jueves, 28 de febrero de 2008

POR SIEMPRE - VI

Celina abrió los ojos tomando conciencia del estado relajado de sus músculos. "He descansado bien", pensó satisfecha. Se inquietó cuando no reconoció el lugar. Su mirada abandonó el techo desconocido hasta centrarse en la figura que estaba adormecida en un sillón enfrente de su cama. Era una mujer madura abandonada al descanso. Poco a poco fue recordando la tensa situación previa a su desmayo. Miró su vestimenta y cayó en la cuenta de que era una bata de hospital. Se incorporó despacio midiendo el esfuerzo. Su cuerpo laso iba respondiendo lentamente. Se sentó en la cama y la urgencia por ir al baño la asaltó. Se paró descalza apoyada en el lecho hasta que se aseguró que podía caminar sin desfallecer. Se dirigió despacio al cuarto de baño y después de satisfacer su necesidad giró hacia el lavatorio. El espejo le devolvió un rostro ojeroso rodeado de alborotadas mechas rojizas. La constelación de pecas que salpicaban el puente de su nariz y los pómulos parecían resaltar en la palidez de la piel. Abrió la canilla y se lavó las manos. Con agua fría refrescó su rostro y sintió que su mente se despejaba. “Necesito un buen baño”, se dijo. ¿Adónde habrían puesto su ropa? “Todavía debe estar mojada”, pensó. Unos golpes sobre la puerta la sacaron de su meditación. Abrió y se encontró ante el rostro alarmado de la desconocida, que mudó a jubiloso cuando la vio en pie.

-¡Por fin se despertó mi bella durmiente! -dijo eufórica y la estrechó contra su corpulenta figura.

Celina estaba confusa porque aún no entendía el entusiasmo de la mujer. Cuando pudo respirar, esbozó una sonrisa de agradecimiento y dijo:

-Gracias por el abrazo, pero me gustaría saber quien sos -las clases de gimnasia a personas de la tercera edad la habían acostumbrado a tutear a todos- y adonde estoy.

-Soy María -contestó.- La mujer del chofer que está vivo gracias a vos. Andrecito no se durmió hasta que nos contó todo lo que pasó después del accidente. ¡Todos los niños están bien y te vas a asombrar cuando veas cuánta gente te tiene que agradecer! -proclamó, y volvió a tenderle los brazos.

Celina se abandonó al apretón riendo. Cuando se separaron, le dijo:

-Me quiero dar un baño, María. Pero ¿qué me voy a poner? -el gesto de las manos con las palmas hacia arriba era elocuente.

María le hizo un ademán despreocupado. Le preguntó solícita:

-¿Estás segura de que te vas a arreglar sola? No te vaya a dar un mareo…

-¡No, no! -la tranquilizó- Estoy bien.

-Bueno, -dijo no muy convencida- en el baño hay toallas y toallones. Yo voy a llamar al doctor y vuelvo con la ropa.

Celina insistió:

-Estoy bien. No es necesario molestar a nadie.

María salió sin que la muchacha descifrara si la había escuchado o no. La ducha la llamaba. Cerró la puerta del baño y miró a su alrededor con detenimiento. Eligió un toallón y una toalla chica, para secarse el pelo. Abrió el agua caliente y cuando estuvo a su gusto, deslizó la bata hacia el suelo y se metió bajo el chorro. El recuerdo del frío y agotamiento pasados aumentó la sensación de placer que le provocaba el baño. Se demoró lavando con esmero su cabello y gozando los hilos cálidos que recorrían su espalda. Cerró la ducha y después de secarse se envolvió en el toallón. Escurrió el pelo con la toalla de mano y la enrolló en su cabeza. Ya en la habitación la desprendió para terminar de secarse el pelo. Estaba frotando enérgicamente su cabeza cuando escuchó que golpeaban la puerta. “¡María con la ropa!” -pensó complacida.

-¡Adelante! -dijo en voz alta.

Con los brazos todavía en alto, detuvo el movimiento. El toallón, que se había aflojado por las vivaces sacudidas, cayó a sus pies al mismo tiempo que advertía que no era María quien había tocado a la puerta. La turbación coloreó sus mejillas mientras, paralizada, exhibía su desnudez ante un hombre desconocido. En ese momento infinito observó que la sonrisa que ostentaba cuando ella levantó la cabeza, se había transformado en una sorprendida seriedad. Los ojos del hombre se habían oscurecido como si se resguardaran de un fuerte resplandor. Ante la parálisis de la mujer, recuperó el raciocinio y se volvió, saliendo al pasillo y cerrando la puerta tras él.

