(CAPÍTULO I publicado el 07/12/08)
En el mismo
momento en que Nina y Dante se disponían a escuchar el relato de Ada, Sara
evocaba los acontecimientos de la noche pasada cuyo corolario no era,
precisamente, del gusto de sus adversarios. Max había salido a comprar algo
para comer. Estaban alojados en un motel de la localidad anterior a Gantes
adonde se dirigieron por consejo de don Emilio. El doctor Moreno aceptó sin
preguntas la sugerencia de la muchacha y la instó a descansar preocupado por su
decaimiento, pero ella sabía que a su
regreso tendría que contarle tanto como pudiera para justificar el inusual pedido.
Sus contendientes eran poderosos y ella los había subestimado. Después del
encuentro con el anciano volvió a la casa de los Biani y se dispuso a organizar
la reunión para la tarde siguiente. Borroneó varias hojas con temas que podrían
interesar a los habitantes y que motivaran una reflexión sobre sus condiciones
de vida. Estaba convencida de que
bastaba que unos pocos se animaran para que los demás participasen. ¿Quién no
querría que sus hijos se preparasen para una vida más digna que la de servir a
los poderosos del pueblo? ¿Quién no querría asegurar el cuidado de su salud y
la de los suyos por derecho? Debían romper con mandatos arcaicos que los
mantenían en esclavitud mental para beneficio de unos pocos. Terminó la lista
cuando estaba oscureciendo. Un impulso irrefrenable la llevó fuera de la
vivienda cuando las sombras avanzaban sobre el día. Quería ver a Ada y
compartir con ella el resultado de su trabajo. No debió descuidarse, embargada
por la exaltación de su proyecto. Si hubiera esperado hasta la mañana ellos no
habrían podido sabotear la reunión programada. Le anunció a Mercedes que no
cenaría en la casa y se dirigió al cobertizo para buscar su bicicleta. No bien
abrió la puerta percibió que el lugar estaba poblado por algo más que oscuridad.
Buscó a tientas la perilla de la luz y encendió la polvorienta lamparita que
acentuó las sombras del fondo y de los costados. Su vehículo no estaba en el
lugar de siempre. El semicírculo de la rueda
trasera asomaba casi inofensivamente detrás de la negrura que la
atrapaba en los confines del galpón. Sentía la mente vacía como si alguien
hubiera borrado todos sus pensamientos y la forzó a concentrarse para
distinguir las señales de ese lugar inquietante. Primero fueron los murmullos.
Rezumaban desde los rincones sombríos y se adentraban en su conciencia como un
narcótico. Se sacudió del letargo y trató de captar su significado. Vete que estás a tiempo. Su cuerpo
respondió a la advertencia y dio media vuelta hasta dar con la puerta. ¡NO! La negativa fulguró en su
conciencia. Detuvo la huida y se volvió hacia el interior. Ya no estaba en el
galpón sino a la entrada de la cueva. ¿De modo que ya empezó a girar la rueda
del destino?, pensó. Sobrecogida, se mantuvo alerta esperando algún movimiento
de sus enemigos. No estaba dispuesta a entregarse mansamente a las
manipulaciones de los esbirros de la Energía Negativa.
Ninguna claridad se reflejaba en las formaciones rocosas para develar su posición.
Como si inspeccionara una gaveta de archivos, sondeó su memoria en busca de la
experiencia primigenia. La sensación de que alguien o algo intentaba infiltrarse
en sus recuerdos provocó la voluntaria clausura de su pensamiento aislando la
interferencia desconocida. Tomó conciencia de que se fortalecía en resistir los
ataques a su mente desarrollando sentidos ignorados hasta su llegada a Gantes.
Su vista se agudizó y advirtió que no era la única ocupante de la caverna.
Cordelia y el administrador estaban frente a ella y la observaban en silencio.
-¿A qué debo el
honor de esta invitación? -dijo Sara con tono calmo.
-A que deseamos
hacerle una última propuesta que seguramente apreciará -aseguró el hombre.-
Sabemos el vínculo que la une a su amiga y también que ella se propone venir a
buscarla. El camino hacia Gantes está lleno de peligros y lamentaríamos que
sufra algún accidente fatal…
Aunque su corazón
dio un vuelco, ella no lo demostró. En su interior crecía la seguridad de que sus
adversarios querían alejarla a medida que se acrecentaban sus poderes. Logró
responderle con serenidad:
-Sabe que no
aceptaré ningún ofrecimiento de su parte. Un nuevo ciclo ha de comenzar para
los sufridos habitantes de este pueblo y yo he sido llamada a colaborar con
ellos.
-¡Necia! -explotó
la hija de Ada.- Tu arrogancia te perderá al igual que a tu predecesora. ¿Acaso
imaginás que lo que se moldeó hace más de un siglo se modificará por tus buenas
intenciones? ¿O acaso la prédica de ese viejo embotado por la edad te persuadió
de un destino sublime? -terminó con ironía.
