lunes, 24 de enero de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - III

Sofía se sintió expuesta. Estaba sorprendida por la definición poco común -coincidiera o no- que había brindado a su pregunta. Pensó que había cometido nuevamente el pecado de la subestimación. Río un poco nerviosamente, y dijo:

-Es una poética sugerencia.

-Oh, es solo una ocurrencia -e hizo un gesto como para quitarle seriedad al asunto.

-¿Usted cree que la naturaleza ya se fastidió con nuestras torpezas?-preguntó ella después de un silencio.

-Es un extraño planteo -dijo Germán.

-Siento como que se avecina una catástrofe a pasos acelerados. Vivimos en una civilización que reniega de sus orígenes. Nada es lo que parece. Los árboles son de plástico, la realidad es virtual, los padres no se ocupan de sus hijos, los hombres y las mujeres viven insatisfechos. Hemos devastado el planeta. Yo soy agnóstica pero hay fuerzas que respeto ancestralmente y las hemos desafiado al límite -después de esta singular descarga, observó el rostro concentrado de Germán y se sintió un poco ridícula. ¿Qué era eso de desnudar sus pensamientos ante un extraño con el cual había cambiado unas pocas palabras?- Lo siento. Creo que mis conceptos no son los adecuados para esta reunión -agregó a modo de disculpa.

Él sacudió la cabeza:

-Sigue usted sorprendiéndome. No es propio de nadie que se interese por la computación meditar acerca de la ecología.

-Por un momento creí que usted carecía de prejuicios -replicó con un leve matiz de enojo.

Germán se río e hizo un gesto conciliador:

-Ahora lo siento yo. Mi contacto con mujeres bonitas, sensibles e inteligentes deja mucho que desear.

Sofía lo miró con suspicacia. Se le ocurrió que estaba divirtiéndose a su costa. Pero los ojos de él no eran burlones, sino casi tiernos. Miró hacia afuera tratando de manejar su confusión. La lluvia había comenzado a caer hacía un rato. A la luz de un relámpago atisbó algo que la inquietó. ¿El río había invadido el borde del muelle? Nerviosamente esperó otro fogonazo para cerciorarse. Germán, que había notado su cambio de expresión, le preguntó:

-¿Qué la inquieta?

Sofía señaló hacia el muelle. Mecánicamente tomó el brazo de Germán. Otro relámpago confirmó la crecida del agua.

-El agua está desbordando el muelle -dijo preocupada.

Él se volvió hacia el barman.

-¿Es común que el agua alcance el muelle? -preguntó.

-Debe ser el oleaje provocado por el viento -repuso el barman.- De lo contrario el personal de seguridad ya habría dado la voz de alarma.

Germán posó la mano sobre la suya, que a modo de amparo no había abandonado el brazo. Le dijo para tranquilizarla:

-Si lo desea, puedo llevarla a su casa.

Sofía, sobresaltada por el contacto, dejó de aferrar el brazo masculino y negó con un gesto. Una voz desencajada los hizo volverse. Hacia ellos marchaba resueltamente Adelina, el ingeniero Méndez a la zaga y Sol riendo tontamente. Adelina, tambaleante, giró su índice extendido hacia Sofía, al tiempo que la increpaba:

-¡Así no, putita! ¡No te voy a permitir que me robes a todos los machos con tus aires de mosquita muerta!

Sofía experimentó una sensación de pánico ante semejante grosería. Trató de abortar el ataque de entrada.

-Creo que deberías descansar, Adelina -dijo mientras daba la vuelta dispuesta a regresar a la mesa.

Sin previo aviso, la mujer se abalanzó sobre ella y con inusitada furia la tomó por el bretel del vestido, tironeando para hacerla girar. Sofía intentó desasirse, lográndolo a costa de romper el vestido y caerse hacia adelante al perder el equilibrio. Presa de un profundo bochorno, permaneció acurrucada en el piso oyendo desde lejos los agravios que seguía profiriendo la enfurecida mujer y las voces que intentaban calmarla. Alguien colocó un abrigo sobre sus hombros y unos fuertes brazos la incorporaron. Totalmente exangüe por la vergüenza, se cubrió el rostro con una mano mientras cerraba el abrigo con la otra y murmuró con un sollozo:

-¡Dios mío, esto es una pesadilla!

La voz grave de Germán prodigando palabras tranquilizadoras, la fue sacando de su atonía. Recobró la sensación de su cuerpo, y sintió que algo caliente bajaba por el brazo con el que cubría su rostro. Lo dejó caer y un hilo de sangre se deslizó hasta su mano. Germán, pendiente de ella, tomó su brazo con delicadeza y apartó el abrigo para descubrir un corte cerca del hombro, seguramente producto de la caída. Se volvió hacia el barman que se había acercado al comenzar el altercado, y le ordenó:

-Traiga un botiquín.

El empleado asintió y salió presuroso. Sofía, más calmada, pudo apreciar la destrucción de su ropa. La parte delantera del vestido se sostenía por milagro con todos los breteles descosidos. Divagaba sobre como lo arreglaría, cuando varias personas entraron precipitadamente en el local y requirieron la atención de los presentes. Uno de los hombres se paró en medio del gran salón y dijo en voz alta:

-¡Atención, señores! Les ruego no alarmarse, pero el río está creciendo y debemos evacuar el local para poder salir sin inconvenientes. Háganlo en forma ordenada, ya que tenemos tiempo suficiente.

La reacción de los concurrentes no se hizo esperar. Tomaron rápidamente sus pertenencias y se dirigieron en dudoso orden hacia el exterior castigado por una espesa lluvia. El viento soplaba intensamente y enfriaba una atmósfera que había sido extremadamente cálida al llegar. Afuera se escuchaban las órdenes de los guardias de seguridad para evitar que se entorpeciera la salida de los coches. Ya preparados para irse, se acercaron los integrantes de su mesa para coordinar la retirada. Sergio la urgió a salir pero Germán, tomando la iniciativa, le dijo que él se ocuparía de llevarla. Su compañero, ante la firmeza de la aseveración, ni siquiera la consultó. Salió seguido por Mónica y Carina. Cuando el salón se despejó, Germán condujo a Sofía hacia la salida. Ella sentía que había perdido su libre albedrío y dependía totalmente de ese hombre desconocido. Intuyó que todo estaba bien. Se aventuraron al exterior bajo la lluvia que continuaba arreciando. Germán la guió hacia su auto; una unidad todo terreno que la llenó de tranquilidad. Él abrió la puerta correspondiente al acompañante y después que Sofía se hubo acomodado, la cerró luchando con el viento. Ella esperaba que él se volviera para subir al vehículo, pero vio que se dirigía hacia la borrosa figura de otro auto. Poco después regresó con cinco personas. Eran Sergio, Carina, Mónica, Rocío y Pablo. Germán les indicó como acomodarse. Adelante subió Sergio y atrás el resto. Por último, él se acomodó frente al volante y partieron intentando encontrar la ruta. El agua comenzó a invadir el interior del coche. Sergio dijo lastimeramente:

-No debí abandonar el auto. A lo mejor podría haberlo sacado.

Germán, que luchaba contra la fuerza del agua que entorpecía la marcha, replicó:

-Si el río lo arrastra, es mejor que este vacío. Si queda en su lugar, mañana vendremos a buscarlo.

Sofía, flanqueada por Sergio, sentía que a la vez que recuperaba el calor un profundo sopor la invadía. Luchó contra el sueño para terminar apoyada contra el hombro del conductor. Éste, al sentir el abandono de la mujer, desvió por un momento la vista de la carretera para contemplarla. Una sensación de ternura y de potencia lo ganó. Se dijo que haría lo irrazonable por sacarla de esa situación, y respirando profundamente se dedicó de lleno a la tarea. Avanzaban lentamente por la oscura ruta. Los potentes faros del coche apenas lograban traspasar la incesante lluvia. Manejar era una tarea titánica, poniendo a prueba nervios, intuición y destreza. A Sergio, como buen observador, no se le había escapado la expresión acariciadora del otro hombre al posarse sobre la cabeza reclinada en su hombro. Intuyó que se aproximaban cambios en la vida de su compañera de trabajo.

-Todavía no entiendo la reacción de Adelina -dijo tratando de interesar a Germán para evitar que el sueño lo venciera.

-¿Qué pasó en la mesa antes del incidente?

-Adelina bebió en exceso, especialmente a partir de que te acercaste a la barra... –le respondió, dejando la última parte de la respuesta en suspenso.

-Me parece, Sergio, que esa es una lectura muy personal -contestó Germán.-No puedo alardear de ningún compromiso con esa mujer.

-Es que esas mujeres te comprometen sin tu participación. Están tan seguras de su poder de seducción que no les cruza por la mente ser indiferentes -acotó Sergio.- Y es más. Mujeres como Sofía las sacan de quicio, porque sienten que compiten con algo más que la belleza física.

Germán sonrió levemente, como asintiendo.

-Es una mezcla explosiva, ¿no? -dijo con un tono intimista.

Sergio captó claramente la complacencia de su homólogo. Sintió una punzada de envidia al advertir que estaba presenciando la gestación de un sentimiento formidable. Comprendió que esa fuerza no había estado nunca presente en su vida y que ya era demasiado tarde. No estaba seguro del impacto que Germán había producido en Sofía, pero no se le escapaba el deslumbramiento de él. La chica abrió lo ojos y fue tomando conciencia de donde se encontraba. El corto sueño le había proporcionado cierto descanso. Se sentó más derecha, apartando su cabeza del natural apoyo, y preguntó:

-¿Adónde estamos?

-Cerca de Circunvalación. Hemos atravesado el tramo más difícil. El camino está menos inundado. Creo que lo mejor es hacer un alto en mi casa. Podrán ponerse ropa seca y cuando esté más claro, los llevaré a las suyas.

-Pienso que está bien -respondió Sergio.

El camino se encontraba más despejado pese a la incesante lluvia y Germán le imprimió más velocidad al coche. Tras media hora de viaje, ingresaron a un desvío por el que se accedía a un barrio residencial compuesto en su mayoría por atractivos chalets, algunos de los cuales tenían extensos parques. El conductor volteó por las pobladas callejuelas y enfiló el auto hacia una casa de dos plantas cubierta por una enredadera. El camino de ingreso desembocaba en la puerta de una cochera que Germán abrió con un control remoto manipulado desde el auto.

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