—¡Qué vas a entender vos que
pertenecés a una elite! —estallé enojada por su condescendencia.
—¡Un momento, niña! —Articuló con
firmeza pero sin levantar la voz—. Tus apreciaciones con respecto a mis
convicciones son peregrinas. Ya me acusaste de abusar de mis empleados y ahora
de justificar el vandalismo de los conquistadores. Ni lo uno ni lo otro
conforman mi filosofía de vida. La elite a la que pertenezco, según tus
palabras, está integrada por personas que evolucionaron a través del estudio y
la investigación. