lunes, 28 de octubre de 2013

VIAJE INESPERADO - XV



Irma y Arturo se distrajeron limpiando la cocina y esperaron con paciencia el regreso de la pareja que apareció a la hora, con una torta helada. Los mayores charlaron de cosas intrascendentes ante el sosegado mutismo de los jóvenes y después de consumir el postre, padre e hijo se despidieron.
—Me voy a acostar, Irma —anunció Leo—. Estoy muy cansada.
La perceptiva mujer interpretó, sin otra aclaración, que la muchacha no estaba de ánimo para las confidencias.
—Sí, querida. Ha sido un día agotador para vos —se acercó para abrazarla—. Que no te agarren los monstruos, como le decía a Quito —sonrió.
La chica, agradecida, prolongó el abrazo y la sonrisa.
∞ ∞
—¿Me querés explicar esa patraña del helado? —dijo Arturo camino a la casa de su hijo.
Marcos rió sueltamente. Esperaba el interrogatorio de su progenitor. Le contó a grandes rasgos la maniobra en la que se había involucrado Leonora y su decisión de respaldarla.
—Pensar que hace un rato te tildé de criterioso… —se lamentó Arturo—. Me temo que esa muchacha te ha sorbido la cordura junto con el seso. ¿Calculaste el escándalo de ser sorprendido?
—Si voy a participar, viejo, será para evitar un descalabro. No quiero que ella corra ningún riesgo.
—Te confieso que este asunto me está intrigando. Mañana me voy a llegar a la escribanía para ver si López sabe algo del testamento.
—Buena idea. Cuanta más información tenga, mejor la voy a poder ayudar.
∞ ∞
Toni no dejó de pensar, mientras acortaba la distancia a Vado Seco, en el desafío que se había impuesto. Era una oportunidad inesperada en esa vida sin esfuerzos que se había construido al amparo de un padre tolerante con su indolencia y, reconocía, exigente con Leonora. ¡Leo…! Como hermano mayor no había estado a la altura de las circunstancias. Evocó a la delicada pero enérgica mujercita que defendió con entereza sus ideales, aún renunciando al bienestar que le ofrecía su padre a cambio de someterse a su mandato. No se había dado cuenta de cuánto le importaba hasta que se enfrentó a su potencial desaparición. La buscó no solo para calmar la inquietud de sus progenitores sino la culpa de no haberle demostrado a tiempo su cariño de hermano. No iba a desaprovechar esta posibilidad, decidió.
A las ocho de la mañana estacionó el auto frente al casco de la estancia. Marcos lo estaba esperando y lo recibió con un firme apretón de manos.
—Puntual, amigo mío —señaló con una sonrisa—. Habla mucho a tu favor.
—Podrás descartarme por lelo —replicó Antonio—, no por informal.
—¡Ja! Acordate que me la jugué por vos —bromeó Marcos—. Bajá tus pertenencias para acomodarlas en el dormitorio —indicó.
Cargó una de las dos valijas y lo condujo hasta una habitación de la planta alta. El recinto era espacioso y el mobiliario satisfacía las necesidades propias del descanso y el esparcimiento. Después de dejar las maletas sobre la cama, Toni inspeccionó a su alrededor. La puerta con un rectángulo vidriado daba cuenta del baño. Sobre la pared, la pantalla de plasma. Bajo la misma, el reproductor de DVD. Al final del reconocimiento, admitió que el pequeño escritorio era ideal para su notebook. Marcos respetó en silencio la exploración al cabo de la cual sugirió: —Instalate tranquilo. Al mediodía almorzaremos acá y a la noche con tu hermana. Podés tomarte el día para descansar y comenzar mañana.
—¡De ninguna manera! Ya estoy listo. Desarmaré las valijas a la noche.
Su empleador hizo un gesto de asentimiento y abandonó el cuarto seguido por el joven. Al pisar la planta baja, descolgó dos sombreros gauchescos y le ofreció uno.
—Vamos a estar a la intemperie. Te evitará insolarte.
Toni lo aceptó con una sonrisa y se lo calzó no bien salieron. Subió a la camioneta decidido a forjarse su futuro.
∞ ∞
