viernes, 29 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XVIII

Cuando Sofía cobró su primer sueldo invitó a cenar a sus ex compañeras de trabajo incluido Sergio, que por entonces salía con Carina. Sus finanzas se habían acomodado, gustaba de su empleo, había establecido una relación afectuosa con Ruiz y estaba perdidamente enamorada de Germán el cual, por su imposición, respetaba cabalmente el estúpido mandato que ella exigió. Pero día a día sus ojos desmentían el acuerdo. Ella evitaba mirarlo porque sabía que de quedar atrapada en ellos aboliría la proscripción. Cuando estuvo lista, pidió un taxi para encontrarse con el grupo en un restaurante. Fue la primera en llegar y se acomodó en la mesa que había reservado. Poco después divisó a sus invitados en la entrada y se levantó para recibirlos. Besó a las chicas y a Sergio que la miró apreciativamente al saludarla:

-Sofía, estás espléndida. Gracias por incluirme en el festejo.

-No podía hacer menos. Primero, por tu noble acción. Segundo, porque un pajarito me dijo que andás noviando con Carina.

El muchacho se rió y enlazó por la cintura a su ruborizada novia.

-Nada comparable a la acción de tu jefecito –dijo insinuante.- Confieso que yo hubiera hecho lo mismo.

-¿A qué te referís?

Los demás se miraron extrañados. Mónica fue la primera en reaccionar.

-¿No sabías que Germán se negó a firmar otro contrato con Méndez?

Sofía quedó boquiabierta. ¡Germán la había vengado con creces! Y era uno de los contratos más ventajosos que tenía su empresa… Si eso no era una prueba de amor, ¿qué lo sería? Carina interrumpió su meditación:

-Sentémonos, así Mónica te cuenta con detalles el soponcio que sufrió el ingeniero.

Apenas se acomodaron se acercó el camarero para tomar el pedido. Mientras esperaban los platos Mónica se abocó al relato:

-Después que se fue Germán, previo despedirse de nosotros… Y a propósito, se lo ve muy cambiado. Si lo hubiera conocido de este talante no hubiera escatimado esfuerzos para conquistarlo. Con tu perdón –agregó con gazmoñería.

Sofía le hizo una mueca burlona y le pidió que siguiera.

-El viejo quedó tan irritado que reconoció su metida de pata con vos.

-¿En público?

-No. Pero se lo dijo a la culebra y además de insultarla estuvo a punto de echarla.

-¿Estuviste presente?

-No. Estaba en el baño con un vasito invertido pegado a la pared…

Sofía no pudo contener la risa imaginando la escena. Las lágrimas derramadas sobre el pecho de Germán habían disuelto toda la rabia y frustración que le quedaban. Mónica hizo explícita la conversación:

-Bueno. Tu jefe se fue y Méndez llamó de inmediato a la culebra. Así que corrí hacia el baño para que nadie me disputara la primera fila. “Adelina”, bramó, “¿sabe que acabamos de perder al mejor contratista de la empresa?” “A quién”, preguntó la culebra. “¿A quién va a ser, idiota? ¡A Navarro!” “¿Y qué me dice a mí?” se envalentonó la susodicha, “debe ser por esa putita ladrona”. “Acá la única puta ladrona es usted, y cada vez me convenzo más de que cometí un grave error con esa empleada. ¿Sabe que averigüé que alguien la ayudó a ingresar el cheque? ¿Por qué habría de hacerlo si no era para involucrarla?”. “¡Se equivoca, se equivoca!” gritó la víbora. “Yo me olvidé de registrar el cheque en su momento pero la plata se la llevó ella”. “¡Cállese y salga de mi oficina! Desde este momento deja de ser mi secretaria y agradezca que no la eche. Ya le voy a indicar cuáles van a ser sus nuevas tareas”. En este punto la culebra salió de la oficina y quiso meterse en el baño. Así que esperé a que dejara de forcejar con la puerta y después salí. Pero no negarás que escuché lo más jugoso…

Un coro de carcajadas celebró el final del relato y el histrionismo de Mónica. Rocío expresó:

-¿No es romántica la decisión de Germán para desagraviarte? Y el que no te lo haya dicho habla de su desprendimiento…

-Habla de que yo no lo hubiera aceptado de haberlo sabido.

-¡Vamos, Sofía! Sir Lancelot se merece un beso de reconocimiento –exclamó Sergio.- Como representante del clan masculino te aseguro que un casto beso será suficiente recompensa.

La muchacha sintió que la sangre coloreaba sus mejillas. ¿Un casto beso? No era lo que ella esperaba precisamente. Para disimular su reacción, que no había escapado a la mirada perspicaz de Sergio, encauzó la charla hacia temas menos personales. El resto de la reunión transcurrió afablemente y sólo cuando se despidieron, al acompañarla hasta la puerta de su edificio, el joven sentenció:

-Germán te hará feliz, Sofía. No desprecies su amor. –y se separó de ella con una sonrisa.

¿Despreciarlo? Si cada día que lo veía alucinaba con estar entre sus brazos, con ser besada y amada por ese hombre al que había forzado con una promesa. La que debía romper el acuerdo era ella. ¿Y si él en el largo mes en que se conocieron buscó la compañía de otra mujer? Los hombres se manejan por instinto, decía su mamá. También su instinto la abrumaba y le dictaba locuras, como la de malograr esa estabilidad que creía haber alcanzado. ¿Y si sólo la deseaba para satisfacer un impulso sexual? ¿Cómo podría volver al trabajo viéndolo día a día y sintiéndose despreciada? ¡SOFÍA! vociferó internamente. Si no sos capaz de aceptar un desafío, es mejor que te hundas en una existencia sin matices adonde no te alcanzarán ni el dolor ni la felicidad.

Cuando se desvistió para acostarse, estaba decidida a derribar el muro que había levantado entre Germán y ella.

Por la mañana se vistió con las prendas que más la favorecían, se maquilló cuidadosamente y marchó hacia la conquista de su cruzada personal. Ruiz ya estaba instalado en el despacho y la saludó con un silbido cuando entró. Sofía largó una carcajada ante la inusitada reacción del contador.

-¡Vaya, vaya, jovencita! Si tuviera veinte años menos estaría trepando por las paredes –dijo con la confianza que le conferían los días y las confidencias compartidas.

-Es todo un cumplido viniendo de usted –rió.

-Y no me quiero imaginar… Nada –se silenció.

Sofía se acomodó en el escritorio y comenzó con su diaria rutina. En pocos minutos podría recibir una llamada de Inglaterra. Diana, la secretaria, o el mismo Farris se comunicaban después del mediodía londinense. Con Farris había construido una cordial relación, matizada por los elogios del industrial hacia su capacitación profesional. Bromeaba con ella aseverando que una mujer competente y de voz seductora no podía ser perfecta, y la desafiaba a que le mandara una foto. Ella le contestaba que en el próximo correo. Sonrió. Si la viera hoy diría que era perfecta, pensó. A las diez, el cadete les alcanzó el café y Germán sin aparecer. Cinco minutos después sonó el teléfono. Era Farris.

-Buenas tardes, señor Farris –saludó atendiendo a la hora de Inglaterra- pensé que hoy no nos comunicaríamos.

-La llamé expresamente para decirle que ya no necesito que me envíe la foto.

-¡Oh, qué pena! –contestó en tono de broma.- Y yo que la estaba preparando para mandársela.

-He descubierto que usted es muy mentirosita, así que he traído alguien a quien no se la negará. Le paso con él.

Ella hizo un gesto de sorpresa que se acentuó al escuchar la voz:

-Hola, Sofía. ¿Cómo estás?

-¡Germán! Y vos… ¿adónde estás?

-En Inglaterra, querida. Con Donald Farris.

-Pero si ayer…

-Salí anoche a las once y llegué hace un rato. ¿Me extrañaste? –esto último dicho en voz más baja.

-Sí –contestó en el mismo tono.

-Ahora vas a ir con Ruiz a mi oficina para que te indique como establecer una videoconferencia –dijo después de un silencio.- ¿Hecho?

-Hecho. –asintió.

Se volvió hacia el contable y le transmitió el pedido de Germán. Ruiz encendió la computadora, introdujo la contraseña y luego se conectó con el despacho de Farris. Le indicó a Sofía que se sentara frente a la cámara. Germán estaba en una oficina y a su lado un individuo de mediana edad, pelo canoso y bigote entrecano. Los dos le dirigieron una amplia sonrisa. Ella se las devolvió e inmediatamente la imagen del hombre de bigote se agrandó en la pantalla:

-Señorita Sofía –dijo con una expresiva sonrisa- hasta los elogios de su jefe se quedaron cortos para describirla. Usted es el verdadero testimonio de que belleza y talento son compatibles.

-¡Señor Farris! Es usted muy considerado. –Y agregó:- Me alegro de conocerlo.

-De ahora en más llámeme Donald, por favor. Ya no somos entelequias el uno para el otro.

-Si usted lo desea… -aceptó con una sonrisa.

Germán se emparejó con el industrial y la enfocó con sus ojos virtuales:

-No te dejes engañar por este seductor que tiene esposa e hijos porque a continuación te propondrá que seas su secretaria.

-¡Y lo haría, lo haría! –rió Farris- Si no fuera porque este salvaje me asesinaría. Como no soy de olvidar favores, me conformaré con mantener el trato comercial. Ahora la dejo con Diana para que la ponga al tanto del nuevo contrato y me llevo a este amigo a casa. ¡Hasta pronto, Sofía!

-Hasta pronto, señor Farris –y ante el gesto admonitorio de él:- Donald –sonrió.

Antes de que la secretaria se pusiera delante de la cámara, Germán se inclinó y le dijo:

-Quiero que estés aquí… Conmigo.

Sofía pensó en las mudanzas del destino. Ella había contado con verlo y desmontar la cápsula que lo mantenía prisionero de una promesa, y ahora se encontraban alejados por más de diez mil kilómetros.

-En el próximo viaje, ¿eh? –contestó con desenfado intentando despojar de formalidad la declaración de Germán.

Él acercó los dedos de la diestra a su boca y le sopló un beso. Después cedió su lugar a Diana y se alejó con Farris. Las mujeres estuvieron intercambiando datos de trabajo y personales y se despidieron con afecto. Sofía volvió a su oficina a las dos de la tarde. Ruiz la esperaba para que fueran a almorzar juntos. No lo hacían con frecuencia ya que la joven prefería comer algún bocado rápido y una fruta.

-¿Qué le parece la parrilla Norte? –consultó el hombre.

-Bien. Pero nos demoraremos más de una hora –lo previno.

-Yo me haré responsable ante su jefe. Ha trabajado sin descanso desde que llegó y no le vendría mal una buena comida de vez en cuando. ¿Me parece o ha perdido peso?

-Un poco, pero se debe a que vengo caminando todos los días. Es un buen ejercicio.

-Bueno, venga que la engordaremos un poco.

Sofía, riendo, tomó su abrigo y la cartera y salió con el inefable contador. La parrilla estaba a tres cuadras de la oficina. A esa hora pudieron elegir una mesa contigua al ventanal que mostraba una pérgola adornada por glicinas. Aprobó el menú propuesto por Ruiz y se dedicaron a esperar. Presentía que el contable se iba a referir a los acontecimientos de la mañana.

-Antes de que me responda a una pregunta, si es que quiere hacerlo, voy a sincerarme con usted. Cuando Germán la propuso para el trabajo me sentí fastidiado porque nunca se entrometió en la selección del personal. Supuse que era un capricho pasajero y me llevé una tremenda sorpresa –hizo una pausa.- Trajo a una joven hermosa y con innegables condiciones para desempeñar la tarea. No voy a cometer la infidencia de contarle la charla que ese mismo día tuve con él, pero hoy, como accidental observador de la videoconferencia, sentí que entre ustedes existen sentimientos que no acaban de expresarse. ¿Me equivoco?

Sofía, que desde la noche anterior se había propuesto destruir las barreras con el hombre que ocupaba sus ensueños, vaciló ante el llamamiento de Ruiz. Escrutó el rostro del hombre y la expresión de genuino interés acreditó su respuesta:

-Está en lo cierto. Cuando nos conocimos hubo… una atracción mutua. Pero yo, señor Ruiz, tuve miedo. La vida de relaciones no ha sido fácil para mí, y prefiero no exponerme a sufrir un desengaño. Así que cuando Germán me propuso trabajar en su empresa no quise que se inmiscuyeran otros intereses que no fueran los laborales. –Se silenció volviendo el rostro hacia el patio.

Ruiz miró el delicado y voluntarioso perfil y justificó el enamoramiento de Navarro. Pero el intercambio verbal y gestual del cual había sido testigo, revelaba que la contención de la muchacha se estaba debilitando.

-Sofía… -llamó. Ella enderezó la cabeza y lo miró con indefensión. El hombre le tomó la mano que tenía sobre la mesa y la presionó con suavidad.- Escúcheme bien. En primer lugar no voy a ser menos que el tal Farris. Le pido que me llame por mi nombre de pila que es Víctor. ¡Fuera ese ceremonioso señor Ruiz! –dijo con brío.

-Pero ni Germán lo llama así –protestó ella.

-Será nuestro acuerdo –afirmó.- Víctor de ahora en más, ¿eh? –La chica asintió con una leve sonrisa.- En segundo lugar, lo más importante: me precio de conocer al hombre que es su jefe como si lo hubiera procreado; y créame, querida, que doy fe de la sinceridad de sus sentimientos. ¿Por qué luchar contra lo que siente si ambos persiguen lo mismo?

-¿Sabe? -le confió.- Esta mañana venía decidida a terminar con la tregua pero el viaje imprevisto lo impidió. ¿No cree que será un presagio?

-¿Cree usted en las premoniciones, hija? –preguntó inclinándose hacia ella.

-¡No! –contestó riendo.

Ruiz se enderezó y dijo con complacencia:

-Menos mal. Porque tendría que recordarle ese “quiero que estés conmigo”…

-¿Escuchó todo el tiempo, Víctor? –inquirió la joven con placidez.

-Hasta ahí, nomás. Para las siguientes cuestiones de trabajo cuento con su talento –confesó con una sonrisa.- ¡Ah! Ya nos traen la comida.

Después de almorzar volvieron a la oficina. Ruiz se retiró más temprano y antes de irse le dijo a Sofía:

-Arriesgarse es vivir, hija. Y si usted quiere a ese obstinado, porque no le quepan dudas de que la ganará a fuerza de perseguirla, déle una oportunidad.

-Creo que si Germán hubiera buscado un abogado defensor no hubiera encontrado a nadie tan excelente –dijo ella acercándose para despedirlo con un beso.

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