sábado, 16 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XIV

Una semana después, mientras Sofía desesperaba por encontrar trabajo, Mauro esperaba a Germán en el aeropuerto. Estaba ansioso por escuchar los pormenores de su estadía en Inglaterra y por darle la primicia de su paternidad. Ingrid lo había confirmado con un test antes de confesarle que estaba embarazada. “Para no crear falsas expectativas” le dijo. Aunque faltaba mucho tiempo, él ya se estaba planteando que los frecuentes viajes de su mujer no serían convenientes para el bebé. ¿Cómo podría conciliar el embarazo con el negocio que era toda su ilusión? Tendría que abocarse cuanto antes a instalarle el local…

Detuvo sus reflexiones al divisar a su hermano que estaba franqueando la puerta de ingreso desde la pista de aterrizaje. Se dirigió a su encuentro y se abrazaron con afecto.

-¡Hola, hermanito! No me esperaba esta recepción. ¿No tendrías que estar trabajando?

-Me tomé el día. Hacerte de chofer lo ameritaba. ¿Querés tomar algo aquí o vamos directamente a tu casa?

-Vayamos a casa. No veo la hora de darme un largo baño nacional. ¿Qué novedades hay? –preguntó mientras caminaban hacia la playa de estacionamiento.

-Varias –dijo Mauro.- Pero vos también tenés mucho que contarme según deduzco de tus escuetos mensajes.

-¡Ja! Ya hablaremos tranquilos. Parece que se avecina otra tormenta –reparó mientras dirigía la mirada hacia unos negros nubarrones.- ¿Hubo más cortes de energía?

-No. Pero parece que vos atraés los temporales. Te hubieras quedado un tiempo más en Inglaterra.

Germán rió con ganas. Se lo veía distendido y secretamente alegre. Mauro dedujo que su estadía en el reino de Albión hubo de ser fructífera. Durante el trayecto a la casa de su hermano no hablaron más que de generalidades, reservándose ambos las mejores noticias para cuando estuvieran en la intimidad.

-Y bien –dijo Mauro parado junto a la barra- ¿cómo fue tu encuentro con Farris?

-Ventajoso. No pensé que tuviera tan presente nuestro primer encuentro, pero apenas me vio me incorporó a su plantel, de modo que compartimos todo el recorrido de la exposición y las comidas. Cuando me invitó a conocer su fábrica yo ya tenía el pasaporte en la mano –recordó risueñamente.- No te voy a dar detalles del lujo de su jet privado para que no te mueras de envidia, pero la mansión que tiene en Port Sunlight es alucinante. Allí vive con su mujer y tres hijos. Me alojó en su casa como un amigo y me trataron como de la familia. En los cinco días no sólo recorrí su fábrica sino que me paseó por Londres y los lugares más notorios de Liverpool. Aunque vos ya los recorriste como buen fanático de los Beatles -añadió con una sonrisa.

-Hermano, nada de lo que me contás me asombra. Ese tipo conoce el calibre de los hombres. Y en cuanto a negocios, ¿pudiste cerrar algún trato de suministros?

-¡A eso voy, impaciente! En este momento estás frente al representante exclusivo de Elcover en Argentina –dijo con grandilocuencia.

-¡Germán! ¡Esta oferta no tiene parangón! Ya decía yo que la vida te debía reservar una buena oportunidad para compensar tus sacrificios… -declaró Mauro emocionado.

-Dejate de pavadas. Elegí la vida que hago y eso me permitió conectarme con Farris. Pero ahora vayamos a tus novedades. Lo dejaste picando en el estacionamiento.

-Te lo voy a decir sin rodeos: voy a ser papá.

Germán envolvió a Mauro en un abrazo de oso mientras reía con regocijo.

-¡Felicidades, hermanito! Nuestra charla fue profética. Y yo que dudaba de tu esmero… -Se atajó sonriendo del ataque fingido de Mauro.- ¿Y como está tu valquiria?

-Deslumbrante. La tengo toda una semana para mí antes del próximo viaje. ¡Ah! Y esta noche estás invitado a cenar. Ingrid te va a agasajar con carré de cerdo a la cerveza y su famoso strudel de manzanas.

Un trueno ensordecedor acompañado por las primeras gotas de lluvia, apagó la respuesta de Germán. La tormenta lo lanzó de lleno al recuerdo de Sofía. A pesar de su viaje vertiginoso, la nostalgia lo asaltaba en las noches solitarias. Rememoró cada hora pasada junto a ella y anheló su compañía deambulando por las callejuelas de Londres. Se prometió que algún día volvería con la muchacha para recorrer ese hermoso país.

-Te quedaste ensimismado –dijo Mauro.- ¿En qué estabas pensando?

-En un encargo que seguramente no cumpliste. ¿Averiguaste el teléfono de Sofía?

-¡No te puedo creer! ¿Todavía pensando en ella?

-Cada día –declaró con gravedad.- No quiero echarte, pero voy a pasar por la oficina de Méndez. Con suerte, llegaré antes del almuerzo.

-Y la vas a invitar a comer –aseguró Mauro.- Ya que estás, hacela completa y traela esta noche.

