Marcos corrió hacia el dormitorio seguido por Toni. Al regresar, le
preguntó a Irma: —¿Adónde puede haber ido?
—¡No sé, Quito! A mí no me dijo nada —se quedó pensativa—. Alguien la
llamó cuando nos acostamos después del almuerzo.
—Aparte de nosotros, solo conoce a Mario y Cleto. No creo que Mario osara
comunicarse con ella después de mi advertencia. Debió ser Cleto —apretó los
labios—. Y Leonora me aseguró que no actuaría sin consultarme… —su tono era de
perpleja contrariedad.
—Te lo dijo para zafar —aseguró Toni—. Es mejor que salgamos a buscarla
antes de que se meta en líos.
—Vamos —admitió su empleador. Le pidió a Irma que los llevara hasta la
cochera donde la joven guardaba el auto y le recomendó—: Cuando venga papá,
decile que fuimos para la clínica a buscar a Leo.
—Descuidá, querido —lo tranquilizó la mujer.
Al perder de vista al auto, entró a la casa. No podía creer en la audacia
de la chica que no solo había osado mentirle a Quito, sino que se arriesgaba a
una aventura acompañada por un muchacho que, a su criterio, estaba falto de
algunas luces. ¿Su decisión habría tenido que ver con su advertencia de que no
se expusieran? ¡Ah…! ¿Por qué se había anticipado en su afán de proteger a
Quito? Si no hubiera abierto la boca probablemente Leo se hubiera confiado al
hombre y no estaría en dificultades. Los pensamientos de alarma y culpa la
agobiaron durante los largos minutos que esperó a don Silva. Apareció media
hora después de que hubieran partido Marcos y Toni.
Al igual que su hijo, le preguntó a la perturbada mujer: —¿Qué pasó, Nana?
Irma le explicó,
visiblemente alterada, la desaparición de Leo y la veloz marcha de los jóvenes en el auto de la
muchacha, anexando el encargo de Marcos. Arturo, antes de irse, intentó
tranquilizarla.
—Andá a descansar que nada grave va a suceder. En cuanto tenga alguna
noticia, te llamo.
Irma se sentó en la reposera de la sala. Esperaría el llamado, pero no
acostada.
∞ ∞
Desde su ubicación, Leonora vio al guardia alejarse de la puerta. Cruzó
la calle y se acercó a la entrada vidriada ensordecida por el batir de su
corazón. La figura de Cleto apareció detrás de la puerta y le hizo señas. Cruzó
con rapidez la puerta automática que se abrió al acercarse y, sin cruzar
palabras, lo siguió hasta el ascensor. Anacleto manipuló con precisión las
llaves hasta introducir a Leo en la habitación de Camila. Antes de que sus ojos
se amoldaran a la penumbra, le advirtió: —Tiene media hora. Luis termina la
ronda en cuarenta y cinco minutos y necesitamos diez para dejar todo en orden
—sin esperar a que le contestara, se marchó.
Leonora caminó hacia la cama adonde reposaba su amiga. Se inclinó sobre
ella y observó el rostro sereno y el leve movimiento del pecho al ritmo de su
respiración. La miró como si deseara fotografiarla y pensó que había pasado
demasiado tiempo desde que la había despedido. Debo despertarla sin demora. Tenemos que irnos de aquí antes de que
regrese el guardia. Parece tan tranquila… Me da pena molestarla.
Pasó a la acción. La sacudió con suavidad hasta que Camila abrió los
ojos. Esperó hasta que una chispa de reconocimiento brilló en sus pupilas.
—¿Leo? —balbuceó.
—¡Sí, Cami, soy yo! No debemos perder tiempo —susurró—. Debemos salir de
este sitio. ¿Podés incorporarte?
Le pasó los brazos bajo los hombros y se enderezó lentamente hasta que
Camila quedó sentada en la cama.
—¡Leo…! —dijo con dificultad—. Me puso algo en la bebida que me sirvió…
Me dio un vahído y después no recuerdo nada más.
Leonora la abrazó: —¡Después me contás todo! Ahora urge que nos vayamos.
Te traje ropa y zapatos. Apoyate en mí para vestirte.
Tuvo que desplegar toda su fuerza para sostener a su amiga que, siendo de
apariencia endeble, se doblegaba bajo los efectos de la permanencia en la cama
y la escasa ingesta de alimentos. Una vez cubierta, la enlazó por la cintura
para ayudarla a caminar. No llegaron a abrir la puerta, que fue empujada hacia
adentro por el custodio de la clínica a quien seguía Matías.
—¡Te advertí que no te acercaras a mi paciente! —dijo con gesto
amenazante—. ¿Adónde te creés que vas?
—¡Afuera de aquí! Camila va a ser evaluada por otro médico —expresó con
voz firme.
—Has incurrido en un delito al irrumpir en la clínica sin autorización y
entorpecer el tratamiento de un internado. Me temo que pasarás la noche en una
celda —se dirigió a Luis—: ¿cómo diablos logró franquear la entrada? ¿Dejaste
la puerta abierta?
—¡No doctor! Solo Cleto pudo haberla accionado por dentro y abrir con su
llave la puerta del ascensor y del cuarto —se defendió el guardia.
—¡Buscalo! —ordenó con rudeza—. Y llamá a la comisaría para que se hagan
cargo de esta intrusa.
—Yo no sé que te traés entre manos para haber sometido a mi amiga, pero
tené la seguridad de que nos vamos de aquí —Leonora intentó acercarse a la
salida remolcando a Cami que caminaba con esfuerzo.
Matías clausuró la puerta con llave y sacó una jeringa del gabinete
colgante. La llenó con una sustancia ambarina y expuso con frialdad: —Si seguís
adelante, me da lo mismo inyectártela a vos o a Camila. Para ella es la
continuidad del tratamiento. Para vos, el comienzo, dada la alteración que
demostrás.
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