Sofía permaneció pegada a la puerta del ómnibus mirando como la figura de Celina se alejaba de su vista. El profundo temor que se había adueñado de ella ante la amenaza de la inundación había superado el compromiso de la amistad. Un hondo vacío se instaló en sus vísceras cuando buscó razones para justificar el abandono. Derrotada, volvió al asiento en silencio y se aisló de los comentarios de todo el pasaje. ¿Cómo explicarle a Susana, la madre de su amiga, la cobarde retirada? ¿En qué clase de persona se había convertido por defender su mísera seguridad? Con desesperación, se mesó los largos cabellos. El viento sacudía al ómnibus como un juguete en manos de un niño gigante mientras el mutismo se instalaba entre los pasajeros que parecían rumiar la vergüenza de la huída. La lluvia azotó los cristales de las ventanillas hasta transformarse en una densa cortina que los limpiaparabrisas no alcanzaban a descorrer. Lentamente se dirigían hacia la seguridad de la parada que los albergaría en un hotel de cinco estrellas. Sofía se torturó con la imagen de ella instalada en una confortable habitación mientras Celina padecía a la intemperie. Ni siquiera la consoló el anuncio de la coordinadora de que estaban a diez minutos de su objetivo. Llegaron a la estación donde un vehículo mediano los esperaba para trasbordar. Mientras los turistas se dirigían al hotel, los responsables de la excursión enfilaron el autobús hacia las cocheras del subsuelo donde descargarían el equipaje para el posterior traslado a las habitaciones. A medida que los viajeros ingresaban al alojamiento, eran recibidos con gran deferencia por el conserje. Repitió a cada uno de ellos la preocupación general ante tamaña tormenta y el alivio al comprobar que habían arribado sin inconvenientes. Como si se hubieran puesto de acuerdo, nadie mencionó el incidente de la ruta. Sofía, que iba a compartir una suite con Celina, sintió una amarga alegría al explicar la circunstancia que la privaba de su compañía. El rostro del conserje se ensombreció cuando, a su pedido, describió el vehículo accidentado. El hombre le entregó la tarjeta de la habitación e hizo un gesto a otro empleado que se acercó con rapidez. Ambos desaparecieron tras la puerta de una oficina que estaba detrás del suntuoso mostrador. Sofía se ensimismó mirando hacia esa puerta. ¿Por qué el relato había causado tal efecto en su interlocutor? Su abstracción culminó cuando los choferes y la coordinadora, ayudados por los empleados, entraron las pertenencias del contingente. Sin dirigirles la palabra, caminó hacia los ascensores para subir a la habitación. ¡Cuán miserable se sentía por no haberse aliado con Celina en ese gesto sensible tan característico de ella! Lloró sobre el cubrecama de raso hasta quedar exhausta. Después de haberse aligerado con las lágrimas, se levantó decidida a investigar el destino de su amiga. Estaba por bajar a la recepción cuando golpeó un botones que le alcanzó los equipajes. Le dio la propina y salió tras él. En el ingreso no encontró a ningún integrante de la excursión. Seguramente estarían desarmando las valijas o reposando después del agitado viaje. Pidió hablar con el encargado al que debió aguardar por varios minutos. La tormenta estaba en el apogeo. Se acercó a los espaciosos ventanales que daban a un abigarrado jardín. El viento era un maestro de ceremonias que reunía en solemnes reverencias a las distintas especies. Un escalofrío la recorrió al imaginarse a Celina empapada y golpeada por las ráfagas. Estos pensamientos fueron interrumpidos al acercarse una empleada que le anunció que el conserje la aguardaba en su despacho. La guió hacia la oficina y le abrió la puerta haciéndose a un lado para que pasara. Sofía vio al hombre que la esperaba sentado detrás de un sólido escritorio. Se sentó frente a él y, sin eufemismos, le confesó la pesadumbre por no haberse sumado a la cruzada humanitaria de su amiga y le pidió su colaboración para buscarla cuanto antes. El encargado la escuchó en silencio y, cuando ella concluyó, le manifestó que ese ómnibus volcado transportaba a la escuela a niños de la localidad entre los que se contaba un sobrino suyo. Que ya había comunicado el accidente a las autoridades del poblado, las que saldrían al rescate inmediatamente. También le reveló que le había pedido a los choferes y a la coordinadora que buscaran otro alojamiento y que pediría una sanción por abandono de personas. En cuanto a los pasajeros, la decisión correspondía al dueño del hotel. Como Sofía insistió en preguntar que podía hacer ella ahora, le dijo que fuera a descansar y que él la pondría al tanto de cualquier novedad. Conmovido ante la aflicción que trascendía del hermoso rostro, y sin dudar de su sinceridad, atemperó la voz para reiterarle que sólo les restaba esperar. La calidez del tono incitó a Sofía a contemplar su rostro. Percibió lo joven y apuesto que era. ¡Vaya que estaba mortificada para no haberlo apreciado antes! Este pensamiento frívolo la ruborizó. El conserje le dijo que se llamaba Julián y que preguntara por él ante cualquier problema. Sofía le agradeció y se apresuró a salir. Llegó a la solitaria suite y sintió las primeras señales de hambre. Se negó rotundamente a comer hasta que no tuviera noticias de Celina. Al menos, compartiría esta privación con ella. Sentada frente al balcón, evocó los momentos que trocaron la amistad en hermandad. Viajes compartidos, la permanente compañía de su amiga mientras duró la larga enfermedad de su madre, el bálsamo de una presencia ante los desengaños amorosos, el apoyo incondicional cuando intentaron expulsarla de
viernes, 1 de febrero de 2008
POR SIEMPRE - III
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2 comentarios:
Carmela!!!! Te felicito... Está muy bueno... No tenés nada que agregar o tocar está bueno... Aún no leí todo el texto de Por siempre... ya lo leeré.
Besos
Lau
Hasta ahora, bien.
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