Marcos pensó que, de no tener los brazos ocupados con la bandeja del
postre y la caja de vinos, los hubiera estirado para atrapar a la adorable
embustera que los recibió.
—¡Hola! —entonó Leo, y se hizo a un lado para que pasara.
Él se acopló a la sonrisa y le dirigió una mirada absorta al tiempo que
entraba a la casa. Arturo fue más campechano; la besó en la mejilla y la enlazó
por la cintura para ingresar a la vivienda. Después de saludar a Irma, pasaron
al comedor y se ubicaron alrededor de la mesa. La cena transcurrió en medio de
una charla amena y sin mencionar la circunstancia que retenía a Leonora en Vado
Seco.
—Te voy a dar una noticia —le dijo Marcos—. Tu hermano aceptó el trabajo
y mañana se instalará en la finca.
—Lo del trabajo lo sé. Me lo confirmó esta tarde. Aunque no aclaró que
empezaba tan pronto —se dirigió a Arturo—: Espero que se esfuerce y no te
ocasione disgustos.
—Superó el sondeo de Marcos —manifestó su padre—, y rara vez se equivoca.
Ella miró al nombrado con una mezcla de gratitud y escepticismo. Hurtó
los ojos abrumada por el legible mensaje que le transmitían las pupilas
masculinas.
Ahora no, se advirtió.
—¿Qué apostamos, incrédula? —le preguntó con una mueca risueña.
—Nada —respondió ofuscada—. Estaría dudando del criterio de tu papá.
Él mantuvo el gesto divertido buscando en vano la mirada esquiva. La
actitud de la muchacha actualizó la confidencia de Mario. Tenía que indagarla a
solas, libre de la interferencia de terceros.
—Leo —propuso—, ¿me acompañás a buscar helado?
—Bueno —asintió sorprendida por el repentino pedido.
Salieron ante la atónita mirada de Arturo e Irma.
—¿Quito se olvidó del postre que dejó en la heladera? —dijo la mujer,
confundida.
—En otra ocasión pensaría que se llevó el postre consigo —rió Arturo—,
pero Marcos es criterioso. Colijo que tiene que decirle algo sin testigos.
—¿Una declaración? —se ilusionó Irma.
—Alguna vez será, Irma —sonrió el padre de Marcos— pero ahora la chica
está concentrada en recuperar a su amiga. Hay algo que se me escapa de esta repentina
crisis de Camila y de la porfía de Matías para evitar el contacto entre las mujeres.
Mañana voy a visitar a López. Si conoce algo relacionado con la muerte de Ávila
y su testamento, me lo dirá.
—¿Usted cree que hay algo turbio?
—Estoy dando palos de ciego al relacionar el desapego de Camila con su
familia, el requerimiento para asistir al entierro y el mandato de Nicanor para
que presencie la lectura del testamento. Es posible que sean figuraciones mías,
pero me voy a sacar la duda.
∞ ∞
Leonora permaneció en silencio esperando que Marcos iniciara la
conversación. Intuía que la brusca invitación tenía un oculto objetivo que
trascendía la compra del helado. Recorrieron varias cuadras hasta que el hombre
maniobró para estacionar al borde de una acera. La calle iluminada no mostraba
ningún negocio abierto lo que confirmó la suposición de la joven. Atisbó de
reojo que él se volvía a mirarla.
—No voy a ir con rodeos, Leonora. Le sonsaqué a Mario el motivo de tu
permanencia en la trastienda…
—¡Hiciste muy mal! —lo interrumpió—. Y él también por contarte… —dijo
contrariada—. Era una charla personal con Cleto.
—Creo que entendiste mal, jovencita. Todo lo que te concierna es ámbito
de mi incumbencia. Cleto es un buen muchacho pero personalmente adolece de
cierta inestabilidad. Te pido que me pongas al tanto de lo que te confió en la
reunión.
Ella lo miró con expresión huraña. Este sujeto que la interpelaba con
timbre autoritario no condecía con el hombre sensible a sus encantos. Refrenó
el impulso de negarse por no exponer al amigo de Camila.
—No creo que tengas derecho a interrogarme sobre asuntos privados aunque
te agradezco la preocupación que manifestás por mí —expresó con un mohín de
disgusto—. Anacleto no hizo más que confirmar mi sospecha de que el estado de
Camila está inducido por el suministro de drogas.
Marcos la estudió con gesto escéptico: —¿Y quién se beneficiaría por
mantenerla narcotizada?
—Matías —aseguró ella.
—A ver… A Matías no le conviene que Camila siga desconectada de la realidad
porque impide la lectura del testamento. Aunque no goza de tu simpatía, no es
motivo para sospechar de él —manifestó Marcos condescendiente.
—¿Adivinás por qué no compartí esta información con vos? —dijo Leo con
frialdad—. Sabía que minimizarías mi presentimiento.
Marcos escrutó el rostro enfurruñado de la joven y lo avasalló el deseo
de suavizárselo a besos. El enojo la hacía tan fascinante como el alborozo,
aunque él no necesitara de ninguno de los extremos para codiciarla. Sintió que
había extraviado el camino para ganar su confianza y ensayó otra actitud.
—Lo único que me importa es tu seguridad —formuló con vehemencia—. Quiero
ser tu aliado, pero necesito saber qué te proponés para poder colaborar.
La franqueza de su declaración aplacó el malestar de la muchacha. Lo
evaluó con formalidad hasta concluir en que podía referirle el plan concebido
con el enfermero. Le relató la concurrencia de Matías al congreso, el intento
de Camila de comunicarse con ella, la propuesta de Cleto para recuperar a su
amiga del marasmo y el proyecto de verla antes del regreso del siquiatra. El
hombre la escuchó sin interrumpir; al finalizar la exposición, la inquietó con
un silencio que ella no logró dilucidar: ¿la consideraba totalmente loca o
apoyaba su empresa?
—¿Te dijo Cleto cómo burlar la vigilancia? —preguntó a la postre.
—No tuvimos tiempo para hablar de eso —manifestó incómoda.
—Luis estará más atento que nunca ante la ausencia de Matías.
—Me imagino —frunció los labios con suficiencia—. Cuando Anacleto me
ponga al tanto de su estrategia, te lo comunicaré.
Marcos miró con ternura a la muchachita irritada. Sabía que su
interrogatorio la fastidiaba, pero tenía que confrontarla con la realidad.
También estaba seguro de que era inútil oponerse a la decisión de infiltrarse
en la clínica para ver a su amiga. No te
dejes llevar por tu temperamento. Es mejor seguirle la corriente para que no te
oculte ningún movimiento.
—De acuerdo —asintió—. Suponiendo que el proyecto de Cleto fuera
inviable, buscaremos otra alternativa, ¿convenido?
—Está bien —dijo Leo con arrogancia—. ¿Me suena a menosprecio tu juicio
acerca de la comprensión de Anacleto?
—Niña —reaccionó exasperado—, conozco al muchacho desde que nació y puedo
opinar sobre su discernimiento con objetividad. Me concederás esta atribución
—terminó con aspereza.
Ella le echó una mirada aturdida, conciente de que lo había ofendido. Se
mordió el labio inferior y se empequeñeció en el asiento. Marcos se arrepintió de
su arranque al ver la actitud contrita de Leonora. Acurrucada en un rincón,
configuraba una imagen bella e indefensa que deseó consolar a fuerza de
caricias. Su mano, desligada de la razón, se apoyó con delicadeza sobre la
cabeza de la joven al tiempo que murmuraba una disculpa. Ese gesto disolvió la
angustia de la mujer en las lágrimas que se había obstinado en reprimir desde
el inicio del accidente de Camila. Volvió el rostro hacia la ventanilla para
ocultarlas a la mirada del varón quien, sin poder contenerse, la encerró entre
sus brazos. Leo se abatió sobre el estruendoso corazón de un Marcos compungido
por haber desencadenado su llanto. La sostuvo contra él a la espera de que se
calmara, reprochándose la torpeza de su proceder. Leonora se desahogó contra el
pecho del hombre, abandonada a su protección a pesar de las rudas palabras. Se
apartó con suavidad cuando se tranquilizó, aceptando el pañuelo que Marcos le alargaba.
—Perdoname… —murmuró—. Soy una desagradecida…
—¡No, Leo! ¡Perdoname vos! Debí comprender el delicado equilibrio de tu
espíritu ante la repentina enfermedad de tu amiga, en un lugar desconocido y
rodeada de extraños —manifestó con arrebato.
—Entonces… ¿me seguirás ayudando?
En la mirada de Marcos brilló la promesa de un pacto incondicional.
2 comentarios:
Mi querida Carmen:
Espero nos hagas las entregas de tus novelas con más frecuencia, nos dejas en incertidumbre con la espera.
Excelentes obras!!!
paty
¡Hola, Paty! Entre hoy y mañana va otro capítulo. ¡Gracias por estar! Un fuerte abrazo.
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