martes, 6 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 30


Una charla amena matizaba la ingesta. Leonor observó complacida al grupo de comensales que había seleccionado en función del afecto. Parientes y amigos que la acompañaron en las circunstancias más adversas y afortunadas de la vida. Pensó en sus inminentes setenta y nueve años y, como siempre, agradeció estar viva y sana para festejarlos. Los empleados iban retirando los platos y liberando las mesas para el postre. Dentro de las instalaciones de la cocina y los vestuarios del personal había un inusual movimiento. Varias jóvenes vestidas de paisanas charlaban y reían en la entrada. Un grupo de hombres, ataviados con prendas gauchescas, hizo poco después su aparición: tres de ellos equipados con guitarra y otro con un bombo. Se acomodaron en un estrado adonde había instalado un micrófono y comenzaron a templar sus instrumentos. Romina dijo excitada:
-¡Música folklórica! ¿Te acordás, Sandra, de las clases de baile que tomamos en el Centro Santiagueño?
-¿Ustedes saben bailar la zamba? -le preguntó Braulio a Romi.
-Sí, señor -dijo presumida- y chacarera, gato, pericón, cuando, y… creo que nada más -terminó con una risa.
-¿No quisieran participar en el baile? -propuso Leonor.- Será un honor para nuestros bailarines compartir la danza con dos hermosas muchachas de la ciudad.
-¡Ah, no! -objetó Sandra.- Hace tiempo de eso y ya estoy olvidada.
-¡Animate! -exhortó Romina levantándose.- Va a ser divertido.
Braulio se incorporó y le ofreció el brazo a Sandra. Ella lo miró a Lucho como buscando respaldo pero él sonrió y levantó el pulgar hacia arriba.
-¡Vamos, señorita Sandra! -instó el capataz.- Que no se diga que tiene algo que envidiar a estas lugareñas.
Ella tomó al fin su brazo con un gesto de reto hacia el hombre que todavía no borraba la mueca burlona de su boca. Braulio le tendió la otra mano a Romina y las escoltó hasta el vestuario.
-Ramona, Celeste -dijo a dos muchachas que se acercaron- las señoritas van a participar en el baile. Atiéndanlas para lo que necesiten -dicho lo cual se retiró del lugar.
-Hola, chicas. Yo soy Romina y mi amiga, Sandra. ¿Cuál es el programa?
-Hola -dijo Sandra y tironeó a su amiga hacia un costado.- ¿Cuándo vas a aprender a cerrar la boca? ¡Haremos un papelón!
Las jóvenes vestidas de paisanas se acercaron sonrientes y las observaron con atención. La primera en ser mencionada les pidió que la siguieran y entraron a una habitación que tenía un largo perchero repleto de ropas típicas.
-Señoritas -declaró Ramona con simpatía:- no pueden bailar una zamba en pantalones. Elijan el vestido que más les guste mientras los muchachos amenizan la espera. Su danza es la primera. Si precisan algo, estoy en la puerta.
-Romina, te mato -masculló Sandra cuando quedaron a solas.
Romi estaba revisando el perchero y sacó un conjunto de pollera y chaqueta con volados que midió contra su cuerpo. Lo separó y buscó otro similar para su amiga.
-¡Probate éste! Está perfecto para tu altura -dijo haciendo caso omiso al enfado de Sandra.- ¡Vamos, amiguita! -agregó haciéndole una carantoña.- Demostremos lo que sabemos las chicas de la ciudad.
Se sacó la ropa y se puso las prendas camperas. Su amiga hizo lo propio y se miraron con atención. Ambas largaron una carcajada y cuando se compusieron llamaron a Ramona.
-¡No tenemos zapatos adecuados! -gritó Romina exhibiendo las zapatillas deportivas.
La muchacha se dirigió presurosa a un armario, lo abrió e hizo un ademán señalando su interior. Había al menos dos docenas de zapatos de tacón bajo de distintas medidas. Las amigas seleccionaron su horma y los calzaron haciendo un gesto de asentimiento.
-¡Los pañuelos! -intervino Celeste que había entrado detrás de Ramona. Tomó dos pañuelos blancos y los anudó flojamente alrededor del cuello de las bailarinas.
-Señoritas -dijo Ramona- están espléndidas. Les faltan las trenzas, nomás. ¿Nos permiten?
Ambas sometieron sus cabelleras a las hábiles manos de lugareñas y cuando acabaron lucían dos trenzas rematadas en lazos blancos.
-¡Ay, Sandra! Sos la paisana más sugestiva que he visto -exclamó Romina.- Alguien va a lamentar no ser tu compañero de baile.
Ella sonrió misteriosamente. Contempló a su amiga y declaró riendo:
-Lo que sí sé es que Mike va a tomar un curso acelerado de folklore.
Prestaron atención a los últimos acordes de “Anocheciendo zambas” y elogiaron la voz del cantante. Ramona les contó que el grupo se llamaba Los de Arancibia y que estaban invitados a participar en el festival de Cosquín.
-¡Cuánto lujo para nuestro bochorno! -se lamentó Sandra.
-No te hagas la mosquita muerta porque nadie te pudo igualar en el curso - denunció Romi.
La discusión no continuó porque la voz de un locutor introdujo el próximo número explicando las características de la danza que iban a presenciar:
-La zamba, para quienes no conocen su lenguaje, es una historia de amor por excelencia. En la primera parte el hombre trata de conquistar a la mujer que se le resiste para luego aceptarlo en la segunda. No hay contacto físico, sólo se relacionan con la mirada y se hablan con los pañuelos. Esta tarde les damos la bienvenida a dos invitadas que seguramente nos deleitarán con su danza. ¡Un fuerte aplauso para Sandra y Romina!
Las nombradas se miraron casi con pánico mientras Ramona y Celeste les hacían señas para que salieran. Esta vez Sandra abrió la marcha seguida por su amiga. Cuando aparecieron sobre el escenario un alboroto de palmadas y silbidos las recibió. Lucho y Mike, deslumbrados por sus paisanitas, no concluían de aplaudir. El animador presentó a los bailarines:
-He aquí dos hombres afortunados porque su premio será la conquista de estas bellas jóvenes: ¡Damián y Juan Cruz!
Los varones también recibieron el aplauso de los asistentes. Las muchachas se acercaron a sus parejas de baile engalanados con sombrero de ala ancha, botas, chaqueta abotonada sobre la camisa, bombacha gauchesca, faja y rastra con monedas, y pañuelo al cuello. Al sonar los primeros compases de Sos todo eso y mucho más, las mujeres caminaron hacia el centro del escenario con un delicado vaivén. Damián se acercó a Sandra y le entregó un pañuelo. Juan Cruz hizo lo mismo con Romina. Se separaron, alzaron los brazos y batieron suavemente las palmas hasta la indicación del comienzo: “Adentro…”. Enarbolando el pañuelo se fueron arrimando. Sandra miró a los ojos de su acompañante e imaginó que era Luciano. Esta ilusión la despojó de inhibiciones y tomándose la falda se movió despacio y altanera, coqueteando al hombre con los movimientos de su pañuelo y eludiendo con gracia sus requerimientos. Luciano, parado entre Mike y Braulio, estaba absorto en los gráciles movimientos de la muchacha. El capataz sonreía con aprobación y hacía algunos comentarios esporádicos:
-¡Pucha que sabe hablar con el pañuelo! -ocasión en que ella se tapaba la cara con el lienzo.
-¡Miren que es provocadora la moza! -viéndola deslizar suavemente el pañuelo frente al rostro de su pareja.
Lucho ignoraba el lenguaje de los bailarines pero la sensualidad de la danza lo traspasó. Al terminar la primera parte, muy aplaudida por el público, Mike le comentó risueño:
-Si no te apuras, el gaucho te ganará de mano.
Luciano asintió. Pensaba que de estar en lugar del bailarín no hubiera resistido la tentación de enlazarla en medio de un giro y sofocarla con un beso. Un guitarrista anunció: “adentro…” El baile cobró ímpetu. Las miradas estaban centradas en la pareja de Sandra y Damián cuyo mudo diálogo adquiría intensidad entre los pliegues de los pañuelos. Ella, en una vuelta, se apropió de la prenda que su pretendiente le envolvió en el cuello suscitando un aplauso generalizado.
-¡Prienda atrevida, si las hay! -exclamó Braulio entusiasmado.- Hay que ver cómo se las arregla el mozo.
Damián sonrió, se quitó la faja de la cintura y reemplazó el pañuelo robado. Aumentó el asedio a su compañera que lo contuvo con habilidad, hasta volver a rodearla con el ancho cinto cuyos extremos besó.  En el giro final, Sandra estaba en posesión de los pañuelos y la faja. El público aplaudía en medio de exclamaciones. Se encontraron en el centro y el hombre la coronó atrayéndola con suavidad por las puntas de su atuendo perdido. El ala de su sombrero ocultó la representación del beso. Los concurrentes los vitorearon. Los bailarines saludaron inclinándose hacia los espectadores e incluyendo al conjunto musical. Cuando se calmó la algarabía, el locutor anunció el comienzo de otra canción. Sandra declinó participar y fue reemplazada por Ramona. Dos parejas más subieron al escenario a cuyo pie la esperaba Luciano quien le tendió la mano para ayudarla a bajar. Se miraron sonrientes.
-Ni lo menciones -dijo la joven.- El espectáculo te pareció un mamarracho.
Él la observó con ojos hambrientos y un silencio cargado de elocuencia. Ella, que había manejado la carga emotiva con Damián, no pudo sostener el escrutinio de Lucho. Giró para volver a la mesa pero el hombre la detuvo de un brazo y la enfrentó nuevamente:
-¿Por qué decís eso? Tu baile fue el arquetipo de la seducción. Si hubiera estado en lugar de Damián no habría podido contenerme -declaró en voz baja.
Ella se desasió sin pedirle explicaciones. En el camino recogió felicitaciones por su actuación. Braulio fue el más efusivo:
-Señorita Sandra, ¡guay del que se cruce en su camino! Está condenado sin remedio -aseguró mirándolo a Luciano.
Ella rió sin hacer comentarios. En la mesa, los padres de Romi y Mike alabaron su interpretación, pero Leonor fue la más intuitiva:
-Jovencita, sólo ví bailar la zamba con esa pasión a parejas enamoradas. O sos una gran actriz, o sustituiste a Damián por la figura de tu amado.
-Es una ficción como cualquier otra -respondió a sabiendas de que el rubor la delataba.
-Entonces, Sandra, te felicito. Aunque más me alegraría que ese arrebato tuviera un destinatario -expresó la mujer con afecto.
Ella no respondió y clavó la vista en los artistas evitando la mirada del hombre que tenía enfrente. Se dejó compenetrar por la excelente versión de La nochera que las parejas bailaban con gracia. Se levantó para aplaudir cuando terminó y salió al encuentro de Romina para abrazarla. Las amigas volvieron riendo a la mesa. Mike atrajo el rostro de su novia tirándole de una trenza y la besó oficialmente por primera vez. Lucho los miró con la melancolía de un pordiosero ante un plato de comida y buscó sin éxito las pupilas de la mujer que amaba. Leonor apretó el brazo de su capataz e intercambiaron una sonrisa de entendimiento.

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