miércoles, 21 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 35


Sandra, acurrucada entre las ramas del árbol que la refugiaba, comenzó a sentir los primeros síntomas de cansancio que el instinto de supervivencia confinó para cuando estuviera a salvo. El aire fresco de la noche enfrió su piel y su ropa mojada provocándole una ola de escalofríos y una sensación de entumecimiento en sus miembros. No quería rendirse a la fatiga porque caería del escondite que la mantenía alejada de los saurios y su intuición le decía que pronto Luciano aparecería para rescatarla. Ella había hecho su parte escapándose de los delincuentes, claro que gracias a los artefactos que tanto la hicieron reír. ¿Habrían encontrado a las mujeres enseguida? No lo sabía, pero recordaba las palabras de Lucho: “vuelvo enseguida”.  Y se habría inquietado al no verla por los alrededores. Se aferró a sus divagaciones para no desfallecer. Estoy enamorada de Luciano y quiero librarme de esta pesadilla para escuchar que me ama y poder confesarle que sueño con sus besos y que presiento que hacer el amor con él será glorioso. ¡Por favor, Dios mío, que no me ataquen los cocodrilos ni las víboras, ahora quiero vivir para conocer el amor! Luciano, Luciano, Luciano… vení pronto que te necesito. Qué tonta, como si pudiera escucharme. ¿Y cómo me encontrará? No sé si caminé en línea recta, aunque lo intenté. ¿Cómo imaginarse que caí en este pozo? Me parece que este bosque es tan grande… No voy a aguantar toda la noche. Pero tengo que hacerlo. Me van a encontrar. Si no, ¿cómo podría festejar Leonor su cumpleaños? ¡Ay, Lucho! Si me hubiera abandonado a tu beso en la confitería a lo mejor no hubiéramos venido a Arancibia. ¡Qué disparate! ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Que a lo mejor estaríamos de viaje en otro lugar. Pero Rafael y familia hubieran venido al cumpleaños. Yo ví la desesperación de Romi cuando ese hombre repulsivo la miraba con codicia. Ella no tenía probabilidades de zafar. No, mejor que haya sido así. Ya ni siento las piernas y me hormiguean las manos. No debo caerme. Sería horrible que me coma un cocodrilo. No sé si más horrible que ese sujeto me violara. ¡Qué repugnante! ¿Sandra…?
Los sonidos llegaron distorsionados por la distancia. ¡La estaban buscando! Gritó cuando las voces se acercaron. Creyó escuchar por encima de los ladridos de un perro la voz de Luciano y lo nombró una y otra vez. Una luz la encegueció y le hizo bajar la cabeza.
-¡Sandra! -era, sin dudas, Lucho.- ¡No te muevas! Bajo a buscarte de inmediato.
-¡Los cocodrilos! -advirtió ella temiendo que el joven no los hubiera visto.
Escuchó deliberar varias voces masculinas y pronto lo vio descender enlazado por una cuerda. Cuando se emparejó a su costado se volvió hacia ella, le tendió los brazos y le dijo con voz conmovida:
-Hola, muchachita, me pregunto qué otro recurso vas a inventar para escaparte de mí.
Sandra rió alucinada. Lo que menos deseaba era escaparse de los brazos que esperaban por ella. Tendió los suyos para enlazar el cuello de Lucho y se sintió izada y estrechada contra el cuerpo del hombre.
-Sandra, Sandra, Sandra… -desgranó él en su oído.- Estás aquí y puedo creer en los milagros. Nunca, nunca, nunca, dejaré que te apartes de mi vista… -sus labios bajaron por la mejilla de la joven y se detuvieron en la comisura de su boca.
-¡Eh, patroncito! Los hombres se están acalambrando. Suban y consiéntanse arriba -gritó Braulio en tono jocoso.
Luciano rió con ganas y comenzó a escalar sosteniendo a Sandra con firmeza. Cuando alcanzaron el borde del barranco unos brazos liberaron al joven de su carga. Rafael la ciñó y sus palabras de bienvenida se mezclaron con los aplausos y parabienes de los rescatistas.
-¡Hija! ¡Me siento tan feliz de verte enterita que prometo bailar toda la noche! -exclamó el padre de Romi estampándole un beso en la mejilla.
La joven largó la risa porque conocía la fobia que tenía Rafael por el baile. Se separó y lo miró con gratitud. Abarcó con un gesto a todos los rastreadores y expresó:
-¡Gracias a todos! No sé cómo retribuirles su ayuda, pero en ningún momento dudé que me buscaran.
Mike se acercó para abrazarla y le comunicó, con ayuda de Lucho, que Romina ya estaba al tanto del resultado de la búsqueda. Braulio dio la orden de regreso y ellos se aprestaron a seguir al grupo.
-¿Estás en condiciones de caminar? -preguntó Luciano.
-¡Ah, sí! Después de la disparatada corrida, será como dar un paseo.
Él, que deseaba confinarla contra su pecho, se resignó y le ofreció el brazo. Media hora después hicieron un alto en el refugio adonde los esperaba Damián. Relató que el comisario con dos ayudantes habían trasladado a los delincuentes a la cárcel y  festejó con alegría el oportuno rescate de su compañera de baile. Con otros dos hombres se ocupó de los caballos y los demás se repartieron en los vehículos. Sandra, flanqueada por Luciano y Mike, se sumió en un relajado sopor hasta arribar a la estancia. Los gritos de Romi que corrió hacia la camioneta antes de que estacionara le sacudieron la somnolencia. Mike se apresuró a bajar antes de que su novia lo arrollara.
-¡Sandra! ¿Estás bien? -la abrazó exaltada.
-¡Sí, sí…! -rió apretujada contra Luciano por la efusividad de su amiga.- Bajate que vamos a asfixiar a tu hermano.
-Por mí, no se molesten -murmuró él extasiado por el contacto.
Sandra empujó a Romina y abandonaron el vehículo. Luisa y Leonor las alcanzaron a medio camino y abrazaron estrechamente a la muchacha que tan generosamente se había expuesto por ellas.
-Vamos adentro, querida, que está esperando el doctor González para revisarte -dijo la dueña de casa.
-¡No es necesario! No tengo más que raspones y magulladuras -protestó la chica.
-Nos vamos a quedar más tranquilas -adhirió la madre de Romi.- No sea que alguna herida se infecte.
Ella miró a Luciano esperando que la apoyara, pero el joven le guiñó un ojo e hizo un gesto de abstención con las manos.
-Bueno -aceptó.- Si es para que se queden tranquilas…
Caminó hacia la casa rodeada por las mujeres y ceñida por Romina que parecía temer que desapareciera. El médico, un hombre entrado en años y aspecto distinguido, la revisó con minuciosidad y terminó declarando que ninguna herida revestía peligro y no dejarían huellas. Le dejó una pomada cicatrizante y las instrucciones para su uso. Cuando se despidió, el antiguo reloj de péndulo tocó dos campanadas.
Rafael, Mike y Luciano, seguidos por Braulio, se hicieron presentes ni bien se fue el facultativo.
-Vine a desearle un buen descanso, señorita Sandra -dijo el capataz.- Espero que mañana pueda disfrutar del mejor lugar de la estancia.
-Sin dudas, Braulio. Gracias por todo -sonrió ella.
El hombre se despidió del resto y se retiró. Rafael opinó que era hora de descansar si al día siguiente querían cumplir con todas las actividades. Los seis invitados subieron a la planta alta y se despidieron en el corredor.
-Necesito darme el baño más largo de mi vida -dijo Sandra apenas ingresaron al dormitorio.
-Sí, porque después tenés que embadurnarte con la pomada que te dio el médico -aprobó Romina.- Mientras tanto, tenés que contarme cómo te escapaste de esos tipos.
Mientras llenaba la bañera con agua templada, la joven le relató a su amiga los detalles de su huída y el posterior refugio en el árbol hasta la llegada de los rescatistas. Sumergida en el agua tibia y perfumada, sintió que la adversidad quedaba atrás y que el porvenir era una aventura excitante. Después, Romi le desparramó el ungüento por la espalda y le preguntó:
-¿Qué pensaste cuando estabas sola en la oscuridad?
-En que Luciano pronto me encontraría -confesó sin rodeos.
Romina detuvo su faena y se movió para enfrentarla.
-¿Debo creer que lo querés? -inquirió anhelante.
-Con toda mi alma -afirmó Sandra.
-¡Amiga, no vas a salir defraudada! Te auguro un amor tanto o más intenso que el mío… -hizo un gesto presuntuoso- Lo que es mucho decir…- Se abrazaron riendo y poco después se rindieron al sueño que reclamaban cuerpos y mentes agotados.

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