domingo, 5 de junio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - IX

Germán estacionó el auto en la cochera y después de bajar cerró la portezuela de un golpe. Había repartido a los empleados de Méndez a sus domicilios y a Sofía en tercer lugar después de Pablo y Rocío. Fue la única vez que le dirigió la palabra y precisamente para hacerle ese pedido. Estaba contrariado consigo mismo porque estaba seguro de haber inquietado a la mujer con su intempestiva revelación. Antes de acceder a la sala, su hermano apareció en el estacionamiento.

-¡Ey! ¿A qué se debe tu enojo? –le preguntó por reconocer sus estados de ánimo.

-A que hace un rato dije cosas que debería haberme tragado.

-¿A tu damisela? No puedo creer que la hayas injuriado.

-Algunas veces las palabras dichas fuera de tiempo pueden sonar ofensivas. Así que tendré que empezar de cero.

-¡Vamos, hombre! –le dijo Mauro pasándole un brazo por los hombros.- No conozco a nadie más obstinado que vos. Si pudiste salir adelante con la carga de un hermano cuando aún eras un jovenzuelo, ¿qué no harás para conservar a esta jovencita?

Germán le dio un amistoso empujón y le revolvió el pelo. Era conciente del afecto de su hermano y este sentimiento compensaba cualquier sacrificio y renuncia del pasado. Pensó que sus palabras no provenían sólo de su apego sino del conocimiento de su carácter empecinado que nunca se daba por vencido. Había conocido a una mujer que lo sacudió de su inercia amorosa y renovó sus fantasías juveniles. No la iba a perder por un exabrupto. Animado por este pensamiento, entró al comedor perseguido por las preguntas de Mauro:

-¿Me vas a contar qué pasó? ¿Qué le dijiste para que se haya molestado?

-Que me gustaba y que la hubiera abrazado y besado. Después de esto, no me habló más – confesó riendo.

-A ver… A ver… No hay nada insultante en ese discurso. ¿Por qué habría de tomarlo a mal?

-Porque recién me conoce, tonto. Y pudo creer que era un intento de seducirla.

-¿Y eso no está en tus planes? –carcajeó su hermano.

-Al final, cabeza hueca –afirmó siguiéndole el juego.- Y ahora, basta de mis desventuras amorosas. ¿Por qué estás solo?

-Ingrid viajó a Salta por una promoción y vuelve el martes. Así que, viejo, ya que no podemos disfrutar de nuestras mujeres ni mirar una película, te propongo una partidita de ajedrez. A lo mejor tu enajenamiento me permite ganar –dijo con una sonrisa maliciosa.

Germán lanzó una risotada ante la insinuación de su hermano. Abrió una de las puertas del modular, sacó el juego y lo instaló sobre la mesa ratona. Con un gesto, lo invitó a la partida. Estuvieron jugando hasta las seis de la tarde, hora en que se presentaron en la sala Antonio, Luciana y otra mujer que dijo llamarse Asunta. Germán los invitó a merendar en la cocina adonde Luciana insistió en ayudarle. Él estaba admirado de la capacidad del grupo para reponerse de las penurias. Se sentó a la mesa con sus huéspedes y los acompañó con una taza de café solo. El jardinero le comunicó que se prepararían para trasladarse a la casa de unos parientes ahora que había dejado de llover.

-No hay apuro, Antonio, –le aclaró- pueden quedarse en la casa mientras lo necesiten.

-Gracias, señor Navarro. Ya hizo demasiado por nosotros. Pero Asunta, María y Dolores con sus hermanas tienen donde estar, y con mi Luciana y las chicas podemos acomodarnos en la casa de mi compadre hasta que baje el agua.

-Como quieras. Me avisarás si necesitan cualquier cosa.

Antonio asintió y terminaron de merendar en silencio. Las mujeres se levantaron primero. Poco después volvieron con el resto del grupo y prepararon un refrigerio a instancia del dueño de casa. Cuando todas hubieron dado cuenta de sus porciones, Luciana se ocupó de lavar la vajilla y se prepararon para salir. Germán hizo un primer viaje con las mujeres que no estaban emparentadas con el jardinero y después lo dejó, junto a su familia, en la casa del pariente.

La tarde caía con rapidez favorecida por umbrías nubes que opacaban la retirada del sol. La mayor parte del trayecto lo hizo a oscuras, sólo alumbrado por las luces altas del coche y los destellos de los relámpagos que presagiaban la continuidad del temporal. La imagen de Sofía lo acompañó con la melancolía de la expectativa malograda. La luz no iluminaba su barrio como a gran parte de la ciudad. Para evitar que se agotara la poca carga que quedaba en las baterías, le propuso a Mauro que fueran a cenar a una localidad cercana adonde sabía que el suministro eléctrico no faltaba. A las nueve de la noche estaban instalados en un comedor de la ruta a Roldán. Mientras esperaban la comida, paladearon un buen vino y charlaron:

-Sigamos con el tema de tu esquiva enamorada –propuso Mauro.

-Antes, hablame de cómo van las cosas con Ingrid. A vos te veo poco, pero a ella menos. ¿Sigue con el negocio de los perfumes?

-¡A todo vapor! Parece que su deliciosa naricita es la mejor aliada en esto de descubrir fragancias exclusivas –dijo Mauro riendo porque la personal nariz de Ingrid distaba mucho de ser pequeña.

