lunes, 7 de marzo de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - V

Mónica se había estirado en el espacio que Sofía había dejado libre. Carina, Rocío y Pablo, se apretujaban en la mitad restante. El otro diván estaba ocupado por su alcoholizado compañero de trabajo. Escuchó la voz grave del hombre:

-No te querrás acomodar con Sergio, supongo. Además, para tu tranquilidad, los dormitorios tienen llave.

-¿Por qué suponés que desconfío de tu ofrecimiento? –dijo contrariada.

-Porque yo desconfiaría –declaró rotundamente. Y luego, riendo:- No te preocupes, jovencita, que sé cuáles son mis límites –le hizo un gesto de invitación.- ¿Vamos?

Sofía lo siguió aparentando una seguridad que no sentía. No hay dos sin tres, se dijo. Le molestaba haber sido tan transparente para el hombre. Usó la palabra desconfío. ¿Desconfiaba de qué? ¿De que intentaría seducirla cuando estuvieran a solas? Ese es el mensaje que le envié, descubrió turbada. Y él lo tomó al pie de la letra por su respuesta. Echaría llave a la puerta, decidió. Germán le franqueó la entrada de un cuarto al llegar a la planta alta.

-Tiene un baño en suite. Dejaré las luces encendidas por unos minutos para que te acomodes. Que descanses –le dijo con una sonrisa.

-Gracias –contestó ella cerrando la puerta.

Giró la llave con cuidado tratando de que no hiciera ruido. Usó el baño y después inspeccionó la habitación. La cama clamaba por ella. Se acostó debajo del cobertor con un suspiro de satisfacción y poco después estaba dormida.

Un clamor lejano la despertó. A medida que recuperaba los sentidos, a las voces se acoplaron fuertes golpes.

-¡Sofía! –Se levantó de un salto al reconocer la voz de Germán.

-¡Ya voy! – respondió, intentando girar la llave.

El mecanismo estaba trabado. Tras varios ensayos fallidos, se dio por vencida. Se sintió ridícula cuando tuvo que confesar su fracaso:

-La llave no funciona –dijo con una vocecita culposa.

-Sacala para que intente abrir con la llave del otro dormitorio –le pidió la calmosa voz del dueño de casa.

Ella volvió a forcejear pero el metal dentado parecía haberse fundido con la cerradura.

-No puedo… -declaró al borde de la desesperación.

Escuchó murmullos masculinos y después la voz de Germán:

-Ponete lejos de la puerta. Vamos a intentar abrirla.

Se sentó al borde de la cama y avisó:

-¡Ya está!

Tres golpes potentes bastaron para romper la cerradura. Con el tercero, Sergio quedó tendido en el piso al perder el equilibrio.

-A sus pies, princesa –declamó antes de levantarse haciendo un gesto caballeresco.

Sofía no podía creer que su puerilidad nocturna había terminado en desastre. Pablo y Germán estaban dentro de la habitación impulsados por el envión. Detrás, se arracimaban las mujeres que la miraban con un gesto interrogante. Levantó la barbilla y se dirigió a Germán:

-Cuando vuelva a casa llamaré a un cerrajero y te haré arreglar la puerta. Y a un carpintero, también –agregó mirando el destrozo.

-Eso es lo de menos –observó él.- Nos preocupamos porque no respondías al llamado.

-¿Se puede saber por qué cerraste con llave? – inquirió Mónica.

Sofía no encontraba la respuesta. Sentía su rostro ardiente ante la indiscreta pregunta de su compañera.

-Yo se lo pedí –de nuevo la voz de su salvador- para que el viento no abriera la puerta.

Todas las miradas convergieron en la ventana que estaba herméticamente cerrada, pero aceptaron la explicación de hombre. Éste hizo un gesto a los concurrentes y propuso:

-Bajemos al comedor mientras Sofía se higieniza –y dirigiéndose a ella:- Te esperamos para desayunar.

La muchacha asintió con un gesto y sólo venció su inmovilidad después que desaparecieron. Se lavó la cara y se horrorizó de los rulos en que se había transformado su lacia cabellera de peluquería. Los humedeció para domarlos y bajó para reunirse con el grupo. El dueño de casa se acercó al pie de la escalera cuando los ojos de los demás anunciaron la aparición de Sofía. Le tendió la mano y la llevó frente a la mesa apartando una silla para que se sentara.

-¿Café con leche? –preguntó.

Ella asintió y pronto sus manos se calentaron con la taza humeante. Sobre la mesa, había varios platos con porciones de torta y budín. Él le acercó un plato:

-Probala. La hace la suegra de mi hermano. Como Mauro es diabético y ella no se da por enterada, me beneficio yo.

La joven rió por primera vez en el día. Mientras constataba que detrás del ventanal la lluvia seguía azotando el jardín, saboreó el trozo de torta y después terminó su desayuno con una porción de budín. Cuando despejaron la mesa, recogieron la ropa que ya se había secado al calor de la estufa y las mujeres subieron a cambiarse. Sofía observó con desaliento el daño infligido a su atuendo.

-No lo voy a poder usar… -se quejó.

-Le voy a preguntar a Germán si tiene aguja e hilos. Te puedo coser los breteles –ofreció Rocío que ya estaba vestida.

