sábado, 8 de marzo de 2008

POR SIEMPRE - VII

Celina, que no veía la hora de quedarse a solas con su amiga, le agradeció mentalmente al doctor cuando arrastró a María tras de sí. Esperaba que su compañera le ayudara a desentrañar el insólito momento vivido.

-¿En serio me perdonás? –dijo Sofía con expresión tan contrita que motivó la risa de Celina.

-¡En serio! Recién pensaba que si te hubieras quedado hubieras sido un lastre.

Sofía, previo mohín de reproche por la escasa consideración que implicaba el concepto, se unió a la risa de su camarada. Después, poniéndose seria, la abrazó y le pidió detalles del salvataje. Celina había empezado a vestirse con la misma indumentaria que llevaba cuando se bajó del ómnibus, la que alguien lavó y acondicionó hasta dejar impecable. Apretó el antebrazo de Sofía y le dijo:

-Eso, después… ¡No te imaginás lo que me acaba de pasar!

-¿Que jodida buena cosa te pasó? -la interrogó, con la fórmula cabalística de aventar las malas noticias.

-Que recién salía de la ducha envuelta en un toallón, cuando se aflojó y cayó al suelo ante la mirada de un intruso -susurró Celina como si hubiera micrófonos ocultos.

Sofía la miró incrédula y dijo: -¿Querés decir que un mirón se coló en tu habitación mientras te estabas bañando, como en Psicosis?

-¡Pero no! Yo lo autoricé a entrar -respondió Celina impaciente.

Su amiga, que entendía cada vez menos, repitió: -¿Vos lo autorizaste a entrar...? -un signo mayúsculo de interrogación flotó en la habitación.

-¡Porque creí que volvía María con la ropa! -contestó Celina tratando de clarificar el relato.

Con un tono que contradecía su discurso, Sofía intentó seguir el hilo de la conversación:

-¡Ah! Comprendo. Se hizo pasar por María. ¿Y cómo sabía que te iba a encontrar desnuda?

Celina gimió ante la derivación que tomó su sencilla confesión. Inclinó la cabeza y se tomó de la barbilla tratando de ordenar los pensamientos. Luego, levantó la mano derecha con el propósito de detener las deducciones de Sofía. Volvió a empezar, esta vez más serena:

-Desperté. Me ubiqué en el espacio. Vi a una mujer que dormía en un sillón. Me di cuenta que estaba en un hospital. Fui al baño. Hice pis y me lavé la cara. Quise ducharme. Golpearon la puerta. Era la mujer que dijo llamarse María y ser la esposa del chofer del ómnibus accidentado. Me abrazó. Me agradeció. Le dije que quería bañarme y necesitaba ropa. Me dijo que la iba a traer y que le iba a avisar al médico. Salió. Me duché. Me envolví en el toallón. Me sequé el pelo en la habitación. Tocaron a la puerta. Pensé: “¡María!” Grité: “¡Adelante!” El toallón se cayó. Miré hacia la puerta. Había un hombre. Me quedé helada. Se quedó pasmado. Dio media vuelta y se fue. Fin -la enumeración fue clara y precisa.

-¿Cómo era él? -fue la única ocurrencia de Sofía.

-No sé bien. Debía tener algunos años más que yo. Era alto, creo. Y más bien corpulento. No estoy muy segura… -dijo esto último en un murmullo.

Sofía percibió una cierta conmoción en su amiga. La miró afectuosamente y dijo:

-¿Tanto te gustó? -los matices de la voz invitaban a la confesión.

Celina se entregó sin recelos al llamado de la amiga:

-Parece una liviandad decir que un tipo me gustó después de verlo un minuto… Diría más que me impresionó. Y no porque me vio desnuda. No fue una situación premeditada. Pero sentí… -se detuvo buscando el término apropiado- me sentí absolutamente indefensa. Sí, indefensa y en manos de un extraño.

-¡Es emocionante! -dijo Sofía con un brillo excitado en los ojos celestes -¿Y no pudiste averiguar quién era? ¿No le preguntaste a María?

-¿Qué podía decirle? María, quiero saber quién es el hombre que me vio en traje de Eva. Consígame su teléfono y datos personales -interrumpió la ironía y dijo como si la observación de su amiga fuera pertinente -además, estaba con el médico.

¿El sujeto estaba con el médico? -dijo Sofía consternada.

-¡No volvamos a irnos por las ramas! -exigió Celina irritada por los malentendidos.- María estaba con el médico -concluyó con el tono cariñoso de siempre.

Sofía, que no se había acobardado por la reacción de la amiga, se burló de su propia torpeza:

-¡Entendí, entendí! ¡No me pegue, patrona de los deportes! -se cubrió la cara risueña con los antebrazos cruzados.

Celina no pudo contener la carcajada. Las payasadas de la amiga siempre la ponían de buen humor. Sintió que a pesar de los contratiempos la vida le ofrecía posibilidades insospechadas. Como ésta de haber sobrevivido a la inundación y comprobar que el instinto no le había jugado una mala pasada.

Sofía volvió a la carga:

-No podemos quedarnos con la intriga -dijo como si ambas fueran protagonistas del incidente.

-En este momento dudo si lo que pasó fue real o producto de mi mente calenturienta.- Y agregó con gesto compinche:- No te olvides que llevo casi un año de abstinencia.

Sofía abrió la boca para decir algo pero se detuvo con el ceño fruncido. Volvió a reír y acotó:

-¡Claro! ¡Me había olvidado del motoquero! -Ahora reían las dos compartiendo el recuerdo.

Celina, a continuación, le pidió a Sofía que le contara cómo había llegado hasta el hospital. La interpelada se explayó:

-Para empezar, debo decirte que en este pueblo hay un tesoro. ¡Hombres! Y muy seductores, contando al tuyo -la miró con intención y afirmó con descaro- Eso te gustó ¿Eh?

Celina, ante el pronombre posesivo, sintió que la sangre le subía hasta el rostro como el agua caliente en una cafetera. Quiso enojarse con Sofía pero reconoció que la acotación le agradaba. Se hizo la indiferente y no respondió al comentario.

Sofía prosiguió:

-Apenas llegamos al alojamiento, nos recibió el encargado. ¡Un churro bárbaro!, como diría tu madre. Cuando le relaté el accidente para explicar tu ausencia, me sometió a un arduo interrogatorio que terminó con la expulsión de los pasajeros y los encargados de la excursión. Yo me salvé porque ya me había llorado todo por haberte abandonado -hizo una pausa para mirarla con cariño- y ya conocés el efecto de las lágrimas sobre los hombres... Sobre todo si son sinceras –aclaró como si hiciera falta.

Celina preguntó con admiración: -¿El encargado los echó a TODOS?

-Bueno, él empezó el desparramo entre los choferes y la coordinadora. Después siguió el dueño del hotel –aclaró su amiga; y a continuación:- ¿Sabés que este hombre es un poderoso terrateniente y el abuelo de uno de los chicos? El organizó el rescate.

-Debe ser el abuelo de Andrés. El chico estaba decididamente convencido de que vendría a buscarlo. Te aseguro que esa confianza me dio fuerzas para no abandonarme. Lástima que sea un explotador –agregó pesarosa.

-¡Ah, no! El ‘a vos te saco’ aquí no vale -reaccionó Sofía- Entre ayer y hoy no escuché más que alabanzas sobre este hombre. Tendrás…- Celina no la dejó terminar:

-¿Ayer? ¿Quiere decir que dormí un día entero? -preguntó alarmada.

La amiga confirmó:

-Así es. El siniestro fue ayer. Yo llegué anoche y ahora son las siete de la tarde del día siguiente.

-¡Con razón me sentí tan relajada! -declaró Celina.- Volviendo al latifundista, seguro que debe ser tan dueño del hospital como del hotel -dijo convencida.

Sofía asintió con un gesto contrariado porque sabía lo difícil que sería aventar los prejuicios de su amiga.

-Aún así, prometeme que no lo vas a prejuzgar antes de tratarlo -le pidió con porfía.

-¡Vaya, vaya! Parece que el abuelo te pegó fuerte -dijo Celina divertida- Creí que los ancianos no encajaban en tu coto de caza.

Sofía soltó una risotada. Su amiga se llevaría la misma sorpresa que ella cuando conociera al anciano. Por consiguiente, no le adelantaría nada.

Celina insistió:

-¿No ves que si la clínica le pertenece, ningún empleado hablaría mal de él? Se juegan el puesto -dijo categórica.

-Me conformo con tu promesa de no prejuzgarlo -le recordó Sofía, testaruda.

La amiga inclinó la cabeza hacia el hombro y la miró con expresión burlona:

-¿Se armó un romance…? -dijo sugerente.

-Más quisiera. Pero mi intuición dice que sólo me ve con simpatía. Mira mis hermosos ojos celestes con cordialidad. -con un gesto de ostentosa auto conmiseración, agregó:- ¡Nada de querer ahogarse en ellos! ¿No es atroz?

Celina se reía con la dramatización. Como para consolarla, hizo un aporte:

-No creo que pierdas nada. A cambio del viejo rico, apuntá al conserje. Joven y churro como diría mi mamá. Y aunque no tenga plata, a vos no te hace falta -declaró sensatamente.

Sofía abandonó la postura contrita y participó con otra sugerencia:

-¡Brillante! En ese caso, vos debieras ganarte al abuelo. Tiene asegurado el futuro hasta el próximo milenio. Total, los viejos se suelen infartar en la luna de miel -le dijo con una exagerada mueca de cinismo.

-¡Aj! -profirió Celina- ¡No puedo creer que me propongas semejante asquerosidad! Seré pobre, pero tengo un estómago delicado -se cruzó de brazos y adoptó una pose ofendida.

Unos golpes en la puerta clausuraron el espacio lúdico. Las chicas volvieron a la realidad y Celina accedió por tercera vez:

-¡Adelante!

El médico con el pelo de carpincho entró y acercándose a la que llamaron Bella Durmiente, solicitó:

-Afuera está la familia Valdivia que quiere presentarte sus saludos. -Y agregó, como disculpándose:- Y mi mujer Alejandra, y mi cuñado Julián…

Celina y Sofía intercambiaron una veloz mirada. La primera, con una sonrisa inefable, respondió:

-Estaré encantada de recibirlos.

No hay comentarios: