martes, 4 de enero de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - II

-¿Y cómo podés desarrollar tu trabajo con los continuos cortes de luz? –preguntó el abogado sentado al lado de Carina.

-Me instalaron una unidad que se autoabastece durante cuatro horas –contestó, sustraída de sus pensamientos.

-Además, Sofía tiene facilidad para los cálculos mentales, con lo que ha resuelto varias situaciones originadas por la falta de computadora –aportó Carina.

Al cabo de la cena la tormenta había crecido. Los truenos sonaban más cercanos y los relámpagos iluminaban regularmente el local. La velocidad del viento mantenía a los empleados ocupados en el exterior asegurando todo aquello que se pudiera volar. Sofía deseaba que terminara la cena para acercarse a los grandes ventanales y contemplar la tormenta. Este fenómeno la fascinaba y la atemorizaba. Tenía un respeto reverente por las manifestaciones de la naturaleza y temor a las afrentas que cometía el hombre. Creía que semejante atropello se convertiría en un boomerang contra la propia humanidad. Estaba por llevarse la copa a los labios cuando un poderoso estruendo la conmocionó. Saltó de su asiento con una exclamación de susto y derramó parte del vino en su ropa. A su alrededor, los gritos de las mujeres fueron tapados por las bromas nerviosas de los hombres.

-Tenga –la voz varonil vino acompañada de una mano que le estiraba una servilleta.

-Gracias –murmuró aceptando el ofrecimiento, y se levantó para dirigirse al baño seguida por la libidinosa mirada del abogado.

Para su disgusto, Adelina anuncio que la acompañaría. Atravesó el salón curiosamente alegre por la atención del contratista y conciente de que Adelina se llevaba todas las miradas. La superaba en quince centímetros de altura y varios de piel descubierta. Pero Sofía no se inmutó. Llevaba un tiempo de congraciarse con ella misma. Traspusieron la puerta del baño sin palabras. Se abocó a limpiar su vestido mientras Adelina, desde uno de los reservados, le contaba sus impresiones acerca de Navarro, al que familiarmente nombraba como Germán.

-¡Es un tipo fascinante! Te envuelve en una atmósfera de sensualidad con sólo sonreír. Realmente no contaba con el hallazgo de esta noche.

Salió arreglándose la corta falda. Se paró ante el espejo y arregló cuidadosamente su maquillaje. Sonrió a su imagen y se volvió hacia Sofía.

-En la empresa se preguntan si hay algún hombre capaz de motivarte –le dijo con tono provocativo.

-Ah, ¿sí? No sabía que mi persona fuera tema de conversación –respondió tratando de ocultar su desagrado.

-No te hagas la puritana… Coincidirás conmigo en que hay varios masculinos que se enredarían con vos.

-Esa es la explicación. No me atraen los enredos dentro del trabajo –manifestó en forma cortante esperando dar fin a la charla.

Adelina no se dio por satisfecha:

-Si me permitís un consejo, desde otra óptica la vida puede ser más divertida. Creo que te tomás las cosas muy a pecho- declamó sentenciosamente.

Sofía no se pudo contener:

-¿Alguna vez incluiste el amor con la diversión?- inquirió casi irónicamente.

-¿No te suena a discurso perimido? -replicó Adelina.- Para gozar del sexo no hace falta más que un buen lomo y un buen pito.

Sofía se amedrentó. Sus prejuicios acerca del sexo la abrumaban. No estaba acostumbrada a hablar libremente de la sexualidad. Toda su desenvoltura y seguridad se disolvían frente a esa temática. Intentó no batirse en retirada frente al desparpajo de esa mujer.

-Es obvio que para que un hombre funcione no debe carecer de esos atributos. Pero la sexualidad en general no se despierta porque si. Forma parte de una serie de estímulos más sofisticados...

Adelina la interrumpió con una sonrisa burlona.

-Querida, creo que mi abuela hablaba con menos eufemismos. Yo creo que vos sos una de las tantas hipócritas que dicen 'hacer el amor' por coger, y 'pene' por pito. ¿No creés que eso es disfrazar la realidad?

-¿Acaso en nuestro idioma no existen ambas palabras? No veo por qué no pueda elegir la que me suene mejor. Y en cualquier caso -prosiguió- no comprendo este ataque a mi forma de ser. No creo estar disputando ninguna batalla con vos.

Adelina la miró casi con fiereza. Sofía pensó que sus ojos brillaban exageradamente. ¿Habría bebido más de la cuenta?

La mujer atacó:

-Me podría bancar tus remilgos si no los manipularas para despojar de sus derechos a los demás. Quique fue víctima de tus artificios y por eso lo echaron y yo ahora estoy bajo vigilancia.

-¡Lo echaron por robar! Y tuvo la poca inteligencia de comentármelo pensando que sus encantos masculinos lo eximían de toda responsabilidad. ¿Debía convertirme en cómplice? -preguntó con enojo.

-Le hubieses dado tiempo para enmendarlo -respondió Adelina.

-¡Oh, vamos! ¿Cómo hubiese podido reponer tanto dinero? Creo que le hice el favor de impedir que siguiera complicando más la situación. Él mismo me lo agradeció tiempo después.

Adelina la tomó por un brazo:

-¿Así que volviste a verlo, zorrita? -la sacudió violentamente- ¡Ahora me explico la irrelevancia de sus excusas para dejarme!

Sofía se desasió con brusquedad.

-Creo que estás ebria- le dijo serenamente, y salió antes de que se repusiera y retomara el ataque.

Antes de volver, se acercó al extremo de la barra cuya curva enfrentaba un gran ventanal que daba al río. Estaba alterada y necesitaba reponerse del vulgar intercambio. El barman la saludó respetuosamente mientras ella se acomodaba en una de las banquetas cercanas a la ventana que ofrecía una vista privilegiada al oscuro exterior. Los relámpagos iluminaban el río que el viento movía como las aguas del mar, golpeando sobre las maderas del embarcadero de lanchas. El fogonazo de los rayos pintaba instantáneas de la tormenta según el ángulo que iluminaba. Sofía comprobó que la luz no había vuelto y dudó que con semejante temporal regresara en toda la noche. El viento aullaba entre los árboles y se fusionaba con la suave música del salón. El bienestar la invadió y relegó el desagradable incidente a la bohardilla del olvido. Durante un largo rato gozó del panorama sin desear retornar a la mesa. Disfrutaba de esa sensación de libertad y se dijo que no tenía que rendirle cuentas a nadie. La discusión con la secretaria había destapado un perfil de rebeldía ante los convencionalismos y la férrea educación que le impedían reaccionar contra los atropellos. Un rumor la hizo volverse. Para su sorpresa, se encontró ante un sonriente Germán que le dijo:

-Si me permite, la acompañaré a disfrutar del espectáculo.

Ella le hizo un gesto para que se sentara y buscó una respuesta poco comprometedora:

-Como éste no es un espectáculo montado para mí ni estos taburetes me pertenecen…

Él asintió sin abandonar la sonrisa. La muchacha despertaba su curiosidad. Dentro de la firma donde trabajaba parecía desentonar con las otras empleadas. Su vestuario era sobrio y no usaba maquillaje. Estaba siempre sumergida en su trabajo y era ajena a las charlas que matizaban el ambiente de la oficina. Sin tomar conciencia hasta más tarde, la buscó con la mirada cada vez que iba a la empresa. Había aceptado la invitación a la cena sólo por verla fuera del ambiente de trabajo. Esperó su llegada con la impaciencia de un adolescente y quedó definitivamente prendado cuando la vio acercarse con ese aire de indefensión que reclamaba un abrazo masculino. Se sentó y le ofreció un cigarrillo. Ella cayó en la cuenta de que, con lo viciosa que era, había olvidado fumar por estar tan sumida en el dantesco espectáculo. El barman le preguntó al hombre si deseaba tomar algo y éste se volvió hacia la joven:

-¿Qué le gustaría tomar?

-Un güisqui.

-Que sean dos, entonces –le respondió al empleado.

Cuando lo sirvieron, le ofreció la copa a la mujer y miró hacia el frente dispuesto a compartir las alternativas de la tormenta nocturna. Permanecieron en silencio largo rato. Él se volvía de vez en cuando para observarla sin disimulos. A Sofía no la molestó. En un momento se cruzaron sus miradas y vio bailar una sonrisa en sus ojos.

-¿Le divierte la tormenta? –preguntó azorada.

-No, -aclaró- me divierte su cara de embeleso.

Ella se sonrojó.

-Adoro las tormentas aunque les tema –se defendió.

-No es común que una mujer se sienta atraída por una tormenta. En general tratan de buscar reparo hasta que pase -respondió sin perder la sonrisa, y agregó:- A decir verdad, esta tormenta adquiere nueva significación a través de su rostro. Sofía lo miró (se atrevió a sostener su mirada por un instante) y lo retó:

-¿Y qué es lo que le sugiere a usted?

Germán se inclino para mirarla directamente a los ojos, y respondió:

-Un alma un poco desolada que se siente penetrada por la vorágine de lo impredecible; sensaciones de luz y sombras con las cuales se reencuentra consigo misma. La furia se desata fuera de ella… Dentro de lo temible, es tranquilizador - terminó inquietándola con la mirada.

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