jueves, 1 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 28


Sandra volvió a su departamento a las seis de la tarde. Tenía más de dos horas para preparar la valija antes de que Luciano pasara a buscarla. A las ocho la había cerrado dejando para último momento los productos de higiene personal que acomodaría en un bolso por la mañana. El resto del tiempo lo pasó reflexionando sobre los impensados sucesos de la tarde. Romi la había arrastrado a un reto que ella no habría aceptado de haberlo conocido porque se tenía menos confianza que su amiga. Abrió la caja y admiró el vestido perfectamente acondicionado para el viaje. Se proyectó luciéndolo en brazos de Lucho y la sofocó la ola de sensualidad que le despertó la imagen. El timbre la sorprendió. Tomó el bolso y un abrigo ligero antes de atender.
-Lucho -respondió la voz del hermano de Romi a su pregunta.- ¿Estás lista?
-Ya voy.
Lo vio mientras bajaba los últimos escalones. Abrió la puerta y lo saludó con una sonrisa. Subieron al auto que estaba estacionado frente a la puerta para dirigirse a la misma parrilla cercana al edificio. Sentados frente a frente se miraron satisfechos por la presencia del otro.
-Me estoy acostumbrando a comer con vos -dijo el hombre fijando sus ojos en las pupilas huidizas. -Podríamos establecerlo como una rutina -sonrió.
-Las rutinas aburren -declaró ella con suficiencia.- Además, vamos a compartir las comidas durante cuatro días, ¿no te parece bastante?
-Veremos -expresó él sin comprometerse. Y cambiando de tema:- ¿Compraste tu vestido?
-¡Ah, sí! -contestó Sandra sin poder contener la risa al recordar los detalles de su adquisición.
-¿Qué es tan chistoso? -preguntó él intrigado.
-A su tiempo te lo contaré -dijo divertida.- ¿Cuántas horas de viaje hay hasta Arancibia?
-Entre cuatro y cinco por la ruta nueva. La idea es llegar antes del mediodía para instalarnos y compartir el asado de bienvenida. Intuyo que será un fin de semana especial -pronosticó Lucho buscando su mirada.
Ella no se abandonó. Aún no. Sin comentarios, siguió comiendo conciente de ser observada por el estoico varón. Yo también lo intuyo, es más, lo deseo. Dos veces estuve a punto de ceder a tu beso y me negué, porque sabía que de hacerlo no habría vuelta atrás. Tengo tantas expectativas que me aterra que seas como los demás. ¿O acaso lo que me aterra es que seas tan distinto que me precipites en un abismo del que no pueda salir sin vos?
-… te van a gustar.
-¿Eh? -sólo había escuchado las últimas palabras absorta en su monólogo interno.
-Que tanto la dueña de casa como los festejos y el entorno te van a gustar -repitió el hombre con paciencia.- ¿A qué paisaje interior te retiraste? -indagó con una sonrisa afable.
Esta vez no podía disimular el rubor. Levantó la copa para ocultar, al menos, parte de su cara al inquisitivo sondeo masculino.
-Pensaba en tu monte de frutales -mistificó.- ¿Están todos los árboles florecidos?
-Casi todos están adaptados para florecer en esta época. Espero que tu imaginación no supere mi humilde trabajo -arguyó.
-No lo creo. Romina me habló de cuánto te satisface esa obra.
-¿Y qué más te dijo mi hermanita?
-Me pasó la queja de que nunca la invitaste a visitarla…
-Era otra presencia la que yo deseaba entre mis árboles -reveló Lucho con voz solemne.
-¿A quién te referís? -preguntó, segura de la respuesta.
-A vos, bien lo sabés -contestó bajamente.
Estoy coqueteando con él. Provocándolo para que confiese que nadie le importa más que yo. ¿Y después? ¿Saldré corriendo para no padecer una nueva decepción? Me parece que esta vez no, Luciano. Estás ocupando demasiado espacio en mis pensamientos y la única salida es asumir el riesgo.
-Bueno -replicó con displicencia.- Vas a matar dos pájaros de un tiro. Dejarás conforme a Romina y me harás conocer tus frutales.
La contestación del hombre fue interrumpida por el sonido del celular de Sandra.
-Disculpame -pidió mientras atendía:- ¡Hola, Romi!
-¿Adónde estás?
-Terminando de cenar. ¿Y vos?
-A punto de acostarme. Mirá que mañana te pasamos a buscar a las seis. Mamá, vos y yo viajamos con Mike porque papá y Lucho llevan un aparato de riego en la camioneta. ¿Ya preparaste la valija?
-Ajá. Dormí tranquila que estaré lista.
-Hasta mañana, entonces. ¿Me pasás con Lucho?
Sandra se despidió y le tendió el teléfono a su acompañante.
-¿Qué pasa, aguafiestas? -saludó Luciano.
-Que papá me dijo que no te olvidaras de poner la caja con los picos y los filtros sobre los soportes. Y largala a mi amiga para que pueda descansar.
-¿Eso también te lo dijo papá? -ironizó el hermano.
-Va de parte de los dos, descerebrado, porque la vas a tener a tu alcance durante cuatro días.
-Gracias por recordármelo, tesoro. Ya mismo la llevo a la cama.
-¡Si serás estúpido…! -se indignó Romina, y cortó.
Luciano, riendo, le devolvió el aparato a Sandra.
-¿A quién vas a llevar a la cama? -preguntó ella con recelo.
-A vos, a pedido de mi preocupada hermanita -declaró con naturalidad.
Sandra le echó una ojeada esperando advertir un gesto de malicia, pero el rostro del joven permanecía impasible.
-Tiene razón -dijo por fin.- Es hora de retirarnos.
Lucho pagó la cuenta y la llevó hasta su casa acatando el silencio en el que se había aislado. Lamentó haber molestado a las muchachas pero la intrusión de su hermana disparó la respuesta inconveniente. Y aunque debía reconocer que se adecuaba a su deseo, a Sandra no la había complacido. Mala suerte, pensó. He perdido varios puntos. Estacionó y ella estiró la mano para abrir la portezuela. Él la tomó con delicadeza por el brazo para que se volviera y encontró un mudo reproche en sus ojos.
-Lo que le contesté a Romina fue un desplante pero no lo tomes como un agravio porque constituye el supremo anhelo de mi vida -le aclaró el hombre con voz sofocada.
Sandra se desasió suavemente y salió del auto.
-Hasta mañana, Luciano -dijo cuando cerró la puerta. Entró al edificio sin volver en ningún momento la vista atrás.
Él pegó un puñetazo al volante cuando ella desapareció en la escalera. Se quedó un rato con la frente apoyada sobre la mano y después arrancó. Se sentía doblemente idiota. Primero se había excedido con su hermana. Después le había confesado a Sandra las ganas de acostarse con ella como si fuera la única aspiración para vincularse. Por ahora es la principal, admitió, pero no la única. Guardó el auto y dejó acomodada la caja en la camioneta. Después subió a su dormitorio y se dispuso a dormir.

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