Luciano se
dirigió al cobertizo adonde guardaba la camioneta. Braulio lo detuvo en el
camino:
-Patroncito, es
mejor ir a caballo. Es difícil pasar con un auto y además los pondremos sobre
aviso. Los muchachos ya prepararon las monturas.
El joven asintió.
Llegaron a las caballerizas adonde los peones sostenían las riendas de tres
caballos. Damián se acercó a Braulio y le entregó un fusil como el que portaba
él.
-Ingeniero, tengo
un arma para usted -le ofreció a Lucho.
-No, Damián. No
sé manejarla. Confío en ustedes. Y ahora, vámonos -apremió.
Los tres montaron
quedando el capataz a la cabeza del grupo. Guió diestramente a hombres y
animales entre los árboles acrecentados por las sombras. Luciano luchaba contra
la ansiedad de poner al galope su corcel atendiendo a la imperiosa necesidad de
acudir en ayuda de Sandra. La imagen de la muchacha maltratada o herida lo
llenaba de angustia y se reprochó no haber intuido el peligro que la acechaba.
La oscuridad era un espeso pantano que había que sortear con precaución para no
encontrarse con obstáculos que retrasaran la expedición. Cada tanto consultaba
el mapa de su móvil para comprobar la precisión del recorrido y disminuir su
impaciencia. Un siglo después, para su sentir, Braulio detuvo la marcha. Se apearon
y en voz baja les comunicó que estaban a pocos metros de la cabaña y que
convenía llegar de a pie. Aseguraron a los caballos entre unos árboles y se
deslizaron con sigilo detrás del capataz. Sus ojos acostumbrados a las sombras
distinguieron los contornos de la construcción a la que se acercaron en
silencio. Damián se adelantó mientras Lucho y Braulio lo cubrían. A una seña
del encargado, se lanzó sobre la puerta y la abrió de un empellón. Lucho enfocó
el interior con una potente linterna dominado por la preocupación de distinguir
a su amada. Tirado en el piso divisaron a un hombre que emitía quejidos, al que
se acercaron para interrogar:
-¡Ah, maula!
-exclamó Braulio después de arrancarle la máscara.- No te bastó que te
perdonaran los robos en la estancia que tu codicia aumentó. ¿Adónde está la
señorita?
El individuo
siguió gimoteando sin responder. Luciano lo levantó y lo arrojó sobre el
camastro.
-Decime dónde
está la mujer que te llevaste o juro que te mato -le dijo sin levantar la voz.
-¡Se escapó!
-graznó amedrentado.- Yo no le hice nada…
-¿Adónde está tu
compinche? -preguntó el capataz.
-Se fue a
hablarle a la dueña -murmuró el delincuente.
-Debemos
organizar a los hombres para la búsqueda -dijo Braulio a sus acompañantes.
Luciano se
comunicó con su padre y le pidió que reuniera una cuadrilla equipada con
linternas y elementos de rescate para encontrarse cuanto antes en el refugio.
-¡Que traigan a
Baco y Mota! -encareció el capataz.- Y alguna prenda de la señorita.
Lucho transmitió
el pedido a Rafael quien le aseguró que saldrían inmediatamente.
-Yo la voy a
buscar -dijo el joven.- Ustedes esperen a mi padre.
-¡No, patroncito!
Usted desconoce el lugar y tendremos que buscar a dos en lugar de uno. Juan
Cruz conoce la cabaña y llegarán enseguida. Además contamos con dos buenos
perros rastreadores que nos guiarán adonde esté.
Luciano, lejos de
aceptar el razonamiento de Braulio, se preparó para salir cuando escucharon
acercarse el motor de un auto. Damián acercó el fusil a la cabeza del postrado
mientras el capataz se acercaba a la puerta para cerrarla y quedaba apostado al
costado con el arma preparada. Lucho apagó la linterna y se emparejó con él.
Aguardaron en silencio la entrada del otro secuestrador que ingresó en la choza
sin sospechar que habían sido descubiertos. Intentó huir al ver a Damián y a su
cómplice fuera de combate, pero Braulio lo atontó de un golpe mientras Lucho le
arrebataba el arma.
-¡Desgraciados!
-dijo el capataz.- Se van a arrepentir de lo que hicieron.
Lo arrojó al lado
de su secuaz y le ordenó a Damián que los atara. Luciano pisó inadvertidamente
los restos del celular de Sandra y alumbró el lugar con la linterna. Recogió
los pedazos y formuló una maldición. Si
ella hubiera conservado el teléfono ya la estaríamos ubicando. Increpó al
rufián que encontraron en la cabaña:
-Contame con
detalles cómo escapó, no sea que estés mintiendo -pronunció en tono contenido.
-¡No, señor, no
miento! Me tiró ácido en los ojos y después me electrocutó -gritó el sujeto
intimidado.
Lucho rió con
nerviosismo ante el desconcierto del grupo. ¡Adorable
muchacha! Sí que sabía defenderse.
Se regocijó por haberle acercado los dispositivos y por el encadenamiento de
sucesos que posibilitaron que los llevara encima. Ahora estaba seguro de que se
había fugado. Por un momento ensoñó el encuentro: ella corría hacia sus brazos
ansiosos de recibirla y levantaba el rostro para recibir un beso que resumía
todas las palabras de amor que pudiera prodigarle. Como una revelación, cruzó
por su mente el peligro que podía acecharla en medio de la oscuridad.
-¡Braulio! ¿Qué
animales deambulan de noche? -preguntó con voz alterada.
-Muchos,
patroncito. Roguemos al cielo que no se cruce con ninguna amenaza -manifestó,
mirando la cara ensombrecida de Luciano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario