martes, 16 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - VIII



Alen, después de bañarse, le avisó a su madre que irían al museo antes de la cena.
—Linda la rosarina —señaló Etel— pero sería mejor una lugareña... Digo. Para que no haya conflictos de distancia.
—Llegaste tarde, viejita, porque estoy entregado —dijo dándole un beso—. Pero si remolcaste a papá desde Buenos Aires, no sé por qué dudás de que yo pueda hacerlo con algunos kilómetros menos.
—Remolcaste… Vino porque quiso —aclaró.
—Pero vos no te hubieras ido de Nono, ¿verdad, mamacita?
La mujer se volvió para mirarlo. Era su único hijo e intuyó que él también se iría de su pueblo tras la mujer amada.
—Voy a cometer una infidencia —declaró—. Hoy me confesó que la abandonaron dos meses antes de casarse.
—¡Ah! Era esa la circunstancia que mencionó su hermano… Cuando pueda averiguar el nombre de ese tipo le voy a dar un gran abrazo —dijo alborozado.
—No lo tomes a broma. La huida duele y no es fácil reponerse. ¿Pasó algo en el paseo de esta tarde?
—¿Por qué lo decís? —preguntó Alen.
—Porque Julia acaba de declinar la habitación que le preparé para pasar la noche. Lo hará en el motorhome.
—¿Qué? No entiendo. Después del incidente de la cascada se mostró tan afable…
—¿Qué incidente? —se alarmó Etel.
Alen le explicó a grandes rasgos el suceso y el posterior cambio de disposición de la muchacha.
—Creo que está asustada, hijo. Lucha contra una atracción que la podría poner en peligro de volver a sufrir. Tendrás que ser muy persuasivo.
—Lo seré —aseguró abandonando la cocina.
El recorrido al museo polifacético Rocsen les llevó dos horas. Reconocieron las ocho salas y las estudiantes de antropología tomaron nota de las muestras que más le interesaban con la perspectiva de una visita posterior. Entraba en sus planes conocer a Juan Santiago Bouchon, su fundador, que esa noche no se encontraba. Etel y Alejo los esperaron con una cena de platos típicos y unas delicadas masitas de nuez y almendras rellenas con dulce de leche. La noche fresca ameritaba disfrutar de la galería adonde se acomodaron para tomar café y escuchar música. Rolo y Marisa salieron a bailar y animaron a los demás. Sólo quedaron sentados Alen y Julia, porque la tiesura de la muchacha le pronosticó un rechazo. A la una de la mañana, se despidieron los dueños de casa. Julia le pidió las llaves del motorhome a Rolando, saludó y se dirigió al vehículo.
—¿Tiene alarma? —preguntó Alen.
—Sí. Voy a cerciorarme de que no olvide conectarla —dijo Rolo.
—¡Esperá! —lo detuvo Mari—. Voy yo, me fijo que esté bien y de paso le mando unas líneas a mamá. No tardo.
—Lamento demorarte el descanso —se disculpó Rolando con Alen.
—Ni lo menciones. Voy a traer otro café.
Marisa la alcanzó a Julia y entraron juntas a la casa rodante.
—¿Te olvidaste algo? —preguntó la hermana de Rolo.
—Quiero saber por qué de la antipatía pasaste a la cordialidad y ahora mudaste al desinterés. Por favor, Julia —rogó—, soy tu amiga ¿te acordás?
La muchacha la abrazó y la tironeó hacia un sillón. Observó con cariño el rostro ansioso de Mari y pensó que le debía una leal explicación por el aprecio que las unía.
—Esta tarde, por presumir, me metí en una situación de la que hubiera salido mal parada sin el auxilio de Alen. Desoyendo su consejo me tiré al agua helada, experiencia que desconocía porque siempre salté en piletas climatizadas. El choque de frío me desniveló y pensé que no iba a poder salir. Entonces él me remontó hasta la superficie. Recuerdo sus palabras tranquilizadoras mientras yo tosía sobre su espalda limpiando el agua de mis pulmones. Cuando me calmé, su apoyo era tan seguro que me tentó no desprenderme de su abrazo y después… echada sobre una piedra… aluciné con un beso —se quedó en silencio como meditando el alcance de su confidencia.
Marisa la escuchó cautivada. En ese relato no asomaba siquiera el malestar por el amor perdido. En todo caso, la posibilidad de un nuevo amor.
—Entonces, amiga querida… ¿Qué supone de temible que un hombre te conmueva apenas conocerlo?
—En este caso, todo. No sé si me atrae por necesidad, si es gratitud por haberme socorrido…
—La gratitud no te hace desear a un tipo —masculló Mari.
—Y la distancia. ¿No quedó claro?
—Antes de preocuparte por la distancia, comprobá que puedan funcionar como pareja. Es la parte más apetecible de una relación.
—Mari, ya desnudé mi alma frente a ti —entonó con afectación—. Ahora, andá a revolcarte con Rolo y dejá que yo resuelva mi vida sentimental.
—Sos una desvergonzada, ¿sabés? —rió su cuñada—. Aunque a vos no te vendría mal una revolcadita con Alen. Pensalo, ¿querés?
Su amiga amenazó con arrojarle un almohadón y ella, con una carcajada, simuló esquivarlo. Antes de bajar le tiró un beso y le recomendó que pusiera la alarma.
Julia sonrió y cerró la puerta con llave amén de cumplir con el pedido de Mari. Se puso el camisón y se acostó en la cama grande, que no desarmaban por estar al fondo del vehículo. Hacía un año que dormía en su lecho de una plaza y media después de haber compartido con un hombre el de dos. No fue la imagen de Teo la que acudió a su mente ante esa evocación sino la de Alen. Revivió la percepción de estar abandonada sobre su cuerpo y la cercanía de su rostro cuando demandó su confianza. Un escalofrío de sensualidad la recorrió. ¿Estaría recuperando la libido sofocada por el rechazo? De lo que estaba segura es que quiso prolongar el contacto y anheló ser besada. Y no por el hombre que ya estaba esfumándose de su mente y sus sentimientos. Suspiró y se abrazó a la almohada. El sueño la atrapó hasta las ocho de la mañana cuando la algarabía de los perros la sustrajo al nuevo día. Un silbido alejó los ladridos de la casa rodante. Se levantó, pasó por el baño y se puso la malla debajo del jean y la remera. Desconectó la alarma y salió del refugio. Para su asombro, el luminoso clima del día anterior había trasmutado a una jornada gris y ventosa. Caminó hacia la galería desde donde el dueño de casa le hacía señas para que se uniera al grupo que estaba desayunando. Alen la alcanzó al pié de la escalinata. Venía acompañado por Astor y Shar que la saludaron restregando los hocicos contra su mano.
—Buen día, Julia —la sonrisa acentuó su atractivo—. Lamento que estos revoltosos te hayan despertado.
—No hay cuidado. Descansé muy bien. Pero el tiempo se arruinó… —señaló con desencanto.
Alen se estremeció pensando en las prácticas que podrían consumar a reparo del mal tiempo. Por ejemplo, podría tomarla entre sus brazos y suprimir con un beso el gesto de contrariedad que nublaba su rostro; o buscar la intimidad de su dormitorio para confesarle que no dejaba de pensar en ella; o…
La deseaba, pero más allá del acto de posesión. Irrumpía en su mente con esa sonrisa que disculpaba cualquier desplante, con esos gestos que lo cautivaban tanto como su voz o su cuerpo. Rememoró la desesperación que lo dominó cuando la sacó del agua y pensó en que no se repondría. Y no era por los reproches de su familia, sino por un sentimiento de pérdida inadmisible. ¡Vaya que se recriminó por haber sido tan permisivo! Arrinconó sus delirios para solidarizarse con la queja de la muchacha: —Sí. Contra todos los pronósticos —reconoció—. Aunque todavía puede despuntar el sol. ¿Vamos a tomar algo caliente? —le indicó el camino con un gesto cortés.
—¡Buen día a todos! —manifestó ella a los reunidos que devolvieron el saludo y la sonrisa.
—¿Café solo o con leche? —preguntó Alen.
—Con leche. Gracias.
—¿Pudiste dormir? —se interesó Mari.
—Como una marmota. No los extrañé —declaró con una mueca burlona mientras se sentaba.
—¡No lo confesarías ni bajo tortura! —rió su hermano—. ¿Qué podemos hacer sin sol? —inquirió a sus anfitriones.
—Pueden llegarse hasta la plaza y visitar la feria de artesanías —dijo Alejo—. Después pasear por Las Calles y degustar los licores artesanales de Eben Ezer.
—Las Calles —explicó su hijo mientras le alcanzaba el desayuno a Julia— forma parte de un circuito turístico por el cual se llega al pueblo del mismo nombre. El recorrido puede ser más sugestivo en un día nublado por los colores que le imprime a la vegetación.
—¿Nos vas a acompañar? —le preguntó Marisa.
—Con gusto —aceptó Alen.

No hay comentarios: