sábado, 1 de junio de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - XV



Corrieron hacia la casa bajo la espesa llovizna que se desprendía de la bóveda gris. Los hombres se habían detenido en la entrada para recuperar las plantas de los macetones quebrados por la caída. Ellas insistieron en ayudar a Etel con la comida del mediodía, momento en que la corriente eléctrica fue repuesta tal como se había anunciado. La sobremesa la hicieron en la galería, ideal observatorio del  desapacible día.
—Cuando mejore el tiempo —sugirió Alejo—, deberían visitar las cuevas de Cerro Colorado. Las encontrarán muy atractivas como futuras antropólogas.
—¿Están muy alejadas de Nono? —se interesó Julia.
—A cuatro horas. Pero tengo un amigo en Mina Clavero que nos podría llevar en helicóptero —ofreció Alen.
—¡Ah…! —se deleitó la joven—, ¡es la experiencia que me faltaba!
La mirada de Alen le argumentó que él podría depararle experiencias mucho más fascinantes. Le hurtó los ojos por no develar su oculta aceptación, asombrada de cuán natural se le estaba haciendo la posibilidad de intimar con ese hombre.
—¡Nos luciríamos en la Facu, Julia! ¿No te parece? —dijo Mari con entusiasmo.
Ella sonrió como los presentes ante la exaltación de su amiga.
—Aceptado, entonces —le respondió a Alen.
Él hizo un gesto de aprobación y se abocó a localizar a su amigo. Poco después anunció: —Hecho, gente. Pasado mañana, de componer el clima, nos espera a las nueve en el aeródromo.
—¡Fantástico! —aplaudió Marisa—. Y ahora, ¿qué se puede hacer en una tarde lluviosa?
—Dormir la siesta —opinó Rolo en tono casual.
—Nada más acertado, muchacho —aprobó Alejo—. ¿Vamos, querida? —se dirigió a Etel.
La mujer se incorporó con una sonrisa: —Cuando nos levantemos, tomaremos unos mates —formuló antes de seguir a su marido.
—Andando, lindura —Rolando asió la mano de su novia y la impelió contra su cuerpo—. Nos vemos… —saludó a su hermana y Alen mientras guiaba a Mari hacia la escalera.
—Chau —articuló Julia.
Se arrellanó en el sillón y se esforzó por mantener el rostro impasible ante la peregrina idea de dormir una siesta con Alen.
—Ya que no podemos imitar a los que se fueron —dijo él como si hubiera intuido su fantasía—, ¿qué te parece si escuchamos un poco de música?
—Me gustaría —murmuró sofocada.
Alen manipuló el equipo de audio y se sentó frente a ella. La música melódica era el fondo perfecto para la nostálgica tarde lluviosa. La mente del hombre era un crisol ardiente de pasiones. Muchachita esquiva, si pudieras imaginar lo feliz que te haría ya hubieses aceptado estar conmigo. Me muero por besarte, por tenerte, ninguna mujer me provocó estas ansias que solo vos podés calmar. ¿Cómo llegarte? ¿Cómo vencer tu desconfianza? En mis brazos te olvidarías del mundo…
Incitado por su pensamiento, se levantó y le tendió la mano. Respondió con una pregunta a la mirada interrogante de la joven: —¿Bailamos?
Ella le confió su diestra en forma instintiva y él le ciñó la cintura con delicadeza. Se movió lentamente, traspasado por la plena conciencia de su cercanía. Se impregnó de su perfume, la tibieza de su aliento, la progresiva abdicación de su cuerpo. Julia se abandonó a la sensualidad del momento y apoyó la cabeza sobre el pecho de Alen. No había otro lugar adonde quisiera estar en ese momento. Los labios de él se deslizaron hacia los suyos en una suave caricia que la hizo estremecer. El hombre suspendió la danza y profundizó el beso invadiendo el interior de su boca. Sus lenguas se exploraron mutuamente hasta quedar sin aliento.
—¡Julia…! —murmuró Alen con la voz enronquecida—, ¡Te quiero amar…!
El reclamo directo la sacudió porque sintonizaba con su deseo. Él volvió a besarla y la exhortó: —Salgamos de acá…
—¿Adónde? —preguntó temblorosa.
—A mi casa.
La joven miró los ojos que expresaban una apetencia tan poderosa que aniquiló todas sus aprensiones.
—Vamos —aceptó.
Alen la abrazó exultante y se detuvo antes de salir: —les voy a dejar una nota para que no se preocupen cuando se levanten.
Julia leyó: “nos fuimos de paseo”. Él la tomó de la mano y la guió hasta la cochera. El viaje en auto no llevó más de diez minutos. La vivienda estaba ubicada en un barrio de modernos chalets con parecidas características arquitectónicas.
—Este es mi refugio —dijo Alen cuando bajaron del coche—. Formamos un fideicomiso con varios colegas para comprar el terreno y afrontar la construcción.
—Son muy bonitos —opinó ella—, y la forestación los realza.
—Gracias —sonrió Alen.
La enlazó por el talle y caminaron hacia el ingreso. Julia cayó en la cuenta del paso trascendente que había dado cuando él franqueó la puerta de entrada. Su cuerpo se tensó en un amago de resistencia que no pasó inadvertido para el hombre. Aparentando no darse cuenta, invitó con gesto solícito: —¡Adelante! Vas a probar un café hecho con granos recién molidos.
La salida extemporánea la desconcertó. Escrutó el rostro varonil atravesado por una expresión traviesa no exenta de ternura, y se largó a reír. Él, acentuando la mueca divertida, apretó su cintura y la impulsó al interior. La sala de estar era espaciosa y estaba amueblada con estilo. El ancho ventanal que daba al exterior estaba cubierto por un cortinado que resguardaba el ambiente de miradas indiscretas. Julia lo siguió hasta una de las puertas emplazadas al fondo de la estancia. La cocina era amplia y las paredes claras le daban un toque luminoso aún en ese día nublado. Alen sacó el molinillo y el paquete de café de la alacena y lo dispuso sobre la mesada.
—¿Me dejás molerlo a mí? —preguntó Julia con el entusiasmo de una chiquilla.
Alen le tendió el paquete con una sonrisa embelesada. Sus dedos demoraron en apartarse, para prolongar el contacto con la mano femenina. Desbordado por sus sentimientos, soltó la bolsa y apresó el brazo de Julia para guarecerla contra él. Ella se sintió naufragar en la profundidad de las pupilas grises que se habían oscurecido como la sonrisa en el serio semblante. Cerró los ojos y se rindió al beso irreprimible que indagó cada vericueto del interior de su boca. Respondió a la caricia conquistada por la pasión masculina que descifraba su intenso anhelo de amar y ser amada. Se entregó al contacto del cuerpo viril transfigurado por el deseo que la proyectó a un paisaje de honda voluptuosidad.
—¡Julia… Julia…! —balbuceó Alen presionando sus glúteos sobre su inocultable erección.
Sin dejar de besarla la arrastró hacia la puerta contigua. El sonoro eco del timbre los paralizó antes de abrirla. Él la miró como alucinado, apoyado sobre la abertura que conducía al dormitorio. Julia fue la primera en reaccionar. Su carcajada sorprendida se mezcló con los insistentes timbrazos que anunciaban que su ejecutor no se daría por vencido. Acarició la mejilla del hombre, se empinó sobre los pies, le dio un beso de consuelo y lo conminó: —andá a abrir antes de que nos deje sordos. Yo voy a preparar el café.
Recogió el paquete del piso y pasó a la cocina. Estaba estudiando el funcionamiento del molinillo cuando escuchó que Alen abría la puerta. La imagen del rostro atónito de su frustrado amante le arrancó una risita. Introdujo los granos en el compartimiento y, la voz que Alen no pudo sofocar, interrumpió la maniobra siguiente.
—¡Cariño! ¡Ya sabía yo que la providencia me detuvo! Me voy mañana, así que podemos gozar de esta tarde propicia para el amor… —la declaración femenina seguida de un silencio, no daba lugar a equívocos.
Julia se mantuvo en suspenso. La curiosidad la dominaba. ¿Cómo respondería Alen a esa invitación directa? Se asombró de la tranquilidad con que tomaba el incidente. Era obvio que la descalificada mujercita que salió de Rosario había evolucionado hasta la mujer segura de sí misma que esperaba el desenlace sin inquietud. Él hablaba en voz baja y la mujer había atemperado la voz. Julia decidió, ya que el clima estaba frustrado, intervenir en el diálogo.

No hay comentarios: