viernes, 1 de febrero de 2008

POR SIEMPRE - III

Sofía permaneció pegada a la puerta del ómnibus mirando como la figura de Celina se alejaba de su vista. El profundo temor que se había adueñado de ella ante la amenaza de la inundación había superado el compromiso de la amistad. Un hondo vacío se instaló en sus vísceras cuando buscó razones para justificar el abandono. Derrotada, volvió al asiento en silencio y se aisló de los comentarios de todo el pasaje. ¿Cómo explicarle a Susana, la madre de su amiga, la cobarde retirada? ¿En qué clase de persona se había convertido por defender su mísera seguridad? Con desesperación, se mesó los largos cabellos. El viento sacudía al ómnibus como un juguete en manos de un niño gigante mientras el mutismo se instalaba entre los pasajeros que parecían rumiar la vergüenza de la huída. La lluvia azotó los cristales de las ventanillas hasta transformarse en una densa cortina que los limpiaparabrisas no alcanzaban a descorrer. Lentamente se dirigían hacia la seguridad de la parada que los albergaría en un hotel de cinco estrellas. Sofía se torturó con la imagen de ella instalada en una confortable habitación mientras Celina padecía a la intemperie. Ni siquiera la consoló el anuncio de la coordinadora de que estaban a diez minutos de su objetivo. Llegaron a la estación donde un vehículo mediano los esperaba para trasbordar. Mientras los turistas se dirigían al hotel, los responsables de la excursión enfilaron el autobús hacia las cocheras del subsuelo donde descargarían el equipaje para el posterior traslado a las habitaciones. A medida que los viajeros ingresaban al alojamiento, eran recibidos con gran deferencia por el conserje. Repitió a cada uno de ellos la preocupación general ante tamaña tormenta y el alivio al comprobar que habían arribado sin inconvenientes. Como si se hubieran puesto de acuerdo, nadie mencionó el incidente de la ruta. Sofía, que iba a compartir una suite con Celina, sintió una amarga alegría al explicar la circunstancia que la privaba de su compañía. El rostro del conserje se ensombreció cuando, a su pedido, describió el vehículo accidentado. El hombre le entregó la tarjeta de la habitación e hizo un gesto a otro empleado que se acercó con rapidez. Ambos desaparecieron tras la puerta de una oficina que estaba detrás del suntuoso mostrador. Sofía se ensimismó mirando hacia esa puerta. ¿Por qué el relato había causado tal efecto en su interlocutor? Su abstracción culminó cuando los choferes y la coordinadora, ayudados por los empleados, entraron las pertenencias del contingente. Sin dirigirles la palabra, caminó hacia los ascensores para subir a la habitación. ¡Cuán miserable se sentía por no haberse aliado con Celina en ese gesto sensible tan característico de ella! Lloró sobre el cubrecama de raso hasta quedar exhausta. Después de haberse aligerado con las lágrimas, se levantó decidida a investigar el destino de su amiga. Estaba por bajar a la recepción cuando golpeó un botones que le alcanzó los equipajes. Le dio la propina y salió tras él. En el ingreso no encontró a ningún integrante de la excursión. Seguramente estarían desarmando las valijas o reposando después del agitado viaje. Pidió hablar con el encargado al que debió aguardar por varios minutos. La tormenta estaba en el apogeo. Se acercó a los espaciosos ventanales que daban a un abigarrado jardín. El viento era un maestro de ceremonias que reunía en solemnes reverencias a las distintas especies. Un escalofrío la recorrió al imaginarse a Celina empapada y golpeada por las ráfagas. Estos pensamientos fueron interrumpidos al acercarse una empleada que le anunció que el conserje la aguardaba en su despacho. La guió hacia la oficina y le abrió la puerta haciéndose a un lado para que pasara. Sofía vio al hombre que la esperaba sentado detrás de un sólido escritorio. Se sentó frente a él y, sin eufemismos, le confesó la pesadumbre por no haberse sumado a la cruzada humanitaria de su amiga y le pidió su colaboración para buscarla cuanto antes. El encargado la escuchó en silencio y, cuando ella concluyó, le manifestó que ese ómnibus volcado transportaba a la escuela a niños de la localidad entre los que se contaba un sobrino suyo. Que ya había comunicado el accidente a las autoridades del poblado, las que saldrían al rescate inmediatamente. También le reveló que le había pedido a los choferes y a la coordinadora que buscaran otro alojamiento y que pediría una sanción por abandono de personas. En cuanto a los pasajeros, la decisión correspondía al dueño del hotel. Como Sofía insistió en preguntar que podía hacer ella ahora, le dijo que fuera a descansar y que él la pondría al tanto de cualquier novedad. Conmovido ante la aflicción que trascendía del hermoso rostro, y sin dudar de su sinceridad, atemperó la voz para reiterarle que sólo les restaba esperar. La calidez del tono incitó a Sofía a contemplar su rostro. Percibió lo joven y apuesto que era. ¡Vaya que estaba mortificada para no haberlo apreciado antes! Este pensamiento frívolo la ruborizó. El conserje le dijo que se llamaba Julián y que preguntara por él ante cualquier problema. Sofía le agradeció y se apresuró a salir. Llegó a la solitaria suite y sintió las primeras señales de hambre. Se negó rotundamente a comer hasta que no tuviera noticias de Celina. Al menos, compartiría esta privación con ella. Sentada frente al balcón, evocó los momentos que trocaron la amistad en hermandad. Viajes compartidos, la permanente compañía de su amiga mientras duró la larga enfermedad de su madre, el bálsamo de una presencia ante los desengaños amorosos, el apoyo incondicional cuando intentaron expulsarla de la Universidad por una falta que no había cometido. A pesar de que el fraude se aclaró, Celina perdió el interés por las disciplinas humanísticas. Se dedicó a estudiar el profesorado de Educación Física mientras ella se recibía de Psicóloga. Tenía el título colgado en el dormitorio. Dudaba de ejercer algún día la profesión por necesidad, y gustaba demasiado de no pautar con obligaciones el tiempo libre. Su padre le había asegurado económicamente el futuro, contrariamente a su amiga, que debía sostener la casa y a la madre. El padre de Celina había muerto en un accidente poco antes de que se recibiera. Era la única entrada que sustentaba el hogar. Dedicó la vida a su esposa e hija. Había sido un marido empeñado en suprimir la nostalgia de la mujer por la granja paterna y un padre amoroso que enseñó a la hija el valor de conservar el afecto sobre las frustraciones. Muchas veces Celina le confesó el dolor que sentía ante los vanos esfuerzos del padre para contentar a su progenitora. Ella trataba de compensarlo siendo una hija cariñosa y aprovechando los esfuerzos paternos por brindarle un futuro independiente. Lloró la muerte inesperada y el inalcanzable deseo de dedicarle un título. El promedio brillante le aseguró trabajo apenas graduada. Por dedicada y responsable se permitió elegir las mejores ofertas. Apoyada en esta buena experiencia, la había azuzado para ejercer la carrera, pero la holgazanería la ganaba. Ella no necesitaba desarrollarse laboralmente para sentirse autosuficiente. Le confesaba a su amiga que la liberalidad del progenitor la preservaba de cualquier inquietud. Celina la miraba meneando la cabeza con divertida admonición. Esta dualidad de intereses unía a las jóvenes como un imán. Sofía afirmaba que Celina no debía preocuparse por la vejez, pues a ella le sobraban recursos para que pudieran vivir las dos. La amiga le contestaba, con un suspiro resignado, que si seguía derrochando el dinero, ella tendría que trabajar en su ancianidad para mantenerlas a ambas. Sofía gozaba haciéndole espléndidos regalos, especialmente de buena ropa y zapatos. Su amiga los recibía con agradecido deleite pues, aunque gustaba de ellos, no se asociaban con un racional presupuesto. Se regocijaba de compartir con ella su patrimonio con la certeza de que haría lo mismo en ese lugar. Porque Celina era una de las personas más desprendida que conocía. Tenía una filosofía de vida donde el dinero sólo tenía un valor de intercambio que no le confería al poseedor, según su criterio, ninguna cualidad personal. Apreciaba los valores morales de los semejantes y la capacidad para enfrentar la adversidad. Era inusualmente constante en los afectos así como no perdonaba la deslealtad. Por eso Sofía no entendía cómo le había costado tanto desprenderse de Jorge. Un verdadero patán a pesar del doctorado. Mientras duró la relación su amiga se acomodó a exigencias egoístas. Nada de salidas con amigas ni viajes, mientras él conservaba jornadas de caza y numerosas reuniones de trabajo. Si ella no hubiese persistido en visitarla todas las semanas, no se habrían visto en los cuatro años que duró el noviazgo. En la noche que lo sorprendió con la platinada se suponía que estaba de cacería. Aunque se moría por advertir a Celina, calculó que esa revelación sería un lastre para el futuro. Ella era fatalista. Nada se podía alterar voluntariamente. El tiempo de la verdad llegó con la indignación de la madre que se enteró de la infidelidad del novio. A su amiga le costó tiempo y lágrimas superar la separación que concluyó con el vínculo. Jorge la asedió durante meses, pero la autoestima de la mujer traicionada, afirmada sobre madre y amiga, le borró cualquier esperanza. Celina fue recuperando espacios e intereses. Cada dos años ahorraba lo suficiente para emprender un viaje conjunto. Esta vez habían renunciado al avión para agregar más días. El sur las fascinaba. Repetían la zona con un itinerario que incluía localidades menos turísticas pero no menos atractivas. No habían encontrado demasiada bibliografía de esa región, así que mucho estaba por descubrirse. Su molicie no perturbaba la exploración y reconocimiento de parajes; sólo el cansancio que la ganaba mientras Celina seguía fresca como una flor silvestre. Con tradicional deferencia, esperaba a que se repusiera para seguir adelante. Este adiestramiento de su amiga la dotaba de mejores condiciones para adecuarse a un medio hostil. Eso era lo que deseaba creer Sofía. Aferrada a esta convicción, se tendió vestida sobre la cama para estar lista ante cualquier aviso.

2 comentarios:

María Laura dijo...

Carmela!!!! Te felicito... Está muy bueno... No tenés nada que agregar o tocar está bueno... Aún no leí todo el texto de Por siempre... ya lo leeré.
Besos
Lau

Anónimo dijo...

Hasta ahora, bien.