Celina sintió que las fuerzas la abandonaban. En cámara lenta flexionó las rodillas para agacharse y alcanzar la toalla que la había cubierto. Se tapó antes de levantarse y, con agitación, se sentó en la cama para reflexionar sobre el incidente. Estaba azorada por su falta de reacción. Ella, para quien el cuerpo humano era una síntesis de músculos que cumplían funciones específicas, no podía avergonzarse por haber mostrado de manera accidental la disposición de los suyos. En una ocasión, participando de un certamen de natación, había entrado por error en el vestuario de los varones. Muchos estaban desnudos después de haberse dado una ducha. Abrió la puerta, pensando que era el baño, y se armó un alboroto entre los desprevenidos hombres. Sin perder la compostura, les hizo un ademán de saludo, y salió riéndose. Fue un episodio tomado con tanta naturalidad que no le produjo ninguna molestia al volver a verlos durante la competencia. ¿Y ahora? ¿Por qué se había sentido tan expuesta? Sus pensamientos se agitaban por salir. Tiene que haber sido el médico. Pero no se hubiera ido. Hubiera salvado la situación como cualquier médico. Un chiste, una indicación, se hubiera presentado. No tenía bata blanca. Pero ahora muchos médicos visten de jean. Se fue porque no quiso avergonzarme. Pero los doctores no se asombran de un cuerpo sin ropas. Y ese hombre me miró como si fuera la primera vez que viera a una mujer desnuda. Qué mal comienzo. Es una lástima porque me gustó. ¡Qué tarada que soy, lo que estoy pensando! Si estuviera Sofía nos reiríamos juntas.¿Qué estará haciendo? ¿Se habrá apenado por dejarme sola? No puedo guardarle rencor. Todo terminó bien. No la veo quebrándose las uñas por aferrarse a un árbol. Hubiera tenido doble trabajo teniendo que sostenerla. ¿Volveré a verlo? Seguro que era un marido visitando a su mujer de parto. Aunque no se escucha el llanto de ningún bebé. ¿Desde cuándo estoy tan desesperada por conseguir un tipo que digo que me gusta aunque lo vi un segundo? Pero que segundo largo. Se me hizo una eternidad. ¿Y esa debilidad que me atacó? Ni siquiera con Jorge cuando nos acostamos la primera vez...

Dos golpes en la puerta la arrancaron de su abstracción. Esta vez preguntó:

-¿Quién es?

-María y el doctor -dijo la conocida voz.

Se acomodó el toallón para que le cubriera las piernas y contestó:

-¡Adelante! -mirando con aprensión la puerta que se abría.

María entró secundada por un joven de bata blanca, anteojos, estetoscopio colgado al cuello y pelo de carpincho. ¡Éste era el médico! Se acercó muy sonriente a Celina y le dio un beso en la mejilla.

-Ojalá todos mis pacientes me dieran la alegría de recuperarse tan rápido –le dijo con satisfacción mientras se sentaba en el borde del lecho.

Celina le sonrió al simpático doctor. Él continuó:

-Como padre favorecido, estaré siempre en deuda con vos –se puso solemne durante esta breve declaración. Después de una pausa, se incorporó.

-Acabo de echar a una horda de padres, parientes y amigos, entre ellos mi esposa, que pensaban abrumarte con su agradecimiento –la miró buscando su aprobación. Celina lanzó un ostensible suspiro de alivio.

-No vas a poder eludirlos –le advirtió,- pero con el abuelo de Andrés pensamos que una compañía conocida te haría muy bien hoy.

La joven fijó sus ojos abiertos en el rostro del médico. Éste sonrió y caminó hacia la puerta. María, desde que había entrado, sostenía la ropa entre sus brazos. Era evidente que no quería perderse ningún detalle. El profesional abrió la puerta y Celina pudo ver el rostro expectante de Sofía. La sonrisa se le disparó con espontaneidad. Abrió los brazos para recibir a su amiga que corrió para rodearla con la fuerza de su afecto. Sofía no soltaba el abrazo como para no mostrar su cara compungida. Se desligaron y dijeron al unísono:

-¿Cómo estás? -y una carcajada las acometió como si hubieran escuchado el mejor chiste.

La mujer del conductor miraba arrobada a las dos lindas muchachas muertas de risa. El médico desde la puerta sonreía abiertamente. Gesticuló hacia María para indicarle que abandonara la escena. Ella hizo un gesto sorprendido de entendimiento y salió con las prendas todavía en sus brazos. El doctor las señaló y volvió apresurada para depositarlas sobre el sofá. Se fueron, dejando que detrás de la puerta cerrada se apretara un lazo que ninguna coyuntura habría de aflojar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya se está poniendo más atrapante.El próximo capìtulo por favor que sea pronto

Anónimo dijo...

hola carmen
soy blanca de monterrey

esta muy padre tu novela
espero con ansias el proximo capitulo

saludos un beso

Anónimo dijo...

Hola soy Silvia del D.F., por favor que salga pronto el siguiente capítulo, que ya me urge leer