domingo, 17 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XV

La joven no demoró. Traía una bolsa que le tendió a Germán:

-Aquí está tu jogging. Gracias. Siento haberme portado como una tonta pero venía de una entrevista de trabajo frustrada. Y no es la primera.

Él sonrió y tomó la bolsa. Le era imposible dejar de mirar a la muchacha que noche tras noche poblaba sus pensamientos.

-Puedo ofrecerte mate o té –dijo ella.

-Mate estaría bien.

Se acomodaron alrededor de la mesa y Sofía comenzó a cebar mate en silencio. La aparición de Germán la había descentrado de ese refugio de templanza que había ido construyendo a poco de ser despedida. La intensidad de la mirada masculina le provocaba ese temible efecto de debilidad por el cual se hubiera refugiado hacía un momento en sus brazos. Ella no podía permitirse desfallecer en medio de esa búsqueda sistemática de empleo. Sin arriesgarse a quedar atrapada por los ojos del hombre, le relató el amargo momento en que fue despedida, la inesperada confesión de Sergio y sus sospechas acerca de Adelina.

-Esa gente no merece ninguna de tus lágrimas. Y para mí es providencial el hecho de que estés disponible para otro trabajo.

-¿A qué te referís? –dijo sorprendida.

-A que estoy en búsqueda de una empleada.

-¡Ah, no, Germán! –reaccionó con firmeza.- No puedo consentir en ocupar un lugar innecesario. Sé bien que los puestos de trabajo en tu empresa están cubiertos.

-¿Y quién te ha informado de eso? –preguntó él en tono jocoso.

-Tu secretaria cuando intentaba conseguirle trabajo a una amiga. –Respondió con gesto desafiante.

-Mmm... Tendré que hablar seriamente con Mercedes.

-¡No lo hagas! Me voy a arrepentir de haberte hecho una confidencia –dijo alarmada.

-Era una broma. Pero hay cosas que mi secretaria ignora. Por ejemplo, que acabo de obtener una representación para la cual debo organizar un área especializada. Y vos encajás perfectamente en el perfil laboral requerido. Estaba en Inglaterra, querida, cuando te tocó pasar el mal rato -se excusó.

Sofía sintió que se arrebolaba ante el apelativo cariñoso que Germán empleó con naturalidad. Él no apuró su respuesta; se limitó a observarla con una expresión reservada que la perturbó.

-Yo… no puedo ignorar las palabras que pronunciaste cuando me trajiste a casa después del temporal. No quisiera perder un trabajo si no puedo responder a tus expectativas. Y si esta aclaración es una necedad de mi parte, disculpame –concluyó avergonzada.

-No soy ni me convertiré en acosador aunque esté muriendo por vos –dijo el hombre.- No puedo negar que me gustás, pero me sentiría despreciable si te forzara a una relación no deseada. Por ahora me conformo con que me veas como un amigo. Y te prometo que mis sentimientos nunca interferirán en tu estabilidad laboral. ¿Vale?

Ella buscó en sus ojos la respuesta a la proposición y supo que no la defraudaría.

-Está bien, pero no quiero ser elegida a dedo –dijo finalmente.- Sólo me postularé si tu contador me considera idónea para el puesto.

-Por lo visto soy el integrante menos autorizado de la empresa –rió Germán.- Como no tengo dudas de tu capacidad, te someteré al escrutinio de Ruiz. ¿Estás de acuerdo?

-Sí.

-Entonces te espero por la tarde. Debo informar al contador del rubro que voy a anexar.

-¿Todavía no lo sabe?

-Sos la segunda en saberlo. El primero, mi hermano. Y hablando de Mauro, te transmito su invitación. Una cena en su casa preparada por mi cuñada para festejar el advenimiento de su primogénito.

-¡Ah! Pero es un acontecimiento muy íntimo. ¿Por qué habría de invitarme?

-Porque le dije que vendría a verte y porque te recuerda con afecto. ¿Vas a desairarlo?

-No soy una compañía recomendable, últimamente –dijo Sofía con desánimo.

-Te paso a buscar a las nueve y lo comprobaremos –perseveró Germán.- Ingrid no tiene muchas oportunidades para hablar en su lengua materna. Estará encantada.

Una leve sonrisa adornó el rostro de Sofía. Le divertían los recursos del hombre para convencerla. Si Ingrid era tan simpática como Mauro, podría pasar un buen momento.

-De acuerdo, Germán. No puedo ser descortés con tu hermano. A las nueve estaré lista. ¿Hay que llevar algo?

-El champaña que tengo en la heladera –aseguró con alegría.- No te arrepientas cuando me vaya porque la pasarás muy bien.

Ella, mientras abría la puerta, rió con ganas por primera vez desde el infausto día del despido. Germán sonrió ampliamente y dijo al despedirse:

-Sofía ha reaparecido.

La joven cerró la puerta y se quedó un rato apoyada de espaldas. Si mañana consigo el puesto tendré que aceptar que los milagros ocurren. Y vino de la mano de Germán. Si supieras cómo te necesité en ese día oscuro. Cómo mi dolor se hubiera desvanecido entre tus brazos. Supongo que hoy no habrás entendido mis lágrimas y mi rechazo. Eran de reproche por haberme dejado sola y de alivio por tu presencia. ¡Qué lío! Ni yo me entiendo. Mejor que me vaya a preparar para la salida.

A las nueve y cinco de la noche sonó el timbre y Sofía bajó al encuentro de Germán. La lluvia seguía azotando las veredas y bajando la temperatura. Se alegró de haberse abrigado con el jersey blanco, los pantalones y las botas. Él la esperaba bajo el paraguas y la cubrió hasta llegar al auto. Cuando se acomodó a su lado, sintió que el mundo estaba en su sitio. Se miraron sonriendo y ella, por no perderse en los ojos del hombre que tan frágil la hacía sentir, se enderezó mirando al frente.

–Bueno, muchachita, vayamos al encuentro de Mauro y de mi inefable cuñada. –anunció él poniendo en marcha el vehículo.

Sofía no habló durante el trayecto perdida su mente en las connotaciones de ese encuentro tan privado con la familia de Germán. Si ella había querido establecer un límite en sus relaciones no era la mejor manera de empezar, se dijo. Ingresaron a un barrio de casas bajas en una de las cuales Germán enfiló el auto hacia la cochera. Manipuló un control remoto e ingresó al garaje. Mauro los esperaba frente a una puerta abierta que comunicaba con el interior de la casa. Apenas se detuvo el coche abrió la portezuela del acompañante y le ofreció la mano a la joven para ayudarla a bajar.

-¡Cuánto me alegro de que vinieras, Sofía! –dijo dándole un beso en la mejilla.

Ella le retribuyó el beso y la sonrisa. Después el dueño de casa se abrazó con su hermano y los instó:

-¡Pasen, pasen! Que Ingrid y mi insoportable suegra están ansiosas por conocer a Sofía.

La nombrada emitió una risita de sorpresa y sus ojos navegaron desde el rostro complacido de Germán hasta el semblante travieso de Mauro. Los precedió hasta la sala de estar adonde esperaban dos mujeres: una joven rubia de rasgos distinguidos y una mujer madura de innegable parentesco.

-¡Hola, Sofía, bienvenida! – recibió la más joven dándole un beso.- Yo soy Ingrid y ella mi mamá.

La muchacha las saludó y se prestó durante un eterno minuto a la inspección de sus pares. Ingrid se abalanzó sobre Germán y lo abrazó.

-¡Felicidades, cuñada! Por fin mi hermano ha cumplido con sus deberes conyugales –rió sin soltarla.- ¿Para cuándo me voy a recibir de tío?

-Todavía falta, guasón. –dijo deshaciendo el abrazo.- Debo admitir que tu gusto ha mejorado sustancialmente –agregó con un guiño.

Germán lanzó una carcajada feliz. Sentía la aprobación de Sofía por su familia como un reconocimiento propio. A él le quedaba la incitante tarea de lograr el consentimiento de ella. Se volvió para saludar a la suegra de su hermano mientras Ingrid, parloteando en alemán, le mostraba la casa a Sofía. Ilse le devolvió el beso y se apresuró a reunirse con su hija y la invitada para participar de la conversación. Los dos hombres quedaron solos. Mauro observaba a su hermano con una mueca burlona.

-¿A qué se debe esa estúpida expresión de tu cara? -rezongó Germán.

-A que estás entregado, viejo. Y voy a omitir tu insulto para decirte cuánto me alegro. Creo que esta chica terminará con tu obstinada soltería.

-Nada me gustaría más. Pero debo ocultar mis intenciones para no alejarla.

Satisfizo el gesto interrogante de Mauro contándole concisamente la historia de Sofía y su oferta de trabajo.

-¡Te metiste en un laberinto! –carcajeó su hermano.- Pero el incentivo de cruzarte con ella por los atajos será incomparable –agregó a modo de consuelo.

-Así lo espero. ¿No me convidás con un trago?

-Sí. Pasemos al comedor mientras las damas terminan de chismorrear.

El trío femenino apareció al rato con la comida. La cena transcurrió cómodamente y después Ilse sirvió el postre. Sin admitir discusión, mandó a las jóvenes a la sala con los hombres y se hizo cargo de la limpieza de la cocina. Las parejas se acomodaron en sendos sillones: Ingrid junto a Mauro y Germán con Sofía.

-¿Así que vas a tener a este ogro como jefe? –bromeó Mauro.

-Sólo si el contable me aprueba.

-¿En serio? –intervino Ingrid.- Si hubiera sabido que buscabas trabajo te hubiera ofrecido uno en mi negocio.

-¡Eh, eh, eh! –saltó Germán.- ¿Qué clase de cuñada traidora tengo? Yo la vi primero.

-Bueno, como Sofía debe sortear un examen… yo le dejo la puerta abierta de mi despacho. Y sin condiciones de ingreso -lo espoleó.

-Para tu conocimiento, las condiciones las puso Sofía.

-No se puede creer… –dijo la muchacha para interrumpir el intercambio.- Ayer me rechazaron por enésima vez de un trabajo y hoy se pelean por mí. Pero si me bochan voy a tener en cuenta tu oferta, Ingrid –aseguró graciosamente.

Germán la miró deslumbrado. La capacidad de recuperación de Sofía era asombrosa. Nada quedaba de la doliente muchacha de la tarde. Hubiera deseado creer que todo se debía a su intervención, pero en el fondo sabía que ella no se hubiera entregado a la desesperación. Se congratuló de las coincidencias positivas que habían operado para favorecerlo. La voz de Mauro lo sacó de su abstracción:

-¿Qué tal un poco de música?

-Muy oportuno, querido –aprobó Ingrid.

-Voy a buscar a nuestra cenicienta y a traer el champaña –dijo Germán.- Tenemos un gran acontecimiento para celebrar.

Mauro se acercó a su mujer y la tomó de la mano.

-¿Bailamos, princesa?

Ingrid se dejó enlazar y se movieron despaciosamente al compás de la música. Germán reapareció en compañía de Ilse, el champaña y las copas. Descorchó la botella e interrumpió el baile:

-Vengan a brindar, tortolitos. Después se podrán amontonar.

Repartió la bebida y buscó los ojos de Sofía cuando se la entregaba; ojos que se apartaron de los suyos al momento. Sin saber por qué, presintió que era una señal favorable. Levantó la copa y formuló el brindis:

-Por mi futuro sobrino que tendrá dos padres y una abuela envidiables, y un tío a quien le sonreirá la fortuna a partir de mañana. Salud.

Chocaron las copas y solamente a Ilse, por no haber intervenido en la conversación, se le escapó el sentido de la última parte de la dedicatoria.

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