jueves, 3 de abril de 2008

POR SIEMPRE - IX

Celina no se había apabullado ante la irrupción de los visitantes. Cuando vio a Julián enseguida lo eliminó de su lista de probables desconocidos. A la vanguardia vio avanzar a un hombre de edad, de porte señorial e indudable ascendencia aborigen, escoltado por un auténtico mapuche. “El abuelo de Andrés” se había dicho con total certeza. La mezcla racial favorecía al anciano de piel curtida y escasas arrugas, pero "de ninguna manera apto como buen partido" había pensado escandalizada por la propuesta de su amiga. El médico los había presentado ceremoniosamente:

-Don Arturo, por esta joven llamada Celina, hoy estamos de fiesta en el pueblo -Volviéndose a la aludida.- Celina, te presento a don Arturo Valdivia.

El abuelo había tendido ambas manos hacia ella. A pesar de su serio semblante, el gesto amistoso hizo que Celina adelantara las suyas con una espontánea sonrisa. Don Arturo las sostuvo con calidez, mientras decía:

-A mi edad, querida niña, es un privilegio tener que agradecerle por las vidas que salvó.

-El mérito no es mío, don Arturo, sino de su encantador nieto. Gracias a su valentía logramos sobrevivir –había señalado con vehemencia.

Celina, ocupada en hacerle un guiño a Andrés, no había reparado en el gesto de sorpresa de quienes presenciaban el diálogo.

-Tiene razón, hue malén1. Mi nieto es encantador y valiente y me complace que lo haya visto -dicho esto, le había soltado las manos y cedido su lugar a la madre de Pancho.

Alejandra la abrazó y le dio un beso sonoro en la mejilla:

-¡Gracias, Celina, muchas gracias por haberte quedado con los chicos!

La joven, como había predicho Esteban, estaba abrumada por tantas demostraciones. Intentaba encontrar una salida humorística, cuando escuchó la exclamación de Sofía. Como todos los presentes, se volvió hacia la puerta para descubrir al hombre que creyó alucinar. Bajó los ojos para sustraerse al reclamo de su mirada mientras Andresito la tomaba del brazo y voceaba:

-¡Abuelo, abuelo! ¡Ella es Celina! -Su entusiasmo era contagioso.

La muchacha, después de un momento de desconcierto, cayó en la cuenta de hacia quien había dirigido sus elogios. Se acercó a René y sin poder contener la risa, le preguntó:

-¿Vos sos el abuelo de Andrés?...

René cruzó los brazos con parsimonia y asintió con gesto risueño. Celina giró hacia el anciano y aclaró:

-Yo pensé que usted era el abuelo de Andrés, don Arturo. Le pido disculpas por la confusión. Es obvio que me refería a su nieto, digo…, a su bisnieto -el rubor la acometió sin piedad.

El hombre inclinó la cabeza y contestó:

-Es un honor para mí que me haya confundido con mi encantador y valiente nieto, hue malén -dijo, reiterando los términos que ella había empleado.

René, atento a la conversación, se congratuló por el afectuoso vocablo con que su abuelo había nombrado a Celina. Sólo reservaba esta lengua para charlar con Jeremías y los familiares que amaba.

La muchacha sobrellevó el bochorno con decoro. Volvió a enfrentarse con René, y manifestó con gratitud:

-La confianza de Andrés fue mi esperanza. Gracias por no defraudarnos -le tendió su mano.

El hombre la guareció entre la suya y le contestó:

-Yo sólo terminé tu labor. Me diste el espacio necesario para llegar a tiempo y eso no tiene precio, hue malén. Vas a tener que ser tolerante. -Usó espontáneamente la voz mapuche para designar a las mujeres jóvenes, a modo de payé2 amoroso. Jeremías y don Arturo cambiaron una mirada interrogante, mientras que Andrés, que también estaba familiarizado con el idioma, comprendió que la mujer que lo deslumbraba era la que había estado buscando para su abuelo. René soltó con desgano la mano de Celina y convocando a las amigas, realizó una propuesta que aprobaron los hombres de su familia:

-Quiero invitarlas a la finca en nombre de todos para continuar con sus vacaciones. Trataremos de resarcirlas por el tiempo perdido y me comprometo a mostrarles lo mejor de la región -forzó a sus ojos anhelantes a ir de Celina a Sofía.

¡Dos semanas en la estancia de un potentado! Sofía miró a su compañera rogando que no se negara. Interpretando claramente el deseo de su amiga y como no tenía interés en volver a tratar con los pasajeros desaprensivos, Celina supuso que era una buena oportunidad para no perder el veraneo.

-Bueno, si nadie se opone, será un placer -expresó con una sonrisa.

Los varones de la hacienda se mostraron totalmente complacidos. Las chicas se despidieron de María, Esteban y Alejandra, puesto que Julián cargaría en su auto el equipaje de las mujeres. En el pasillo, Celina le susurró a Sofía:

-Era él. El desconocido es el abuelo de Andrés…

Sofía la miró atónita, hasta que el entendimiento se reflejó en su cara. Antes de que pudiera contestarle, se les emparejó el grupo. Salieron al exterior bajo un cielo todavía encapotado. Celina se estremeció de frío y lamentó no haberse puesto el gabán, cuando un cálido abrigo aterrizó con suavidad sobre sus hombros. Dio la vuelta intuyendo a quien correspondía el gesto para quedar frente a frente con el inquietante René. Le agradeció con una sonrisa y volvió a experimentar esa inexplorada sensación de desvalimiento. Subieron a la camioneta y esperaron a Julián que estaba despidiéndose de su hermana y su cuñado. Había tres asientos. En el de adelante, viajaban René y su abuelo, en el medio Jeremías y Andrés y en el último, se habían acomodado las dos amigas. Celina, arropada en la chaqueta de René, sentía que el sopor la ganaba. Su compañera le acercó el hombro para que apoyara la cabeza y antes de que la rural llegara a destino, se quedó completamente dormida. Sofía, contagiada por el abandono de su amiga, dormitó de a ratos y terminó de despabilarse cuando pararon frente a la casa. Sacudió suavemente a Celina para despertarla y sólo logró que el cuerpo resbalara hacia su regazo. Insistió en llamarla pero la joven dormía profundamente. Miró indecisa a Jeremías que sostenía la puerta para que bajaran y el capataz, apreciando la situación, se aproximó a René y le dijo algo en voz baja. El hombre asintió y se acercó a la puerta trasera inclinándose hacia el interior del automóvil:

-Jeremías dice que no hay que despertarla para que Kai Kai3 no la recuerde-le susurró a Sofía.

Ésta lo miró atónita y René volvió a murmurar:

-Después te cuento. Voy a cargar a Celina -avisó con el mismo volumen de voz. Le pasó un brazo bajo las rodillas y otro por la espalda y la levantó sin esfuerzo. La muchacha seguía durmiendo y René, al incorporarse, la acomodó de modo que la cabeza se apoyara en su hombro. Jeremías, con un gesto de aquiescencia, lo escoltó hacia la entrada de la casa cuya puerta había sido abierta de par en par en cuanto estacionaron los vehículos.

Sofía, como temiendo perder a su amiga, se lanzó tras los pasos de René. Sostenía a Celina contra su cuerpo y subía la escalera con cuidado, como si temiera tropezar con su carga. La cabeza de la joven resbaló hasta el hueco de un cuello moldeado para cobijarla. Sofía comprendió que ya no habría veranos a solas ni incertidumbres compartidas. La fuerza que trascendía de la expresión de René la conmovió como si su amiga hubiera partido a un país lejano. Él se detuvo frente a un cuarto cerrado que Sofía se apresuró a franquear. René atravesó el umbral y depositó sobre una cama a la mujer dormida. La miró largamente antes de volverse y reparar en la amiga. Un poco perturbado, le dijo:

-Es preferible que Celina descanse lo que necesite. Dentro de un rato vendrá Rayén4 a informarte a qué hora se servirá la cena. Nos gustaría contar con tu presencia, salvo que quieras cenar arriba.

Sofía le agradeció y dijo que entonces decidiría. René estaba saliendo cuando dijo:

-A propósito. Julián se queda. Y seguramente apreciará tu compañía.

A Sofía este comentario le sonó a extorsión. Se sentó sobre la otra cama y mientras observaba el apacible descanso de su amiga, zumbaron sus pensamientos. ¡Qué individuo fatuo! Me quiere ganar poniendo de cebo a Julián. No voy a decir que no es un buen señuelo. Pero a mis hombres los elijo yo. Es cierto que existe el coup de foudre... A René lo fulminó. A Cel no sé. Aunque quedó tocada por el primer encuentro. Y por el segundo también. Se confundió, se puso colorada, dio explicaciones. Ella, siempre tan segura. ¿Me pasará alguna vez a mí? Yo tengo razón. Los títulos no le sirven para nada a una mujer. Él la llenará de hijos y tendrá que servirlos todo el tiempo. ¿Y ahora querré que se ponga gorda y ajada? ¡No, amiga…! Si yo quiero lo mejor para vos. Creo que estoy celosa. Pasamos los mejores momentos en mutua compañía. Ahora tendré que soñar y esperar a solas. Si mi ocasión hubiera llegado primero, estarías realmente feliz. Soy una egoísta. Pero, ¿me pasará lo mismo a mí? René te sostenía como si fueras un tesoro y te miraba como si le doliera dejarte. ¡YO soy la que admite la supremacía masculina! Y seguro que nadie me levantará en sus brazos. ¿Cómo saber que el atractivo no es mi herencia? En cambio, René sólo piensa en Celina. Yo no me habituaría a vivir en un pueblo. Mejor que no resulté la elegida. Cuando vuelva a la ciudad, me voy a Europa. París, Roma. Mejor Roma. Los italianos se enloquecen por las mujeres. O a Brasil. Cuando fuimos a Guaruja, nos seguían como cachorros. Nunca más vamos a ir de vacaciones juntas. ¿Y esa pavada que dijo René antes de alzarla? Sonó como un cacareo. Quiquiriquí… Le voy a preguntar. Anoche tuve el sueño recurrente. Estoy dentro de una cueva y trato de escapar a la pálida figura que tapa la entrada con los brazos abiertos. Corro espantada por lo que me espera en el fondo. Allá también me cierra el paso el espectro de la entrada. Me vuelvo y lucho por avanzar hasta que lo veo de nuevo enfrente de mí. Es un hombre extrañamente atractivo, pero no lo conozco en la vida real. ¿Por qué lo sueño siempre? Nunca sabré como acaba esta pesadilla porque me despierto angustiada y con la cara bañada en lágrimas, sin poder entender por qué no puedo salir ni conocer lo que se oculta en la profundidad. Esto no te lo conté, amiga. Me fastidiarías para que consulte a un colega. Me voy a cenar abajo así te dejo dormir, no sea que se despierte el quiquiriquí. ¿Qué me pongo?...

Abrió su valija y después de pensar un rato, sacó un conjunto de pantalón y suéter celeste que hacía juego con sus ojos. Después de vestirse, se maquilló discretamente y se miró en el espejo con aprobación. Tocaron la puerta y salió al pasillo. La mujer que los había recibido no dudó y le hizo un gesto para que la siguiera. Antes de bajar la escalera, preguntó:

-¿La señorita Celina no va a cenar?

-No. Está reposando. Usted es Rayén, ¿verdad? -había recordado su nombre.

Asintió y la guió hacia la cocina. Era una gran estancia completamente equipada con amplias mesadas y artefactos modernos. Los cacharros que estaban a la vista lucían impecables. La mesa estaba tendida en un ángulo a desnivel dominado por una vistosa box window. A Sofía le encantó el efecto intimista que le conferían las plantas esparcidas a su alrededor. Andrés, Julián, don Arturo y René se incorporaron para recibirla. Ella les prodigó una sonrisa de reconocimiento y se sentó asistida por Julián. Su intuición femenina estaba exacerbada. Presentía una noche donde nadie le disputaría el cetro.




1 (mapuche) niña, mujer joven

2 amuleto

3 (mapuche) ser mitológico responsable de las inundaciones

4 (mapuche) flor

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta divina la novela, en verdad es empezar a leerla y no dejar de hacerlo, pero cuando vas a publicar lo demas? muero por seguir esta novela hasta el final.}gracias por estas lecturas tan bonitas, pero ya publica lo que falta por fa. saludos de Nuevo Leon
Mexico.