domingo, 1 de agosto de 2010

LA HERENCIA - XXVII

Cuando empezó a tragar agua, unos brazos la rodearon y la impulsaron hacia la superficie. Asomó la cabeza al tiempo que tosía estrepitosamente para expulsar el líquido de sus pulmones. Sin solución de continuidad, la levantaron hasta depositarla boca abajo sobre la orilla del estanque. A medida que se reponía, se hacía inteligible la voz de su madre:

-¡Mariana! ¿Qué te pasó, querida? ¡Siempre tan atropellada! ¡Podrías haberte ahogado…!

La joven se sentó y miró su pie derecho. Un cordel apelmazado le rodeaba el tobillo.

-Me asusté. Creí que esta tira era el tentáculo de un animal y me descontrolé.

Julián, agachado a su lado, le sostuvo el pie y desenroscó la singular tobillera. La extendió sobre los ladrillos del borde y desprendió la costra que la envolvía. Una pequeña llave colgaba de la cinta desvanecida por el agua.

-Espero que su propietario no se haya ahogado aquí –observó Emilia.

Mariana frunció la frente. Una imagen pugnaba por hacerse conciente. Recordó las palabras de su abuela.

-Ella me advirtió… -murmuró.

-¿Quién, Mariana? –preguntó Julián, inquieto por la expresión de la muchacha.

-¡La abuela! ¿No recuerdan lo que les leí del libro? Algo debió pasar que ella no supo –tomó la cinta que se secaba al sol y la observó con abandono. La pileta ya no le atraía, escondía secretos tan oscuros como su profundidad. Haría bien en seguir el consejo de su abuela. Como si todos pensaran lo mismo, se dirigieron hacia los asientos reparados bajo el árbol. Julián caminaba a su lado en silencio. Ella lo detuvo tomándolo del brazo y quedaron frente a frente.

-No te agradecí el que me sacaras del agua.

Esta vez no rehuyó la mirada del hombre. Advirtió que se asomaba a un abismo tan peligroso como la sima del estanque, sólo que no era su vida la que peligraba, sino su convicción de alejarse por un tiempo de las relaciones masculinas. Atrapada por los elocuentes ojos de Julián sus piernas se debilitaron y no cayó porque aún lo aferraba del brazo. Él prolongó el acoplamiento visual olvidándose del mundo y bajó la cabeza lentamente oscureciendo las pupilas claras de Mariana. Supo que iba a besarla a sabiendas de ser observados por Emilia y Luis. ¿Un primer beso público? La idea lo hizo vacilar, porque no quería malograr con ningún arrebato amoroso ese momento único. Se enderezó con templanza y antes de reanudar el camino, le susurró a su muchacha:

-Quiero tanto besarte que no soporto un momento más. Pero puedo esperar a que estemos a solas. Tu boca será mi mejor recompensa.

Mariana le soltó el brazo y recuperó el dominio. Una leve sonrisa aleteó en sus labios. Había comprendido el mensaje y coincidía unívocamente con él. Cuando alcanzaron la mesa, mostraban en sus semblantes las huellas manifiestas de la renunciación. Emilia, que no había perdido detalle, simuló no haber prestado atención a la coyuntura.

-¡A sentarse todos! -exclamó.- Que un buen refrigerio nos ayudará a tranquilizarnos.

Repartió los bocadillos en los platos mientras Luis escanciaba el vino en las copas. Comieron en silencio hasta que Goliat apareció en escena. Mariana, conmovida por la expresión suplicante del can, le ofreció un trozo de sándwich.

-¡Ah, no, jovencita! No lo malcríes –intervino Julián.

Hizo un gesto de reconvención al perrazo, que retrocedió sin tomar el bocado.

-¡Hombre insensible! ¿Qué puede hacerle un pedazo de pan y fiambre? ¿No ves cómo se le van los ojos?

-A él no le va a hacer nada, pero está disciplinado para comer alimento balanceado.

-¿Nunca le diste un gusto?

-¿Y cómo sabés que le dará gusto comer un sandwich que no conoce…?

-Porque lo veo en su mirada.

Goliat mueve la cabeza de uno a otro hasta que su amo se da por vencido. El ademán y la risa de Julián autorizaron a la joven a convidarlo. Ella, deponiendo la actitud beligerante, le volvió a ofrecer la comida. El can la retiró de su mano con delicadeza y la hizo desaparecer de un bocado. Mariana se volvió con gozo hacia Julián:

-¡Es la primera vez que puedo alimentar a un perro sin sentir miedo! ¿No es fantástico?

Él la miró con una expresión demandante que en nada se parecía a la de Goliat. Mariana dejó de jugar a la guerra porque comprendió que esta vez quería ser conquistada. Después del almuerzo volvieron a la casona. Emilia quería arreglar con los empleados y sobre todo deseaba refugiarse entre cuatro paredes. Acordó que ambos volvieran el sábado y subió al dormitorio. La necesidad de reposar postergó la charla que los enfrentaría con el misterioso deber de Mariana. La joven ya se había bañado y se acostó para quedar profundamente dormida y libre de sueños ominosos. La madre, recelosa por las pruebas a que estaba sometida su retoño, tardó en abandonarse al descanso. Los hombres, más pragmáticos, no demoraron en quedarse dormidos.

4 comentarios:

Alicia dijo...

Ay Carmen, me quedé esperando el beso.-Te sigo atentamente.-

Carmen dijo...

Amiga mía, no vas a quedar defraudada. Un fuerte abrazo.

LORENA dijo...

Hola Carmen,felicidades nuevamente...leei Intersecciones y Por siempre y quede facinada con las historias ...empeze a leer las Cartas de Sara pero una pregunta la novelas no se termino o ya no están las capítulos finales...Un abrazo...Desde Mty,NL

Carmen dijo...

Lorena, te respondo por correo. Gracias por tus lecturas y comentarios. Un gran abrazo.