martes, 5 de febrero de 2008

POR SIEMPRE - IV

El timbre del teléfono la sobresaltó. Atendió mientras su corazón bombeaba a toda prisa. Del otro lado, la voz de Julián le comunicó escuetamente que los accidentados y su amiga habían sido rescatados con éxito y derivados a la clínica del poblado. Ella le respondió que bajaría al instante. Tomó el abrigo que había dejado sobre la otra cama, se lo puso sobre los hombros y se dirigió a los ascensores. La impaciencia la hizo buscar la escalera. A medida que se acercaba al gran hall, escuchaba el murmullo de voces. Desembocó en la estancia y vio a los integrantes del contingente discutiendo vehementemente con un individuo de aspecto autoritario. Él impuso silencio con un gesto y dijo:

-Les repito que en este hotel no son bienvenidos. Deben bajar sus pertenencias para ser trasladados a otro alojamiento.

Un hombre obeso, al que Sofía reconoció como al abogado que ocupaba el primer asiento, se le puso adelante y le gritó:

-¡Yo de aquí no me muevo! Tendrá que llamar a la policía para desalojarme.

El dueño del hotel, sin alterarse, clavó la mirada en el provocador y replicó:

-Nada me gustaría más que dar a publicidad la cobarde actitud de ustedes. No sólo llamaré a la policía sino a toda la prensa que pueda convocar -y, como al pasar, agregó-. La nieta del comisario estaba en el ómnibus volcado y calculo que le darán la mejor oportunidad para arruinarles las vacaciones.

-¡No se atreverá!...

-Póngame a prueba -desafió flemáticamente.- Yo no los quiero hospedar, pero les ofrezco un alojamiento similar para que no pierdan la excursión.

Una llorosa mujer intervino.

-¡Señor, nuestra falta de reacción se debió al desconocimiento y al miedo! ¿Puede usted asegurar qué haría en esa contingencia?

El hombre le contestó con calma:

-Sí, señora. He afrontado varias contingencias. Pero mi conducta no es el mejor ejemplo. El modelo de ustedes debiera ser la joven que se bajó del ómnibus.

Se volvió hacia los reunidos y les dijo:

-Si no quieren aceptar mis términos, demándenme. Una sola queja los hará responsables a todos.

Dicho esto se dirigió, seguido por Julián, hacia una mesa ubicada en el ángulo de dos ventanales. Muchas mujeres lagrimeaban, no se sabía si por vergüenza o por bronca. Los expulsados se quedaron deliberando en voz baja y varios coincidieron en que irse era lo más conveniente. Por grupos se fueron alejando hacia los ascensores. Era evidente que la idea de ser expuestos al juicio popular los inquietaba. Todos volverían con sus valijas y firmarían la autorización para el cambio de hotel.

Desde su ubicación, Sofía buscó la mirada de Julián, insegura de su destino. Él se acercó y le dijo que la medida no la incluía por decisión del Sr. Valdivia. La condujo hacia la mesa y la presentó como la compañera de la providencial rescatista. La mirada escrutadora del hombre la hizo sonrojar. Él le tendió la mano, le dio un apretón firme y la invitó a sentarse. Cuando estuvieron frente a frente, le dijo: “Julián me puso al tanto de su preocupación”. Ante el gesto de Sofía, que movió la cabeza como apesadumbrada, continuó:

-No se aflija. A todos nos pasa en algún momento dejarnos vencer por el miedo. Pero lo más importante es que reconoció su actitud y trató de repararla.

El tono conciliador le hizo peor. No pudo responder. El hombre siguió:

-Mi nombre es René, y estaré obligado toda la vida con su amiga -el reconocimiento era tangible-. Gracias a ella pudimos rescatar a todos los niños sanos y salvos. Y al chofer, que no hubiera podido moverse por sus propios medios. Me gustaría saber más sobre Celina. Ese es su nombre, ¿verdad?

Sofía respiró con alivio, recuperando parte de su perdida tranquilidad.

-Sí -dijo -y nos conocemos desde la escuela secundaria. Nada la pinta mejor que ese gesto espontáneo. En su mente no cabe el egoísmo -aseveró-. Cuando piensa que algo es así, no calcula las consecuencias. Era mi esperanza que pudiera resistir gracias a su entrenamiento -agregó como para sí misma.

René la miró interrogante.

-Celina es profesora de educación física y guardavidas - aclaró Sofía - y ejerce la actividad desde antes de recibirse -su voz se tornó confidencial-. Participó de muchos ejercicios de sobrevivencia y siempre con el mejor puntaje. Ha dado muestras de sentido común ante las situaciones de riesgo -dijo con llaneza, para concluir:- Pero eso, lamentablemente, no justifica mi actitud. El miedo me descerebró y no sé cómo me enfrentaré a ella cuando nos veamos.

René esbozó una leve sonrisa:

-Seguramente su amiga la comprenderá.

-Eso es lo peor. Porque en la relación que llevamos, me doy cuenta que ella siempre es la comprensiva -la culpa la ganaba-. Comprende mi haraganería, mi falta de entrenamiento, mi fútil óptica de la vida. Yo debiera padecer el mismo destino que mis compañeros de viaje- terminó, lista para el martirio.

-De eso ni hablar –y como hecho consumado agregó:- Se instalará en una habitación de la clínica para que ella encuentre un rostro familiar cuando despierte.

-¿Está inconsciente?- preguntó Sofía, alarmada.

-No. Está sedada como todos los integrantes del ómnibus, para que puedan recuperarse más rápido.

Le preguntó si quería merendar antes de partir, pero Sofía le dijo que esperaría a cenar. Julián en persona bajó los equipajes y los cargó en el auto de Valdivia. Mantuvo la puerta abierta para que se acomodara, y la despidió con una sonrisa alentadora. Sofía iba recuperando la confianza en sí misma. Recostada sobre el respaldo del asiento, miró sin disimulo el perfil del conductor. Aunque no era de noche el cielo permanecía tormentoso, tornando a la ruta en un túnel oscuro apenas iluminado por las luces laterales. Pensó que en el término de pocas horas había conocido a dos excelentes ejemplares del sexo masculino. Porque este René, de pelo corto y piel curtida, tenía un intenso atractivo que no desmerecía el de Julián, de rasgos y contextura más distinguidos. Comenzó una charla tanto como para que no se durmiera (aprensión que la asaltaba en los viajes nocturnos) como para averiguar algo más acerca de ese individuo interesante.

-¿Dijo usted que tenía un nieto, René? -preguntó con desparpajo.

Sin volverse, el hombre sonrió. -Así es. Un nieto de doce años que se llama Andrés.

Sofía estaba asombrada. Aparentaba poco más que su edad, que era al momento treinta años.

-Pero, ¿a qué edad se casó? -dijo, acentuando la pregunta.

-A los dieciocho. Y a los diecinueve ya tenía a mi hijo.

-¿Y ahora tiene...? -Se detuvo sin terminar, temiendo ser indiscreta.

-Cincuenta exactamente -dijo René riéndose.

La muchacha volvió a la carga: -¡No lo puedo creer! Pero si apenas parece un poco mayor que yo.

Él parecía divertido con su confusión:

-No lo vuelvas a repetir, porque eso no habla mucho a tu favor -dijo en tono de broma.

-¡Ojalá me vea así cuando tenga tu edad! -Y enseguida, acoplándose al tuteo:- No vayas a pensar que te considero un anciano…

El hombre se rió con ganas. Era evidente que estaba de buen humor y le agradaba la soltura de esa joven. Habló de su familia sin nombrar a ninguna mujer, evento del que Sofía tomó nota inmediatamente. También se refirió a su hacienda y a sus actividades. Le preguntó por la extensión de sus tierras y se quedó en silencio ante la respuesta.

-¿De modo que sos un terrateniente? -le dijo después.

-Bueno, se podría decir -dijo René encogiéndose de hombros.

Sofía le recomendó con seriedad: -Será mejor que Celina no lo sepa de entrada. Por lo menos hasta que te conozca un poco mejor.

Él se volvió un instante y preguntó: -¿Tiene algún problema con los terratenientes?

-¡Y qué problema! Odia la calificación. Se transforma ante la palabra.

-Entonces, será cuestión de no mencionarlo -dijo el hombre.- ¿A qué viene tanto encono?

-Es que el abuelo de Celina era un trabajador muy sacrificado -le contó.- Tenía una granja de la que vivía muy bien. Después de una gran sequía recurrió a un vecino para pedir un préstamo porque el viejo no confiaba en los bancos. -Como si cometiera una infidencia, aceleró el relato:- el individuo era un sinverguenza que deseaba apropiarse de las tierras circundantes. Le ejecutó la deuda y se quedó con el suelo y la propiedad. El abuelo enfermó al poco tiempo y murió dejando a la viuda y a la hija sin recursos.-Respiró para continuar.- La madre de Celina nunca pudo superar las pérdidas y se lo transmitió a su hija. Ese es el motivo de su hostilidad.

René, que la escuchó sin interrupciones, declaró:

-Trataremos de reemplazar su mal recuerdo con un presente satisfactorio. ¿Qué te parece?

A Sofía le pareció más que perfecto.

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