A las cinco de la
tarde terminó el espectáculo y comenzó la ronda de mate. Un equipo fue colocado
en cada mesa con variada panificación casera. Rafael y Lucho transitaron entre
los concurrentes saludando a los conocidos en tanto las mujeres con Mike y
Braulio recorrieron el casco de la estancia. Después llegaron hasta los
corrales y establos, adonde el capataz les adelantó que en la mañana tendrían
aparejadas sus monturas para hacer una excursión y visitar el monte de
frutales. Terminaron circulando entre grandes jaulas con pájaros de distinta
especie y cercados adonde albergaban avestruces traídos por el esposo de Leonor
hacía más de treinta años. A las seis Luisa declaró que estaba agotada y
deseaba tomar un baño. La acompañaron hasta la casa y las jóvenes, junto a los
hombres, se acercaron adonde departía el grupo de invitados. La anfitriona
hacía media hora que se había retirado a descansar. Rafael vio cómo el gesto
retraído de Lucho se disolvía ante la llegada de Sandra. El capataz, que estaba
junto a él, comentó:
-Parece que al
patroncito le ha picado fuerte.
-Era hora,
Braulio - asintió el padre con una sonrisa.- Pero se me ha enamorado la yunta
al mismo tiempo -agregó con pesadumbre.
-¿Por qué se pone
así, patrón? El inglés parece buen hombre y la señorita Sandra, aunque se
resista, ha puesto los ojos en el patroncito. No hay más que verlos - sostuvo
Braulio.
Rafael suspiró
mirando a sus hijos emparejados. Deseaba que encontraran los mejores compañeros
con quienes compartir sus vidas, pero también era para él el comienzo de una
etapa nueva que pocos días atrás ni siquiera vislumbraba. Sandra y Romina reían
de las palabras de Lucho que había tomado en sus manos una trenza de cada
muchacha mientras Mike sonreía divertido. Las jóvenes enfilaron luego a los
vestuarios para recuperar la indumentaria que llevaban al mediodía.
-¿Cuándo nos
llevarás a conocer el monte de frutales? -Romina encaró a su hermano al volver.
-Mañana, cargosa.
Y prepárense para montar -dijo incluyendo a ambas amigas.
-Vos ocupate de
Sandra. Mike será mi profe -declaró Romi abrazando a su novio por la cintura.
Lucho sufría
deseando tener a Sandra apretada contra su cuerpo y poder besarla como Michael
a Romina. Sus ojos expresivos dirigieron un mensaje que coloreó el rostro de la
joven. A él se le agitó la sangre al ritmo de los latidos de un corazón que
presentía la inminencia del momento. La presencia de Braulio rasgó la sutil
trama de clarividencia:
-Disculpe,
patroncito -dijo apesadumbrado.- Aparicio no puede conectar el aparato de
riego.
-Ya voy
-reaccionó el joven.- Vuelvo enseguida -le anunció a Sandra. Mientras se
dirigía a las instalaciones le pidió al capataz:- Braulio, andá a buscar a mi
padre.
-¿Por qué no
aprovechamos para desarmar las valijas? -Le dijo Romina a su amiga al ofrecerse
Mike a colaborar con Lucho.- Quiero sacar cuanto antes el vestido largo para
que no se estropee.
Sandra asintió y
ambas se dirigieron a la residencia. De la sala que estaba al costado de la
escalera escucharon la voz de Luisa. Se asomaron y la vieron departiendo con
Leonor.
-¡Adelante,
chicas! -dijo la dueña de casa.- Estábamos alabando su aptitud para el baile.
Las dos
agradecieron y se sentaron frente a las mujeres.
-¿Y adónde están
sus festejantes? -preguntó Leonor.
-A Lucho lo llamaron
para conectar un aparato y Mike lo acompañó -explicó Romi con naturalidad.-
Nosotras vinimos a desocupar las valijas.
-Vayan. Y después
se tomarán un café y probarán estas deliciosas masitas que cocina Marta
-exhortó Leonor con tanta cordialidad que las chicas no pudieron negarse.
Abrieron las
maletas y dispusieron su contenido en el amplio guardarropa. Sandra revisó el
bolso y acomodó en la mesa de luz los elementos de maquillaje y de higiene
personal. En el fondo estaba el estuche con los accesorios para la indumentaria
de fiesta. Se lo quedó mirando con el ceño fruncido; después se largó a reír.
-¿Qué es lo que
te causa tanta gracia? -preguntó Romina mirándola.
-Que en lugar de
cargar mis abalorios traje la caja con los dispositivos de defensa de Lucho.
-¡Ja ja! No te
preocupes, que entre mamá y yo te prestaremos lo que haga falta. ¿Terminaste?
-Sí. Vayamos a
tomar el café.
Las masitas, como
había asegurado Leonor, eran un manjar. La mujer se interesó por las
actividades de las jóvenes:
-Luisa me contó
acerca de su agencia. Imagino que tomarán recaudos para evitar riesgos -agregó.
-Si nosotras no
lo hubiéramos pensado -señaló Romina entre risas- Lucho se ocupó de enmendarlo.
Precisamente Sandra trajo en lugar de sus adornos, un anillo y una pulsera que
mi hermano le regaló para defensa personal.
-Aclará que fue
por error -dijo la nombrada.- no vaya a creer Leonor que pensaba usarlos en su
casa.
-¡Ah! -exclamó la
anfitriona.- Ahora me los tendrás que mostrar…
-¡Sí! -aprobaron
Romi y Luisa a coro. La madre de Romina insistió:- Dale el gusto a Leonor...
Sandra se encogió
de hombros. Se levantó y volvió a la habitación mientras el trío charlaba con
animación. Se colocó el anillo y buscó la misma blusa roja que disimulaba la
pulsera ficticia. Antes de salir, desenchufó el celular que tenía la carga
completa y lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Bajó con una sonrisa
pensando en los comentarios de las damas mayores. Al acercarse al aposento
creyó escuchar un grito ahogado. Una descarga de adrenalina aceleró el latido
de su corazón y la indujo a moverse con sigilo para arrimarse a la puerta
entreabierta. El importante espejo que aumentaba la amplitud del recinto
reflejaba una escena que la paralizó. Lidia y Leonor, amordazadas, se
encontraban sentadas en el sillón doble; Romina además de la mordaza estaba
atada de pies y manos. Dos hombres encapuchados las apuntaban con sendos
fusiles.
-Llevemos a la
vieja -escuchó decir a uno.
-¡No! A la
pendeja -decidió el otro que portaba el arma más corta.
Luisa se abalanzó
sobre el malhechor con una exclamación sofocada y recibió un empujón que la
derribó sobre Leonor. El que había hablado primero inmovilizó con una cinta las
extremidades de las mujeres. Sandra se estremeció porque comprendió que
hablaban de un secuestro. En esa parte de la casa no había ningún sirviente
salvo que se le llamara, y las dependencias estaban tan separadas unas de otras
que dudó de que un grito fuera escuchado. Antes de que pudiera tomar una
decisión, se vio amenazada por uno de los sujetos que se había acercado a la
puerta sin que ella lo notara.
-¡Adentro! Y no
intentés gritar porque te mato -la empujó con el caño del arma.
Miró los ojos
desesperados de su amiga y sin medir las consecuencias encaró a los
delincuentes:
-¿Por qué no se
llevan todo lo que puedan y se van? No los denunciaremos.
-¿Y vos quién sos
para dar órdenes? -dijo el que quería llevarse a Romina.
Ella alzó la
cabeza y especificó con gesto altivo:
-La nieta de la
señora. Y si quieren cobrar alguna recompensa ni se les ocurra sacarla de la
casa porque sufre del corazón. Por la única que pagará rescate es por mí y
siempre que no dañen a nadie.
Los maleantes
vacilaron. El que había hablado primero apremió:
-¡Llevémosla y si
la vieja no paga se la devolvemos en pedacitos!
-Amordazala y
atale las manos -le ordenó el de caño recortado. Se volvió hacia Leonor:- La
vamos a llamar para que sepa dónde dejar la plata. Si no paga o le avisa a la
policía, su nieta es fiambre. ¡Vamos! -apresuró a su cómplice.
Romina,
sollozando, vio salir a su amiga tironeada del brazo por los agresores. Trató
de recuperar el control para intentar soltarse. Le habían trabado las muñecas
por detrás y advirtió que no podría despegar la cinta. Leonor, desde el sillón,
parecía indicarle algo con el movimiento de su cabeza. Se acercó reptando hasta
descubrir un botón al costado de la butaca. Se contorsionó para alcanzar el
interruptor con las manos y se apoyó en él con toda la fuerza de su cuerpo. La
desesperación la ganó al no escuchar ningún sonido, pero poco después entraban
a la habitación dos hombres armados y dos mujeres a la zaga. Revisaron
rápidamente el recinto y mientras uno quedaba de custodia en la puerta, los
demás liberaron a las víctimas de sus ataduras.
-¡Vayan a buscar
a Braulio y a los ingenieros! -ordenó Leonor apenas pudo hablar.
Madre e hija,
abrazadas, se le acercaron preocupadas por la conmoción que traslucía su pálido
rostro.
-¡Más les vale
que no lastimen a esa muchacha porque no claudicaré hasta saberlos muertos!
-prometió con un brillo de dureza en sus ojos.
Rafael y Luciano,
seguidos por el capataz y Mike, entraron a la carrera. El hombre se precipitó
sobre su mujer y su hija cercándolas con su brazo. Lucho, aliviado por ver a su
madre y hermana sin lesiones, se acercó a la demacrada estanciera:
-Leonor, cuénteme
qué ha pasado. -Recorrió la habitación con los ojos y, sin aguardar respuesta,
preguntó con voz estrangulada:- ¿Adónde está Sandra?
-Se la llevaron,
Lucho, porque se entregó para protegernos -admitió la mujer.
-¿Se entregó? ¿Qué
quiere decir? -dijo él sin atreverse a comprender.
-Nos
sorprendieron a tu madre, a tu hermana y a mí en esta habitación. Sandra había
salido un momento. Primero nos amordazaron y después ataron a Romina. Uno de
ellos habló de llevarse a tu hermana y el otro dijo que a mí. No pude accionar
la alarma porque nos ataron. Sorprendieron a tu muchacha y la trajeron adentro.
Los enfrentó con tal valentía y seguridad que los convenció de que era mi nieta
y por ella cobrarían recompensa si no nos lastimaban. ¡Tenés que recuperarla
cuanto antes, Lucho!
-¿Pero dónde?
-gimió el joven.
-Patroncito, no
es hora de desesperarse, así no la va a encontrar. La policía viene para acá y
los muchachos están prontos a organizar una partida para buscarla.
Luciano inhaló y
exhaló varias veces para tranquilizarse, pero necesitaba más detalles para
componer en su mente las intenciones de los secuestradores. Habló con Luisa que
pocos datos aportó y luego con Romi que estaba siendo consolada por Mike:
-Hermanita,
cualquier cosa que recuerdes me puede dar una pista para encontrar a Sandra. Lo
que sea, aunque no lo consideres importante.
-¡Ay, Lucho! Ella
se dejó llevar para que no me arrastraran a mí -sollozó.
-¿Por qué no
estaba con ustedes? -insistió su hermano.
-Porque Leonor
quería ver los trastos de defensa que le regalaste -gimoteó.
-¿Los llevaba
puestos? -inquirió Lucho con agitación.
-¡No sé…!
-lloriqueó Romi.- Todo fue tan confuso…
Luciano esperaba
un milagro: que los raptores no confiscaran los dispositivos y, que si Sandra
los usara, los dejara fuera de combate. Se esforzó por hacer un recuento de los
componentes de protección y sintió que algo se le escapaba. Su mente se aclaró
cuando vio a un invitado atender un teléfono móvil. El celular.
-Romi, ¿llevaba
el celular? -interrogó esperanzado.
-¡No sé, Lucho, no
sé! Lo lamento… -se desbordó acongojada.
Él manipuló
frenéticamente su blackberry. Su corazón se disparó al ver las coordenadas del
GPS. Estaban fuera de la estancia de Leonor.
-¡Papá! -llamó en
voz alta- Ayudame a ubicar este lugar -le señaló el mapa en la pantalla de su
teléfono.
-Está dentro de
la cuña boscosa -afirmó el hombre al cabo.- Ampliá el radio y le mostramos a
Braulio. -Se alejó para buscar al encargado.
Luciano miraba
fascinado el display tratando de imaginar el lugar donde se encontraba Sandra. Que no te saquen de ahí, querida. Que tenga
la oportunidad de decirte todo lo que no me animé hasta ahora. Que no te hagan
daño… El fervor de su impetración fue quebrado por la llegada del capataz y
su padre.
-Braulio
-requirió el joven.- Fijate en este mapa. Aquí está la estancia y aquí
posiblemente tengan a Sandra. ¿Cuánto conocés de esta zona?
-Es la parte más
tupida de la cuña boscosa. Si no me equivoco, cerca de este punto hay una
cabaña que servía de refugio a los cazadores -indicó el capataz después de
estudiar la pantalla.- Ahora está en desuso porque la caza está prohibida.
-Voy a buscarla
-dijo Lucho resuelto.
-No solo ni
desarmado, patroncito. Damián y yo iremos con usted.
-Yo también voy
-afirmó su padre.
-No. Quedate con
Mike para cuidar de las mujeres y atender a la policía cuando venga -decidió su
hijo.
-Patrón -propuso
Braulio- usted puede organizar a los hombres por si es necesario hacer un
rastreo. El patroncito le dirá qué hacer cuando lleguemos al refugio.
Rafael asintió
con reticencia mientras Lucho y Braulio se dirigían a la salida.
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