jueves, 15 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 33


Luciano se dirigió al cobertizo adonde guardaba la camioneta. Braulio lo detuvo en el camino:
-Patroncito, es mejor ir a caballo. Es difícil pasar con un auto y además los pondremos sobre aviso. Los muchachos ya prepararon las monturas.
El joven asintió. Llegaron a las caballerizas adonde los peones sostenían las riendas de tres caballos. Damián se acercó a Braulio y le entregó un fusil como el que portaba él.
-Ingeniero, tengo un arma para usted -le ofreció a Lucho.
-No, Damián. No sé manejarla. Confío en ustedes. Y ahora, vámonos -apremió.
Los tres montaron quedando el capataz a la cabeza del grupo. Guió diestramente a hombres y animales entre los árboles acrecentados por las sombras. Luciano luchaba contra la ansiedad de poner al galope su corcel atendiendo a la imperiosa necesidad de acudir en ayuda de Sandra. La imagen de la muchacha maltratada o herida lo llenaba de angustia y se reprochó no haber intuido el peligro que la acechaba. La oscuridad era un espeso pantano que había que sortear con precaución para no encontrarse con obstáculos que retrasaran la expedición. Cada tanto consultaba el mapa de su móvil para comprobar la precisión del recorrido y disminuir su impaciencia. Un siglo después, para su sentir, Braulio detuvo la marcha. Se apearon y en voz baja les comunicó que estaban a pocos metros de la cabaña y que convenía llegar de a pie. Aseguraron a los caballos entre unos árboles y se deslizaron con sigilo detrás del capataz. Sus ojos acostumbrados a las sombras distinguieron los contornos de la construcción a la que se acercaron en silencio. Damián se adelantó mientras Lucho y Braulio lo cubrían. A una seña del encargado, se lanzó sobre la puerta y la abrió de un empellón. Lucho enfocó el interior con una potente linterna dominado por la preocupación de distinguir a su amada. Tirado en el piso divisaron a un hombre que emitía quejidos, al que se acercaron para interrogar:
-¡Ah, maula! -exclamó Braulio después de arrancarle la máscara.- No te bastó que te perdonaran los robos en la estancia que tu codicia aumentó. ¿Adónde está la señorita?
El individuo siguió gimoteando sin responder. Luciano lo levantó y lo arrojó sobre el camastro.
-Decime dónde está la mujer que te llevaste o juro que te mato -le dijo sin levantar la voz.
-¡Se escapó! -graznó amedrentado.- Yo no le hice nada…
-¿Adónde está tu compinche? -preguntó el capataz.
-Se fue a hablarle a la dueña -murmuró el delincuente.
-Debemos organizar a los hombres para la búsqueda -dijo Braulio a sus acompañantes.
Luciano se comunicó con su padre y le pidió que reuniera una cuadrilla equipada con linternas y elementos de rescate para encontrarse cuanto antes en el refugio.
-¡Que traigan a Baco y Mota! -encareció el capataz.- Y alguna prenda de la señorita.
Lucho transmitió el pedido a Rafael quien le aseguró que saldrían inmediatamente.
-Yo la voy a buscar -dijo el joven.- Ustedes esperen a mi padre.
-¡No, patroncito! Usted desconoce el lugar y tendremos que buscar a dos en lugar de uno. Juan Cruz conoce la cabaña y llegarán enseguida. Además contamos con dos buenos perros rastreadores que nos guiarán adonde esté.
Luciano, lejos de aceptar el razonamiento de Braulio, se preparó para salir cuando escucharon acercarse el motor de un auto. Damián acercó el fusil a la cabeza del postrado mientras el capataz se acercaba a la puerta para cerrarla y quedaba apostado al costado con el arma preparada. Lucho apagó la linterna y se emparejó con él. Aguardaron en silencio la entrada del otro secuestrador que ingresó en la choza sin sospechar que habían sido descubiertos. Intentó huir al ver a Damián y a su cómplice fuera de combate, pero Braulio lo atontó de un golpe mientras Lucho le arrebataba el arma.
-¡Desgraciados! -dijo el capataz.- Se van a arrepentir de lo que hicieron.
Lo arrojó al lado de su secuaz y le ordenó a Damián que los atara. Luciano pisó inadvertidamente los restos del celular de Sandra y alumbró el lugar con la linterna. Recogió los pedazos y formuló una maldición. Si ella hubiera conservado el teléfono ya la estaríamos ubicando. Increpó al rufián que encontraron en la cabaña:
-Contame con detalles cómo escapó, no sea que estés mintiendo -pronunció en tono contenido.
-¡No, señor, no miento! Me tiró ácido en los ojos y después me electrocutó -gritó el sujeto intimidado.
Lucho rió con nerviosismo ante el desconcierto del grupo. ¡Adorable muchacha! Sí que sabía defenderse. Se regocijó por haberle acercado los dispositivos y por el encadenamiento de sucesos que posibilitaron que los llevara encima. Ahora estaba seguro de que se había fugado. Por un momento ensoñó el encuentro: ella corría hacia sus brazos ansiosos de recibirla y levantaba el rostro para recibir un beso que resumía todas las palabras de amor que pudiera prodigarle. Como una revelación, cruzó por su mente el peligro que podía acecharla en medio de la oscuridad.
-¡Braulio! ¿Qué animales deambulan de noche? -preguntó con voz alterada.
-Muchos, patroncito. Roguemos al cielo que no se cruce con ninguna amenaza -manifestó, mirando la cara ensombrecida de Luciano.

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