sábado, 9 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XII

Deambuló por la calle intentando encontrarle sentido a la afrenta vivida. ¿Tanto la odiaba Adelina para hacerle perder el empleo y el buen nombre? ¿Y cómo había ingresado el valor con una fecha vencida si el sistema no lo permitía? Sólo con intervención del personal de cómputos, concluyó. Vaya a saber qué mentira les contó para que la ayudaran a salvar un error. Cuando las lágrimas volvieron a asomar, tomó un taxi para llorar a solas en su casa. Descolgó el teléfono porque intuía que sus compañeras de trabajo intentarían comunicarse con ella. Dio rienda suelta a su congoja y se fue a dormir sin cenar. El despertador sonó a las siete como siempre. Desayunó y tomó conciencia de su estado de desempleada cuando recordó que debía mandar el telegrama de renuncia. Salió del correo sin deseos de encerrarse toda la mañana en su pequeño hábitat, de modo que bajó por la peatonal hasta la costa. Se sentó en uno de los bancos que miraban hacia el río y como no quería pensar en su trabajo, pensó en Germán. Los dos días que la separaban del domingo semejaron años. ¿Podían pasar cosas irreversibles en tan corto tiempo? Sí. Y la prueba de ello era la carencia de trabajo y la posibilidad, si no encontraba otro empleo, de perder su departamento. Si hubieras vuelto… Este mal trago habría sido soportable. ¿Pero que vas a pensar de mí cuando la dulce Adelina se ocupe, porque estoy segura de que se va a ocupar, de contarte mi humillante retirada? ¿Le vas a creer? ¿O me buscarás para escrutar mis ojos cuando yo te diga mi verdad? No, soy una ilusa. Ella es una gran mitómana. Te convencerá…

-Hola, linda –el timbre masculino acalló su voz interior.- ¿Puedo hacerte compañía?

Lo calibró antes de responderle. Era un joven casi de su edad y distendía su rostro en una jovial sonrisa. ¿Qué tenía que perder?, pensó. A lo sumo se despediría si se ponía pesado. El muchacho se sentó y le tendió la mano:

-Me llamo Gabriel, ¿y vos?

-Sofía –dijo estrechándosela.

-¿Vivís por acá?

-No. ¿Y vos?

-Sí. Y lamento no tenerte de vecina. Así te vería todos los días.

Ella se rió halagada. El muchacho se veía muy seguro. Se sintió distendida y empezó a disfrutar de esa hermosa mañana de sol. Ya tendría tiempo de meditar sobre su desventura.

-¿Qué te parece si tomamos un café? –Él señaló un coqueto barcito que tenía mesas con sombrillas en una pequeña terraza con vista al río.

-Es que no traje plata… -le aclaró.

-Te estoy invitando –dijo Gabriel.

-Entonces, acepto –se levantaron juntos y juntos caminaron para instalarse debajo de una sombrilla.

El café venía acompañado de una porción de torta que Sofía no despreció. Hacía un día que no comía y su estómago le agradeció.

-¿A qué te dedicás? –le preguntó.

-Soy ingeniero. Trabajo en el sur y ahora estoy visitando a mi familia. Mamá, papá y hermanos –aclaró.

-Bueno –dijo Sofía.- Si con eso querés referirte a tu estado civil, es un pobre testimonio. Podrías tener mujer e hijos en el sur. –Se sentía atrevida.

Gabriel se rió con ganas. Pensó que esa jovencita le gustaba tanto de físico como de temperamento. Lástima que la estaba conociendo poco antes de marcharse.

-Recibido. No tengo mujer ni hijos. ¿Y vos?

-¡Tampoco, por favor! –rieron juntos.- Debe ser poco llevadero estar tan lejos y al final de la jornada no tener con quien compartirla –añadió Sofía.

-Ninguna conclusión más acertada. ¿No te gustaría vivir en el sur? –preguntó Gabriel con un matiz de ansiedad velado tras la sonrisa.

-¡Ah! No es mi mejor momento, joven, –bromeó.- Desde ayer para atrás podría haberlo pensado, pero hoy sería sólo un lastre.

-No lo creo. ¿Pero qué gran catástrofe se interpone entre nosotros? –cuchicheó Gabriel en tono conspirativo.

Sofía lo evaluó nuevamente. ¿Qué mal haría en contarle al muchacho el fraude que le costó su empleo? No tenía intención de volver a verlo ni le daría ningún dato para que pudiera ubicarla. Le relató concisamente la maquinación de su compañera de trabajo y la tortuosa reacción de su jefe. Terminó la historia con la voz quebrada y la misma sensación de escarnio que creía haber superado. Volvió la cabeza a un costado para evitarle el espectáculo de las lágrimas que desbordaban sus ojos. Una mano le tendió un pañuelo para que las enjugara. Gabriel la miraba con un dejo de ternura y conmiseración.

-¿Ves? –se oyó decir- No soy buena compañía para nadie.

-Voy a decir algo reiterado –señaló Gabriel:- No hay mal que por bien no venga. En poco tiempo te felicitarás por no alternar más con esa manga de cretinos. ¡Estoy seguro de que te espera un trabajo mejor! Y si no, venite al sur conmigo, ¿eh?

Sofía hizo una mueca y le devolvió el pañuelo. Ahora quería volver a su casa.

-No me des una falsa dirección o un falso apellido –dijo el intuitivo joven tendiéndole una tarjeta.- Mañana vuelvo a Comodoro y aquí están mis teléfonos. Me gustaría saber de vos. En serio. Como amigo.

-Gracias Gabriel. Perdoname si te hice sentir fatal. Cuando esté encaminada te llamaré.

Él la miró alejarse y presintió que no la vería más. Una pena, pensó. El sur en su compañía sería doblemente mágico.

Sofía llegó a su departamento y lloró un poco más. Hizo un esfuerzo por rescatar a la mujer firme que había sido y se dedicó a estudiar sus finanzas. Con la inflación, la cuota del departamento absorbía la mitad de su sueldo. No tenía ahorros y este mes cobraría por veinte días. ¿Cómo viviría? ¿Y cómo podría afrontar la hipoteca los meses venideros? Necesitaba conseguir un empleo cuanto antes. De pronto el cansancio la agobió. Se retiró al dormitorio y se tendió vestida en la cama. El timbre de la puerta la despertó. El reloj de la salita marcaba las seis de la tarde. Bajó a abrirle a Mónica que venía con Carina y Rocío. Sus amigas la estrecharon sin palabras, y en esos abrazos comenzó a restañarse la herida de su autoestima.

-¿Café, mate o té? –preguntó mientras las mujeres se instalaban en la salita.

-¡Mate! –fue la respuesta unánime.

Mientras el agua se calentaba, puso galletitas dulces y saladas en una bandeja y poco después las llevó con el equipo de mate.

-¡Yo cebo! –ofreció Carina.

Sofía aceptó sin cuestionar. Le gustaba tomar la infusión pero no cebar para una ronda.

-¿Y qué se comenta en la oficina? –preguntó con una sonrisa desvaída.

-Nuestro benemérito jefe nos reunió en su despacho y nos comunicó que habías renunciado debido a un faltante de caja –respondió Mónica con una mueca. Y agregó:- De más está decirte que nadie se lo creyó, sobre todo por la insufrible presencia de Adelina que parecía un gato que acababa de tragarse al canario.

-Bueno, esa mujer no sabe cómo me ha jodido la vida con su manejo y espero que no se entere porque sería doble su satisfacción.

-¿Qué pasó realmente? –dijo Rocío inclinándose hacia ella.

Miró a cada una de sus amigas y les relató detalladamente lo sucedido agregando al final:

-Todo estaba preparado, desde la falsa orden de no depositar hasta el ingreso tardío del cheque posdatado. Era muy fácil para ella hacerse de una copia de las llaves y de la combinación de la caja fuerte que Méndez tiene anotada en su agenda. Sólo quisiera saber quién, de la oficina de cómputos, le facilitó registrar ese valor con la fecha real en que fue librado.

-¿Habrá sido Sergio? –observó Carina.

-¡No, no lo creo! –contestó Sofía.- Yo sé que no es santo de tu devoción, pero lo creo incapaz de semejante bajeza.

-Mmm... No si la villana lo enredó en una de sus mentiras –porfió.- Estate segura de que lo voy a averiguar.

Carina había llegado a la misma conclusión que ella. Daba lo mismo que fuera Sergio u otro porque ambos habían sido víctimas de un engaño. Aceptó el mate que le ofrecía y le confesó al grupo su mayor preocupación:

-Lo que me desvela es perder el departamento por no poder pagar la hipoteca. Este mes zafo porque me tienen que liquidar el aguinaldo y las vacaciones proporcionales, pero si no consigo pronto otro trabajo…

-¡Vas a conseguir, vas a conseguir…! –exclamó Carina- Sos una empleada eficiente, conocés dos idiomas y tus antecedentes son intachables.

Sofía la miró levantando las cejas.

-Está bien, está bien… –insistió Carina.- No sólo en esta empresa pueden dar referencias tuyas.

-Sólo que las anteriores tienen más de diez años de antigüedad. ¿Cómo justificar que no he trabajado en tantos años? Pensarán que mis conocimientos están desactualizados.

-Mirá, Sofía –intervino Mónica.- Tenemos un mes por delante. Nos pondremos en campaña para ayudarte a buscar un trabajo. Estamos en contacto directo con todos los proveedores y contratistas de la empresa. Cualquiera de ellos quisiera tenerte entre sus empleados.

-Sobre todo Germán. ¿Verdad chicas? –dijo Rocío con entusiasmo.

-No sé si la querrá como empleada –rió Carina.- Pero seguro que la quiere…

-¡Les prohíbo! ¿Entienden? ¡Les prohíbo que le pidan a ese hombre cualquier favor para mí! –exclamó Sofía agitada.

-¡Eh! No es para tanto… Era sólo una posibilidad –dijo Carina sorprendida por la reacción.

-Miren, les agradezco su preocupación, pero este problema debo resolverlo yo sola –dijo en tono amigable.- Y ahora, cambiemos de tema. ¿Quieren ver mis nuevos cactus?

Las tres se levantaron para seguirla hasta el pequeño balcón, admiraron las plantas florecidas y ninguna volvió a referirse al tema que las había convocado.

No hay comentarios: