Un leve roce
sobre la mejilla me fue sacando del sueño profundo. Abrí lentamente los ojos y
entreví sin sobresalto el rostro del gurka inclinado sobre mí.
—¡Al agua,
patito! —dijo divertido—. Te estás asando de un solo lado.
—¿Eh? Oh…
—atiné a balbucear en mi letargo.
—¿Te ayudo?
—hizo ademán de levantarme en sus brazos.
Eso me
despabiló del todo. Me senté tan rápido que la reposera se cerró sobre mi
cuerpo y tuve que aceptar la ayuda de Guille para salir de la trampa.
—No sé de
que te reís —le dije ofendida cuando estuve de pie.
—Es que
parecías un bocadillo entre las fauces de un cocodrilo —precisó sin abandonar
la risa.
Samanta y
Darren corrieron hacia nosotros: —¿Te lastimaste? —se alarmó mi amiga.
—Solo mi
orgullo —dije cabizbaja.
—Martina…
—Guillermo se me acercó afligido—. No te ofendas, querida. ¡Es que estabas tan
graciosa!
Lo fulminé
con la mirada y me lancé al agua. Por suerte fue una zambullida impecable, que
me reivindicó internamente del anterior papelón. Detrás de mí se tiraron los
demás y poco después, como si nada hubiera pasado, estábamos jugando con una
pelota inflable que Sami y yo, casi siempre, hurtábamos a los varones mediante
argucias estrictamente femeninas. A las seis, Guille salió del agua y renovó el
agua del termo y la yerba para seguir con la mateada. Nos envolvimos en los
toallones que habían traído los muchachos y nos congregamos alrededor de la
mesa sombreada por los árboles.
—¿Cómo está
Isa? —preguntó Sami.
Isabel es mi
mamá. Pegué un respingo al caer en la cuenta de que no la había puesto al tanto
del viaje: —¡Bien! Pero deberé escuchar sus reproches cuando la llame para
avisarle que no estoy en Rosario —dije pesarosa.
—Llamala
desde la casa así le das tiempo para que se descargue y no te agota el crédito
del celu —rió mi amiga.
—Eso haré
después de una ducha energética —asentí.
También
pensé en que debía llamarla a India. Se lo debía por la compañía que me había
brindado. Sorbí el mate y se lo devolví a Guille con un “gracias” para
indicarle que era el último.
—¿Me
perdonaste? —preguntó demorando sus dedos sobre los míos al tomar el
recipiente.
Estábamos
inclinados el uno hacia el otro y parecía no tener intenciones de aflojar el
apretón. Sus pupilas tenían la profundidad de un mar tempestuoso. No me arredré
y le contesté con frescura: —Sí, niño. Solo por ser el hermano menor de Sami
—liberé mi mano y me incorporé escuchando su risa baja—: Me voy a bañar
—anuncié a los presentes—, y a comunicarme con mi madre.
—¡Suerte!
—gritó Samanta a mis espaldas, pues ya estaba en camino hacia la casa.
Atrás,
Darren largó una carcajada y supuse que le hacía una broma al gurka porque
escuché las risas del trío. Bueno, pensé, que se diviertan aunque sea a mi
costa. Me di una larga ducha y cubrí todo mi cuerpo con crema para aplacar los
efectos del sol. Elegí una solera sin breteles que evitaría roces sobre mis
hombros ardidos y me acomodé sobre la cama para llamar a mamá. La charla fue
larga y, para mi sorpresa, se interesó más en mis amigos que en sermonearme.
Corté la comunicación con la promesa de llamarla regularmente. Después le hablé
a India.
—Hola… —su
modulación cadenciosa era inconfundible.
—¡Amiga!
—exclamé contenta—, creí que no te iba a encontrar.
—¡Marti! Si
no me llamabas te declaraba persona non grata —me informó. Luego, ansiosa—:
¡Contame…!
—El viaje,
sin incidentes. La casa, un sueño. Mi amiga y su marido, encantadores. Acabo de
darme un baño y ya hablé con mi mami —le relaté en forma concisa.
—Parecés TN
dando los títulos de las noticias —alborotó—. ¡Detalles! Quiero detalles…
—Eso es
todo. ¿Qué pretendés en tan pocas horas? Aún no hicimos ningún paseo, solo
aprovechamos la pileta —reiteré.
—¿Y
Guillermo? —preguntó después de un silencio.
—Bien —dije
en tono neutro.
—Quiero
decir cómo te sentiste —amplió su interrogatorio.
—Normal
—aseguré.
—¡Ayayay…!
—exclamó—. ¡Cómo quisiera estar ahí para leer en tu rostro los signos de la
verdad!
—No te estoy
mintiendo —precisé con calma.
—Vayamos a
otra cosa, porfiada —arremetió—. Contame cómo es la casa.
—Moderna y amplia.
Rodeada de verde y con una piscina fabulosa.
—¿No era que
no había espacio? —inquirió la memoriosa.
