Una charla amena
matizaba la ingesta. Leonor observó complacida al grupo de comensales que había
seleccionado en función del afecto. Parientes y amigos que la acompañaron en
las circunstancias más adversas y afortunadas de la vida. Pensó en sus inminentes
setenta y nueve años y, como siempre, agradeció estar viva y sana para
festejarlos. Los empleados iban retirando los platos y liberando las mesas para
el postre. Dentro de las instalaciones de la cocina y los vestuarios del
personal había un inusual movimiento. Varias jóvenes vestidas de paisanas
charlaban y reían en la entrada. Un grupo de hombres, ataviados con prendas
gauchescas, hizo poco después su aparición: tres de ellos equipados con
guitarra y otro con un bombo. Se acomodaron en un estrado adonde había
instalado un micrófono y comenzaron a templar sus instrumentos. Romina dijo
excitada:
-¡Música
folklórica! ¿Te acordás, Sandra, de las clases de baile que tomamos en el
Centro Santiagueño?
-¿Ustedes saben
bailar la zamba? -le preguntó Braulio a Romi.
-Sí, señor -dijo
presumida- y chacarera, gato, pericón, cuando, y… creo que nada más -terminó
con una risa.
-¿No quisieran
participar en el baile? -propuso Leonor.- Será un honor para nuestros
bailarines compartir la danza con dos hermosas muchachas de la ciudad.
-¡Ah, no! -objetó
Sandra.- Hace tiempo de eso y ya estoy olvidada.
-¡Animate!
-exhortó Romina levantándose.- Va a ser divertido.
Braulio se
incorporó y le ofreció el brazo a Sandra. Ella lo miró a Lucho como buscando
respaldo pero él sonrió y levantó el pulgar hacia arriba.
-¡Vamos, señorita
Sandra! -instó el capataz.- Que no se diga que tiene algo que envidiar a estas
lugareñas.
Ella tomó al fin
su brazo con un gesto de reto hacia el hombre que todavía no borraba la mueca
burlona de su boca. Braulio le tendió la otra mano a Romina y las escoltó hasta
el vestuario.
-Ramona, Celeste
-dijo a dos muchachas que se acercaron- las señoritas van a participar en el
baile. Atiéndanlas para lo que necesiten -dicho lo cual se retiró del lugar.
-Hola, chicas. Yo
soy Romina y mi amiga, Sandra. ¿Cuál es el programa?
-Hola -dijo
Sandra y tironeó a su amiga hacia un costado.- ¿Cuándo vas a aprender a cerrar
la boca? ¡Haremos un papelón!
Las jóvenes
vestidas de paisanas se acercaron sonrientes y las observaron con atención. La
primera en ser mencionada les pidió que la siguieran y entraron a una
habitación que tenía un largo perchero repleto de ropas típicas.
-Señoritas
-declaró Ramona con simpatía:- no pueden bailar una zamba en pantalones. Elijan
el vestido que más les guste mientras los muchachos amenizan la espera. Su
danza es la primera. Si precisan algo, estoy en la puerta.
-Romina, te mato
-masculló Sandra cuando quedaron a solas.
Romi estaba
revisando el perchero y sacó un conjunto de pollera y chaqueta con volados que
midió contra su cuerpo. Lo separó y buscó otro similar para su amiga.
-¡Probate éste!
Está perfecto para tu altura -dijo haciendo caso omiso al enfado de Sandra.-
¡Vamos, amiguita! -agregó haciéndole una carantoña.- Demostremos lo que sabemos
las chicas de la ciudad.
Se sacó la ropa y
se puso las prendas camperas. Su amiga hizo lo propio y se miraron con
atención. Ambas largaron una carcajada y cuando se compusieron llamaron a
Ramona.
-¡No tenemos
zapatos adecuados! -gritó Romina exhibiendo las zapatillas deportivas.
