La
vista al lago y las montañas era espectacular, acompañada por la suave música
melódica que demandaba una compañía amorosa. Una mano fuerte se apoyó sobre mi
hombro al tiempo que una voz masculina -para evitar el sobresalto de la
sorpresa- declaraba: —Las dos chicas más hermosas de la fiesta a mi
disposición. La suerte me sonríe.
Guille
nos abrazaba desde atrás. Samanta se volvió y le dio un beso: —¿Qué hacés por
acá? Te creía secuestrado por alguna de esas amazonas ostentosas.
—Te
olvidás de que vine con mi prometida —observó él con decoro.
—Bueno
—me entrometí—, podés dejar la ficción porque no hay moros en la costa.
—¡Error,
milady! Ahora es cuando más te
necesito. ¿Ves? —señaló hacia atrás con un leve movimiento de cabeza.
Miré
y tropecé con la mirada de Joaquín quien me saludó con una sonrisa. Estaba
acompañado por dos jovencitas cuyos ojos estaban clavados en nosotros.
Guillermo me tomó de la cintura y me apremió: —Vamos a bailar.
Lo
seguí como un autómata. Tomé contacto con mis sensaciones cuando levantó mis
brazos sobre sus hombros y rodeó mi talle con los suyos. Yo deslicé las manos
sobre su pecho.
—Así
no, Martina. Se supone que estamos enamorados —me murmuró al oído.
—Estás
yendo demasiado lejos, gurka —lo empujé—. Si querés continuar con la farsa,
hasta aquí está permitido.
—Martina…
—no intentó acortar la distancia—, que haya recurrido a un eufemismo para
sentir que eras un poco mía no invalida lo que siento por vos —dijo con firmeza.
—¿Y
qué es lo que sentís? —le demandé.
—Lo
sabés. Te amo.
—Usás
esa palabra de manera antojadiza…
—Marti,
animate a mirame y comprobarás que no te miento —me incitó.
Si
lo miraba leería en mis ojos esas ansias que yo no me atrevía a identificar.
¿Era hora de asumir el riesgo? Alcé la cabeza. El mensaje de las pupilas
glaucas era indudable y me provocó una suerte de conmoción que me quitó el
aliento. El primitivo deseo que las agitaba coincidía con mi negado anhelo de
amar y ser amada por este hombre que se había exteriorizado en tan pocos días.
Él interpretó mi emoción y emitió un hondo suspiro mientras me estrechaba
contra su cuerpo. Cerré los ojos y recliné la cabeza sobre su corazón, solo
concentrada en su olor, el calor de su aliento contra mi pelo, la suavidad de
sus labios sobre mi sien. Me dejé aturdir por la música, sus brazos y las
palabras que la pasión le inspiraba. ¿Había sentido alguna vez esa exaltación
con Noel? Con nadie, me respondí.
—No
quisiera soltarte nunca, Martina … —murmuró—, pero si no paramos de bailar me
veré en una situación muy comprometida.
Detuvo
el desplazamiento y me besó antes de aflojar el abrazo y escoltarme hacia el
exterior. No tenía necesidad de preguntarle la razón de su propuesta, conciente
como era de la transformación de su cuerpo. Nos apoyamos sobre la baranda
hombro contra hombro y cercada por su brazo cristalizó la aspiración romántica
que añoré en compañía de Sami. El paisaje era el mismo, pero mis ojos lo
apreciaban bajo el prisma del esplendor afectivo. Poco después, Guillermo
volteó hacia mí y enmarcó mi rostro entre sus manos. Sentí que iba a ser el
primer beso determinado por el deseo mutuo. Nuestros labios se aproximaron
lentamente y se unieron en una gozosa caricia que convocó a las bocas en
plenitud. Labios, lenguas y dientes en húmeda sintonía con la temblorosa emoción
del reconocimiento. Guille se separó con una especie de lamento y me urgió con
voz enronquecida: —¡Vayámonos ahora, Marti!
—¿Adónde?
—balbuceé aún magnetizada por el beso.
—¡Al
paraíso! —dijo haciendo tintinear una llave que sacó del bolsillo del pantalón.
Me
dejó helada. Atiné a preguntarle: —¿Dé dónde es la llave?
—De
una suite del complejo —respondió satisfecho.
—¿La
conseguiste antes de saber que iría con vos?
—¡Por
Dios, Marti! Me la obsequió Joaquín.
—Y
supongo que lo cargarás en tu Hércules al igual que a Noel y a Juanma.
—¡Sí!
¿Qué querés sugerir? —me interpeló.
—Que
sos muy bueno comprando voluntades. La de mi novio para que no objetara un
viaje en tu compañía, la de mi jefe para que me concediera otro período de
vacaciones, la de tu fan para que pusiera a tu disposición un cuarto.
—¿Y
con qué intención, si se puede saber? —inquirió con sarcasmo.
—Para
pasar una noche conmigo —me lancé.
—Yo
no quiero pasar una noche con vos…
Lo
interrumpí: —¡En una semana te vas!
—¡Con
vos, Martina! —casi gritó.
—Estás
delirando… Cuando vuelvas a tu mundo ya no seré más que el recuerdo de una
aventura —dije abatida.
Me
contempló anonadado: —Tenés la virtud de transformar la realidad tergiversando
los hechos. En primer lugar, acostumbro invitar a mi empresa gente entusiasta
con la especialidad; en segundo lugar, la llave me la ofrecieron, y en tercer
lugar este sería el comienzo de nuestra convivencia. Todos eventos normales que
bajo tu análisis se vuelven conspirativos —enjuició.
—Oh,
sí… ¿Una semana de convivencia aquí garantiza que podríamos continuarla en tu
país? —pregunté incrédula.
—¡No
lo puedo creer, Martina…! —Y recalcó—: No puedo creer que hayas convertido una
aspiración amorosa en un cálculo matemático.
—¿No
son las matemáticas la materia prima de tus exitosos sistemas? —lo fustigué.
Lo
saqué de sus casillas. Apretó los labios y sus ojos chispearon al tiempo que se
aproximaba a mí. Retrocedí contra la baranda convencida de que me iba a
golpear. Se frenó con expresión aturdida y ladeó ligeramente la testa para
observarme con ojos entrecerrados. No supe si el gesto de rechazo tuvo que ver
con su arranque iracundo o si lo provocó mi persona, porque me dio la espalda
con una risa destemplada y se fue. Allí quedé. Mirando el lago y tratando de
descifrar mi calamitoso arrebato. ¿Perdí la oportunidad de conocer el amor por
puro miedo a salir decepcionada? Hurgaba en mi cerebro la comprensión del
impulso cuando se me impuso con manifiesta claridad que debía confrontarlo con
mis sentimientos. ¡Basta de especulaciones racionales!, diría India. ¡Cómo la
necesitaba para disipar la anarquía de mi mente! En estas elucubraciones estaba
sumida cuando escuché la voz de Sami.
—¡Marti,
Marti! —dijo un poco agitada—. Acaban de llamar a Darren desde la oficina de
control. Parece que una excavadora se descompuso y originó un accidente. Guille
lo acompañó, pero antes de irse arregló que Joaquín nos llevara a casa cuando
dispusiéramos. ¿Querés quedarte un rato más?
La
ví un poco angustiada y, además, ¿qué haríamos nosotras sin nuestros hombres?
Saboreé el interrogante porque esta idea de propiedad me abarcaba cada vez más.
—Prefiero
irme —le contesté, animando una expresión de alivio en su rostro.
Nos
arrimamos a la mesa adonde aguardaba Joaquín como un soldadito. Aceptó nuestro
deseo de abandonar la fiesta y, a pedido de Samanta, nos condujo hasta su padre
para que pudiéramos despedirnos. Antes de subir a su auto, estiró la mano y me
ofreció una llave.
—El
doctor Moore me encargó que se la diera —expresó.
La
atesoré en mi mano como una joya. Era la prueba del perdón del gurka.
—Gracias,
Joaquín —le sonreí—. La pondré a buen recaudo.
El
muchacho asintió complacido, como si hubiera cumplido una misión exitosa. Nos
trasladó hasta la casa de Sami y esperó a que abriéramos la puerta desde donde
lo saludamos. Mi amiga se desplomó en un sillón con un suspiro ruidoso.
—¿Estás
preocupada? —me inquieté.
—Un
poquito. Parece que las máquinas se han vuelto locas. ¡Menos mal que está el
doctor Guille para atenderlas…! —se rió—. Y a propósito de Guillermo, ¿qué pasó
entre ustedes? No me mientas, porque eran un espectáculo en la pista de baile y
después él volvió a la mesa solo y como un basilisco… —me advirtió.
—Me
quedé con ganas de tomar algo —dije—. Busco unas bebidas y vuelvo.
—No
te me vas a escapar… —canturreó mientras se sacaba las sandalias y recogía los
pies en el sillón.
Regresé
con dos copas y una botella de champaña mediana. La descorché, la escancié y me
senté frente a Sami: —Salud, amiga. Porque los muchachos no tengan grandes
problemas.
Las
copas tintinearon al chocar. Samanta me observaba en silencio, sin apremiarme,
esperando la confidencia reclamada. Me recosté sobre el respaldo y observé las
minúsculas burbujas al trasluz, buscando las palabras adecuadas para contarle a
Sami que posiblemente estuviera enamorada de su hermano menor.
—Te
voy a ayudar —dijo—. Sé que Guille te ama. Pero vos, Marti, me desconcertás. A
veces parece que compartís lo que siente y otras, que estás tan lejana como esa
milady que persigue sin poder
alcanzar.
—¿Te
parece natural una pareja entre el gurka y yo? —me sorprendí.
—Aunque
no juzgo la orientación sexual ajena, todavía soy apegada a la relación
heterosexual y ustedes son un hombre y una mujer, ¿no?
—¿Y
la edad, Sami? Le llevo cuatro años —le recordé.
—Para
serte franca, él parece mayor que vos. Por todo, desde lo físico hasta lo
intelectual.
—¿Querés
decir que soy una retrasada? —protesté.
—Quiero
decir que te lleva kilos y centímetros, y que tiene un carácter más reflexivo
que cualquiera de nosotros. Darren incluido —aclaró como testimonio definitivo
de la madurez de su hermano.
No
pude contener una risotada ante su apelación, porque se me presentó la imagen
del gurka blandiendo la daga entintada y gritando como loco en ese nicho
temporal del pasado. Samanta sonrió con desconcierto y acompañó mi carcajada
cuando le transmití mi evocación.
—¡Sí
que se jugó por vos! —se desternilló.
—Lo
hizo para salvar a su hermana —corregí.
—Vamos…
Lo hizo para quedar bien con su dama —me retrucó.
—Aún
no había alcanzado la categoría de caballero andante —le refresqué la memoria.
Permanecimos
en un silencio introspectivo que interrumpió Samanta: —¿Entonces no seremos
cuñadas, Marti? —sintetizó afligida.
6 comentarios:
Me encanta
Me alegro. Saludos.
EN ESPERA DE TU PROXIMO CAPITULO
Si esperando el proximo saludos desde Houston tx
A todas: culminará en breve. Abrazos.
Estamos anciosas, esperando el proximo gracias
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