Sara se limitó a
mirarla silenciosamente, segura de que su intercambio mental con don Emilio no
había sido interceptado por sus antagonistas. Cordelia intentaba averiguar cuánto
conocía ella de la próxima confrontación, de modo que cercó el acceso a su
conciencia con un escudo vacío de pensamientos que fue violentamente atacado
por sus opositores. Infinitas imágenes pugnaban por atravesar el recinto de
seguridad con que protegía su cerebro. La cueva se disolvió como
un espejismo que encubría los momentos más penosos de su vida. Volvió a
enfrentarse al suicidio de su padre y a la pregunta que nunca tendría respuesta.
-Señorita,
debemos cerrar el ataúd -el empleado de la funeraria la miraba compasivamente.
Ella, ahogada por
los sollozos, interpeló por última vez al rostro inerte:
-¿Por qué, papá,
por qué?
Su madre, como
entonces, la apartó del cajón que fue sellado para siempre como el inapelable
designio paterno. Un desbordante sentimiento de rechazo la apartó del abrazo contenedor
y expresó, como no había osado antes, la presunción de la culpa materna en la
decisión de su papá. Los ojos de la mujer la miraron con tristeza y se volvió
hacia el féretro vacío que ahora ocupaba el centro de la estancia para tenderse
en él. Sara se acercó vacilante y miró las facciones lívidas de su madre y las
lágrimas que se deslizaban bajo los párpados cerrados. Con profunda aflicción se
abrazó al cuerpo exánime mientras desmentía la acusación:
-¡Perdoname,
mamita! ¡No me dejes sola! Yo sé cuánto lo querías a papá. ¡Bien sé que
perdiste las ganas de vivir cuando él se fue! Ni siquiera yo te até a la vida…
¿Por mi causa murieron los dos? - se lamentó desconsolada.
-¡La tuya es una
causa perdida! -tronó una voz que agitó y desordenó los comprobantes acomodados
cuidadosamente. Max, apoyado en el vano de la puerta de su oficina, la miró con
reprobación.
-Lamento que haya
hecho tan largo viaje -dijo con sequedad,- pero me temo que sus referencias
dejan mucho que desear. El puesto ya no está vacante -declaró mientras se
volvía hacia Aurelia.
La hija de Ada
acercó su cuerpo al del hombre que respondió con una manifiesta erección
mientras una expresión de lascivia recubría sus facciones. Escuchó el jadeo de
Max mientras apretaba los glúteos de la mujer contra su miembro y la risa
triunfal de Aurelia. Apartó la vista de la escena que debilitaba la solidez de
su coraza y repelió con firmeza el ataque a su conciencia. No eran sus padres
ni Max los personajes de esas farsas que especulaban con sus inseguridades,
sino una burda creación de la oscuridad. Con el control de su mente volvió a
encontrarse en el galpón ahora vacío de la presencia de sus oponentes. El fiero
mastín ocupaba sus lugares y emitía un rugido de amenaza. Supo que tendría que
defenderse sola y retrocedió lentamente hacia la puerta. La bestia se preparó
para saltar cuando su mano encontró el mango del rastrillo. Lo esgrimió con
firmeza logrando desviar el ataque aunque no los dientes que rasgaron su brazo
como una cuchillada. Sin detenerse a pensar en la sangre que manaba de su
herida, clavó los ojos en los del sanguinario animal y se aprestó a repeler la
embestida. Las púas de la horquilla fulguraron en la penumbra arrancando un
resoplido a la fiera que retrocedió al fondo del cobertizo hasta desaparecer
entre las sombras. Una risa histérica la acometió mientras esperaba una nueva
agresión. Sin volverse, empujó la puerta del galpón y trastabilló hacia la casa
de los Biani. Debitada por la hemorragia y las visiones, se desplomó con un
grito frente a la puerta trasera de la vivienda. Después… la oscuridad; los rostros
preocupados de Ada y Mirta; el fatigoso viaje a caballo hasta lo de don Emilio;
la experiencia que le fue transmitida de su propia capacidad para detener la
sangría; la noche de insomnio en la casa de sus anfitriones, y la aparición de
Max que llegó poco después de ser llamado por Mirta. Y mientras él revisaba su
herida, volvió a reconocer el rostro querido que no guardaba ninguna semejanza
con la parodia de la caverna. Los ojos afligidos le devolvieron la seguridad de
los sentimientos mutuos. Insistió en llevarla hasta la clínica para
suministrarle un antibiótico y vendar con mayor precisión el brazo lacerado. En
el camino, lo puso al tanto de la recomendación del anciano de pasar la noche
fuera de Gantes.
2 comentarios:
La historia parece interesante, pero ayudaria publicar los capitulos anteriores, ¿si? Ofelia
¡Hola, Ofelia! Hace tanto que no recibo un comentario que, de contenta, te voy a dar el gusto. Un abrazo.
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