Alen, después de bañarse, le
avisó a su madre que irían al museo antes de la cena.
—Linda la rosarina —señaló
Etel— pero sería mejor una lugareña... Digo. Para que no haya conflictos de
distancia.
—Llegaste tarde, viejita,
porque estoy entregado —dijo dándole un beso—. Pero si remolcaste a papá desde
Buenos Aires, no sé por qué dudás de que yo pueda hacerlo con algunos
kilómetros menos.
—Remolcaste… Vino porque quiso
—aclaró.
—Pero vos no te hubieras ido
de Nono, ¿verdad, mamacita?
La mujer se volvió para
mirarlo. Era su único hijo e intuyó que él también se iría de su pueblo tras la
mujer amada.
—Voy a cometer una infidencia
—declaró—. Hoy me confesó que la abandonaron dos meses antes de casarse.
—¡Ah! Era esa la circunstancia
que mencionó su hermano… Cuando pueda averiguar el nombre de ese tipo le voy a
dar un gran abrazo —dijo alborozado.
—No lo tomes a broma. La huida
duele y no es fácil reponerse. ¿Pasó algo en el paseo de esta tarde?
—¿Por qué lo decís? —preguntó
Alen.
—Porque Julia acaba de declinar
la habitación que le preparé para pasar la noche. Lo hará en el motorhome.
—¿Qué? No entiendo. Después
del incidente de la cascada se mostró tan afable…
—¿Qué incidente? —se alarmó
Etel.
Alen le explicó a grandes
rasgos el suceso y el posterior cambio de disposición de la muchacha.
—Creo que está asustada, hijo.
Lucha contra una atracción que la podría poner en peligro de volver a sufrir.
Tendrás que ser muy persuasivo.
—Lo seré —aseguró abandonando
la cocina.
El recorrido al museo
polifacético Rocsen les llevó dos horas. Reconocieron las ocho salas y las
estudiantes de antropología tomaron nota de las muestras que más le interesaban
con la perspectiva de una visita posterior. Entraba en sus planes conocer a
Juan Santiago Bouchon, su fundador, que esa noche no se encontraba. Etel y
Alejo los esperaron con una cena de platos típicos y unas delicadas masitas de
nuez y almendras rellenas con dulce de leche. La noche fresca ameritaba
disfrutar de la galería adonde se acomodaron para tomar café y escuchar música.
Rolo y Marisa salieron a bailar y animaron a los demás. Sólo quedaron sentados
Alen y Julia, porque la tiesura de la muchacha le pronosticó un rechazo. A la
una de la mañana, se despidieron los dueños de casa. Julia le pidió las llaves
del motorhome a Rolando, saludó y se dirigió al vehículo.
—¿Tiene alarma? —preguntó
Alen.
—Sí. Voy a cerciorarme de que
no olvide conectarla —dijo Rolo.
—¡Esperá! —lo detuvo Mari—.
Voy yo, me fijo que esté bien y de paso le mando unas líneas a mamá. No tardo.
—Lamento demorarte el descanso
—se disculpó Rolando con Alen.
—Ni lo menciones. Voy a traer
otro café.
Marisa la alcanzó a Julia y
entraron juntas a la casa rodante.
—¿Te olvidaste algo? —preguntó
la hermana de Rolo.
—Quiero saber por qué de la
antipatía pasaste a la cordialidad y ahora mudaste al desinterés. Por favor,
Julia —rogó—, soy tu amiga ¿te acordás?
La muchacha la abrazó y la
tironeó hacia un sillón. Observó con cariño el rostro ansioso de Mari y pensó
que le debía una leal explicación por el aprecio que las unía.
—Esta tarde, por presumir, me
metí en una situación de la que hubiera salido mal parada sin el auxilio de
Alen. Desoyendo su consejo me tiré al agua helada, experiencia que desconocía
porque siempre salté en piletas climatizadas. El choque de frío me desniveló y
pensé que no iba a poder salir. Entonces él me remontó hasta la superficie.
Recuerdo sus palabras tranquilizadoras mientras yo tosía sobre su espalda
limpiando el agua de mis pulmones. Cuando me calmé, su apoyo era tan seguro que
me tentó no desprenderme de su abrazo y después… echada sobre una piedra…
aluciné con un beso —se quedó en silencio como meditando el alcance de su
confidencia.
Marisa la escuchó cautivada.
En ese relato no asomaba siquiera el malestar por el amor perdido. En todo caso,
la posibilidad de un nuevo amor.
—Entonces, amiga querida… ¿Qué
supone de temible que un hombre te conmueva apenas conocerlo?
