domingo, 24 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XVII

Sofía no veía la hora de llegar a su departamento para hablarle a Carina. La llamó a la oficina pero ya se había retirado. Antes de que la llamara a su casa, sonó el teléfono.

-¿De modo que vas a trabajar con Germán, desvergonzada? ¡Te lo tenías bien guardadito! –saludó su alborotada amiga.

-¿Qué es esto? ¿Pusiste un detective detrás de mis pasos?

-No. Pero tengo mis informantes. Y lo supe –supimos, corrijo- porque estábamos las tres cuando Mercedes me lo contó. Estoy con Mónica y Rocío. Y queremos hacerte una visita. ¿Nos recibís?

-¡Vengan, chusmas! –autorizó Sofía riendo con ganas.

Quince minutos después tenía a las tres agitadas amigas en su departamento. Se superponían tanto en las preguntas que las llamó a silencio y les contó los acontecimientos en orden. La escucharon fascinadas y cuando acabó el relato la abrazaron con alegría.

-Espero que me lo permitas –dijo Mónica.- ¡Pero no quiero perderme la cara de la culebra cuando se entere de que Germán te contrató!

-Y los comentarios tampoco –intervino Rocío.- Serán para escribir una antología.

-Serán demasiado escatológicos –aseguró Sofía.- Pero aún así me gustaría escucharlos –y largó una carcajada.

-Y yo –participó Carina- tendré la satisfacción de comunicárselo a Méndez. ¡Se pondrá azul el viejo!

Las risas cristalinas se prolongaron. Sofía miró el reloj y vio que eran las ocho y media de la noche.

-Si no tienen compromisos, quiero invitarlas a comer –les dijo a sus amigas.

Se miraron entre ellas y Carina habló por todas:

-Nos quedamos porque falta la parte más suculenta de tu aventura. ¡Compremos algo hecho y lo repartimos entre todas!

-De ninguna manera. Yo invito ahora que tengo trabajo.

Todas volvieron a reírse. Al fin acordaron que las invitadas comprarían el postre. Sofía encargó todo por teléfono y se sentaron a esperar.

-Me pregunto que resultará de mezclar el trabajo con el amor –dijo Mónica.

Menos la dueña de casa, las demás la miraron escandalizadas e iniciaron una protesta.

-¡Sh, sh…! –chistó Sofía.- Mónica tiene razón. Pero no voy a caer en la tentación. Y Germán me dio su palabra de no interferir.

-¡No digas pavadas! –estalló Carina.- Si cuando están juntos la atmósfera se electrifica. Los sentimientos no se pueden controlar a voluntad, Sofía.

-Mis prioridades son: primero el trabajo y segundo el departamento. Tal vez cuando termine de pagarlo…

-¡Ajá! Cuando tengas cincuenta años –ironizó Carina.- Para ese entonces no te interesará echar un polvo.

-¡Vean a la rubita! –exclamó Sofía.- Se nota que frecuentar a Sergio ha inspirado tu conclusión.

Rieron escandalosamente hasta que llegó el repartidor con el pedido. La diversión les había despertado el apetito. Dieron cuenta de la comida y a continuación del postre. Después limpiaron la mesa y tomaron un café.

-¡Estás bien provista! – expresó Rocío.

-Es que me tenía confianza. Estaba segura de que conseguiría el empleo –confesó sin falsa modestia.

-¡Y el inocente de Germán estaría mordiéndose los puños mientras te entrevistaban! Pobre ingenuo… -opinó Carina.- No sabía que se había enredado con doña perfecta.

Sofía sonrió. Las bromas no la fastidiaban. Se pensó un mes atrás, marginada del trío y sin otra perspectiva que la rutina. O dos semanas atrás, agobiada por el escándalo oficinesco y sin probabilidades de futuro. La vida parecía querer compensarla. Vio a sus amigas levantarse.

-Nos vamos. Son más de las doce y mañana tenés que empezar fresca la jornada –dijo Rocío.

Las acompañó hasta el palier y las abrazó con fuerza.

-Gracias, chicas. Por lo de hoy y por haber creído en mí.

Desde el auto de Rocío las manos aletearon en un cálido saludo. Entró al edificio cuando el vehículo dobló en la esquina. Tomó un baño antes de acostarse y se levantó con presteza cuando sonó el despertador. A las nueve menos cinco entraba a su nuevo lugar de trabajo. Ruiz ya estaba instalado en el escritorio de la oficina que compartirían.

-Buen día, Sofía. Sobre su mesa he dejado unas planillas con datos que deberá sistematizar. Hemos instalado una nueva línea telefónica por la cual sólo entrarán las llamadas de Inglaterra relacionadas con la representación y que usted deberá atender. El interno uno es para que derive la comunicación al señor Navarro en caso de ser necesario.

Ella asintió y se concentró en su tarea. A las diez, tras un golpe en la puerta, entró Germán.

-Buenos días a todos –saludó con una sonrisa.- ¿Hay algún asunto que deba resolver?

Sofía denegó con un gesto y el contador, con un chascarrillo:

-A no ser tu trastornada cabeza…

La joven miró a Ruiz divertida por el comentario, incongruente para ella, pero no para Germán que le respondió con una carcajada.

-Contador, no me descalifiques ante mi nueva empleada. ¿Qué va a pensar Sofía?

-Que tienen una estupenda relación al margen de lo laboral –dijo ella sonriendo.

Él la miró con una expresión de complacencia que le hizo bajar la cabeza y concentrarse en su tarea. Ruiz meneó la cabeza mientras observaba al hombre completamente absorto en la muchacha. Atendía la empresa de Germán desde sus inicios y, como había descubierto la intuitiva joven, habían establecido un vínculo que iba más allá de la relación de trabajo. Asistió a su boda y lo asesoró en la posterior separación. Navarro era un hombre de pasiones contenidas, pero esta mujer había quebrado la corteza que revestía su natural sensibilidad. ¿Hasta cuándo podría seguir cortejando a la muchacha sin resultados? Porque en cuanto a Sofía respectaba, si ella se sentía atraída de igual modo, lo disimulaba con éxito.

-¿Vas a mandarnos algún café? –preguntó para suspender la enajenación.

-Ya –reaccionó Germán.- Hasta luego.

Poco después entró el cadete con una bandeja que depositó en la mesa ratona acomodada entre dos sillones. Contenía dos pocillos de café y una bandejita con masas finas. El contador rió socarronamente y comentó:

-Su llegada, Sofía, es de buen agüero. Venga, sentémonos en los sillones para degustar el café y las masitas.

Sofía obedeció. Quería establecer una buena conexión con el hombre con quien compartiría el trabajo. Él la observaba mientras ella endulzaba la infusión. Había una suerte de interrogante en su cara que se concretó en una pregunta:

-¿Es una indiscreción de mi parte preguntarle cómo conoció a Navarro?

-¡Ah! En una reunión organizada por la empresa donde trabajaba. Hace dos semanas. –Su rostro adquirió una expresión nostálgica.- Se desató un formidable temporal que nos obligó a retirarnos del restaurante. Germ… El señor Navarro nos alojó en su casa hasta que pasara la tormenta y esperando que terminase el apagón. Fue... muy solidario.

-Ajá. Así que lo conoce desde hace dos semanas… ¿Se volvieron a ver?

-Antes de ayer. Vino a visitarme cuando se enteró del despido –dijo con un matiz de amargura.

-Ya, ya, hijita. ¿Querrá contarme cómo fue eso?

Sofía revivió el suceso para el contador. Creía haberlo sepultado después de tanto tiempo, pero reapareció en dolorosas lágrimas que no pudo contener. Se tapó la cara para ahogar los sollozos y sintió los brazos del hombre que rodeaban sus hombros para calmarla.

-Sofía, Sofía… -murmuró con voz cálida.- Perdóneme por haberle hecho recordar este percance digno de olvidarse.

Germán entró al despacho precedido por un golpe. Del cuadro que se ofrecía a su vista sólo registró el llanto de la muchacha. Ruiz se volvió y le dirigió una mueca conmovida.

-¿Qué pasó? –preguntó Germán acercándose al dúo.

-Es mi culpa –dijo el contador.- Le pedí que me contara lo del despido.

-No, no… - musitó ella enderezándose pero aún sacudida por el llanto –no es su culpa.

Ruiz sobrellevó la mirada fulminante de su empleador y se incorporó empujándolo hacia la chica. Germán le acarició la cabeza trémula lo que aumentó su desconsuelo. Venciendo la débil resistencia de Sofía, la resguardó sobre su pecho y la sostuvo hasta que agotó sus lágrimas. Ella se separó con el rostro humedecido que Germán ansiaba recorrer con los labios. Se levantó vacilante y salió hacia el baño. El contador se había sentado a su escritorio y parecía enfrascado en sus papeles.

-¡Ruiz! –estalló Germán.- ¿Cómo se te ocurrió preguntarle por un asunto tan penoso?

-Quería conocerla más a fondo. Y no me vengas con monsergas porque bien te has beneficiado con mi desacierto. Apuesto a que no te la imaginabas hoy entre tus brazos.

-Si tuvieras adonde ir, te despediría –amenazó Germán.

-Lo sé, lo sé. Pero el problema no soy yo, sino tu inacción. ¿Desde cuándo te lleva tanto tiempo merodear a una hembra? No creo que tenga otros motivos para llorar como una Magdalena esperando el refugio de tus brazos. A menos…

La entrada de la joven interrumpió las disquisiciones de Ruiz. Pasó delante de Germán sin mirarlo y se acomodó frente a su mesa de trabajo.

-Perdónenme los dos. Creí que nunca más iba a llorar por esto.

-No, Sofía. Perdóneme usted por mi torpeza. No estoy habituado a tratar con personas sensibles. ¡Imagínese! Alternando tantos años con Navarro…

Ella levantó la vista hacia Germán como protestando por la apreciación del contador para encontrarse con una mirada tan conmovida que la hizo sonrojar. El timbrazo del interno la sacudió de su parálisis. Atendió y le comunicó a Germán que lo requerían en su oficina.

-Me voy. Y por favor, Ruiz, memorizate algunos chistes para la próxima así la hacés reír a Sofía.

No hay comentarios: