sábado, 12 de abril de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XIII



—¡Guille, terminamos! —voceó Samanta.
El gurka se asomó y apagó la computadora. Antes de salir, nos preguntó: —¿quieren empezar el paseo ahora?
—¡Dale! —Contestó su hermana—. Nos ponemos la malla, preparo el equipo de mate y te avisamos.
Él asintió y salió con su portátil. Ya que estaba lista, aproveché para llamar a mamá y luego bajé a reunirme con Sami. Entre las dos acomodamos el termo y el equipo en una canasta y agregamos unas galletitas. Guille nos esperaba al lado del auto.
—Para hoy les tengo preparada una ascensión al Filo serrano y una visita al Mirador del Sol —dijo imbuido en su rol de guía—. Vayan a buscar alguna campera que subiremos a más de dos mil metros. Al balneario iremos por la tarde, considerando la castigada dermis de Martina.
—¡Gracias, Guille! Tus cuidados son apreciados —entoné burlona.
—Por insolente, te sentencio a un viaje en tirolesa —declaró.
Me largué a reír: —¿Qué querés decir?
Sami intervino: —¡Canopy! ¡Sí, Marti! ¡Es emocionante!
Yo seguía sin entender. Guillermo me explicó con voz truculenta: —Vas a volar como los pájaros entre los abismos serranos —después, con placidez—: Te va a gustar.
—Todavía no lo capto —insistí.
—Es un sistema de cables extendido entre la sierra y el valle. Vas asegurada a un arnés con poleas. No tenés más que distenderte y disfrutar —aseguró.
—Le vas a ahorrar trabajo a Darren —dijo Sami entusiasmada—. ¡Desde que llegamos quiero ir!
—Los abrigos… —recordó Guille con paciencia.
Obedecimos como boy scout.
—Bueno, niñas —dispuso a nuestro regreso—, partamos. ¡Y no quiero discusiones por la ubicación! Vos, Marti —indicó—, adelante conmigo. Vos, Sami, atrás como corresponde a una hermana incondicional.
Abrió ambas puertas y las cerró después de que obedecimos su mandato. Antes de arrancar, me miró con una sonrisa satisfecha. Me reí; estaba contenta y excitada con la aventura que había propuesto. Mis salidas tenían tan poco de emocionante como subir a un autobús que me acercara al centro o a la orilla del río para cruzar a la isla. Guille conducía con pericia por el sinuoso camino de cornisa y Sami y yo intercambiábamos impresiones sobre el paisaje despertando a veces la risa del piloto. Pasamos El Mirador del Sol hasta llegar al del Filo Serrano. Antes de bajar nos pusimos los abrigos. El viento soplaba con fuerza y el sol no lograba calentar el ambiente. La vista era espectacular. A nuestros pies se extendía el valle del Conlara, emplazamiento de la villa de Merlo, verde como una esmeralda guarecida por las ondulantes sierras. Guillermo descubrió que, en ese día tan límpido, se podían observar los embalses del valle cordobés de Calamuchita. Centrado entre las dos, nos pasó el brazo por los hombros y nos giró hasta que ubicamos el punto al que se refería. Permanecimos en silencio, admirando el majestuoso horizonte. Tenía que compartir mis sensaciones. Me volví hacia Sami. Tenía la cabeza apoyada en el pecho de su hermano y la mirada perdida en el espacio. El gurka capturó mis ojos con la muda elocuencia de sus pupilas. Se apropió de mi deslumbramiento y me perturbó con el reclamo que revelaban sus facciones. Hice un gesto negativo involuntario, como si me hubiese confesado ese anhelo que ardía en la profundidad de su mirada. Me enderecé y ya ni siquiera la belleza del entorno apaciguó mi inquietud. Me despegué de su flanco sin brusquedad y me alejé hacia otra perspectiva.
—¡Marti! —Samanta se me colgó del brazo—.¿Vamos ya para el Mirador del Sol? Así hacemos canopy y pasamos unas horas en el balneario.
—Vamos —contesté sin mucho entusiasmo.
Cuando subimos al auto le pregunté a Guille: —¿Por qué al Mirador del Sol? Aquí también hay tirolesa.
—Porque la otra es la más larga de San Luis —me explicó—. El recorrido se hace entre cinco y seis minutos. Te va a parecer poco cuando pegues la vuelta.
Lo miré con un poco de desconfianza. Se largó a reír y me ofreció servicial: —Si no te animás a ir sola, puedo cargarte sobre mis rodillas.
Mi gesto desafiante incrementó su diversión. Samanta intervino: —A ver si siguen la polémica mientras viajamos, a este paso no llegaremos al mirador ni al balneario.
Me di vuelta y estiré el brazo para hacerle cosquillas. Se atajó con una risa sofocada mientras su hermano ponía el coche en marcha. El recorrido fue corto y, después de estacionar, caminamos hacia la plataforma de despegue. Esperamos turno para el primer lanzamiento que, insistimos Sami y yo, hiciera Guille. Escuchamos con atención las recomendaciones que le hacían Roberto y Manuel, los lugareños que administraban la tirolesa, y lo vimos despegar raudo hacia el valle. Antes de convertirse en un puntito a la distancia, soltó las sogas y estiró brazos y piernas en forma ostentosa.
—¡Se dejó ir el loco! —alabó Roberto con su tonito característico.
A mí el corazón se me había detenido cuando lo ví abrir los brazos, creyendo que se iba a precipitar al vacío. Después del susto, me enojé. ¡No tenía derecho a alarmarnos! En realidad, me dije después de observar a Sami festejando con el dúo, la que se preocupó fui yo. Diez minutos después el gurka estaba de vuelta.
—¿Quién me sigue? —dijo después de desprenderse del arnés.
Un grupo de curiosos se había acercado a la base de salida. Dos muchachos jóvenes se arrimaron a Guillermo.
—¿El doctor Moore? —preguntó uno con expresión exaltada.
Guille lo miró con tranquilidad.
—¡Estuve presente en la conferencia que dio en Rosario! —dijo el joven estirándole la mano.
El gurka se la estrechó: —Bueno, me alegro. Ahora me tengo que dedicar a mis acompañantes —le aclaró con una sonrisa y se volvió hacia nosotras—. ¿Ya decidieron?
El chico que lo había abordado cambió unas palabras con su acompañante y se quedaron en el sitio.
—Marti, ¿irías primero? —dijo Samanta con voz quejumbrosa, intentando postergar su despegue.
Me mandaba al frente, igual que en la escuela secundaria. Guille me miraba con una sonrisa provocadora, lo que espoleó mi decisión.
—Está bien, promotora de chifladuras —acepté—. Que conste que me arriesgo para que vos cumplas tu sueño.
Me acerqué a Roberto y Manuel. El primero me ayudó a colocar el arnés y lo ajustó a mi cintura; el segundo me estiró un casco.
—¿Por qué lo tengo que usar? A él no se lo dieron —dije señalando al gurka.
—No lo quiso —aclaró Manuel—, pero nos recomendó que salieras con el casco.
—Yo tampoco lo quiero —me empeciné—. Se me va a aplastar el pelo.
—Es tu primera experiencia, mamacita. El loco tiene calle —terció Roberto al tiempo que enganchaba el cable al arnés.
—Esto es seguro, ¿no? —inquirí.
—Totalmente —se ufanó el lugareño.
—Entonces no quiero el casco —lo volví a rechazar.
Guille se acercó al ver la cara de indecisión de Manuel.
—No lo quiere, macho —le informó el hombre.
—Marti, si no te colocás el casco no salís —me amenazó el hermano de Sami.
—¿Ah, sí? Ya soy mayorcita para decidir por mí misma, amiguito —le solté—. Ahora díganme qué debo hacer —me dirigí a los muchachos haciendo caso omiso de la contrariedad del gurka.
Roberto reaccionó ante el gesto perentorio de Guille como si estuviera esperando la orden: —Bueno, linda. Sentate sobre el arnés y aflojate. Yo te sostengo. Agarrate de las cintas, te voy a correr un poquito al borde —me instruyó mientras me desplazaba hasta dejarme con las piernas colgando sobre el abismo.
Deslicé la vista sobre la serpentina que dibujaba la ruta circundando las sierras y el verde promontorio de la selva a mis pies. Me aferré a las cintas, inhalé hasta llenar de aire mis pulmones y me decidí: —¡Soltame!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias me encantan sus novelas saludos desde Houston,tx

Carmen dijo...

Muchas gracias. Un placer tenerte como lectora. Abrazos.

Anónimo dijo...

Esperando su proximo capituño

Anónimo dijo...

Querida carmen estamos con ancias de leer su proximo capitulo creame que checo todos los dias esperando su capitulo gracias