jueves, 7 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XI

La mañana, como queriendo congraciarse con los profetas del tiempo, despuntó con un cielo despejado y la inminencia del sol. Sofía ejecutó sus rituales diarios y marchó hacia la oficina. A las diez, Méndez le pidió por el teléfono interno los saldos bancarios.

-Controle el Rioplatense, Sofía. Ayer le mandé depositar cincuenta mil pesos.

–Los tengo en el cofre -contestó con sobresalto.

-¿Se puede saber por qué tomó esa decisión? –la voz de su jefe sonaba disgustada.

-Adelina dijo que usted quería tenerlo disponible a primera hora de la mañana.

-Debió entender mal, porque libré para hoy un cheque de cien mil pesos y el saldo es de sesenta mil. Hable al banco inmediatamente para que le reciban el depósito antes de la hora de atención al público.

-Sí, ingeniero, ya lo preparo –respondió, contrariada por el error.

Se comunicó con la tesorera del Rioplatense y le advirtió que enviaría al cadete para hacer el depósito. Confeccionó la boleta mientras se reprochaba no haber confirmado el día anterior una orden que le había resultado anómala. Todo por no crear más discordia con la secretaria. Abrió el cofre y se quedó mirando el interior como aturdida. El grueso sobre no estaba. Revolvió los papeles que contenía negándose a aceptar el hecho consumado de que había desaparecido. Un vacío doloroso se instaló en sus entrañas cuando tomó conciencia de la falta. ¿Cómo justificarla ante su jefe? Se levantó con el corazón palpitante y se dirigió hacia el privado de Méndez. Golpeó la puerta y una voz la autorizó a entrar.

-Ingeniero –dijo angustiada- ayer guardé el dinero en el cofre y ahora no está- la confesión brotó de sus labios atropelladamente.

-¿Qué dice?

-Que el sobre no está en el lugar en que lo dejé.

-¿Dejó el cofre fuera de la caja de seguridad?

-¡No! Esta mañana lo saqué de la caja como todos los días, pero al abrirlo el sobre ya no estaba.

-A ver, Sofía –dijo con forzada calma,- ¿le ha confiado usted a alguien las llaves de las cajas?

-Bien sabe que no, ingeniero, pero alguien más debe tenerlas para explicar esta irregularidad –afirmó desde la seguridad de quien no había cometido ningún ilícito.

-Si usted no se las ha cedido a nadie, sólo yo y mi hijo tenemos las otras copias. No pensará que mi hijo que se encuentra en Inglaterra haya sacado el sobre ¿verdad?

Sofía tomó aire y preguntó:

-¿Adelina no tiene las llaves?

-¿Desconfía de mi secretaria?

-Sólo digo que ayer mintió cuando me dijo que usted mandaba no depositar el dinero y que nunca cargó en el sistema el cheque diferido que vencía hoy. Si lo hubiera hecho yo hubiera depositado el efectivo a pesar de su orden.

Con el rostro ensombrecido su jefe pulsó el intercomunicador:

-¡Adelina! Venga de inmediato a mi oficina.

La mujer se presentó al instante. Miró con menosprecio a Sofía y dijo con mansedumbre:

-¿Me necesitaba, ingeniero?

-Quiero saber por qué le indicó ayer a Sofía que no depositara las cobranzas.

-¡Señor! Yo sólo le entregué el sobre. Considero que ella sabe muy bien cuál es su trabajo para darle indicaciones –dijo con desparpajo.

Sofía la escuchó asombrada. Ahora estaba segura de que en la desaparición del sobre estaba involucrada la mujer que mentía con tanta soltura.

-¿Y por qué no ingresaste el cheque que vencía hoy? – la interrogó con aspereza.

-Me parece que estás un poco alterada porque el cheque está ingresado –alegó con arrogancia.- Cerciórese, ingeniero, y verá que el banco aparece hoy en descubierto. -Adelina la miraba triunfante.

-Hasta recién no estaba registrado el cheque en el sistema –aseguró Sofía.- El saldo de bancos es lo primero que controlo cuando llego y ninguno estaba en descubierto.

En la pantalla del ordenador de Méndez relucía en rojo el saldo del Rioplatense. El hombre dirigió una mirada inquisitiva hacia Sofía.

-¡No es posible! –la encaró a Adelina.- Lo acabás de ingresar.

-Lo pasé en su momento, y debo decir que no entiendo a qué se deben tus ataques –señaló ofendida.

-A que falta el sobre con el dinero que te aseguraste que no depositara –le aclaró con fiereza.

-¿Y a mí qué me decís? La única empleada que tiene las llaves sos vos y el ingeniero no se robaría a sí mismo, creo… –agregó mirando a su jefe con una sonrisita de complicidad.

Sofía estaba pálida. Méndez y Adelina la observaban con suspicacia, pero a ella no la impresionaba la mirada de la secretaria, sino la de su jefe que iba mudando hacia la desconfianza.

-¡Usted no puede creer que yo tomé ese dinero! –alegó con desesperación.

-Déjenos solos, Adelina –pronunció el ingeniero.

Cuando se cerró la puerta tras ella, el hombre miró a su empleada:

-¿Qué se creía, Sofía? ¿Que esta suma iba a pasar desapercibida? Si necesitaba algo, podríamos haberlo charlado.

-Por lo visto usted está convencido de que yo me apropié del dinero y nada de lo que diga le hará cambiar de opinión. Me han tendido una trampa y no me equivoco al decir que fue su secretaria. Si hay algo de lo que me precio es de ser honesta. Jamás me quedaría con algo ajeno. ¡Tiene que creerme! –Se sentía inmersa en una pesadilla.

-Lo cierto es que ninguno de sus argumentos de disculpa son válidos –dijo por fin el hombre.- No puede probar que Adelina le haya dado ninguna orden, el cheque está ingresado desde hace un mes, y sólo usted dispone de las llaves. ¿Qué pensaría en mi lugar?

-Yo no lo robé. Tampoco puedo devolver esa cantidad –expresó con desaliento.

-Aunque lo hiciera, Sofía, se dará cuenta de que para usted ya no hay lugar en esta empresa. No la voy a denunciar a cambio de que hoy mismo envíe su renuncia. Se le liquidarán los haberes proporcionales de este mes cuando llegue el telegrama. Si le sirve para algo, le diré que me ha decepcionado. No suelo equivocarme cuando juzgo la calidad moral de las personas –detuvo con un gesto la protesta de la muchacha.- Vaya por sus cosas y devuélvame las llaves antes de irse.

Sofía salió intentando contener las lágrimas de rabia y de vergüenza. Tropezó con Mónica que la siguió hasta su despacho al ver su semblante descompuesto.

-¿Qué te pasó? ¿El viejo se lanzó con vos?

Sofía se derrumbó sollozando en su sillón. Cuando pudo controlarse le dijo a Mónica:

-Más tarde te explico –puso sus pertenencias en un bolso bajo la mirada compasiva de su amiga y se despidió:- Hoy no tengo ánimo. Mañana, cuando salgas del trabajo, pasá por mi casa. Yo te voy a dar mi versión de lo que vas a escuchar hoy en la oficina.

Pasó por el despacho de su jefe y sin palabras dejó las llaves sobre el escritorio. Después, corrió hacia las escaleras y su incierto futuro.

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