martes, 3 de marzo de 2009

LAS CARTAS DE SARA - VIII

Nina terminó de leer con expresión pesarosa.

-Aquí tendría que haberme dado cuenta de que los relatos de Sara dejaban de ser rutinarios…

-Estabas recuperándote del asalto –opinó su protectora madre.- Estabas con la cabeza en otra cosa.

-¡Entregada a la confección de ese estúpido tapiz! Sara me estaba confiando detalles inusuales y fue como si yo no la escuchara.

Dante captó la mortificación de su novia y en su fuero interno le sorprendió la falta de comentarios de Nina acerca de las comunicaciones de Sara. Pero ahora debía calmarla e impedir que el tardío arrepentimiento ganara su ánimo. Pasó el brazo sobre sus hombros y la acercó a su costado.

-Escuchame, bonita. ¡Basta de revolcarte en la auto compasión! Así no le serás de ninguna utilidad a Sara. Te voy a dar una buena noticia. Adelantaremos el viaje. Saldremos mañana por la mañana y al mediodía podrás abrazar a tu amiga y entregarle el estúpido tapiz. Después de todo, lo hiciste pensando en ella –terminó con una sonrisa alentadora.

Nina dobló la cabeza y besó el cuello de Dante provocándole un estremecimiento de deseo. Si no hubiera estado Rosa…, rumió él. La mirada cómplice de la muchacha fue tan elocuente como su pensamiento. Para suspender ese momento de mutua apetencia, ella desplegó la carta siguiente y leyó para su auditorio:

-“Querida Nina: ¡Me encantó que llamaras! (Aunque compartiéramos nuestra charla con Muriel, la telefonista). Seguro que ya todo el pueblo sabe que el próximo fin de semana iré a visitarte y ¡en qué compañía! Mañana me voy a enterar si los rumores comenzaron. Sobre todo, por las acotaciones del desfachatado de Dante que, sin dudas, Muriel escuchó tan bien como yo. Pero dejemos que los perros ladren, Nina, y yo pase a relatarte mis múltiples descubrimientos, porque no puedo esperar hasta dentro de siete días para remedar nuestra nueva modalidad de diálogo (probablemente esta carta te la entregue personalmente, pero escribirla me ayudará a no olvidarme de ningún detalle). Después que cortamos (estuvo muy atento de tu parte despedirte de la telefonista), volví a la cocina para terminar de desayunar. Sólo habían regresado a la casa Mercedes y Antonio. Los chicos se habían quedado con la tía. Este desayuno fue más lacónico que el de los lunes. Me levanté prontamente de la mesa para volver al bosque (ya había aprendido que Mercedes prefería que no le ayudaran en la cocina). El día prometía ser espléndido. El sol ya calentaba y pensé que iba a ser una jornada calurosa. Volví al sendero explorado a medias hasta el punto en que comenzaba a descender. Estudié minuciosamente la pendiente y observé que las raíces que afloraban sobre la tierra me servirían de apoyo, tanto para bajar como para volver a subir. Con todo cuidado sacudí la más próxima para calcular su fortaleza y comencé el descenso. Al principio resultó sencillo porque el declive era parejo, pero llegué a un punto donde la senda se cortaba abruptamente. En ese lugar la vegetación era demasiado profusa y no podía distinguir las raíces que me habían facilitado la bajada. Estaba desencantada. Distinguí un borde más despejado y avancé boca abajo para no provocar un desmoronamiento. Poco a poco mi cabeza avanzó hacia el filo del barranco y lo sobrepasó. Desde allí divisé nuevamente el sendero que, encubierto por la fronda, se torneaba sobre una estrecha cornisa desapareciendo de la vista. Evaluaba la posibilidad de sostenerme de las plantas y enredaderas de la orilla para deslizarme nuevamente sobre la senda, cuando un átomo de cordura penetró en mi cerebro. Nadie sabía adónde estaba. Nunca me había cruzado con alguien durante mis incursiones. Si me caía y quedaba imposibilitada de subir por mis medios, podía gritar hasta la afonía sin que persona alguna me escuchara. La sola anticipación de este hecho me hizo desistir. Apesadumbrada (pero curiosamente aliviada) deshice el camino más rápidamente que a la ida. A medida que me iba alejando de ese lugar el cosquilleo de intranquilidad, que me había acompañado desde que llegué al fin del sendero, me fue abandonando. Te aclaro que no renuncié a bajar. Voy a volver acompañada por alguno de los chicos para que puedan dar la alarma si ocurre algún accidente. Con todo el domingo por delante, pensé en aceptar la invitación de Ada para conocer su casa y almorzar con ella. Le avisé a Mercedes que comería afuera; tomé la bicicleta y me llegué hasta el centro para comprar una botella de vino y un postre. Después enfilé por la calle Verde que, aparte de ser la que más me gusta, alberga en su culminación un pulcro barrio de casitas blancas con tejas y chimeneas rojas y un colorido jardín al frente. Todas las construcciones parecían iguales a simple vista, pero en una caminata posterior con Ada, advertí detalles que las distinguían. Cada jardín estaba arreglado de acuerdo al gusto de sus moradores y algunos exhibían toboganes y columpios para los niños. No vi autos pero sí bicicletas. También, en un amplio potrero central, una docena de equinos bien alimentados y cuidados comunitariamente por los residentes (estos pormenores los fui conociendo durante mi estadía). Una sensación de bienestar y armonía con el entorno natural me invadía a medida que pedaleaba hacia las viviendas. “Aquí fluye la vida”- pensé. Niños jugando en las calles, perros, gente disfrutando de la frescura de sus jardines. Busqué el número 16 y me sorprendí al ver una hamaca doble entre una portentosa sandalia. No alcancé a golpear porque Ada abrió la puerta como si esperara mi visita. Nos abrazamos contentas de vernos y entré a su hogar. Me presentó a su hija Cordelia y a su nietita María (aclarado lo de las hamacas). Cordelia es una hermosa joven. Alta, rubia, de ojos celestes y un físico espectacular. El verdadero modelo que la cultura y la sociedad imponen. Yo sentí que bajo su bienvenida se ocultaba otro sentimiento, y fui tan conciente de él, que me pregunté por qué me temía ¿Me teme? ¿Por qué teme, y no, rechaza, o disgusta, o molesta? No lo sé, Nina. Últimamente estoy bastante susceptible y tal vez perciba cosas que sólo están en mi imaginación. Me vendrá muy bien verte y tomar un poco de distancia de este lugar. Por el contrario, la pequeña se apegó inmediatamente a mi persona y fue compañera inseparable de la recorrida propuesta por Ada. Me presentó a sus vecinos, entre los cuales se encontraba una mujer a la que una vez había auxiliado en la calle y luego conducido a la clínica para su atención. No la había vuelto a ver desde ese día. Al preguntar por ella a la mañana siguiente, me comunicaron que ya se había retirado a su casa. Mirta, tal es su nombre, se mostró tan agradecida que casi me avergonzó. Resultó que había difundido mi gesto por todo el poblado y enterada la gente de mi presencia, salía de sus casas para conocerme y brindarme una palabra de reconocimiento. Por Ada supe que los habitantes del centro no visitaban los suburbios y que, salvo por cuestiones de trabajo, no se relacionaban con ellos. Por eso valoraban en demasía mi actitud. Le recalqué que yo vivía como un privilegio la cordialidad que me dispensaban; y no había nada de cumplido en mis palabras. Comimos alrededor de las catorce. Un exquisito pollo al horno con guarnición de papas, pimientos y cebolla, ensalada recién cortada de la quinta, y dimos buena cuenta del vino y el postre. Cordelia habló poco y Ada pareció un poco incómoda por la actitud de su hija. Yo aporté mi mejor talante en honor a mi anfitriona y su nieta. Después del almuerzo Cordelia se retiró a descansar con la niña, y Ada y yo quedamos a solas. Le relaté mi excursión matutina y ella pareció inquietarse sobremanera. Me exhortó a abandonar la determinación de regresar al barranco y yo, como sabía que volvería, le respondí ambiguamente. Con aire concentrado me confió que en el pueblo se tomaban decisiones que regulaban la vida de ellos, pero en las cuales no participaban. Trataban de sobrellevar la situación de la mejor manera posible esperando el cambio que inevitablemente llegaría. Ellos y otras comunidades que circundaban la población, estaban comprometidos con la Energía positiva de la vida que regulaba la existencia de todos los seres vivientes. Los habitantes del pueblo hacía tiempo que habían renunciado a esta comunión alucinados por el poder. Ada creía en un orden sobrehumano donde la Energía positiva estaba en permanente lucha contra la Energía negativa. Esta situación se reflejaba hasta en la ambivalencia materia-espíritu. ¿Cómo podrían expresarse estas fuerzas si no fuera en una forma reconocible por los hombres? Todo lo existente constituía su materia prima. Y algunas veces, lo que ya no existía. Ahora la que trataba de no inquietarse, exhibiendo una sonrisita indescifrable, era yo. Reiteré mi agnosticismo y ella me respondió que Las Energías no dependían de mi fe y por lo tanto yo estaba tan expuesta a ellas como cualquier creyente; que la barranca que había descubierto era territorio de La Energía Negativa y, dicho con un tono lleno de afecto, que ella me rogaba que dejara de incursionar por allí. Asentí, convencida en ese momento de sus palabras. Aunque ahora que lo pongo en el papel me parece un disparate. Sería como creer en las brujas. Bueno, Nina, ya ves que estoy bastante afectada por situaciones que resultarían inocuas en la cotidianeidad ciudadana. Se disculpó por no haberme aclarado en el centro que el símbolo que ostentaban en la reunión los distinguía entre sus pares, porque temía ser escuchada. Ada aseguró que eran la mano izquierda de la población. Llegado este punto, le pregunté por Max. Me miró a los ojos y me dijo: -“¿de modo que te interesa el doctor?” Yo hice un vago gesto de incertidumbre y esto pareció conformarla. Me expresó que el doctor era un individuo insondable aún para aquellos dotados de facultades parapsicológicas. La miré alarmada y se rió, asegurándome que ella no poseía ningún talento especial. Para tranquilizarme (¿a quién le gusta que anden revolviendo en su cerebro?) recalcó que sólo despliegan esas aptitudes en situaciones extremas que comprometan la existencia de los habitantes de las villas. Ella está convencida de que coincidimos en este ámbito para participar en una contienda eterna, donde la Energía Positiva, aunque a veces pierda, siempre gana espacio, y La Energía Negativa, aunque a veces gane, siempre pierde terreno.

