lunes, 14 de marzo de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - VI

Mauro sonrió ante la salida de Germán, un hermano mayor que había postergado su inclinación por la ingeniería para mantener con su trabajo los estudios de su hermano menor. Huérfanos de un notorio profesional que había muerto con su mujer en un accidente aéreo, quedaron a cargo del hermano de su madre que despilfarró los bienes para su manutención. Cuando Germán cumplió dieciocho años consiguió un trabajo fijo gracias a los conocimientos adquiridos ayudando a su progenitor, y se largaron de la casa del tío que no hizo hincapié en la edad de los muchachos ante la amenaza de denunciarlo por malversación de fondos. Mauro tenía en ese entonces doce años y recién comenzaba el ciclo secundario. Su hermano trabajó incansablemente para mantenerlos con dignidad y procurarle un futuro. No sabía Germán la admiración y la deuda de gratitud que Mauro guardaba hacia él. No necesitó el auxilio de su hermano menor, una vez recibido, para asegurarse el futuro porque sus dotes para el oficio de electricista le aportaron una selecta clientela. Hoy tenía una oficina bien montada y un asesor que le seleccionaba las mejores obras. Mauro se alegró por el entusiasmo de su hermano y se dedicó a observar a la muchacha con disimulo. Se había acercado a la gran puerta ventana que daba al exterior y miraba con fijeza hacia la pileta de natación. Hojas y ramas flotaban sobre la superficie como consecuencia del temporal. Pero sus ojos parecían escarbar entre la basura, hasta que dio un grito e intentó correr una de las hojas de la puerta. Germán estuvo a su lado en un santiamén.

-¡Por favor! –rogó ella.- ¡Abrí la puerta!

Él la abrió sin preguntar ante la urgencia que comunicaba su voz. La siguió cuando corrió bajo la lluvia y la vio vacilar al borde de la piscina antes de arrojarse al agua sucia.

-¡Sofía! –llamó, y se zambulló detrás de ella.

Mauro y los invitados contemplaban boquiabiertos al dúo que braceaba vestido y calzado en la pileta. Sofía estiró una mano cuando llegó al medio y pudieron ver que sostenía un pequeño gorrión en la palma. El ave volvió a caer en el agua y una vez más fue rescatado e impulsado con un envión fuera de la piscina para caer entre los ligustros que la bordeaban. Allí sacudió las plumas y corrió a esconderse entre el ramaje. Germán, braceando entre los restos vegetales, impregnado por la inmersión y la lluvia perenne, dejó oír una risa alborozada. ¿Qué otros prodigios le esperaban con esta muchacha? Nadó hasta la orilla y la esperó para izarla fuera del estanque. Quedaron enfrentados y chorreando agua. Sofía descubrió que había perdido una de sus sandalias y, con un gesto de resignación, se despojó de la otra.

-¿Por qué no me dijiste qué pasaba? –le dijo el hombre sin reprocharla.- Lo hubiéramos levantado con el saca hojas…

-Se hubiera ahogado. Estaba en medio de la pileta y tenía las plumas completamente empapadas. Creo que lo ví cuando emergía por última vez. Pero lo salvamos ¿verdad? –dijo feliz.

-Bueno, lo salvaste –contestó Germán complacido por la inclusión.- Yo te iba a salvar a vos.

-¡Si yo sé nadar! –rió.

-Eso todavía no lo sabía. ¿Secamos de nuevo la ropa?

Ella asintió y caminaron hacia el interior adonde fueron recibidos con vítores y aplausos. A los dos le sonaron a chacota, pero enfrentaron las pullas con un ademán ampuloso.

-Subí a cambiarte –le dijo Germán.- Después haré lo propio.

-¡Qué pareja! –exclamó Mauro.- Una mujer impredecible y un hombre instintivo. ¿Adónde van a ir a parar?

Los demás festejaron la declaración que coincidía con el pensamiento inexpresado por falta de familiaridad. El dueño de casa no se inmutó. En realidad, pareció divertido con el comentario de su hermano. Sofía bajó vestida con el equipo de la noche anterior. Se había puesto a guisa de zapatos unas gruesas medias que la hacían más menuda. Germán se la comió con los ojos antes de subir al vestidor para despojarse de las prendas mojadas. Ella se hizo la distraída y se acercó al grupo acomodado en los sillones.

-Congratulaciones, protectora de las aves – proclamó Sergio con mordacidad.- Es posible que hayas salvado al pájaro de morir ahogado, pero ¿quién te garantiza que no acabe en las fauces de un gato?

-¡Si practicaras, no podrías ser más desagradable! –estalló Mónica con furia.

Sofía ni le respondió. Carina la llamó:

-¿Sabés que la mujer de Mauro es alemana? –la anotició, y dirigiéndose al hermano de Germán:- Sofía habla perfectamente alemán e inglés.

-¡No me digas! ¿Me ayudarías a practicar un poco?

La joven le respondió en alemán y se enzarzaron en una charla que, como ninguno entendía, los fue dejando solos. Cuando volvió el dueño de casa los encontró riendo y a su hermano repitiendo algunas palabras que vocalizaba la joven. Apenas Mauro lo vio, le comentó con entusiasmo:

-¡Tu amiga es un hallazgo! Pronuncia el alemán con perfección y además habla en inglés.

-¡No tanto! –contestó Sofía.- Con inglés me falta práctica.

-En eso yo te puedo ayudar –dijo Mauro, y le echó una parrafada que a ella le costó seguir.

-¡Más despacio! –pidió la muchacha, plasmando en la mente de Germán peregrinas fantasías alrededor de ese reclamo.

Pronto se mezcló en la charla de un idioma que le era conocido porque se dedicó a estudiarlo para comprender los libros técnicos que hacían a su oficio. Sofía estaba más entrenada de lo que creía y respondió sin dificultad a las preguntas de sus interlocutores. Carina los interrumpió:

-¿Será posible que vuelvan a la Argentina? Aquí hay compatriotas que los extrañan.

-¡Perdón, Cari! Es que tengo pocas oportunidades de ejercitar mi inglés –se disculpó Sofía.

-Germán, nos estábamos preguntando si tenés una radio a pilas. Queríamos saber si continúa el corte de luz.

-Aquí por lo menos no hay –dijo dirigiéndose a un modular y abriendo una puerta para sacar la radio. La encendió y la sintonizó. Las noticias no eran buenas. Gran parte de la ciudad, especialmente la zona céntrica adonde residían todos, aún carecía de fluido eléctrico.

Para subrayar la oscuridad, el firmamento había vuelto a encapotarse y la poca claridad se fue sumiendo en tinieblas. Una extraña calma flotaba en el exterior de la casa poco antes agitada por la lluvia y el viento.

-Ahora no llueve –dijo Sergio.- Tendría que volver por mi auto.

-No lo sé –dudó Germán.- Parece que se está preparando otra buena tormenta.

Las mujeres se habían arracimado contra los ventanales y no perdían de vista los negros nubarrones perfilados por los relámpagos. Sofía tenía una expresión grave y ensimismada. Germán se le acercó y ella, conciente de su presencia, se volvió a mirarlo.

-Da un poco de miedo –dijo en voz baja.

Él sofocó el impulso de abrazarla y transmitirle con caricias y con palabras la seguridad de que a su lado estaría protegida. Fue más allá con su fantasía. Los imaginó en el refugio de su dormitorio ahuyentando con sus besos el temor de la muchacha. Cuidado, Germán, se dijo a sí mismo. Estás cargado como una batería y las consecuencias pueden ser imprevisibles. Empero se dejó inundar por esa ola de sensualidad que hacía tiempo no experimentaba. Un potente relámpago se fragmentó en un viento súbito y en un ensordecedor trueno que los sobresaltó. Sofía se acercó instintivamente a Germán que la acercó a su costado con un brazo. El cielo se quebró como el fondo de una colosal pileta derramando un torrente de agua que veló el paisaje exterior.

-¡Adónde habrá ido a parar mi auto…! –gimió Sergio.

-No sé cómo podés preocuparte por unas miserables chapas cuando hay gente que puede estar perdiendo sus casas –dijo Carina con reprobación.

-¡Ah! Parece que el virus que padece Sofía es contagioso… Ahora te dio por la protesta social. Y pronto estarás enrolada con los ecologistas.

-Sos un imbécil, ¿sabés?

-Y vos una cursi que no entiende que esa gente no se preocupa por lo que pierde porque nunca se lo ganó. Estas inundaciones vienen a darles la oportunidad de cambiar sus sucias pertenencias.

Carina lo abandonó para no agredirlo físicamente. Estaba convencida de que a ese cínico no se lo convencía con palabras. Se incluyó en el grupo compuesto por Mauro y el resto de sus compañeros. Hablaban sobre el inusual fenómeno climático:

-Deberíamos volver al departamento –decía Rocío.- Tomi debe estar aterrado.

-No te preocupes –la consoló su marido:- Tiene agua, comida y está bajo techo. Lo único que corre riesgo es el mobiliario.

-Apenas amaine los alcanzaré hasta sus casas –dijo Germán que se había apartado de Sofía con desgano para unirse al grupo.- Son las once. ¿Qué les parece un aperitivo liviano?

Antes de que respondieran escucharon ladridos. Miraron hacia la puerta del jardín desde donde los observaba un perrazo hecho sopa.

-¡Es Mendieta, el perro de mi jardinero! –exclamó Germán corriendo hacia el ventanal. Lo abrió y el animal entró y se sacudió salpicando al dueño de casa y a Sofía que lo había seguido. Una luz oscilante se acercaba a la casa.

-¿Quién es? –gritó a la oscuridad.

-¡Antonio, señor Navarro! –les llegó el sonido quebrantado por el viento.

El grupo se había apiñado detrás de Germán. Sin vacilar, se lanzó hacia la voz mientras ordenaba:

-¡Quédense adentro!

A poco su figura y la de un hombre empapado por la lluvia aparecieron detrás de la linterna que blandía el jardinero. Germán lo hizo pasar mientras lo interrogaba:

-¿Qué pasó, Antonio?

-¡El barrio se inundó y tenemos metro y medio de agua en las casas! –dijo casi sollozando.- Yo pude salir y llegarme hasta aquí pero dejé a mi mujer y los hijos arriba del techo. ¡El agua sigue subiendo, patrón, y nos va a arrastrar a todos!

-Tranquilo, Antonio. Voy a sacar los gomones del galpón y buscaremos a tu familia y a los que necesiten ayuda. –Se volvió hacia los hombres:- Los voy a necesitar para cargarlos en el auto. ¿Quién viene?

-¡Yo, yo…! –se ofrecieron de inmediato.

No hay comentarios: