martes, 13 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 32


Sandra soportó los empellones con que los sujetos la sacaron por la parte trasera de la casa. Sus ojos giraban enloquecidos esperando que alguien se cruzara con ellos, pero amparados por las sombras crecientes de la tarde llegaron hasta un vehículo adonde la empujaron, sin delicadeza, en el asiento trasero. Uno de los individuos se sentó atrás para vigilarla mientras el otro se hacía cargo del volante. Perdió la cuenta de las curvas que pegaron antes de internarse en una zona densamente arbolada. El conductor manejaba con cuidado sólo alumbrado por las luces bajas. Después de un tiempo que le pareció una eternidad, detuvieron el coche entre varios árboles y la hicieron bajar. Caminaron; ella arrastrada del brazo, hasta una construcción desdibujada por la oscuridad. El que los precedía empujó la puerta y se sumergieron entre las tinieblas del interior. Sandra experimentó un ataque de pánico que se esforzó en controlar para no desmoronarse delante de sus captores. La luz de una linterna recorrió la habitación y se detuvo en un farol que unas manos abrieron para encender la mecha. Una claridad amarillenta, que no disipaba las sombras de los rincones, los alumbró. Cuando su visión se adaptó a la escasa luz, distinguió un camastro, una mesa y dos sillas. Le señalaron la desvencijada litera con una advertencia:
-Sentate y no se te ocurra escapar porque nos vamos a olvidar que valés plata.
Ella obedeció y se acomodó al borde del lecho. El que parecía mandar habló en voz baja unas palabras con el otro y salió de la casucha. Sandra escuchó el roncar del motor cuando el auto se puso en marcha y el crujir de las ramitas al alejarse. El cancerbero, que no había dejado de vigilarla, cruzó una tranca en la puerta, apoyó el arma contra la pared y se le acercó:
-Tenemos casi una hora, piba. Vamos a jugar un ratito -dijo el individuo inclinándose hacia ella y arrancándole la mordaza de un tirón.
Ella no pudo reprimir una exclamación de dolor que olvidó, cuando las manos del sujeto tocaron su cuerpo.
-¿Qué vas a hacer? -lo retó mirándolo a los ojos.- Si tenés ganas de divertirte, hacelo como hombre y no con una mujer atada.
La levantó de un tirón y la apoyó contra su cuerpo excitado.
-¡Callate! ¿Querés? Yo te voy a mostrar cómo se divierte un hombre - aseguró tocándole el trasero.
Ella se resistía ladeándose a los costados cuando el delincuente lanzó un insulto y, enarbolando el celular, la arrojó sobre la cama:
-¡Reverenda puta! ¡Tenías el teléfono y no dijiste nada! -gritó abofeteándola.
-¡Estás loco! ¡Me ataron las manos! ¿Cómo podría usarlo? -exclamó.
El sujeto lo tiró contra el piso y lo deshizo a tacazos. Después se volvió hacia ella con un brillo de furia en los ojos.
-Te voy a enseñar… -gruñó entre dientes.
La joven presintió que su chance de eludirlo era ínfima. Volvió a clavar la mirada en la de su atacante y silabeó incitante:
-Desatame y nos divertiremos los dos. Yo también tengo cosas que enseñarte si no tenés miedo de una mujer…
-¿Miedo yo? -se exaltó el personaje.- Podría estrangularte con una mano.- La rodeó con los brazos y maniobró sobre sus muñecas hasta despegar la banda engomada. Después se incorporó y la observó por encima:- Ya estás libre. Demostrame que sabés hacer con las manos.
Sandra se tendió de costado y lo provocó:
-Acostate. Te va a gustar más en esta posición…
El delincuente, respirando con pesadez, se tumbó junto a ella y la apretó contra su cuerpo sudoroso. Ella pensó que se iba a descomponer del tufo que emanaba del hombre excitado. Se dominó y palpó la entrepierna masculina. Subió lentamente por su torso hasta el cuello y entreabrió los labios acariciando el rostro enmascarado. Escuchó el jadeo del sujeto y sintió la presión de su miembro en total erección. Tengo una sola oportunidad, pensó. Ubicó su mano izquierda a la altura de los ojos del hombre y la unió a su diestra. Deslizó el seguro del anillo y sepultó el rostro en el pecho del individuo que, abandonado a sus instintos, recibió a medias la descarga de gas por debajo de la máscara. Al tiempo que aullaba de dolor la asió por el pelo colmándola de blasfemias. Sandra gritó y apretó el botón de la pulsera clavando la punta en el cuerpo de su agresor. Atinó a separarse del sujeto convulsionado y aflojó la presión cuando pensó que podía matarlo. Lo empujó con las piernas fuera del camastro mientras pisaba el suelo sollozando. Corrió hacia la puerta liberándola de la estaca y trastabilló hacia el exterior. Sus piernas, movidas por el instinto de conservación, la encaminaron hacia los árboles. Se desplazó siempre adelante, tropezando, cayendo y levantándose. La oscuridad era su aliada y su enemiga; la ocultaba pero la exponía al ataque de alimañas y depredadores que poblaban su fantasía. Frenó la desordenada carrera al darse de bruces contra el suelo cuando su pie se enganchó en una protuberante raíz. Estuvo tendida hasta recuperar el aliento y comprobar que sus huesos habían resistido el porrazo. No había más sonidos a su alrededor que el sigiloso movimiento de los animales nocturnos; nada que indicase que fuera perseguida. Se animó a encender la linterna y dirigió el haz hacia el frente. Apenas entreveía los primeros árboles, pero pensó que bastaba para avanzar en línea recta. Caminó aprisa aunque verificando la dirección de sus pasos. Sabía que tenía que alejarse lo más posible del refugio de los secuestradores y ocultarse para que no la encontraran. Ahora no sólo estaba en juego su integridad sino su vida. Anduvo durante un tiempo que juzgó interminable aturdida por los latidos de su corazón y su prolífica imaginación. Ni siquiera presintió que la barrera vegetal crecía al borde del profundo barranco que la engulló liberando los gritos que había reprimido en la huída. Cayó dando tumbos hasta el fondo y en el último giro quedó sumergida en el agua. El estanque era profundo y braceó para emerger. Tosiendo, para expulsar el agua que había tragado, intentó tranquilizarse y mantenerse a flote. No debo estar lejos de la orilla. Espero que funcione la linterna. Apretó el botón y la luz se encendió. La dirigió hacia adelante y los lados hasta divisar lo que evaluó como vegetación. Nadó en esa dirección hasta tantear los matorrales que aferró para izarse fuera del pozo. Permaneció boca abajo para restablecer su aliento y luego se volvió con sobresalto al escuchar un chapoteo. El mortecino resplandor de la linterna se reflejó en unos ojos sobresalidos del agua. ¡Un cocodrilo! ¡Dios mío! ¡Un cocodrilo! Se levantó de un salto y alumbró la pared de la hondonada que caía a pique sobre el agua. Bordeó el hoyo hasta encontrar un espacio más plano que ascendía hacia la oscuridad. Se aferró a las salientes que su mano tanteaba entre las sombras y fue trepando hasta encontrar unas ramas fuertes que semejaban a una horquilla. Se aseguró en su base y encogió las piernas esperando que el reptil no pudiera alcanzarla.

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