viernes, 17 de febrero de 2012

LAS CARTAS DE SARA - XVII


(CAPÍTULO I publicado el 07/12/08)

En el mismo momento en que Nina y Dante se disponían a escuchar el relato de Ada, Sara evocaba los acontecimientos de la noche pasada cuyo corolario no era, precisamente, del gusto de sus adversarios. Max había salido a comprar algo para comer. Estaban alojados en un motel de la localidad anterior a Gantes adonde se dirigieron por consejo de don Emilio. El doctor Moreno aceptó sin preguntas la sugerencia de la muchacha y la instó a descansar preocupado por su decaimiento,  pero ella sabía que a su regreso tendría que contarle tanto como pudiera para justificar el inusual pedido. Sus contendientes eran poderosos y ella los había subestimado. Después del encuentro con el anciano volvió a la casa de los Biani y se dispuso a organizar la reunión para la tarde siguiente. Borroneó varias hojas con temas que podrían interesar a los habitantes y que motivaran una reflexión sobre sus condiciones de vida.  Estaba convencida de que bastaba que unos pocos se animaran para que los demás participasen. ¿Quién no querría que sus hijos se preparasen para una vida más digna que la de servir a los poderosos del pueblo? ¿Quién no querría asegurar el cuidado de su salud y la de los suyos por derecho? Debían romper con mandatos arcaicos que los mantenían en esclavitud mental para beneficio de unos pocos. Terminó la lista cuando estaba oscureciendo. Un impulso irrefrenable la llevó fuera de la vivienda cuando las sombras avanzaban sobre el día. Quería ver a Ada y compartir con ella el resultado de su trabajo. No debió descuidarse, embargada por la exaltación de su proyecto. Si hubiera esperado hasta la mañana ellos no habrían podido sabotear la reunión programada. Le anunció a Mercedes que no cenaría en la casa y se dirigió al cobertizo para buscar su bicicleta. No bien abrió la puerta percibió que el lugar estaba poblado por algo más que oscuridad. Buscó a tientas la perilla de la luz y encendió la polvorienta lamparita que acentuó las sombras del fondo y de los costados. Su vehículo no estaba en el lugar de siempre. El semicírculo de la rueda  trasera asomaba casi inofensivamente detrás de la negrura que la atrapaba en los confines del galpón. Sentía la mente vacía como si alguien hubiera borrado todos sus pensamientos y la forzó a concentrarse para distinguir las señales de ese lugar inquietante. Primero fueron los murmullos. Rezumaban desde los rincones sombríos y se adentraban en su conciencia como un narcótico. Se sacudió del letargo y trató de captar su significado. Vete que estás a tiempo. Su cuerpo respondió a la advertencia y dio media vuelta hasta dar con la puerta. ¡NO! La negativa fulguró en su conciencia. Detuvo la huida y se volvió hacia el interior. Ya no estaba en el galpón sino a la entrada de la cueva. ¿De modo que ya empezó a girar la rueda del destino?, pensó. Sobrecogida, se mantuvo alerta esperando algún movimiento de sus enemigos. No estaba dispuesta a entregarse mansamente a las manipulaciones de los esbirros de la Energía Negativa. Ninguna claridad se reflejaba en las formaciones rocosas para develar su posición. Como si inspeccionara una gaveta de archivos, sondeó su memoria en busca de la experiencia primigenia. La sensación de que alguien o algo intentaba infiltrarse en sus recuerdos provocó la voluntaria clausura de su pensamiento aislando la interferencia desconocida. Tomó conciencia de que se fortalecía en resistir los ataques a su mente desarrollando sentidos ignorados hasta su llegada a Gantes. Su vista se agudizó y advirtió que no era la única ocupante de la caverna. Cordelia y el administrador estaban frente a ella y la observaban en silencio.
-¿A qué debo el honor de esta invitación? -dijo Sara con tono calmo.
-A que deseamos hacerle una última propuesta que seguramente apreciará -aseguró el hombre.- Sabemos el vínculo que la une a su amiga y también que ella se propone venir a buscarla. El camino hacia Gantes está lleno de peligros y lamentaríamos que sufra algún accidente fatal…
Aunque su corazón dio un vuelco, ella no lo demostró. En su interior crecía la seguridad de que sus adversarios querían alejarla a medida que se acrecentaban sus poderes. Logró responderle con serenidad:
-Sabe que no aceptaré ningún ofrecimiento de su parte. Un nuevo ciclo ha de comenzar para los sufridos habitantes de este pueblo y yo he sido llamada a colaborar con ellos.
-¡Necia! -explotó la hija de Ada.- Tu arrogancia te perderá al igual que a tu predecesora. ¿Acaso imaginás que lo que se moldeó hace más de un siglo se modificará por tus buenas intenciones? ¿O acaso la prédica de ese viejo embotado por la edad te persuadió de un destino sublime? -terminó con ironía.
Sara se limitó a mirarla silenciosamente, segura de que su intercambio mental con don Emilio no había sido interceptado por sus antagonistas. Cordelia intentaba averiguar cuánto conocía ella de la próxima confrontación, de modo que cercó el acceso a su conciencia con un escudo vacío de pensamientos que fue violentamente atacado por sus opositores. Infinitas imágenes pugnaban por atravesar el recinto de seguridad con que protegía su cerebro. La cueva se disolvió como un espejismo que encubría los momentos más penosos de su vida. Volvió a enfrentarse al suicidio de su padre y a la pregunta que nunca tendría respuesta.
-Señorita, debemos cerrar el ataúd -el empleado de la funeraria la miraba compasivamente.
Ella, ahogada por los sollozos, interpeló por última vez al rostro inerte:
-¿Por qué, papá, por qué?
Su madre, como entonces, la apartó del cajón que fue sellado para siempre como el inapelable designio paterno. Un desbordante sentimiento de rechazo la apartó del abrazo contenedor y expresó, como no había osado antes, la presunción de la culpa materna en la decisión de su papá. Los ojos de la mujer la miraron con tristeza y se volvió hacia el féretro vacío que ahora ocupaba el centro de la estancia para tenderse en él. Sara se acercó vacilante y miró las facciones lívidas de su madre y las lágrimas que se deslizaban bajo los párpados cerrados. Con profunda aflicción se abrazó al cuerpo exánime mientras desmentía la acusación:
-¡Perdoname, mamita! ¡No me dejes sola! Yo sé cuánto lo querías a papá. ¡Bien sé que perdiste las ganas de vivir cuando él se fue! Ni siquiera yo te até a la vida… ¿Por mi causa murieron los dos? - se lamentó desconsolada.
-¡La tuya es una causa perdida! -tronó una voz que agitó y desordenó los comprobantes acomodados cuidadosamente. Max, apoyado en el vano de la puerta de su oficina, la miró con reprobación.
-Lamento que haya hecho tan largo viaje -dijo con sequedad,- pero me temo que sus referencias dejan mucho que desear. El puesto ya no está vacante -declaró mientras se volvía hacia Aurelia.
La hija de Ada acercó su cuerpo al del hombre que respondió con una manifiesta erección mientras una expresión de lascivia recubría sus facciones. Escuchó el jadeo de Max mientras apretaba los glúteos de la mujer contra su miembro y la risa triunfal de Aurelia. Apartó la vista de la escena que debilitaba la solidez de su coraza y repelió con firmeza el ataque a su conciencia. No eran sus padres ni Max los personajes de esas farsas que especulaban con sus inseguridades, sino una burda creación de la oscuridad. Con el control de su mente volvió a encontrarse en el galpón ahora vacío de la presencia de sus oponentes. El fiero mastín ocupaba sus lugares y emitía un rugido de amenaza. Supo que tendría que defenderse sola y retrocedió lentamente hacia la puerta. La bestia se preparó para saltar cuando su mano encontró el mango del rastrillo. Lo esgrimió con firmeza logrando desviar el ataque aunque no los dientes que rasgaron su brazo como una cuchillada. Sin detenerse a pensar en la sangre que manaba de su herida, clavó los ojos en los del sanguinario animal y se aprestó a repeler la embestida. Las púas de la horquilla fulguraron en la penumbra arrancando un resoplido a la fiera que retrocedió al fondo del cobertizo hasta desaparecer entre las sombras. Una risa histérica la acometió mientras esperaba una nueva agresión. Sin volverse, empujó la puerta del galpón y trastabilló hacia la casa de los Biani. Debitada por la hemorragia y las visiones, se desplomó con un grito frente a la puerta trasera de la vivienda. Después… la oscuridad; los rostros preocupados de Ada y Mirta; el fatigoso viaje a caballo hasta lo de don Emilio; la experiencia que le fue transmitida de su propia capacidad para detener la sangría; la noche de insomnio en la casa de sus anfitriones, y la aparición de Max que llegó poco después de ser llamado por Mirta. Y mientras él revisaba su herida, volvió a reconocer el rostro querido que no guardaba ninguna semejanza con la parodia de la caverna. Los ojos afligidos le devolvieron la seguridad de los sentimientos mutuos. Insistió en llevarla hasta la clínica para suministrarle un antibiótico y vendar con mayor precisión el brazo lacerado. En el camino, lo puso al tanto de la recomendación del anciano de pasar la noche fuera de Gantes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia parece interesante, pero ayudaria publicar los capitulos anteriores, ¿si? Ofelia

Carmen dijo...

¡Hola, Ofelia! Hace tanto que no recibo un comentario que, de contenta, te voy a dar el gusto. Un abrazo.