La joven se sorprendió gratamente. Con Rocío no había intercambiado más que saludos y alguna charla al paso, pues trabajaba en otra sección de la empresa. Hizo un gesto de asentimiento y su compañera se puso en marcha. Mónica se acercó y le dijo sin malicia:

-En serio, ¿por qué cerraste la puerta con llave?

-Porque me imaginé que entraría al dormitorio mientras dormía –dijo francamente.

-No me parece el tipo de hombre que atropellaría para estar con una mujer –manifestó Carina.- Pero que te mira con interés, no se le escapa a nadie.

-Tomando en cuenta tu opinión acerca de su educación –le respondió con ironía- mi decisión fue muy coherente.- Y antes de que Carina esgrimiera una protesta:- Sólo fue cortés– terminó.

-¡Le hubieras visto el gesto cuando te empujó esa trastornada! –intervino Mónica.- Creí que la iba a bajar de un golpe.

-Sofía. Reconozco que lo que dije en el auto fue una burrada. Hablé sin conocerlo. Creo que Germán es un tipo encantador que complacería a cualquier mujer- insistió Carina.

-¿Me lo estás ofertando? –rió la aludida.

-Mmm… por tu talante, creo que se vendió solo –declaró Carina uniéndose a la risa.

Un clima de mayor camaradería se había instalado entre las mujeres que compartían la convivencia forzada por el clima. Sofía se sentía inclinada por primera vez a tomar parte de una charla intimista. El giro que había tomado la conversación le provocaba un cosquilleo de euforia que desafiaba a su estructurada personalidad. Acordó para sí de que el hombre, al menos, la complacía a ella. La llegada de Rocío con los enseres para coser interrumpió su meditación:

-¡Victoria, chicas! En esta casa no falta nada –dijo exhibiendo el costurero.- En un abrir y cerrar de ojos, tu solera quedará como nueva.

-Mejor que sea en un abrir de ojos –sentenció Mónica- porque si los cerrás, Sofía podría quedar sin vestido para deleite del hombre silencioso.

-Ja, ja –pronunció la nombrada con voz átona pero sintiendo un secreto estremecimiento que no se atrevió a explorar.

Mónica y Carina bajaron entre risotadas mientra Rocío y Sofía se dedicaban a reparar la solera. En la sala estaban instalados Germán, Sergio y Pablo en compañía de un desconocido. El dueño de casa se los presentó:

-Chicas, mi hermano Mauro. Mauro: estas lindas jóvenes son Carina y Mónica.

Mauro saludó con un beso en la mejilla al dúo femenino que estaba descubriendo el encanto de la faceta mundana de Germán. Se sentaron en los sillones y observaron la lluvia tenaz que empapaba el espacio verde que revelaba la luz diurna.

-¿Adónde están las dos bellezas que faltan? –preguntó Sergio.

Carina y Mónica emitieron una risita cómplice.

-Rocío está reparando el vestido de Sofía –contestó Mónica.- Si Sofía aparece con el jogging, tendrás que buscarte una costurera que te cosa los botones –le dijo a Pablo con un ataque de risa.

Carina, recordando la conversación adonde aludían al contratista, se le unió mientras el resto se preguntaba el motivo de tanto jolgorio.

-Seguro de que a solas habrán cambiado impertinencias propias de mujeres – conjeturó Sergio.- ¿Alguna incluía mi persona?

-Para tu ilustración, no desperdiciamos impertinencias en cualquiera –chacoteó Carina.

-¡Ah! Entonces deduzco que involucraban a nuestro anfitrión –afirmó Sergio.

-Esa presunción corre por tu cuenta –dijo Mónica con gesto afectado y volvió a reír ante la perspicacia de su compañero de trabajo.

La diversión quedó interrumpida con la aparición de Sofía y Rocío, quien pese a las declaraciones difamatorias de Mónica, había cosido prolijamente la indumentaria de la joven. Germán se acercó a la escalera con una sonrisa y le tendió la mano a Sofía para ayudarla a sortear los últimos escalones. El gesto, que no pasó desapercibido para nadie, provocó algunas sonrisas y un intercambio de miradas entre las mujeres. Situación a la que ellos permanecieron ajenos porque el hombre había concentrado sus sentidos en la contemplación de la joven y ella en el tacto de la mano masculina. Se desasió con cierta sofocación cuando sus ojos tropezaron con la mirada risueña de un extraño. Germán, atento a su gesto, le presentó a su hermano. Ella lo saludó y se apresuró a unirse al grupo que presenciaba el temporal.

-Hacía mucho que no te veía esa expresión embobada –le dijo Mauro a su hermano mayor- desde que te enamoraste del fiasco de tu ex mujer. ¿Se puede saber por qué me lo ocultabas?

-Porque hasta hoy no lo sabía yo mismo –le confesó.- Siempre la ví en la oficina de Méndez y me gustó. Pero anoche pude apreciarla desde una perspectiva más intimista y… ¿querés la primicia? Creo que estoy enamorado.

-¿Anoche intimaron?

-¡No, despistado! ¿Para qué te mandé a la Facultad? Dije intimista, no íntimo.

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