—En este caso, todo. No sé si
me atrae por necesidad, si es gratitud por haberme socorrido…
—La gratitud no te hace desear
a un tipo —masculló Mari.
—Y la distancia. ¿No quedó
claro?
—Antes de preocuparte por la
distancia, comprobá que puedan funcionar como pareja. Es la parte más
apetecible de una relación.
—Mari, ya desnudé mi alma
frente a ti —entonó con afectación—. Ahora, andá a revolcarte con Rolo y dejá
que yo resuelva mi vida sentimental.
—Sos una desvergonzada,
¿sabés? —rió su cuñada—. Aunque a vos no te vendría mal una revolcadita con
Alen. Pensalo, ¿querés?
Su amiga amenazó con arrojarle
un almohadón y ella, con una carcajada, simuló esquivarlo. Antes de bajar le
tiró un beso y le recomendó que pusiera la alarma.
Julia sonrió y cerró la puerta
con llave amén de cumplir con el pedido de Mari. Se puso el camisón y se acostó
en la cama grande, que no desarmaban por estar al fondo del vehículo. Hacía un
año que dormía en su lecho de una plaza y media después de haber compartido con
un hombre el de dos. No fue la imagen de Teo la que acudió a su mente ante esa
evocación sino la de Alen. Revivió la percepción de estar abandonada sobre su
cuerpo y la cercanía de su rostro cuando demandó su confianza. Un escalofrío de
sensualidad la recorrió. ¿Estaría recuperando la libido sofocada por el rechazo?
De lo que estaba segura es que quiso prolongar el contacto y anheló ser besada.
Y no por el hombre que ya estaba esfumándose de su mente y sus sentimientos.
Suspiró y se abrazó a la almohada. El sueño la atrapó hasta las ocho de la
mañana cuando la algarabía de los perros la sustrajo al nuevo día. Un silbido
alejó los ladridos de la casa rodante. Se levantó, pasó por el baño y se puso
la malla debajo del jean y la remera. Desconectó la alarma y salió del refugio.
Para su asombro, el luminoso clima del día anterior había trasmutado a una
jornada gris y ventosa. Caminó hacia la galería desde donde el dueño de casa le
hacía señas para que se uniera al grupo que estaba desayunando. Alen la alcanzó
al pié de la escalinata. Venía acompañado por Astor y Shar que la saludaron
restregando los hocicos contra su mano.
—Buen día, Julia —la sonrisa
acentuó su atractivo—. Lamento que estos revoltosos te hayan despertado.
—No hay cuidado. Descansé muy
bien. Pero el tiempo se arruinó… —señaló con desencanto.
Alen se estremeció pensando en
las prácticas que podrían consumar a reparo del mal tiempo. Por ejemplo, podría
tomarla entre sus brazos y suprimir con un beso el gesto de contrariedad que
nublaba su rostro; o buscar la intimidad de su dormitorio para confesarle que
no dejaba de pensar en ella; o…
La deseaba, pero más allá del
acto de posesión. Irrumpía en su mente con esa sonrisa que disculpaba cualquier
desplante, con esos gestos que lo cautivaban tanto como su voz o su cuerpo.
Rememoró la desesperación que lo dominó cuando la sacó del agua y pensó en que
no se repondría. Y no era por los reproches de su familia, sino por un
sentimiento de pérdida inadmisible. ¡Vaya que se recriminó por haber sido tan permisivo!
Arrinconó sus delirios para solidarizarse con la queja de la muchacha: —Sí.
Contra todos los pronósticos —reconoció—. Aunque todavía puede despuntar el
sol. ¿Vamos a tomar algo caliente? —le indicó el camino con un gesto cortés.
—¡Buen día a todos! —manifestó
ella a los reunidos que devolvieron el saludo y la sonrisa.
—¿Café solo o con leche?
—preguntó Alen.
—Con leche. Gracias.
—¿Pudiste dormir? —se interesó
Mari.
—Como una marmota. No los
extrañé —declaró con una mueca burlona mientras se sentaba.
—¡No lo confesarías ni bajo
tortura! —rió su hermano—. ¿Qué podemos hacer sin sol? —inquirió a sus
anfitriones.
—Pueden llegarse hasta la
plaza y visitar la feria de artesanías —dijo Alejo—. Después pasear por Las
Calles y degustar los licores artesanales de Eben Ezer.
—Las Calles —explicó su hijo
mientras le alcanzaba el desayuno a Julia— forma parte de un circuito turístico
por el cual se llega al pueblo del mismo nombre. El recorrido puede ser más
sugestivo en un día nublado por los colores que le imprime a la vegetación.
—¿Nos vas a acompañar? —le
preguntó Marisa.
—Con gusto —aceptó Alen.
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