La muchacha se
dirigió presurosa a un armario, lo abrió e hizo un ademán señalando su
interior. Había al menos dos docenas de zapatos de tacón bajo de distintas
medidas. Las amigas seleccionaron su horma y los calzaron haciendo un gesto de
asentimiento.
-¡Los pañuelos!
-intervino Celeste que había entrado detrás de Ramona. Tomó dos pañuelos
blancos y los anudó flojamente alrededor del cuello de las bailarinas.
-Señoritas -dijo
Ramona- están espléndidas. Les faltan las trenzas, nomás. ¿Nos permiten?
Ambas sometieron
sus cabelleras a las hábiles manos de lugareñas y cuando acabaron lucían dos
trenzas rematadas en lazos blancos.
-¡Ay, Sandra! Sos
la paisana más sugestiva que he visto -exclamó Romina.- Alguien va a lamentar
no ser tu compañero de baile.
Ella sonrió
misteriosamente. Contempló a su amiga y declaró riendo:
-Lo que sí sé es
que Mike va a tomar un curso acelerado de folklore.
Prestaron
atención a los últimos acordes de “Anocheciendo zambas” y elogiaron la voz del
cantante. Ramona les contó que el grupo se llamaba Los de Arancibia y que
estaban invitados a participar en el festival de Cosquín.
-¡Cuánto lujo
para nuestro bochorno! -se lamentó Sandra.
-No te hagas la
mosquita muerta porque nadie te pudo igualar en el curso - denunció Romi.
La discusión no
continuó porque la voz de un locutor introdujo el próximo número explicando las
características de la danza que iban a presenciar:
-La zamba, para
quienes no conocen su lenguaje, es una historia de amor por excelencia. En la
primera parte el hombre trata de conquistar a la mujer que se le resiste para
luego aceptarlo en la segunda. No hay contacto físico, sólo se relacionan con
la mirada y se hablan con los pañuelos. Esta tarde les damos la bienvenida a
dos invitadas que seguramente nos deleitarán con su danza. ¡Un fuerte aplauso
para Sandra y Romina!
Las nombradas se
miraron casi con pánico mientras Ramona y Celeste les hacían señas para que
salieran. Esta vez Sandra abrió la marcha seguida por su amiga. Cuando
aparecieron sobre el escenario un alboroto de palmadas y silbidos las recibió.
Lucho y Mike, deslumbrados por sus paisanitas, no concluían de aplaudir. El
animador presentó a los bailarines:
-He aquí dos
hombres afortunados porque su premio será la conquista de estas bellas jóvenes:
¡Damián y Juan Cruz!
Los varones
también recibieron el aplauso de los asistentes. Las muchachas se acercaron a
sus parejas de baile engalanados con sombrero de ala ancha, botas, chaqueta
abotonada sobre la camisa, bombacha gauchesca, faja y rastra con monedas, y
pañuelo al cuello. Al sonar los primeros compases de Sos todo eso y mucho más,
las mujeres caminaron hacia el centro del escenario con un delicado vaivén.
Damián se acercó a Sandra y le entregó un pañuelo. Juan Cruz hizo lo mismo con
Romina. Se separaron, alzaron los brazos y batieron suavemente las palmas hasta
la indicación del comienzo: “Adentro…”. Enarbolando el pañuelo se fueron
arrimando. Sandra miró a los ojos de su acompañante e imaginó que era Luciano.
Esta ilusión la despojó de inhibiciones y tomándose la falda se movió despacio
y altanera, coqueteando al hombre con los movimientos de su pañuelo y eludiendo
con gracia sus requerimientos. Luciano, parado entre Mike y Braulio, estaba
absorto en los gráciles movimientos de la muchacha. El capataz sonreía con
aprobación y hacía algunos comentarios esporádicos:
-¡Pucha que sabe
hablar con el pañuelo! -ocasión en que ella se tapaba la cara con el lienzo.
-¡Miren que es
provocadora la moza! -viéndola deslizar suavemente el pañuelo frente al rostro
de su pareja.
Lucho ignoraba el
lenguaje de los bailarines pero la sensualidad de la danza lo traspasó. Al
terminar la primera parte, muy aplaudida por el público, Mike le comentó
risueño:
-Si no te apuras,
el gaucho te ganará de mano.
Luciano asintió.
Pensaba que de estar en lugar del bailarín no hubiera resistido la tentación de
enlazarla en medio de un giro y sofocarla con un beso. Un guitarrista anunció:
“adentro…” El baile cobró ímpetu. Las miradas estaban centradas en la pareja de
Sandra y Damián cuyo mudo diálogo adquiría intensidad entre los pliegues de los
pañuelos. Ella, en una vuelta, se apropió de la prenda que su pretendiente le
envolvió en el cuello suscitando un aplauso generalizado.
-¡Prienda
atrevida, si las hay! -exclamó Braulio entusiasmado.- Hay que ver cómo se las
arregla el mozo.
Damián sonrió, se
quitó la faja de la cintura y reemplazó el pañuelo robado. Aumentó el asedio a
su compañera que lo contuvo con habilidad, hasta volver a rodearla con el ancho
cinto cuyos extremos besó. En el giro
final, Sandra estaba en posesión de los pañuelos y la faja. El público aplaudía
en medio de exclamaciones. Se encontraron en el centro y el hombre la coronó
atrayéndola con suavidad por las puntas de su atuendo perdido. El ala de su
sombrero ocultó la representación del beso. Los concurrentes los vitorearon.
Los bailarines saludaron inclinándose hacia los espectadores e incluyendo al
conjunto musical. Cuando se calmó la algarabía, el locutor anunció el comienzo
de otra canción. Sandra declinó participar y fue reemplazada por Ramona. Dos
parejas más subieron al escenario a cuyo pie la esperaba Luciano quien le
tendió la mano para ayudarla a bajar. Se miraron sonrientes.
-Ni lo menciones
-dijo la joven.- El espectáculo te pareció un mamarracho.
Él la observó con
ojos hambrientos y un silencio cargado de elocuencia. Ella, que había manejado
la carga emotiva con Damián, no pudo sostener el escrutinio de Lucho. Giró para
volver a la mesa pero el hombre la detuvo de un brazo y la enfrentó nuevamente:
-¿Por qué decís
eso? Tu baile fue el arquetipo de la seducción. Si hubiera estado en lugar de
Damián no habría podido contenerme -declaró en voz baja.
Ella se desasió
sin pedirle explicaciones. En el camino recogió felicitaciones por su
actuación. Braulio fue el más efusivo:
-Señorita Sandra,
¡guay del que se cruce en su camino! Está condenado sin remedio -aseguró
mirándolo a Luciano.
Ella rió sin
hacer comentarios. En la mesa, los padres de Romi y Mike alabaron su
interpretación, pero Leonor fue la más intuitiva:
-Jovencita, sólo
ví bailar la zamba con esa pasión a parejas enamoradas. O sos una gran actriz,
o sustituiste a Damián por la figura de tu amado.
-Es una ficción
como cualquier otra -respondió a sabiendas de que el rubor la delataba.
-Entonces,
Sandra, te felicito. Aunque más me alegraría que ese arrebato tuviera un
destinatario -expresó la mujer con afecto.
Ella no respondió
y clavó la vista en los artistas evitando la mirada del hombre que tenía
enfrente. Se dejó compenetrar por la excelente versión de La nochera que las parejas bailaban con gracia. Se levantó para
aplaudir cuando terminó y salió al encuentro de Romina para abrazarla. Las
amigas volvieron riendo a la mesa. Mike atrajo el rostro de su novia tirándole
de una trenza y la besó oficialmente por primera vez. Lucho los miró con la
melancolía de un pordiosero ante un plato de comida y buscó sin éxito las
pupilas de la mujer que amaba. Leonor apretó el brazo de su capataz e
intercambiaron una sonrisa de entendimiento.
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