Sandra abrió la
puerta de su departamento dominada por sentimientos contradictorios. La
inesperada confesión de Lucho no la había ofendido pero sí inquietado. Si tenía
alguna reserva sobre sus intenciones, debía darle de baja. Por el momento estaba
claro que la deseaba y ella sintonizaba con ese deseo. Miró la hora y dudó
entre acostarse inmediatamente o después de ducharse. La aceptación de sus
sentimientos la había relajado, por lo que decidió dormir hasta las cinco y
tomar el baño en la mañana. A las seis, puntualmente, Romina tocaba el timbre.
Le preguntó si necesitaba ayuda para acarrear la valija. Ella declinó el
ofrecimiento y bajó con sus bártulos. Mike y su amiga la esperaban al otro lado
de la puerta. Los saludó con un beso y el hombre cargó el equipaje en el baúl.
Saludó con la mano a Lucho y Rafael que estaban estacionados delante del auto
de Mike. Después se acomodó atrás, al lado de Luisa.
-Te hemos hecho
madrugar, ¿eh? -dijo la mujer sonriendo y la besó en la mejilla.
-Según el programa,
creo que vale la pena -contestó devolviendo el saludo.
Mike arrancó
detrás de la camioneta que le serviría de guía. La ruta estaba despejada y en
buen estado, de modo que dos horas después de la partida Rafael le avisó a
Luisa que harían una parada de media hora. Romi le advirtió al conductor que
estuviera atento a la señal del otro vehículo para desviarse hacia el parador.
Poco después estacionaban delante del establecimiento anexo a una estación de
servicio. El padre de Romi y su hijo se acercaron para saludar a Sandra.
-¡Hola, niña
bonita! Qué bueno que hayas venido -dijo Rafael pasándole un brazo por los
hombros.
Sandra rió y le
dio un beso en la mejilla. Ese hombre afectuoso había ocupado un lugar paternal
durante los años de su adolescencia. Lucho, cruzado de brazos, los miraba
risueño.
-¿Y para mí no
hay nada? Me hacen sentir discriminado -dijo con tono quejumbroso.
-Yo no pienso
besarte, grandulón. No sé si tendrás suerte por otro lado… -manifestó Rafael
sin soltar a la muchacha.
Sandra miró a Luciano
y se le acercó. Pese a su altura, él le llevaba varios centímetros y ella
estaba calzada con chatitas. Se paró en punta de pies y le dio un beso en la
mejilla.
-Para que no
digas que hago diferencias -dijo provocativa, y se apartó antes de que la retribuyera.
Vio a Romi y Luisa dirigirse al tocador y avisó a los varones:- Voy al baño.
Después nos vemos.
-¿No es divina?
-observó Lucho embobado por la perdurable sensación del beso.
-¡Quién se
animaría a afirmar lo contrario! -se mofó su padre.- Vamos, tarambana. Busquemos
a Mike y reservemos una mesa.
Su hijo lo siguió
suspendido en la agradable divagación de que la muchacha simbólicamente lo
había perdonado. Encontraron ubicación al lado de un ventanal y Rafael se sentó
mientras los jóvenes iban a buscar café y gaseosas. Cuando volvieron las
mujeres todo estaba dispuesto sobre la mesa. Ingirieron rápidamente las bebidas
y retomaron el itinerario. A las once y media de la mañana estaban atravesando
los portones de la finca de Leonor. La mujer en persona los esperaba a la
entrada de la casa. Abrazó al matrimonio y a Luciano y esperó la presentación
del resto.
-Esta es mi hija
Romina -dijo Rafael con orgullo.
-¡Feliz
cumpleaños, Leonor! ¡No sabe cuántas ganas tenía de conocerla! -dijo la chica
con una amplia sonrisa.
-Gracias,
querida. Por cierto que tus padres deben sentirse orgullosos de tener dos
bellos retoños.
-Ella es Sandra,
una querida amiga de Romi y la familia -continuó el hombre.
-¡Feliz
cumpleaños! -saludó la joven con viveza.- Y gracias por la invitación.
-Es un placer
tenerte en mi casa, Sandra -declaró Leonor a la que no se le había escapado la
mirada cautivada de Lucho.
-Y este es
Michael Lemacks, nos visita desde Nueva York y es nuestro huésped -finalizó el
padre de Romi.
