martes, 8 de diciembre de 2009

LAS CARTAS DE SARA - XV

Rosa los despidió en la puerta con un aluvión de recomendaciones: Vayan despacio, no levanten a nadie en la ruta, si paran a comer no tomen alcohol, apenas lleguen avísenme, ¡estaré esperando! Nina y Dante la abrazaron y la tranquilizaron diciéndole sí a todo. Recién cuando el auto dobló en la intersección con la avenida y desapareció de su vista, entró Rosa a la casa. Una oscura intranquilidad se aposentó en su ánimo como si fuera el presagio de una desgracia. ¿Por qué no había aceptado Sara el ofrecimiento que con tanto cariño le había hecho Nina? ¿Por qué esa porfía de auto suficiencia? Sacudió la cabeza para aventar esos pensamientos y se dispuso a esperar.

Nina se acomodó en su asiento y observó el perfil de Dante. Manejaba con aire concentrado y distendido. Sabía que le esperaban cuatro horas de viaje y él le había prometido que no harían ningún alto. Ya tendrían tiempo de almorzar cuando llegaran a Gantes. Para el camino, había llevado el equipo de mate y unas facturas que su madre había comprado, temprano, en la panadería.

-¡Un peso por tus pensamientos! –la voz risueña de su novio la trajo a la realidad.

-¡Un centavo, tonto! –le señaló.

-¡Bah, me pareció una miseria ofrecerte centavos con la inflación que tenemos! ¿Por dónde andabas navegando?

-¡Vaya! Ni siquiera atento a la carretera se te escapa nada. Ya me hacía en Gantes y abrazando a Sara. Ahora que estamos en marcha me siento mejor. Es… como si hubiera estado frente a un problema y en lugar de actuar, para solucionarlo, especulara sobre él. Este viaje es el principio de la acción –afirmó.

El hombre, sin apartar los ojos de la ruta, estiró un brazo y le acarició la mejilla. Nina se estremeció al contacto de su mano. El deseo de estar en sus brazos se acrecentaba por la forzosa abstinencia de los preparativos del viaje. Normalmente, pasaba los fines de semana con él, pero no hubiera expuesto a su madre a la incomodidad de dormir con Dante en su habitación sin estar casados. Y sí… Su mamá tenía algunas reglas inquebrantables aunque no ignorara la convivencia de su hija con el joven.

-¿Por dónde andamos? –preguntó, intentando leer las señales camineras.

-¿Qué diferencia hay si te lo digo? –respondió Dante burlón, a sabiendas del despiste de su novia.

-De que alguna vez puedo aprender, si alguien tiene la paciencia de explicarme.

-¡Bueno, bueno! Para tu información, estamos por tomar por la ruta 34, para empalmar luego la 95 y desviarnos a la derecha antes de Ceres, por un camino que ni tiene nombre en el mapa que nos mandó Sara. ¿Satisfecha?

-¡Psé! –resopló Nina poco agradecida. Esa enumeración, como adelantó Dante, no hacía diferencia para ella.

Se dedicó por un rato a observar el paisaje que retrocedía a los costados del asfalto mientras el coche aumentaba la velocidad. Quiso entablar una charla intrascendente para distraer a Dante de la hipnótica carretera, pero un pesado cansancio la ganó. Una brusca frenada la sacudió del sopor. Abrió los ojos y se encontró observando a un increíble animal que los miraba a pocos centímetros del parabrisas. El clima había desmejorado y nubes apretadas ocultaban el sol.

-¡Casi lo atropello! –Exclamó su novio.- ¿Es un perro?

La bestia, plantada con firmeza en medio del camino, tenía una talla imponente. La penumbra tormentosa encubría su figura pero destacaba el brillo de sus ojos. Los pensamientos de Nina dejaron de fluir como una cascada que se queda sin agua. Vio que la mano de Dante se movía hacia la traba de la puerta, sin poder reaccionar para gritarle que no saliera, que el animal era peligroso, que sólo el interior del auto era seguro. Pero su capacidad de acción estaba tan anulada como su mente. Como en cámara lenta, vio a su novio abrir la portezuela, bajar del coche y quedarse a pocos metros del perro. Dante se inclinó con cautela hacia el piso para tomar una rama gruesa, cuando el animal pareció despertar de su letargo y se abalanzó sobre él. El aullido de Nina rasgó el silencio como la sirena de una ambulancia que se abre paso para llegar a tiempo al hospital. Sus brazos rechazaron la embestida del can cuyas fauces buscaban su cabeza. Cerró los ojos y manoteó con desesperación para alejarlo, cuando unas palabras se filtraron en sus oídos por encima del rugido de la bestia:

-¡Nina, Nina! ¡Soy yo! –mientras unos brazos inmovilizaban sus sacudidas de espanto.

Incrustada sobre el pecho de Dante, de Dante vivo, de Dante tibio, sin indicios del ataque mortal del perro, el grito se transformó en sollozo. El sol brillaba sobre el asfalto y el auto estaba detenido al costado de la carretera. Se aferró con fuerza al cuerpo de su novio y se dejó mecer por un llanto que fue relegando a un rincón de su mente el terror de la pesadilla.

-¡Te quedaste dormida! ¡Buen copiloto traigo en este viaje! –reprochó el joven con cariño. Besó sus mejillas húmedas y ardientes y la separó de su lado. Nina rehuyó la mirada avergonzada. Él se echó a reír y la envolvió entre sus brazos.

-Menos mal que la autopista está poco transitada… Me sobresaltó tu grito, pero cuando empezaste a empujarme fuera del auto, me pasé al carril contrario. ¿Qué te asustó tanto?

-¡Fue horrible, amor! Me había quedado dormida y de golpe me desperté cuando frenaste en el camino de tierra. Se había nublado y apareció ese horrible animal –se atropelló.

-Fue un sueño, Nina. Nunca abandonamos la ruta. Faltan al menos dos horas para llegar a Ceres –afirmó con voz serena.- Se dio vuelta y levantó del asiento trasero un bolso:- ¿Qué tal si cebás unos mates mientras seguimos viaje?

La joven estuvo a punto de relatarle el sueño, pero se retrajo ante la vívida imagen del ataque. Abrió el bolso y retiró el equipo de mate y la bolsa con las medialunas. Empezó a cebarlos cuando Dante retomó la carretera. La alegría inicial del viaje parecía haber quedado en los primeros kilómetros del camino. Se preguntó si debía participarlo de la pesadilla y decidió que sí. Más serena, comentó:

-En mi sueño apareció un enorme perro negro en medio del camino de tierra. El sol se había ocultado y vos bajaste del auto para tratar de espantarlo. El animal te atacó y después vino por mí. ¡Era tan real, Dante! Ahora que lo pienso, lo que más me impresiona es que no pude reaccionar hasta que se me abalanzó encima. Estaba petrificada.

-Tesoro, lo único que falta es que te cargues de culpa por no haber empezado antes con los alaridos. Si a mí me sacaron de la ruta, hubieran espantado al perro de tu sueño –rió el muchacho.

-No te burles –dijo dolida.- No hubiera podido soportar que te pasara algo.

-Bueno, mi amor. Tal vez el sueño pueda interpretarse como que estamos juntos en esto, en las buenas y en las malas. ¿Estamos de acuerdo? –se volvió por un momento con una sonrisa tranquilizadora, para volver luego a prestar atención al camino.

Nina asintió. No quería seguir escarbando en las implicancias del sueño. Cebó varios mates más y después devolvió el equipo al bolso. Cuando se volvió para dejarlo en el asiento de atrás, distinguió un extremo del tapiz que asomaba desde la bolsa adonde lo había acondicionado. Impulsó el envoltorio hacia sí y lo apoyó en la falda para acomodarlo. Su mirada se dirigió hacia la lejanía. Creyó distinguir una franja más oscura adonde se unían el camino y el firmamento.

-Dante, ¿es ése un frente de tormenta?

-Me temo que sí, querida –dijo al cabo.- Pero se ve muy lejano. Es posible que lleguemos antes que la lluvia.

Las facciones de Nina se oscurecieron como si las nubes que suponían el temporal hubieran comenzado a formarse sobre ella. Esta vez estaría atenta, se dijo, ¡ah sí que lo estaría! Aflojó la mano que sostenía el tapiz al cual se había aferrado como si se lo quisieran quitar. Alisó la punta y lo empujó para introducirlo en su envoltorio.

-¿Por qué no lo sacás del todo y lo volvés a poner en la bolsa? –Opinó Dante después de escucharla mascullar tras los infructuosos esfuerzos.- Derecho… -agregó con una risita que hizo que su novia levantara la mirada con enfado.

La réplica se extravió en el laberinto de nubes que avanzaban sobre el disco del sol como si un ventarrón las arrastrara. Antes de que las primeras alcanzaran a cubrir su resplandor, distinguieron la señal que indicaba el ingreso a Ceres. Dante disminuyó la velocidad y giró hacia el camino sin asfaltar que conducía a Gantes.

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