-Buena idea, viejo. ¿Nos vamos?

Mauro sacó su auto y lo saludó con un bocinazo. Germán arrancó detrás y encaró hacia el centro. La expectativa de ver a Sofía le cosquilleaba gratamente. Imaginó su expresión de sorpresa al verle aparecer después de una semana. ¿Se alegraría? ¿Habría pensado en él? El tiempo entre ambas tormentas se había reducido para acercar los dos encuentros. El portero del edificio, al reconocerlo, levantó la rampa de acceso a las cocheras. Subió por las escaleras por no esperar el ascensor. Su corazón latía aprisa, debe ser por la rapidez de la marcha, pensó. En la recepción estaba Mónica que lo saludó con un gesto de sobresalto. Al menos, eso le pareció. Lo hizo pasar al despacho de Méndez, adonde estuvo charlando un rato y después se fue directamente al sector administrativo. Se acercó al escritorio de Sofía y golpeó la puerta. Una voz femenina lo invitó a pasar.

-¡Navarro! –pronunció con asombro Adelina.- Su secretaria avisó que no volvería hasta la próxima semana.

-¿No es ésta la oficina Sofía? –indagó sin preámbulos.

-Era. A Sofía la despidieron la semana pasada.

-¿Cómo puede ser? –articuló con incredulidad.

-Por un faltante de dinero. Puede preguntarle al ingeniero Méndez.

Germán salió de la oficina con brusquedad. La idea de que Sofía había delinquido era inaceptable. Debía encontrarla y escuchar su propia versión. Vio que Carina le hacía señas desde la entrada de un box.

-¡Germán! –le dijo en voz baja.- Quiero hablar con vos. En quince minutos salgo para almorzar. Esperame en el bar de la esquina.

-¿Adónde la encuentro a Sofía? –prorrumpió en lugar de contestarle.

-Es lo que te voy a decir. Pero después que hablemos. Tené un poco de paciencia –añadió con suavidad.- En quince minutos. –Y volvió a su lugar de trabajo.

Carina encontró que ese hombre de gesto adusto que la esperaba en la mesa del bar poco tenía que ver con el encantador anfitrión de hacía dos semanas. ¿Tanto le preocupaba el destino de su amiga? No quiso prolongar la ansiedad de Germán y le relató con pormenores el despido de Sofía y la posterior entrevista con Méndez. A medida que avanzaba en el relato, el rostro del hombre se suavizaba.

-Tengo que verla, Carina. En este momento puede hacerle falta todo mi apoyo.

-Sí –dijo ella con ambigüedad.- Pero seguramente le habría valido más la semana pasada.

-No estaba en el país –contestó con aspereza.- ¿Tenés su teléfono o la dirección exacta de su casa?

Carina sacó una libreta de su cartera y anotó los datos que pedía el hombre. Arrancó la hoja y se la estiró.

-Mejor llamala antes. Está todo el día en la calle buscando trabajo.

Él asintió y llamó a la camarera. Cuando se despedían, dijo con tono afligido:

-No sabés cuánto lamento no haber estado la semana pasada. Sofía debe estar quebrantada por esta infamia.

-Al principio, sí –asintió Carina.- Pero pese a su aspecto frágil es más fuerte de lo que aparenta. Pero bueno, eso con sus amigas. No creo que le venga mal un hombro donde apoyarse –terminó con una sonrisa traviesa.

Germán le alborotó el pelo y caminaron bajo el paraguas de Carina hasta el edificio. Se despidieron en el interior: la chica hacia la oficina y el hombre hacia la cochera. Desde el auto intentó comunicarse con Sofía. Nadie contestó el teléfono. Decidió ir hasta su casa y esperar lo que hiciera falta. Estacionó frente al edificio de la joven y se quedó aguardando en el coche. Dos horas después la distinguió luchando contra el viento bajo un paraguas floreado. Bajó del auto y la alcanzó cuando abría la puerta de ingreso.

-¡Sofía! –llamó.

Ella se volvió sorprendida y se le quedó mirando con una carita pálida e inanimada que le oprimió el corazón.

-Germán… -musitó, y la contenida añoranza de su presencia se desintegró en un llanto incontenible.

El hombre intentó cobijarla entre sus brazos pero ella lo rechazó y se apretó contra la columna que bordeaba la puerta. Una joven acongojada y un varón que sufría la incapacidad de consolarla. Cuando los sollozos menguaron, él le tendió un pañuelo para que secara el rostro inflamado.

-Perdoname –dijo ella con voz ronca.- Es que me encontraste un poco desmoralizada.

-Acabo de volver de un viaje y fui a buscarte a la oficina. Carina me puso al tanto de tu despido. Quiero que hablemos, Sofía.

-No sé si es el momento más apropiado… –dudó.

-¿Podemos entrar? El viento trae la lluvia sobre nosotros.

Sofía abrió la puerta y entraron al edificio. Sin palabras, él la siguió por las escaleras hasta el segundo piso. Una vez adentro del departamento, le pidió que la aguardara mientras se ponía ropa seca. Germán se acercó al balcón iluminado por los relámpagos en tanto una idea iba tomando forma en su mente.

No hay comentarios: