sábado, 14 de febrero de 2009

LAS CARTAS DE SARA - VI

El viernes Sara llegó a la clínica pasadas las diez y media de la mañana después de esperar a Melián hasta las nueve y media. Mientras viajaba en el ómnibus, que había demorado una eternidad para su sentir, la inquietud la acometió. Melián la pasaba a buscar todos los días a las ocho y treinta y esta deserción era inexplicable. Con los teléfonos que estaban fuera de servicio desde hacía un mes, era imposible comunicarse con la clínica y aventar la preocupación que la dominaba. ¡Cómo deseaba que las palabras de don Emilio fueran proféticas y ella pudiera anticipar los acontecimientos! Entonces sabría por qué Melián no había venido y por qué el pueblo estaba incomunicado tanto tiempo. Pensó en su amiga Nina y en la necesidad que tenía de verla, de hablar con ella, porque las cartas no podían suplantar la tibieza de su presencia. Pero mejor así, se dijo. Presentía que su amiga correría peligro en ese lugar. Cuando bajó del ómnibus cruzó rápidamente la ruta desierta, atravesó las verdes lajas hasta la puerta automática y casi tropieza con Carolina en su vivaz entrada.

-Creí que ya no vendrías… -le dijo con inflexión admonitoria.

-Me demoré porque Melián no vino a buscarme –explicó sintiendo que su respuesta sonaba a una excusa.

-No sabía que el guardaespaldas era tu chofer –el tono era desdeñoso. Le aclaró:- Esta mañana salió temprano con el doctor Moreno. ¿Así que no tuvo la delicadeza de ponerte al tanto de sus movimientos?

Sara no contestó. Dio media vuelta y se refugió en su oficina. Con el paso del tiempo a Carolina le resultaba más difícil ocultar la antipatía que ella le inspiraba. A medida que avanzaba su relación con Max los desplantes y las indirectas arreciaban. En general las ignoraba, pero esa mañana se habían sumado varios acontecimientos que la debilitaban: las ausencias sorpresivas de Max y Melián y la llegada tardía a su lugar de trabajo. Buscó entre los papeles esparcidos sobre su escritorio alguna nota que esclareciera la marcha inesperada del médico. Después de revisarlos varias veces concluyó que tendría que esperar su regreso para enterarse. Un golpe en la puerta la sacó de su abstracción. Juanita entró con una bandeja que contenía un servicio completo de cafetería.

-Buen día, señorita Sara. El doctor me pidió que le sirviera el café a la hora que llegara. Completo, me recalcó. Supongo que no habrá desayunado…

La joven la miró sorprendida. ¿Cómo supo él que por esperar a Melián no había tomado siquiera un trago de cualquier infusión?

-¡Buen día, Juanita! No desayuné y mi estómago está gruñendo. ¡Gracias!

-Déselas al doctor cuando vuelva. No me animé siquiera a recordarle que el servicio cierra a las nueve. Me lo ordenó ¿sabe? La debe tener en mucha estima porque a mí siempre me pidió las cosas por favor…

Sara le prodigó una sonrisa enigmática. La mujer vaciló y, dándose cuenta de que no habría confidencias, se encogió de hombros y salió. La muchacha dio cuenta del tardío desayuno con satisfacción. Max no estaba pero con ese gesto le decía que la tenía presente. Trabajó de buen ánimo hasta que Juanita le avisó que ya estaban reunidos para el almuerzo. Se sentó en la mesa de siempre y, como al descuido, preguntó:

-¿Alguien sabe adónde está el doctor Moreno?

-¿Acaso no lo sabe usted? –Juanita parecía escandalizada.- ¡Usted es la secretaria y tendría que saberlo!

-La secretaria del doctor es Carolina –le respondió apaciblemente.- Yo soy la empleada administrativa.

-¿Por qué no le pregunta a Carolina, entonces? –volvió Juanita a la carga.

-Porque ella no lo sabe –explicó con paciencia.

-Estamos tan sorprendidos como usted –dijo Milano.- Cuando el doctor tiene una urgencia lo acompaño yo, pero hoy se llevó a Melián –concluyó disgustado.

Sara observó con atención a los comensales. Salvo Dora y Milano que rehuyeron su mirada, los demás se la devolvieron afectuosamente. Terminaron de comer en silencio y ella fue la primera en levantarse para volver a la oficina. ¿Por qué Milano estaba tan contrariado? Por lo que ella conocía, las órdenes del doctor no se discutían. Y seguramente él tendría sus razones para reemplazarlo. ¡Cuánta falta le hacía su amiga pensante para debatir estas impresiones! Una vez le había anunciado una visita frustrada, pero ahora estaba decidida a cumplirla. En cuanto volviera Max se lo diría.

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