Germán sonrió. Recordó la primera impresión que lo asaltó al conocer a su cuñada. En tan delicado rostro uno no podía asumir tan llamativa nariz aguileña. Pero después de hablar un rato con ella, su carisma desvanecía la importancia del apéndice nasal. Ingrid reconocía esta desproporción, pero Mauro, absolutamente enamorado de todos sus pedazos, la disuadió de someterse a una cirugía. Como el amor era mutuo, ella accedió con la condición de discutirlo más adelante. Llevaban cinco años de casados y el tema no se había actualizado.

-Por lo que veo, viaja más que vos. ¿Cómo lo tomás?

-Me escuece un poco, viejo, pero está tan ilusionada con su emprendimiento que me prometí no boicotearle el entusiasmo. De cualquier manera, hemos estado hablando de un bebé. Las finanzas dan para mantenerlo y para que Ingrid instale un local. Así que, hermano, me estoy esmerando en cada reencuentro.

Germán lanzó una risotada ante la confidencia de Mauro. Divertida, por el comedido informe de su relación sexual y de alegría, por saber de las aspiraciones paternales de Mauro. Su hermano lo observaba con expresión risueña.

-No te rías tanto que vas a ser el padrino y, como lo vamos a malcriar, te sacará canas verdes.

-No te perdonaría que el primero no sea mi ahijado, pero ¿por qué hablamos de él? Puede ser él o ella

-Es cierto, pero Ingrid y yo siempre nos referimos a un él.

-Te prometo que también seré padrino de ella. Sin querer contradecirlos, claro… - manifestó con una sonrisa.

-Volviendo a lo tuyo -insistió Mauro- ¿por qué no la llamás mañana por teléfono? Dejás pasar esta noche, dejás que se le afloje el enfado… y mañana la invitás a desayunar.

-Primero, no sé su número de teléfono. Segundo, mañana viajo a Buenos Aires

-¿Y a qué se debe ese viaje?

-Voy a una exposición internacional de materiales eléctricos. Allí me voy a encontrar con Donald Farris.

-¿El presidente de Elcover? – Profirió Mauro asombrado.

-Así es. Y si tiene buena memoria, es posible que viaje con él a Inglaterra.

-¡Uh! Estoy impresionado. ¿Cómo lo conociste?

-En una circunstancia que le hizo pensar que me debe un favor. También fue en Buenos Aires, hace unos ocho meses. Iba yo para Pilar a un asado en la casa del Chnago, cuando vi al costado de la ruta a un tipo que hacía señas desesperadas a cualquier vehículo que pasara. Nadie paraba y me dio lástima, porque era noche cerrada y hacía un frío de cagarse. Me detuve varios metros adelante porque no podía maniobrar a la velocidad que venían los coches, y mientras retrocedía el hombre corría hacia mí. Abrí la puerta del auto para que subiera…

-¡Vos siempre tan confiado! –Interrumpió Mauro.- Algún día te vas a llevar una sorpresa…

-Me la llevé. Pero fue una buena sorpresa. Apenas se sentó, intentó chapurrear unas palabras en castellano para explicar su situación. Yo le contesté en inglés y ¡vieras cómo se le iluminó la cara! No podía creer que aparte de socorrerlo supiera hablar su idioma. Le propuse llamar al auxilio mecánico y me ofrecí a esperar junto con él. Me contestó que lo haría a la mañana, porque iba a una reunión muy importante. Supe que su auto había colapsado y con él todos los sistemas de comunicación. Terminó por ofrecerme mil dólares si lo llevaba al Sheraton de Buenos Aires.

-¡Qué momento, hermano! –dijo Mauro.- Un asado en la quinta del Chango o mil dólares. ¿Qué elegiste? ¡No! ¡Esperá, esperá! –lo atajó riendo.- Conociéndote, lo llevaste gratis.

-Me revientan tus aires de sabihondo. –Declaró Germán con una mueca.- Lo llevé gratis, sí, como lo hubieras hecho vos. Durante el trayecto se interesó por mis actividades, mi posición económica y mi vida familiar. Sabés que no me agrada hablar de mis cosas con un extraño, de modo que le contesté con cortesía pero sin decirle demasiado. Cuando llegamos al hotel, sacó una tarjeta y me dijo que, dadas mis actividades, esperaba encontrarme en la Expo de electricidad. Y agregó que sería un placer responder a mi gesto haciéndome conocer las instalaciones de su empresa.

-¡Habrás quedado en shock!

-No hasta llegar a Pilar adonde leí la tarjeta. De cualquier manera, no sé si después de tanto tiempo se acordará. Por las dudas, llevo mi pasaporte.

-¡Vos sos un tipo inolvidable! –dijo Mauro con ardor.- Supongo que no tendrás problemas para conseguir pasaje.

-Olvidate de eso, chiquilín. Viaja en jet propio –le aclaró con un gesto de suficiencia.

-Yo te voy a bajar de las nubes, grandullón. Si esa posibilidad se concreta, decime qué vas a hacer con tu amada. ¿O acaso creés que se va a bancar una semana de ausencia? Por no decir dos, o tres…

-En ese caso, vas a quedar encargado de averiguar su teléfono y pasármelo.

-¿Hacer de Celestina? ¡Ni loco! Te debo lo que soy, pero esto es demasiado.

Las bromas quedaron interrumpidas por la llegada de la cena. A medianoche pegaron la vuelta y Germán se desveló ante la expectativa del viaje y el recuerdo agridulce de sus reveladas emociones.

No hay comentarios: