viernes, 9 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 31


A las cinco de la tarde terminó el espectáculo y comenzó la ronda de mate. Un equipo fue colocado en cada mesa con variada panificación casera. Rafael y Lucho transitaron entre los concurrentes saludando a los conocidos en tanto las mujeres con Mike y Braulio recorrieron el casco de la estancia. Después llegaron hasta los corrales y establos, adonde el capataz les adelantó que en la mañana tendrían aparejadas sus monturas para hacer una excursión y visitar el monte de frutales. Terminaron circulando entre grandes jaulas con pájaros de distinta especie y cercados adonde albergaban avestruces traídos por el esposo de Leonor hacía más de treinta años. A las seis Luisa declaró que estaba agotada y deseaba tomar un baño. La acompañaron hasta la casa y las jóvenes, junto a los hombres, se acercaron adonde departía el grupo de invitados. La anfitriona hacía media hora que se había retirado a descansar. Rafael vio cómo el gesto retraído de Lucho se disolvía ante la llegada de Sandra. El capataz, que estaba junto a él, comentó:
-Parece que al patroncito le ha picado fuerte.
-Era hora, Braulio - asintió el padre con una sonrisa.- Pero se me ha enamorado la yunta al mismo tiempo -agregó con pesadumbre.
-¿Por qué se pone así, patrón? El inglés parece buen hombre y la señorita Sandra, aunque se resista, ha puesto los ojos en el patroncito. No hay más que verlos - sostuvo Braulio.
Rafael suspiró mirando a sus hijos emparejados. Deseaba que encontraran los mejores compañeros con quienes compartir sus vidas, pero también era para él el comienzo de una etapa nueva que pocos días atrás ni siquiera vislumbraba. Sandra y Romina reían de las palabras de Lucho que había tomado en sus manos una trenza de cada muchacha mientras Mike sonreía divertido. Las jóvenes enfilaron luego a los vestuarios para recuperar la indumentaria que llevaban al mediodía.
-¿Cuándo nos llevarás a conocer el monte de frutales? -Romina encaró a su hermano al volver.
-Mañana, cargosa. Y prepárense para montar -dijo incluyendo a ambas amigas.
-Vos ocupate de Sandra. Mike será mi profe -declaró Romi abrazando a su novio por la cintura.
Lucho sufría deseando tener a Sandra apretada contra su cuerpo y poder besarla como Michael a Romina. Sus ojos expresivos dirigieron un mensaje que coloreó el rostro de la joven. A él se le agitó la sangre al ritmo de los latidos de un corazón que presentía la inminencia del momento. La presencia de Braulio rasgó la sutil trama de clarividencia:
-Disculpe, patroncito -dijo apesadumbrado.- Aparicio no puede conectar el aparato de riego.
-Ya voy -reaccionó el joven.- Vuelvo enseguida -le anunció a Sandra. Mientras se dirigía a las instalaciones le pidió al capataz:- Braulio, andá a buscar a mi padre.
-¿Por qué no aprovechamos para desarmar las valijas? -Le dijo Romina a su amiga al ofrecerse Mike a colaborar con Lucho.- Quiero sacar cuanto antes el vestido largo para que no se  estropee.
Sandra asintió y ambas se dirigieron a la residencia. De la sala que estaba al costado de la escalera escucharon la voz de Luisa. Se asomaron y la vieron departiendo con Leonor.
-¡Adelante, chicas! -dijo la dueña de casa.- Estábamos alabando su aptitud para el baile.
Las dos agradecieron y se sentaron frente a las mujeres.
-¿Y adónde están sus festejantes? -preguntó Leonor.
-A Lucho lo llamaron para conectar un aparato y Mike lo acompañó -explicó Romi con naturalidad.- Nosotras vinimos a desocupar las valijas.
-Vayan. Y después se tomarán un café y probarán estas deliciosas masitas que cocina Marta -exhortó Leonor con tanta cordialidad que las chicas no pudieron negarse.
Abrieron las maletas y dispusieron su contenido en el amplio guardarropa. Sandra revisó el bolso y acomodó en la mesa de luz los elementos de maquillaje y de higiene personal. En el fondo estaba el estuche con los accesorios para la indumentaria de fiesta. Se lo quedó mirando con el ceño fruncido; después se largó  a reír.
-¿Qué es lo que te causa tanta gracia? -preguntó Romina mirándola.
-Que en lugar de cargar mis abalorios traje la caja con los dispositivos de defensa de Lucho.
-¡Ja ja! No te preocupes, que entre mamá y yo te prestaremos lo que haga falta. ¿Terminaste?
-Sí. Vayamos a tomar el café.
Las masitas, como había asegurado Leonor, eran un manjar. La mujer se interesó por las actividades de las jóvenes:
-Luisa me contó acerca de su agencia. Imagino que tomarán recaudos para evitar riesgos -agregó.
-Si nosotras no lo hubiéramos pensado -señaló Romina entre risas- Lucho se ocupó de enmendarlo. Precisamente Sandra trajo en lugar de sus adornos, un anillo y una pulsera que mi hermano le regaló para defensa personal.
-Aclará que fue por error -dijo la nombrada.- no vaya a creer Leonor que pensaba usarlos en su casa.
-¡Ah! -exclamó la anfitriona.- Ahora me los tendrás que mostrar…
-¡Sí! -aprobaron Romi y Luisa a coro. La madre de Romina insistió:- Dale el gusto a Leonor...
Sandra se encogió de hombros. Se levantó y volvió a la habitación mientras el trío charlaba con animación. Se colocó el anillo y buscó la misma blusa roja que disimulaba la pulsera ficticia. Antes de salir, desenchufó el celular que tenía la carga completa y lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Bajó con una sonrisa pensando en los comentarios de las damas mayores. Al acercarse al aposento creyó escuchar un grito ahogado. Una descarga de adrenalina aceleró el latido de su corazón y la indujo a moverse con sigilo para arrimarse a la puerta entreabierta. El importante espejo que aumentaba la amplitud del recinto reflejaba una escena que la paralizó. Lidia y Leonor, amordazadas, se encontraban sentadas en el sillón doble; Romina además de la mordaza estaba atada de pies y manos. Dos hombres encapuchados las apuntaban con sendos fusiles.
-Llevemos a la vieja -escuchó decir a uno.
-¡No! A la pendeja -decidió el otro que portaba el arma más corta.
Luisa se abalanzó sobre el malhechor con una exclamación sofocada y recibió un empujón que la derribó sobre Leonor. El que había hablado primero inmovilizó con una cinta las extremidades de las mujeres. Sandra se estremeció porque comprendió que hablaban de un secuestro. En esa parte de la casa no había ningún sirviente salvo que se le llamara, y las dependencias estaban tan separadas unas de otras que dudó de que un grito fuera escuchado. Antes de que pudiera tomar una decisión, se vio amenazada por uno de los sujetos que se había acercado a la puerta sin que ella lo notara.
-¡Adentro! Y no intentés gritar porque te mato -la empujó con el caño del arma.
Miró los ojos desesperados de su amiga y sin medir las consecuencias encaró a los delincuentes:
-¿Por qué no se llevan todo lo que puedan y se van? No los denunciaremos.
-¿Y vos quién sos para dar órdenes? -dijo el que quería llevarse a Romina.
Ella alzó la cabeza y especificó con gesto altivo:
-La nieta de la señora. Y si quieren cobrar alguna recompensa ni se les ocurra sacarla de la casa porque sufre del corazón. Por la única que pagará rescate es por mí y siempre que no dañen a nadie.
Los maleantes vacilaron. El que había hablado primero apremió:
-¡Llevémosla y si la vieja no paga se la devolvemos en pedacitos!
-Amordazala y atale las manos -le ordenó el de caño recortado. Se volvió hacia Leonor:- La vamos a llamar para que sepa dónde dejar la plata. Si no paga o le avisa a la policía, su nieta es fiambre. ¡Vamos! -apresuró a su cómplice.
Romina, sollozando, vio salir a su amiga tironeada del brazo por los agresores. Trató de recuperar el control para intentar soltarse. Le habían trabado las muñecas por detrás y advirtió que no podría despegar la cinta. Leonor, desde el sillón, parecía indicarle algo con el movimiento de su cabeza. Se acercó reptando hasta descubrir un botón al costado de la butaca. Se contorsionó para alcanzar el interruptor con las manos y se apoyó en él con toda la fuerza de su cuerpo. La desesperación la ganó al no escuchar ningún sonido, pero poco después entraban a la habitación dos hombres armados y dos mujeres a la zaga. Revisaron rápidamente el recinto y mientras uno quedaba de custodia en la puerta, los demás liberaron a las víctimas de sus ataduras.
-¡Vayan a buscar a Braulio y a los ingenieros! -ordenó Leonor apenas pudo hablar.
Madre e hija, abrazadas, se le acercaron preocupadas por la conmoción que traslucía su pálido rostro.
-¡Más les vale que no lastimen a esa muchacha porque no claudicaré hasta saberlos muertos! -prometió con un brillo de dureza en sus ojos.
Rafael y Luciano, seguidos por el capataz y Mike, entraron a la carrera. El hombre se precipitó sobre su mujer y su hija cercándolas con su brazo. Lucho, aliviado por ver a su madre y hermana sin lesiones, se acercó a la demacrada estanciera:
-Leonor, cuénteme qué ha pasado. -Recorrió la habitación con los ojos y, sin aguardar respuesta, preguntó con voz estrangulada:- ¿Adónde está Sandra?
-Se la llevaron, Lucho, porque se entregó para protegernos -admitió la mujer.
-¿Se entregó? ¿Qué quiere decir? -dijo él sin atreverse a comprender.
-Nos sorprendieron a tu madre, a tu hermana y a mí en esta habitación. Sandra había salido un momento. Primero nos amordazaron y después ataron a Romina. Uno de ellos habló de llevarse a tu hermana y el otro dijo que a mí. No pude accionar la alarma porque nos ataron. Sorprendieron a tu muchacha y la trajeron adentro. Los enfrentó con tal valentía y seguridad que los convenció de que era mi nieta y por ella cobrarían recompensa si no nos lastimaban. ¡Tenés que recuperarla cuanto antes, Lucho!
-¿Pero dónde? -gimió el joven.
-Patroncito, no es hora de desesperarse, así no la va a encontrar. La policía viene para acá y los muchachos están prontos a organizar una partida para buscarla.
Luciano inhaló y exhaló varias veces para tranquilizarse, pero necesitaba más detalles para componer en su mente las intenciones de los secuestradores. Habló con Luisa que pocos datos aportó y luego con Romi que estaba siendo consolada por Mike:
-Hermanita, cualquier cosa que recuerdes me puede dar una pista para encontrar a Sandra. Lo que sea, aunque no lo consideres importante.
-¡Ay, Lucho! Ella se dejó llevar para que no me arrastraran a mí -sollozó.
-¿Por qué no estaba con ustedes? -insistió su hermano.
-Porque Leonor quería ver los trastos de defensa que le regalaste -gimoteó.
-¿Los llevaba puestos? -inquirió Lucho con agitación.
-¡No sé…! -lloriqueó Romi.- Todo fue tan confuso…
Luciano esperaba un milagro: que los raptores no confiscaran los dispositivos y, que si Sandra los usara, los dejara fuera de combate. Se esforzó por hacer un recuento de los componentes de protección y sintió que algo se le escapaba. Su mente se aclaró cuando vio a un invitado atender un teléfono móvil. El celular.
-Romi, ¿llevaba el celular? -interrogó esperanzado.
-¡No sé, Lucho, no sé! Lo lamento… -se desbordó acongojada.
Él manipuló frenéticamente su blackberry. Su corazón se disparó al ver las coordenadas del GPS. Estaban fuera de la estancia de Leonor.
-¡Papá! -llamó en voz alta- Ayudame a ubicar este lugar -le señaló el mapa en la pantalla de su teléfono.
-Está dentro de la cuña boscosa -afirmó el hombre al cabo.- Ampliá el radio y le mostramos a Braulio. -Se alejó para buscar al encargado.
Luciano miraba fascinado el display tratando de imaginar el lugar donde se encontraba Sandra. Que no te saquen de ahí, querida. Que tenga la oportunidad de decirte todo lo que no me animé hasta ahora. Que no te hagan daño… El fervor de su impetración fue quebrado por la llegada del capataz y su padre.
-Braulio -requirió el joven.- Fijate en este mapa. Aquí está la estancia y aquí posiblemente tengan a Sandra. ¿Cuánto conocés de esta zona?
-Es la parte más tupida de la cuña boscosa. Si no me equivoco, cerca de este punto hay una cabaña que servía de refugio a los cazadores -indicó el capataz después de estudiar la pantalla.- Ahora está en desuso porque la caza está prohibida.
-Voy a buscarla -dijo Lucho resuelto.
-No solo ni desarmado, patroncito. Damián y yo iremos con usted.
-Yo también voy -afirmó su padre.
-No. Quedate con Mike para cuidar de las mujeres y atender a la policía cuando venga -decidió su hijo.
-Patrón -propuso Braulio- usted puede organizar a los hombres por si es necesario hacer un rastreo. El patroncito le dirá qué hacer cuando lleguemos al refugio.
Rafael asintió con reticencia mientras Lucho y Braulio se dirigían a la salida.

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