martes, 12 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XIII

Carina abordó a Sergio a la salida. Ante la extrañeza de su compañero lo invitó a tomar un café.

-¿A qué se debe este inusual acercamiento? –dijo con gesto sardónico.

La joven contuvo una réplica hiriente. Si quería obtener respuestas de Sergio era mejor evitar enfrentamientos. Fueron al bar de la esquina y Sergio aumentó su incomodidad al no emitir palabra. Sólo la miraba con esa sonrisita que la irritaba. ¡Lo que una hace por las amigas!, pensó. Para no prolongar más el silencio, lo interpeló directamente:

-¿Vos le ingresaste un cheque a Adelina?

-Sí. ¿A qué viene esa pregunta?

-A que sos el responsable del despido de Sofía –dijo con enojo.- A pesar de que ella te defendió, yo sabía que habías sido vos.

-¡Un momento! ¿Qué tengo que ver con el faltante de caja? Méndez la echó por eso.

-¿Y vos te lo creíste? ¡Qué poco la conocés!

-Trabajo en otra sección. ¡Qué voy a saber de las intrigas de la parte administrativa! Y para serte franco: no me interesan. Lo siento por Sofía… –y agregó a modo de defensa:- Ahora que lo decís, en ningún momento pensé en que era una persona deshonesta. Más bien lo atribuí a un manejo descuidado.

-Esa no es Sofía –dijo Carina con desaliento.- Lo cierto es que tenés que hablar con Méndez y contarle del manejo de Adelina.

-¡Estás loca! ¿Eso haría que Sofía recupere el trabajo? ¡No! Lo sabés bien. Adelina lo tiene completamente engatusado al viejo. Lo más probable es que yo también terminara despedido. Y ahora que cambié el auto…

Carina lo miró con desprecio. La actitud de Sergio confirmaba la impresión que tenía de su temperamento.

-Sabía que no podía esperar un gesto digno de vos, pero le debía a mi amiga el intento de apelar a una fibra que no tenés.- Hizo un gesto hacia la camarera, sacó el monedero y dejó sobre la mesa un billete al tiempo que se levantaba:- Espero que tu cobardía, al menos, no te deje dormir.

Sergio la siguió en su salida intempestiva. La alcanzó en la puerta y la detuvo por un brazo. Carina se volvió furiosa:

-¡No me toqués! Me das asco…

El muchacho la soltó y la miró como si no la conociera. Por primera vez descubría a la mujer tras ese continente airado que lo rechazaba. ¿Había estado tan absorto en Sofía que no había reparado en lo bonita que era Carina? Y rubia, además. Con lo que a él le gustaban las rubias… Pero éste no presagiaba ser un buen comienzo. ¿Cómo podía haber un comienzo con una mujer que siempre lo trataba con desdén? Porque si bien a Sofía él no le interesaba, nunca lo desairó. ¿Tal vez debería revisar su comportamiento? Estos pensamientos relampaguearon en la mente de Sergio y se encontró diciendo:

-Está bien. Le voy a entregar mi cabeza al verdugo. Pero con una condición.

-¿Cuál? –dijo ella mirándolo con desconfianza.

-Que aceptes salir este fin de semana conmigo.

Carina lo miró boquiabierta. ¿Estar a solas con ese pelmazo? ¿Qué tenían en común? Sólo se cruzaban en la oficina. Algunas veces en el comedor, y en los tres festejos de fin de año que habían compartido con los integrantes de la empresa. Sin olvidar la reunión del último fin de semana adonde había hecho gala de su proverbial desubicación. Bien, si el buen nombre de Sofía dependía de una salida, estaba dispuesta a sacrificarse.

-De acuerdo. Si le contás la verdad a Méndez, saldremos el sábado. Y se lo decís ahora. Todavía no se fue. Yo voy con vos –dijo decidida.

Sergio esbozó una sonrisa y la siguió en su apresurada marcha hacia la oficina. ¡Vaya! Por primera vez me voy a jugar por dos mujeres. Y las dos merecen la pena. ¿Se lamentará la linda Carina cuando Méndez me eche de una patada en el culo? Porque si tiene que elegir entre yo y Adelina… Tal vez sea hora de darle crédito a Mario e independizarme. Sí. Creo que nos iría bien.

-Subamos por la escalera –propuso Carina- haremos más rápido.

El muchacho la siguió admirando la figura bien torneada que subía los escalones con agilidad. Su jefe estaba esperando el ascensor y la joven le hizo una seña para que lo detuviera.

-¡Ingeniero! –llamó Sergio.- Necesito hablar con usted.

-¿No puede dejarlo para mañana? –dijo el hombre mirando su reloj.

-No. Es importante –insistió Sergio.

-Lo escucho, entonces.

-Aquí no, ingeniero. Es un asunto privado.

Méndez volvió a su oficina con gesto contrariado. Abrió la puerta y preguntó:

-¿Entran los dos?

Carina asintió con la cabeza y pasó delante de los dos hombres. Su jefe se ubicó detrás del escritorio y les indicó que se sentaran. Después esperó a que hablaran.

-Verá, ingeniero –dijo Sergio con calma.- Carina me ha impuesto de uno de los motivos por los que despidió a Sofía, y es mi deber decirle que el martes, alrededor de las once de la mañana, Adelina me pidió que le ingresara un cheque posdatado que había olvidado asentar el día de emisión. Me suplicó reserva por temor a ser sancionada y yo le hice el favor sin imaginar las consecuencias.

Méndez lo escuchó sin interrumpirlo. Un largo silencio sucedió a la confesión. Carina estaba demudada y miraba alternativamente el rostro grave de su jefe y el distendido de Sergio. ¿Cómo reconocer en este hombre nuevo al insolente compañero de trabajo? Debía aceptar que se había comportado con rectitud. Sofocó un incipiente estremecimiento de aprobación que aleteaba en su interior. La voz del jefe la centró en la realidad:

-No tengo por qué dudar de sus palabras y creo que fue impropia la conducta de mi secretaria, pero eso no quita la desaparición del dinero.

-¡Pero, señor! –se atropelló Carina.- Si el saldo del banco hubiera estado en rojo, Sofía habría depositado el efectivo.

-¿Quién lo garantiza? –contestó con aspereza.

-Yo, porque conozco la integridad de mi amiga. Así como no pudo constatar el faltante bancario por una maniobra fraudulenta, estoy segura de que ella no se apropió del dinero.

-Con lo que usted afirma que aún queda un ladrón dentro de la empresa –dijo Méndez con sarcasmo.- ¿Y tiene usted alguna prueba de quién podría ser?

Carina se mordió los labios y balbuceó:

-No, señor. Pruebas no. Pero sí sospechas.

-¡Eso no me sirve! Lo hecho, hecho está. Y si no tienen evidencias concretas, aquí se ha terminado el asunto.

Sergio se incorporó y tomó del brazo a la muchacha antes de que plasmara en palabras lo que su cara revelaba.

-Vamos, Carina. Se terminó la audiencia.

Ella caminó como una autómata odiándose por no haberle dicho a su jefe lo injusta que consideraba la decisión. Cuando salieron a la calle, Sergio se ofreció a llevarla a su casa. No hablaron durante el viaje, cada cual sumido en sus pensamientos. Ella, luchando contra esa sensación de ira no canalizada que la llenaba de impotencia. Él, extrañamente alegre por ese giro que presentía en su vida. Al despedirse, el nuevo hombre le dijo:

-Carina, te libero de tu compromiso. No tenés que salir conmigo si no querés.

-Lo prometido es deuda. No quiero que después andés por ahí calumniándome. El sábado a las nueve. ¿Vale? –Bajó del auto y, de espaldas, lo saludó con la mano. Sergio arrancó riendo francamente. Las buenas acciones son recompensadas, pensó.

Apenas entró a su casa, Carina levantó el teléfono para llamarla a Sofía. Se arrepintió antes de terminar de marcar el número. Decidió que era mejor decírselo personalmente. Le mandó un mensaje a su madre avisándole que salía y no volvería a cenar. A las seis de la tarde tocaba timbre en el departamento de su amiga. Acomodadas en la sala, le relató con lujo de detalles la charla con Sergio y el posterior encuentro con su superior.

-¡Qué locura, Carina! Se expusieron a ser despedidos.

-Creo que me hubiera sentido más digna si lo hubiera hecho. Y así habría sido si en vez de callarme la boca hubiera protestado por la injusticia. Pero no me animé, Sofía. Perdoname –dijo contrita.

Sofía la abrazó. Todo su malestar se diluía ante la generosidad de estos compañeros que se habían arriesgado por ella.

-Bueno, Méndez no es ningún tonto y su castigo será convivir día a día con la desconfianza. Dejemos esto y vayamos a la parte más interesante de la historia. ¿De modo que por mí te has inmolado en brazos Sergio? –dijo riendo.

-¡No seas impertinente! Sólo iremos a cenar –aclaró con formalidad.- Pero debo confesar que no esperaba ningún arranque solidario de su parte. Y tampoco ese gesto altruista de liberarme del acuerdo.

-¿Ves que no es tan mala persona como te figurabas? Yo creo que se merece la oportunidad de dar a conocer su verdadera personalidad.

-¡Ya tenemos a la sabelotodo! Después de la cena te voy a pasar un parte para decirte si estás acertada o no. Y hablando de cenas, te invito a cenar. Y no te niegues porque ya avisé en casa que no me esperen.

-No pienso negarme. Así tendremos un buen rato para charlar. ¿Qué te parece si damos un paseo antes de comer?

-¡Magnífico! Quiero conocer la nueva iluminación del parque. Antes de que se corte de nuevo la luz…

Sofía la miró escandalizada y levantó la mano con los dedos cruzados. Entre risas, abandonaron el departamento.

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