Los “súbditos” llegaron con
una bandeja de humeantes pocillos de café y torta casera que Alen ofreció a las
muchachas. Después los cuatro, acomodados en los asientos, disfrutaron de la
infusión y el panorama que se apreciaba más allá de los cristales.
—Tu casa es única —dijo
Marisa—. Si no fuera por sus líneas modernas semejaría a una fortaleza elevada
sobre un monte.
—Es la casa de mi padre
—aclaró Alen—. Fue la única exigencia que tuvo para instalarse en Nono.
Construir una vivienda según sus parámetros de seguridad.
—¿A qué seguridad te referís?
—preguntó Julia.
—Elevarla para que una
inundación no la supere. Está obsesionado con los cursos de agua que rodean la
zona —sonrió.
—¿Podría llegar el agua hasta
acá? —indagó Mari.
—En ese caso Córdoba sería una
laguna —declaró Rolo—. Pero alejemos las catástrofes potenciales y pensemos en
aprovechar este día estupendo —se dirigió a su colega—. ¿Adónde te parece que
podemos ir?
—Si quieren nadar, a la
cascada de Toro Muerto. La caída de agua forma una hoya de siete metros de
profundidad. Es muy pintoresco con su mezcla de rocas y vegetación. También hay
otras cavidades más superficiales para quienes no saben nadar y no soportan el
agua muy fría.
—¿Vos lo experimentaste?
—preguntó Julia.
—Es muy tonificante —asintió
Alen con tono displicente.
Ella lo estudió un momento.
Después decidió:
—Entonces nosotros también
vamos —se volvió, dudosa, hacia la pareja—: ¿…verdad, chicos?
Rolo y Mari sonrieron,
acostumbrados a los arranques de la joven.
—Sí —dijo su cuñada—. Me
encantaría conocer el lugar. Sólo que yo me arriesgaré en los pozos menos
profundos —la invitó a Julia—: ¿vamos a ponernos la malla?
Al tiempo que observaban a las
jóvenes caminar hacia el motorhome, Rolando comentó:
—Tengo la impresión de que le
tomaste el tiempo a mi atolondrada hermana.
—Sus arrebatos son tan
tonificantes como el agua helada —reconoció Alen con una sonrisa.
—Se está recuperando de una
situación dolorosa. No quisiera que salga herida —dijo Rolo como si hablara
consigo mismo.
—No es mi intención herirla,
precisamente —aseveró Cardozo con firmeza.
—De acuerdo —aceptó el joven.
Se levantó y propuso—: ¿Qué te parece si nos alistamos?
Eran las cuatro cuando
enfilaron hacia el balneario. Estacionaron el vehículo dentro del predio al
amparo de unos árboles que lo escudaban de la refracción solar. Los hombres
aguardaron a las mujeres fuera del motorhome y ambos se deleitaron al verlas
despojadas de los vestidos playeros que enmascaraban sus espléndidas formas.
Julia lucía una malla entera de color gris acerado que le dejaba los hombros al
descubierto y Marisa una breve bikini turquesa. Cargaban un bolso colgado del
hombro. Se detuvieron a contemplar la cascada que perforaba el alto muro de
piedra hasta el profundo ojo de agua. Alen hizo lo propio con la muchacha que
cada vez lo fascinaba más. Regaló sus sentidos hasta que ella se volvió y le
dijo:
—¿Vamos ya?
Asintió y le indicó a Rolando
una senda para acceder a las pozas menos profundas. Ellos treparon por las
rocas sin dificultad hasta una piedra grande que les serviría de plataforma
para lanzarse. Alen reparó en que Julia se preparaba para sumergirse y creyó
necesario insistir sobre la temperatura del agua:
—Julia, quizá sea mejor bajar
y que te vayas habituando al agua fría. Hay veinte grados de diferencia con la
temperatura ambiente.
La porfiada joven sacudió su
cabellera y dijo con suficiencia:
—Estoy acostumbrada a
zambullirme desde la altura. Comprobalo —aspiró aire y se lanzó con estilo.
Atravesó la superficie líquida
y mientras su cuerpo se hundía sintió que sus pulmones se quedaban sin aire.
Por reflejo, abrió la boca para tomar una bocanada. Tragó agua y braceó
desordenadamente para emerger. Por un momento sintió que no tendría resistencia
para llegar a la superficie y lamentó haber desoído los consejos de Alen. Unos
brazos la atraparon y la remontaron hacia la luz. Asomó ávida de oxígeno,
tosiendo para expulsar el líquido que le impedía respirar.
—Tranquila, pequeña —la voz
grave del hombre sosegó sus movimientos. La apoyó contra su pecho mientras la
sostenía con el torso fuera del agua—. Tomá aire de a poco.
Ella se reclinó sobre su
hombro y tosió hasta que su respiración se normalizó. Se apartó luchando contra
el deseo de seguir resguardada entre los brazos masculinos.
Braceó hasta la orilla bajo la
mirada atenta de Alen y se tendió sobre una de las piedras de la orilla.
—¿Estás bien? —preguntó él
preocupado.
—Sí. Gracias a vos. Creí que
me ahogaba… —balbuceó.
—No lo hubiera permitido. ¿Me oís?
—demandó con arrebato inclinándose sobre ella.
Julia sostuvo la mirada de los
ojos grises que parecían acariciarla. Fue tan potente el anhelo de ser besada,
que ladeó la cabeza hacia el costado. Se incorporó asistida por Cardozo quien cubrió
su cuerpo tembloroso el toallón que sacó del bolso.
—¿Bajarás detrás de mí para no
matarme del susto? —le preguntó con ternura.
Julia accedió con una sonrisa.
Él la secundó con tanto celo que casi la bajó en brazos. Cuando la depositó
sobre terreno llano la joven, burlona, le precisó:
—Hasta aquí llega su auxilio,
caballero. De ahora en más puedo arreglármelas sola.
—¡Qué pena…! —se lamentó él.
Ella rió y tomó el camino que
Alen le había apuntado a Rolo. A poco de andar divisaron al dúo sentado en el
agua.
—¿Ya se cansaron de bucear?
—inquirió Mari.
Julia esperó a que contestara
Cardozo.
—Estaba muy frío para seguir,
así que venimos a hacerles compañía.
—Gracias —murmuró ella ante su
discreción.
—¡Fantástico! —celebró
Rolando—. Porque desfallezco por unos mates. ¿Los tomamos en el motorhome?
—Me parece que sí —dijo Julia
atendiendo a coloración que había tomado la piel de la pareja.
La ronda de mate terminó a las
seis y media. Acordaron volver para visitar el Museo Rocsen antes de cenar.
Etel les había alistado dos habitaciones en la planta alta. Una con cama doble
y otra simple.
—No te hubieras molestado
—señaló la hermana de Rolo—. Pasaremos la noche en la casa rodante.
—Teniendo comodidades acá… —se
extrañó la mujer.
—No queremos alterar tu
rutina. Mañana o pasado seguiremos viaje.
—Bueno, hija. Lo que ustedes
dispongan —dijo Etel desconcertada.
—¡Etel…! —intervino Marisa—.
Nosotros, por el contrario, aceptaremos tu hospitalidad.
—Aquí la voluntad de los
huéspedes es ley —rió la dueña de casa—. Hagan y deshagan como les parezca.
Ahora las dejo para que se den un buen baño.
—Perdoname por haber resuelto
en tu nombre —dijo Julia cuando quedó a solas con su cuñada.
—Tesoro, nada de lo que digas
o hagas me podría enojar. Pero ¿a qué se debe este cambio de actitud? Tu
relación con Alen parecía haber prosperado. Me encantó verte tan distendida, y
ahora volvés a marcar la distancia…
—Me voy a bañar al motorhome
—dijo ella por toda respuesta.
—Esperá. ¿No merezco alguna
explicación? ¿Acaso se propasó? ¿Tendríamos que irnos esta misma noche?
—aventuró Mari.
—No seas novelera —se sentó al
borde de la cama—. No. No se propasó. Y creo que le di pie. Es un tipo
demasiado atractivo para que me sea indiferente. ¡Pero vive aquí y yo en
Rosario! ¿Querés que me enrede en una relación que me hará sufrir por la
distancia? ¡No quiero eso! —declaró exaltada.
—¡Ni yo, ni yo! —dijo su amiga
abrazándola—. Tenés derecho a preservar tu tranquilidad. Pero eso no quita que
tengas un vínculo amistoso con Alen…
—Veremos —enunció sin
comprometerse—. ¿No tenés que ir a buscar ropa?
—¡Sí, sí, pendenciera! Espero
que comprendas por qué elegí pernoctar en la casa… —dijo Mari intencionada.
—Si no me lo explicás, no veo
por qué —manifestó Julia con cara de tonta.
Su cuñada la empujó y
abandonaron la habitación riendo.
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