Así que, casi me persuadió de que fui convocada a este universo por fuerzas sobrenaturales con el objeto de completar un rompecabezas cósmico.

Ya ves, que a pesar de haber avanzado por el sendero, algunos interrogantes se aclararon pero aparecieron otros misterios que espero, a la luz de la ciudad y la ciencia, se transformen de cósmicos en cómicos.

Esto es todo por hoy. Estoy agotada después de la descarga escrita. Espero con ansia el momento de volverte a ver porque estoy segura de que tu presencia familiar me volverá a anclar en el mundo que siempre percibí.

Un fraternal abrazo de tu perturbada amiga.

Sara”

-¿Eso te escribió Sara y lo diste por normal? –dijo Rosa, olvidándose de su rol de madre sobreprotectora.

-Es como si lo leyera por primera vez, mamá. Te lo juro – murmuró Nina sobrecogida por la dimensión que cobraban las palabras de su amiga.

Dante la abrazó con fuerza. El episodio que Nina actualizaba estaba muy lejos de la imagen que él tenía de Sara. La consideraba una mujer centrada e inteligente, dueña de sus actos, con firmes convicciones sobre la vida y las relaciones. Bien lo había probado al no dejar que la humillaran por conservar un trabajo que era su único sustento. Además, las penurias sufridas ante la larga enfermedad de su madre, le confirieron un escepticismo no compatible con el hermetismo de su relato. Besó el cabello de su novia y le dijo:

-No te apenes, querida. Estoy seguro de que Sara ha logrado mantener el equilibrio. Y mañana podrás comprobarlo.

-Energía positiva y negativa, lectura de pensamiento, fuerzas sobrenaturales… Y yo compelida a crear un tapiz con la imagen de una pantera… Mi mente estaba absorta en ese trabajo, como si fuera una distracción para ocultar el significado de sus palabras. ¿Es una casualidad?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Carmen, ya se esta poniendo mas interesante, espero con ansia el sig. capitulo.

saludos Maricela.

Carmen dijo...

Gracias, Maricela. Ya va el siguiente capítulo.

Anónimo dijo...

Carmen,gracias por pasar los capitulos no tan lejos uno de otro qe despues me dejas con la intriga de que seguira. sigo al pdte de la novela,saluds Blanca

Carmen dijo...

Hola, Blanca. Te prometo que haré lo posible por subir al menos uno por semana. Cariños.