sábado, 24 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 36


Luisa golpeó suavemente la puerta del cuarto de las chicas. Esperó un momento y entró. Entreabrió las persianas para no deslumbrar a las durmientes y observó los jóvenes rostros descansando con serenidad. La primera en abrir los ojos fue Sandra quien la estudió perezosamente a través de sus tupidas pestañas. Sonrió y se desperezó al reconocerla. La mujer se acercó al lecho y la besó en la mejilla:
-¡Buen día, querida! ¿Cómo pasaste la noche?
-Dormí como un tronco. ¿Qué hora es?
-Las nueve y media. Pero Lucho manda a decir que si todavía necesitás descansar, la visita al monte de frutales se posterga hasta la tarde -comunicó con una sonrisa.
-No. Ya no podría seguir durmiendo. -Se incorporó y sacudió a Romi con suavidad:- ¡Ey, dormilona, hora de levantarse!
La jovencita la miró aturdida. Después vio a su mamá y le estiró los brazos cariñosamente. Luisa la abrazó y la besó.
-¿Qué hora es? -preguntó como su amiga.
-Hora de tomar el desayuno. Y después de visitar la plantación de tu hermano -dijo Luisa.- Ahora las dejo para que se cambien. Las esperamos abajo con café y torta. -Les sopló un beso y salió.
-¿Iremos a caballo? -se interrogó Romi.
-No sé. En frío me duele todo el cuerpo como si me hubieran apaleado. Pero vos no te privés de tu maestro - sugirió su amiga.
-Veamos lo que decidió Lucho. Seguro que pensó en todos los detalles -aseveró la hermana.- Sacate el camisón así te paso la pomada.
Sandra obedeció. Romina la untó por la espalda y ella terminó la tarea con la parte delantera del cuerpo. Se vistieron con prendas cómodas y bajaron a desayunar. Varios de los invitados paseaban por los alrededores. Algunos dormían y otros estaban degustando las tortas caseras. Mike y Lucho se adelantaron para recibir a las jóvenes. Romi abrazó y besó su novio mientras su hermano se acercaba a Sandra y la observaba con intensidad.
-¿Cómo estás? -le preguntó tiernamente.
-Como nueva -sonrió.- Pero no creo que pueda soportar el traqueteo de un equino.
-Lo supuse -coincidió el hombre.- Iremos en las camionetas. Ahora, a reponer energías. Te recomiendo el budín de frutas, es la especialidad de Marta.
Caminaron hasta la mesa adonde Sandra saludó y felicitó nuevamente a Leonor y agradeció los parabienes de los presentes por su feliz rescate. Lucho le acercó un pocillo de café con leche y un trozo de budín. Ella lo miró reconocida y se arreboló ante la promesa apasionada que le transmitían las pupilas masculinas.
-Voy a recordar éste como mi mejor aniversario -dijo Leonor apretándole las manos.- Por haber conocido a una joven hermosa por fuera y por dentro, y por otra ilusión que espero se concrete.
Sandra supo que las palabras de Leonor se referían a la relación de ella y Luciano, no sólo por la mirada que la mujer cambió con él, sino por la expresión inexorable del rostro varonil. Comió y bebió despaciosamente disfrutando ese momento que ni hubiera soñado en las aciagas horas del día anterior. Se impregnó de los sonidos e imágenes propios del entorno y apreció la afectuosa compañía de los comensales. Si los ojos de Lucho le hablaban de amor, los de Luisa, Romi y Leonor expresaban cariño y reconocimiento. Braulio y Rafael se acercaron a la mesa y la saludaron, para anunciar luego que las camionetas estaban listas para la excursión.
-Estaría bien salir ahora, patroncito -le dijo el capataz a Luciano.- La tormenta se está acercando.
Sandra observó el cielo despejado y pensó que el hombre deliraba. Lucho levantó la cabeza y oteó el firmamento con gesto conocedor para ratificar la advertencia del hombre:
-Tenés razón -la miró a ella y le preguntó:- ¿Terminaste el desayuno?
-Sí. Pero ¿cómo saben que va a llover? No hay nubes y el sol brilla como nunca.
El joven se agachó a su lado y señaló el horizonte:
-¿Ves esa línea casi gris sobre los árboles, y los pájaros que vuelan de un lado a otro? -Ella prestó atención a los detalles que le mostraba y asintió.- La línea irá avanzando y oscureciéndose. Puede llegar a ser un temporal con mucha lluvia y descargas eléctricas. No conviene que nos sorprenda entre los árboles.
-Estás hecho todo un hombre de campo -sonrió la muchacha.- ¿Con qué otra cosa me vas a sorprender?
-Eso te lo voy a decir a solas -susurró Luciano comiéndola con la mirada.
Sandra no lo rehuyó. El suave rubor que teñía sus mejillas le indicó al hombre que su mensaje había sido entendido. Se incorporó para no besarla delante de todos porque no confiaba en controlar las ansias de arrebatarla en sus brazos y llevársela.
-Gente, vayan acercándose a las camionetas que en un momento partimos -transmitió al grupo que iría hasta la plantación.
Su familia, con Leonor, Mike, Sandra y dos invitados se aprestaron a seguirlo. Braulio distribuyó los lugares en los vehículos y se puso al volante del más grande. En el rodado más chico se acomodó Lucho con su hermana, Sandra y Michael. Al partir, Sandra observó que el cielo había perdido parte de la transparencia que exhibía rato antes. Atrás, su amiga y Mike parloteaban en inglés. Luciano esbozó una sonrisa ante los comentarios de Romi.
-¿Me vas a traducir? -pidió su compañera con suavidad.
Él desvió un momento sus ojos del camino para mirarla amorosamente:
-La descomedida se está quejando de que nunca respondo a sus reclamos y de que si no fuera por vos, jamás hubiera conocido el monte de frutales.
-¡Eh! -reprochó ella volviéndose hacia los ocupantes del asiento trasero.- No está nada bien referirse a mí en un idioma que no entiendo.
-No te enojes, amiga del alma -pidió Romi con un mohín- pero lo que digo es la pura verdad. El corazón de mi hermano tiene hoy un solo ocupante.
Sandra le hizo un gesto de recriminación que provocó la risa de su amiga y una mirada divertida de Mike que captaba cada vez más el castellano. Se enderezó en su asiento y acarició con la vista el perfil atractivo del conductor. Se detuvo en sus labios y los imaginó sobre los suyos. Una corriente de sensualidad la atravesó provocándole un escalofrío. Él se volvió, apartando la vista del sendero desierto,  como intuyendo sus pensamientos. Su mirada de complacencia la sobresaltó y la colmó de ansiedad. Clavó la vista al frente y divisó los primeros árboles. Una exclamación de asombro brotó de sus labios al tiempo que un dulce aroma acariciaba sus fosas nasales. Los vehículos se acercaron bordeando la cortina forestal hasta una senda que se extendía de una punta de la plantación hasta la otra. Luciano detuvo la camioneta a la entrada y Braulio lo imitó. Cuando todos bajaron, los ingenieros y el capataz precedieron la caminata. Durazneros, ciruelos, naranjos, limoneros, cerezos, higueras, manzanos, perales y otros ejemplares cuyos nombres les fueron aclarando a medida que avanzaban, embellecían su follaje en una explosión de flores que deleitaba la vista y el olfato. Dejando a los visitantes vagar con libertad entre las filas de árboles, Lucho tomó a Sandra por el brazo y la guió hasta una formación de sakuras en flor. La joven se extasió ante la bóveda formada por las copas florecidas enfrentadas en blanco y rosa.
-¡Luciano! -exclamó sin aliento.- Esto es lo más hermoso que he visto… -Sus dedos acariciaron con suavidad los pétalos fragantes.
El hombre se acercó despaciosamente impregnándose en la visión de la muchacha embelesada. Pensó que ese túnel florido demandaba su presencia para estar acabado así como él la necesitaba para sentirse completo. Las primeras nubes tormentosas ocultaron el sol y una brisa fresca erizó la piel de Sandra. Luciano arrancó una flor rosada y la enredó en su pelo. Ella alzó el rostro que el joven enmarcó entre sus manos deteniéndose en la contemplación de la bella imagen. Bajó la cabeza lentamente ahondando en las pupilas femeninas que, ante la inminencia de la caricia, se ocultaron tras las sedosas pestañas. El beso llegó tierno y cálido para transformarse en una ardiente exploración de la boca temblorosa. Los brazos masculinos la estrecharon con avidez ahuyentando el frío de las ráfagas que presagiaban la lluvia. Lucho la separó apenas para decirle con voz enronquecida:
-Quiero llevarte a mi casa.
-Y yo quiero ir a tu casa -respondió ella ocultando su cara en el pecho del hombre que volvió a adueñarse de su boca.
Abandonados a sus impulsos los sorprendió el estallido del primer trueno. El estruendo y la presencia del capataz los separó.
-Perdone, patroncito -dijo el hombre compungido.- Si no volvemos ahora nos quedaremos empantanados en los caminos.
-Braulio -apremió Luciano.- Acomodá a todos en la camioneta grande porque Sandra y yo nos vamos en la chica.
-Descuide, patroncito. Ya mismo los amontono y los llevo -accedió con humor y sin pedir explicaciones.
Volvieron caminando con el viento en contra; Lucho cuidando de Sandra, por lo que Braulio se le adelantó y pidió a los integrantes del grupo que se ubicaran todos en el vehículo mayor.
-¡Pero nosotros viajamos con mi hermano! -recordó Romina.
-Usted suba, señorita, porque el patroncito va a llevar a la señorita Sandra a conocer su casa.
La chica abrió la boca y se echó a reír. Le pidió a Mike que se ubicara y después se le sentó en las rodillas. Cuando el capataz arrancó, le susurró a su novio:
-Conocer la casa. Jaja. Apuesto a que le hará conocer otras cosas además de la casa.
Michael rió por lo bajo y le susurró al oído:
-¿Cómo las que yo te hice conocer en el hotel?
-Algo así -murmuró Romi.- Pero no igual.
Él la apretó contra su cuerpo y evocó los fabulosos momentos de intimidad que deseaba renovar con esa chiquilla. El resto del pasaje elogiaba la excelencia de la plantación. Las primeras gotas de lluvia los sorprendieron cerca de la estancia. El conductor estacionó pegado a la entrada para que los excursionistas no se mojaran. Antes de que llevara el vehículo bajo techo, Leonor le pidió que bajara un momento.
-Decime, Braulio, ¿adónde iba Luciano?
-A su cabaña, señora. Es que de los maleantes y los cocodrilos le fue fácil salvarse a la señorita Sandra. Pero seguro que del patroncito, no. -Contestó con expresión traviesa.
-Sos un impertinente, Braulio -amonestó la mujer con una sonrisa que desmentía el reto.- Es lógico que el ingeniero no quiera tener reservas con su pareja. ¿No te parece?
-Lo que me parece es que volverán noviando, señora -declaró.- Y ya era hora, ¿no?

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