Sandra soportó
los empellones con que los sujetos la sacaron por la parte trasera de la casa.
Sus ojos giraban enloquecidos esperando que alguien se cruzara con ellos, pero
amparados por las sombras crecientes de la tarde llegaron hasta un vehículo
adonde la empujaron, sin delicadeza, en el asiento trasero. Uno de los
individuos se sentó atrás para vigilarla mientras el otro se hacía cargo del
volante. Perdió la cuenta de las curvas que pegaron antes de internarse en una
zona densamente arbolada. El conductor manejaba con cuidado sólo alumbrado por
las luces bajas. Después de un tiempo que le pareció una eternidad, detuvieron
el coche entre varios árboles y la hicieron bajar. Caminaron; ella arrastrada
del brazo, hasta una construcción desdibujada por la oscuridad. El que los
precedía empujó la puerta y se sumergieron entre las tinieblas del interior.
Sandra experimentó un ataque de pánico que se esforzó en controlar para no
desmoronarse delante de sus captores. La luz de una linterna recorrió la habitación
y se detuvo en un farol que unas manos abrieron para encender la mecha. Una
claridad amarillenta, que no disipaba las sombras de los rincones, los alumbró.
Cuando su visión se adaptó a la escasa luz, distinguió un camastro, una mesa y
dos sillas. Le señalaron la desvencijada litera con una advertencia:
-Sentate y no se
te ocurra escapar porque nos vamos a olvidar que valés plata.
Ella obedeció y
se acomodó al borde del lecho. El que parecía mandar habló en voz baja unas
palabras con el otro y salió de la casucha. Sandra escuchó el roncar del motor
cuando el auto se puso en marcha y el crujir de las ramitas al alejarse. El
cancerbero, que no había dejado de vigilarla, cruzó una tranca en la puerta,
apoyó el arma contra la pared y se le acercó:
-Tenemos casi una
hora, piba. Vamos a jugar un ratito -dijo el individuo inclinándose hacia ella
y arrancándole la mordaza de un tirón.
Ella no pudo
reprimir una exclamación de dolor que olvidó, cuando las manos del sujeto
tocaron su cuerpo.
-¿Qué vas a hacer?
-lo retó mirándolo a los ojos.- Si tenés ganas de divertirte, hacelo como
hombre y no con una mujer atada.
La levantó de un
tirón y la apoyó contra su cuerpo excitado.
-¡Callate! ¿Querés? Yo te voy a mostrar cómo se divierte un hombre - aseguró tocándole el
trasero.
Ella se resistía
ladeándose a los costados cuando el delincuente lanzó un insulto y, enarbolando
el celular, la arrojó sobre la cama:
-¡Reverenda puta!
¡Tenías el teléfono y no dijiste nada! -gritó abofeteándola.
-¡Estás loco! ¡Me
ataron las manos! ¿Cómo podría usarlo? -exclamó.
El sujeto lo tiró
contra el piso y lo deshizo a tacazos. Después se volvió hacia ella con un
brillo de furia en los ojos.
-Te voy a
enseñar… -gruñó entre dientes.
La joven
presintió que su chance de eludirlo era ínfima. Volvió a clavar la mirada en la
de su atacante y silabeó incitante:
-Desatame y nos
divertiremos los dos. Yo también tengo cosas que enseñarte si no tenés miedo de
una mujer…
-¿Miedo yo? -se
exaltó el personaje.- Podría estrangularte con una mano.- La rodeó con los
brazos y maniobró sobre sus muñecas hasta despegar la banda engomada. Después
se incorporó y la observó por encima:- Ya estás libre. Demostrame que sabés
hacer con las manos.
Sandra se tendió
de costado y lo provocó:
-Acostate. Te va
a gustar más en esta posición…
El delincuente,
respirando con pesadez, se tumbó junto a ella y la apretó contra su cuerpo
sudoroso. Ella pensó que se iba a descomponer del tufo que emanaba del hombre
excitado. Se dominó y palpó la entrepierna masculina. Subió lentamente por su
torso hasta el cuello y entreabrió los labios acariciando el rostro
enmascarado. Escuchó el jadeo del sujeto y sintió la presión de su miembro en
total erección. Tengo una sola
oportunidad, pensó. Ubicó su mano izquierda a la altura de los ojos del
hombre y la unió a su diestra. Deslizó el seguro del anillo y sepultó el rostro
en el pecho del individuo que, abandonado a sus instintos, recibió a medias la
descarga de gas por debajo de la máscara. Al tiempo que aullaba de dolor la
asió por el pelo colmándola de blasfemias. Sandra gritó y apretó el botón de la
pulsera clavando la punta en el cuerpo de su agresor. Atinó a separarse del
sujeto convulsionado y aflojó la presión cuando pensó que podía matarlo. Lo
empujó con las piernas fuera del camastro mientras pisaba el suelo sollozando.
Corrió hacia la puerta liberándola de la estaca y trastabilló hacia el
exterior. Sus piernas, movidas por el instinto de conservación, la encaminaron
hacia los árboles. Se desplazó siempre adelante, tropezando, cayendo y
levantándose. La oscuridad era su aliada y su enemiga; la ocultaba pero la
exponía al ataque de alimañas y depredadores que poblaban su fantasía. Frenó la
desordenada carrera al darse de bruces contra el suelo cuando su pie se
enganchó en una protuberante raíz. Estuvo tendida hasta recuperar el aliento y
comprobar que sus huesos habían resistido el porrazo. No había más sonidos a su
alrededor que el sigiloso movimiento de los animales nocturnos; nada que
indicase que fuera perseguida. Se animó a encender la linterna y dirigió el haz
hacia el frente. Apenas entreveía los primeros árboles, pero pensó que bastaba
para avanzar en línea recta. Caminó aprisa aunque verificando la dirección de
sus pasos. Sabía que tenía que alejarse lo más posible del refugio de los
secuestradores y ocultarse para que no la encontraran. Ahora no sólo estaba en
juego su integridad sino su vida. Anduvo durante un tiempo que juzgó
interminable aturdida por los latidos de su corazón y su prolífica imaginación.
Ni siquiera presintió que la barrera vegetal crecía al borde del profundo
barranco que la engulló liberando los gritos que había reprimido en la huída.
Cayó dando tumbos hasta el fondo y en el último giro quedó sumergida en el
agua. El estanque era profundo y braceó para emerger. Tosiendo, para expulsar
el agua que había tragado, intentó tranquilizarse y mantenerse a flote. No debo estar lejos de la orilla. Espero que
funcione la linterna. Apretó el botón y la luz se encendió. La dirigió
hacia adelante y los lados hasta divisar lo que evaluó como vegetación. Nadó en
esa dirección hasta tantear los matorrales que aferró para izarse fuera del
pozo. Permaneció boca abajo para restablecer su aliento y luego se volvió con
sobresalto al escuchar un chapoteo. El mortecino resplandor de la linterna se
reflejó en unos ojos sobresalidos del agua. ¡Un
cocodrilo! ¡Dios mío! ¡Un cocodrilo! Se levantó de un salto y alumbró la
pared de la hondonada que caía a pique sobre el agua. Bordeó el hoyo hasta
encontrar un espacio más plano que ascendía hacia la oscuridad. Se aferró a las
salientes que su mano tanteaba entre las sombras y fue trepando hasta encontrar
unas ramas fuertes que semejaban a una horquilla. Se aseguró en su base y
encogió las piernas esperando que el reptil no pudiera alcanzarla.
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