jueves, 21 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XVI

Sofía despertó a una mañana llena de promesas. La tormenta había desaparecido para dar paso a la claridad. Se dio una larga ducha mientras evocaba las últimas horas en la casa de Mauro. Después del brindis, Germán la había invitado a bailar. El recuerdo de los brazos masculinos en torno a su cuerpo, del fuerte torso peligrosamente cerca del suyo, de la mejilla varonil que por momentos rozó su cara, le provocaron un espasmo de voluptuosidad. Suspiró y cerró la llave del agua. Se secó y miró en el espejo su cuerpo desnudo. Era consciente de su atractivo para el sexo masculino y afortunadamente Germán no era la excepción. El pensamiento de estar desnuda delante de él la trastornó. Con estas cavilaciones, ¿cómo mantener la ecuanimidad si conseguía el trabajo? Terminó de vestirse y salió para el supermercado. Desayunó en el bar antes de realizar las compras y luchó contra la tentación de llamarla a Carina para contarle sobre su posible empleo. Decidió que lo haría cuando lo obtuviera. La tarde arribó con pereza. A las tres tomó el ómnibus que la dejaría a dos cuadras del establecimiento de Germán. Entró al edificio ansiando que la inseguridad no se trasluciera en su rostro. Apenas se hizo anunciar, salió Germán a recibirla.

-Buenas tardes, Sofía. Te estábamos esperando.

-Hola –balbuceó.- ¿Se me hizo tarde?

-No. Es que Ruiz está ansioso por conocer a mi recomendada. ¿Entramos? –le hizo un gesto hacia la puerta abierta.

Sofía lo siguió con las piernas temblorosas. Germán la precedió ante otro despacho y le franqueó la entrada. Un hombre mayor, de aspecto severo, la midió de pies a cabeza.

-El contador Ruiz, Sofía –presentó Germán.- La señorita Sofía… -la interrogó con un gesto.

-Núñez –terminó ella.- Encantada, contador –dijo alargando la mano.

El contable se la estrechó con firmeza y luego se volvió hacia Germán:

-Ahora, si nos disculpás, andá a tomar un café que la señorita Núñez y yo tenemos que hablar.

-A la orden, señor –contestó el hombre sonriendo, y salió guiñándole un ojo a Sofía.

El contador reparó en la seriedad de la muchacha que ignoró el guiño. Esto le gustó. Se sentó detrás de su escritorio y le indicó que tomara asiento. Le hizo una serie de preguntas acerca de sus conocimientos y sus trabajos anteriores y quiso saber por qué no estaba empleada.

-Porque me despidieron –dijo la joven.- Por un faltante de caja del cual no fui responsable. –Se sintió sofocada.

-¿El señor Navarro está al tanto? –preguntó Ruiz con el ceño fruncido.

-¿Cómo supone que no le diría una cosa como ésa? –contestó ofendida.

-Sólo quería asegurarme –dijo el contable con calma.- Ahora la dejaré un rato con un cuestionario para resolver. Si algún punto le genera dudas déjelo y siga con los otros. Lo veremos juntos en una hora. –Le tendió un legajo y se levantó.

Sofía lo vio salir y se abocó a leer las preguntas. En el interín, apareció un cadete con una taza de café que dejó sobre el escritorio. Le agradeció con una sonrisa y antes de una hora había terminado de completar el informe. Se recostó contra el respaldo del sillón y esperó el regreso del contador. Estaba tranquila. El sondeo se inscribía dentro de la escala de sus conocimientos. A la hora exacta, Ruiz hizo su aparición. En silencio leyó el cuestionario y después levantó la mirada hacia ella.

-Debo decirle, Sofía, que estoy gratamente sorprendido. En general desconfío de las recomendaciones y, más, de las de los jefes. Pero si Navarro sólo vio su apariencia exterior, me place que la haya tenido en cuenta. No encontraría otra empleada más habilitada. El puesto es suyo.

Sofía, olvidándose de la intencionada insinuación del contador, se levantó de un salto.

-¿Lo dice en serio? –preguntó con ansiedad.

-Palabra –sonrió por primera vez el hombre tendiéndole la diestra.

-¡Gracias, señor! –la sonrisa embellecía su joven rostro.- No se arrepentirá.

-Estoy seguro. Y antes de presentarla al personal, hablemos de sus condiciones de trabajo. El horario será de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde, su salario de seis mil pesos y empezará mañana. ¿Tiene algo que objetar?

-De ningún modo. Es más de lo que esperaba.

-Ahora llamemos a su patrón para que sea el primero en enterarse. Después conocerá a sus compañeros de trabajo. –Se dirigió al intercomunicador y le pidió a Germán que se llegara a la oficina.

Entró con una expresión de inquietud reprimida. No habló. Se limitó a mirar al contador.

-Por una vez has dado en el clavo, Germán. No habrías podido traer a una persona más idónea. Ya la he impuesto de horarios y sueldo. El paso siguiente es presentarla al personal.

-¿Estás de acuerdo con todo, Sofía? –dijo mirándola y haciendo caso omiso del discurso de Ruiz.

-Me ha hecho una oferta muy generosa. No tengo nada que cuestionar.

Germán miró a su contable con reconocimiento y lo instó a terminar el trámite:

-Adelante, Ruiz. Después te espero en mi oficina.- Se dirigió a Sofía:- Nos vemos mañana, ¿verdad?

-Sí. Hasta mañana y gracias. –Giró hacia el contador.- Vayamos cuando quiera.

Germán, exultante por el resultado de su decisión, los vio salir hacia estancia central adonde estaban alineados los escritorios de los empleados. Cuando se detuvieron en la primera mesa, volteó hacia su oficina. Un rato más tarde, se anunció Ruiz.

-Menos mal que esa muchacha es un hallazgo porque si la hubiera desahuciado estaría de patitas en la calle -adivinó el contador.

-Como siempre, tenés la justa, Ruiz. Confesá que no estaba equivocado.

-No. Tiene pasta. Lo que lamento es que la voy a perder pronto.

-¿Por qué lo decís?

-Porque así acaban los romances de los jefes con las empleadas. Al tiempo se cansan de verlas y buscan cualquier excusa para despedirlas.

-Éste no es el caso, Ruiz. Yo sólo aspiro a verla todos los días de mi vida. ¿Me das un voto de confianza?

-Estás entregado, ¡sí, sí…! –Opinó el contable.- Pero ¿no hubiera sido más fácil proponerle casamiento?

-A eso voy a llegar. Aunque sin prisa, porque le prometí que ninguna actitud mía pondría en peligro su estabilidad de trabajo.

Ruiz lo miró con una amplia sonrisa atípica en él. Después se le sentó enfrente y declaró:

-Hace años que nos conocemos, Germán, y nunca te ví preso de una locura. Esta muchachita te ha sorbido el seso y te deseo el mejor final. ¿Y si mañana apareciera algún candidato?

-Lo mato –dijo Germán con placidez.- Pero no te alteres, que no le daré tiempo para eso. Y ahora hablemos de la representación. ¿Te satisfacen los términos?

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