino de arreglarme aquí —anunció, marchando hacia el dormitorio que compartía con Rolo.
Una vez ataviadas, se miraron con aprobación. Julia con un vaporoso vestido de seda y gasa sin breteles cuya larga falda se abría en dos tajos frontales, y Marisa enfundada en un estrecho atuendo que ceñía su agraciada anatomía.
—¡Estamos divinas, compañera! —alardeó Mari, caminando frente al espejo—. Los hombres se van a infartar.
Julia rió francamente. Le agradaba la pedantería de su amiga porque la imagen que le devolvía el cristal revelaba la plenitud de su femineidad. Y desplegarla ante Alen le provocaba una estimulante excitación. Por el momento no intentaría analizar este sentimiento, se dijo.
—¿Bajamos? —la pregunta de Marisa la descentró de su contemplación.
Alejo y Etel, que estaban en la sala, fueron los primeros en admirar a las muchachas.
—Jovencitas —declaró el hombre tomándolas de la mano—, son un regalo para la vista.
—¡Están preciosas, chicas! —agregó Etel con efusión.
Ambas agradecieron los elogios. Marisa, más desinhibida, inquirió: —¿adónde están nuestras escoltas?
—En la terraza —informó Alejo—. Ya les aviso.
—No te molestes —declinó Julia—. Nosotras vamos.
Se dirigieron a la galería seguidas por la mirada del matrimonio. El padre de Alen opinó: —infiero que nuestro hijo recibirá el golpe de gracia apenas la vea, así que andá haciéndote la idea de viajar seguido a Rosario.
—Y yo espero que la convenza de afincarse en Nono —lo contradijo su mujer.
—Ustedes son más fuertes. Valga nuestro ejemplo —sonrió, al tomarla entre sus brazos.
—¿Estás arrepentido? —murmuró Etel.
—De cada día que no compartimos —dijo él besándola.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantan sus novelas las he leido todas

Carmen dijo...

¡Y a mí me encanta que me hayas escrito! Un abrazo.