Leonora se revolvió en la cama intentando conciliar el sueño. Un vistazo al reloj le dijo que eran las seis de la mañana. Evocó la sensación de desamparo que la embargó ante el fastidio de Marcos y el sosiego que le transmitiera su abrazo vehemente. También ella era lábil a la presencia del hombre, aunque deseaba haberlo conocido en otra circunstancia. ¿Qué diría Camila que soñaba encontrar en algún viaje el amor que tan esquivo les era? En este itinerario no programado parecía hasta profano un sentimiento nacido en medio de la desgracia. ¿Cumpliría Cleto con su palabra? Inmersa en el torbellino de interrogantes que no daban sosiego a su mente, se levantó a las siete. Media hora después, tras una ducha reparadora, ingresó a la cocina adonde ya la esperaba Irma con el desayuno listo.
—¡Hola, Leo! ¡Qué madrugadora! —observó la mujer.
Ella se acercó a saludarla con un beso: —Me desvelé.
Se sentó a la mesa en tanto Irma le preparaba una taza de café con leche. Se la alcanzó junto a unas tostadas.
—¡Gracias, Irma! Aunque debiera decirte nana, ya que me atendés como a tu Quito —dijo reconocida.
Su anfitriona sonrió y, por un momento, se abstrajo en algún recuerdo que pareció rejuvenecerla. Leo comió en silencio sin interrumpir la meditación, hasta que volvieron a enfocarla los ojos de su compañera.
—Dirás que soy una vieja chusma —le anticipó—, pero te voy a preguntar sin vueltas: ¿en qué andan Quito y vos? Y no me refiero a un romance… Aunque me gustaría —aclaró.
La joven sostuvo sin tensión la mirada grave de la mujer. Su interés era legítimo por haber prohijado a Marcos. En cuanto a ella, no podía menos que estar agradecida por haberle ofrecido su casa con generosidad. Además, se dijo, tal vez pudiera aportarle algunos datos más sobre Cleto, indagación que parecía riesgosa con Silva. Fue ordenada al relatarle desde la entrevista con el joven enfermero hasta el conato de enfrentamiento con Marcos que culminó con el compromiso de respaldarla. Claro que en este caso no le dio demasiados detalles. Irma la escuchó en silencio y se tomó tiempo para opinar.
—Te habrás dado cuenta de que Cleto es un muchacho muy especial —discurrió—, lo que me lleva a considerar hasta qué punto hay que fiarse de su juicio. Es probable que haya hecho un aprendizaje de las prácticas médicas porque, aparte de su tic, no hay nada que indique una deficiencia intelectual. Pero tendrás que estar alerta ante cualquier reacción inesperada y, por sobre todas las cosas, no desestimes la ayuda de Marcos.
—Estoy segura de que no me engañé por el entusiasmo de comunicarme con Camila cuando Anacleto me describió su propósito. Sonaba muy racional y se compadecía con mi sensación de que ella me había reconocido —sostuvo.
—No te cuestiono, hija —dijo Irma con humildad— solo espero que no se arriesguen demasiado.
Leonora tomó en cuenta el plural que utilizó la mujer. Era cierto que no tenía derecho a exponer a Marcos a una situación comprometida por lo que decidió, en ese momento, manejarse con autonomía para no trastocar el equilibrio de ese cosmos que habitaban el hombre y su Nana antes de su aparición.
—Quedate tranquila, Irma. No haré nada que perjudique a Marcos —afirmó con honradez—. Ahora voy a la estación de servicio a conseguir un cargador para mi teléfono. Si necesitás que te haga algún recado, decime —ofreció.
—No, querida. Gracias. Te espero para el almuerzo, ¿verdad?
—Como siempre —sonrió. Se acercó a la mujer y la abrazó—: Gracias a vos, Irma, por soportarme.
Irma la observó salir con esa viveza propia de un cuerpo joven. Algo se le escapaba en el diálogo que había cruzado con la muchacha. Ese imperceptible momento de vacilación que le hizo pensar en si había modificado alguna estrategia con sus sugerencias. Sacudió la cabeza para espantar lo que calificó como elucubraciones temerosas. Estaría atenta.

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