—Bueno, a lo
mejor Guille lo presumió —traté de restarle importancia.
—¡Ja! A lo mejor se quería sacar al rival de
encima —me rebatió.
—India… —le
advertí—, si seguís con esas insinuaciones aquí termina la conversación.
—¡No dije
nada, no dije nada! —aseguró riendo—. Vamos, quiero saber cómo fue el
reencuentro con Sami —su voz se había suavizado.
—Como volver
a tener diecisiete años —dije soñadora—, como si tan solo nos hubiéramos visto
ayer.
—¡Oh, Marti!
¡Cuánto me alegro! ¿Ves? Te hubieras llevado la tableta que te ofrecí y ahora
podría estar mirando tu cara de felicidad.
—Era
demasiado compromiso, India. Estaría pendiente de que no me la robaran —señalé.
—Me
conformaré con que me hables todos los días para compartir tus andanzas —se
resignó.
—¡Hecho!
Ahora te dejo porque ya les he gastado demasiado el teléfono —dije con
prudencia—. ¡Chau, India!
Me calcé las
sandalias, cepillé mi pelo y bajé para ver en qué estaban los demás. Abajo no
había nadie así que me llegué hasta la piscina. Desierta. Se estarán duchando,
pensé. Volví a la galería y me senté en uno de los sillones confortablemente acolchados.
El ocaso arrebolaba el cielo límpido y algunas estrellas parpadeaban con timidez.
Una brisa fresca mitigaba el calor de mi piel y el silencio del entorno, solo
poblado por el tardío piar de los pájaros, acallaba cualquier ansiedad de mi
mente. Cerré los ojos para concentrarme en ese oasis de sosiego.
—Bajo el sol
o el atardecer te ves siempre hermosa, bella durmiente.
La voz
apagada del gurka adulto suspendió ese estado alterado de la conciencia al que
me había deslizado para instalarme de nuevo en la realidad. Abrí los ojos.
—No estaba
durmiendo. Estaba gozando de un momento de quietud que vos interrumpiste— le
aclaré sin resentimiento.
—No te
quejes. Te dejé un buen rato porque me regalé los sentidos observando tu
plácido abandono —dijo con desparpajo mientras se acomodaba en otro sillón.
Curvé el
cuello hacia donde se había ubicado y le obsequié una sonrisa apacible. Tenía
una notebook apoyada sobre las piernas, aún sin abrir. Me examinó
reflexivamente: —Estás cercana esta noche… —murmuró.
Me enderecé
y fijé la vista en el cielo. Las sombras habían avanzado ocultando los ojos y
el rostro de Guillermo. La oscuridad afectaba mi equilibrio interior. Agudizaba
esa sensación de desamparo que nacía de las largas noches de abandono afectivo,
en las que mi madre solo podía centrarse en la elaboración de su duelo
personal. En estos momentos estaba asequible a cualquier muestra de
cordialidad, como las palabras que acababa de pronunciar el gurka. Escuché el
sonido de su computadora al encenderse y volví a mi ensimismamiento. Me sentía
en paz. La presencia silenciosa de Guille aventaba los temores nocturnos y me
permitió aprehender ese singular momento de relax.
—¡Ah… no! ¡En
esta casa hoy no se trabaja!
La airada
exclamación de Sami, dirigida a Guille, me hizo sonreír.
—¡Pará un
momento, atolondrada! Estoy contestando unas consultas. Ya termino —aseguró su
hermano impidiendo que Samanta le cerrara la máquina.
—Perdonalo,
Marti. Es un desconsiderado —se disculpó mi amiga frotándose la muñeca que le
había atenazado el gurka.
—Ah… No hay
cuidado. Estaba enfrascada en este soberbio atardecer.
—¿La llamaste
a tu mamá?
—Y a una
amiga. Me temo que abusé de tu teléfono —confesé.
—Martina, si
no lo hacés me voy a enojar. Usalo tantas horas como necesités —me regañó.
—¿Hablaste
con India? —inquirió Guillermo.
—Sí. Y me
recriminó por no aceptar la tableta que me ofreció. Es una chusma —me reí—.
Quería conocerte —le dije a Sami.
—¿Quién es
esa India? —me preguntó.
—Digamos que
es una amiga que suplió tu ausencia. Es escultora y exponía en el mismo
pabellón donde tu hermano dio la conferencia.
—¡Oh! A mí
también me gustaría conocerla. ¿Son buenas sus esculturas? —se interesó
Samanta.
—Las últimas
me gustaron. Son todas formas abstractas —precisé.
—¡Quiero
verlas! —expresó con entusiasmo—. Decime, gurka, ese aparato tuyo ¿sirve para
algo más que trabajar en momentos incorrectos?
Él la miró
con sorna. Me preguntó: —¿Te acordás del nombre de usuario de India en Skype?
Se lo dije y
lo vimos teclear con rapidez. Poco después le sonrió a la pantalla.
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