-¡Filiz cumplaños, señora! -batalló Mike
con el idioma.
La anfitriona
sonrió y le agradeció en perfecto inglés, tras lo cual intercambiaron una breve
charla.
-Ahora María les
indicará sus habitaciones para que puedan acomodarse y refrescarse. Después los
espero en la galería -indicó Leonor.
Los seis
siguieron a la empleada que les fue señalando los dormitorios. Uno estaba
destinado al matrimonio y en los otros se acomodaron las dos mujeres y los dos
hombres respectivamente.
-Una mina piola,
esta Leonor -dijo Romina al quedar a solas.- Pensando en que Lucho y yo
vendríamos con pareja, dejó librado a nuestra elección el reparto de los
dormitorios.
-Si necesitás
ocupar éste, no tenés más que avisarme -le aclaró su amiga.- Yo desapareceré
discretamente.
-¡No quiero unas
horas de hotel! Quiero amanecer con él. Por lo que tendrías que pasar la noche
a la intemperie. A menos, claro, que compartas la habitación con mi hermano…
-insinuó Romi.
-No me fastidies,
¿querés? Conformate con mi oferta -advirtió Sandra.
-¡Está bien, está
bien! Me portaré como una colegiala. A lo mejor -reflexionó- puedo quitarle a
Lucho las llaves de su cabaña… Porque dudo que se las dé a Mike si se las pide.
-¿Lucho tiene una
cabaña?
-Sí. Ese fue el
trato que hizo con Leonor. Él le planificaba el monte de frutales y ella le
pagaba con la casa que había desocupado el viejo guardaparques. Como a mi
hermano le pareció poco el precio que iba a pagar, ella le propuso que se lo
mantuviera tantos años como los necesarios para completar la tasación. Y el muy
honrado aceptó a cambio de atenderlo mientras ella viviera.
-¿La conocés?
-No. ¿No te dije
que nunca me invitó? Pero sé por papá que la recicló y la amplió, así cuando
viene los fines de semana se aloja en su propia casa.
Un golpe en la
puerta interrumpió la conversación.
-¿Puedo pasar?
-era Luisa.
-¡Sí! -dijeron a
coro.
La madre de Romi
inspeccionó el ambiente con aprobación. Era amplio y el mobiliario se adecuaba
al estilo del caserón. Se volvió hacia las chicas:
-Veo que han
estado chusmeando porque todavía no desarmaron las valijas. Pero podrán hacerlo
más tarde, porque ahora llegaron varios invitados y están disponiendo los
lugares en las mesas.
Las chicas se
aprontaron para salir. En la galería saludaron a los nuevos huéspedes y se
dirigieron hacia el predio adonde ya estaban sus compañeros de viaje. Romina se
emparejó con Mike, y Luisa y Sandra se acercaron a Rafael y Lucho que estaban
charlando con un hombre vestido al estilo gauchesco. El padre de Romi lo
presentó al grupo como Braulio, el capataz de la estancia. Después del saludo,
el encargado los invitó a que se acomodaran en la mesa que estaba ocupada por
Leonor y tres de sus parientes. Sandra quedó enfrentada a Luciano quien le
dirigió una mirada tan honda que le hizo apartar la vista. A Braulio, situado al
lado del joven, como a la dueña de casa no les pasó inadvertido el intercambio.
Conocían a Lucho desde que su padre lo llevara como ayudante al comienzo de la
carrera. En diez años lo habían visto recorrer las distintas etapas de la
adolescencia a las de una plena juventud. Mucho habían hablado de él con la
señora Leonor quien se asombraba de que el patroncito no tuviera hembra fija.
“Es un hombre estupendo, Braulio”, le decía. “Pero le falta la alegría del
amor”. Él pensaba que lo importante no pasaba por tener mujer fija sino que le interesaran
las mujeres, y ahora no le cabían dudas de que el muchacho se bebía los vientos
por la linda joven que tenía enfrente. Si los ojos de él buscaban y los de ella
huían, era seguro que todavía no se habían conocido como hombre y mujer, y a
juzgar por la tensión que había entre ellos se dijo que pronto lo concretarían.
Desvió su atención hacia el ayudante del asador que recorría con diligencia las
mesas para atender a los invitados y aceptó una porción del costillar que le
ofrecían.
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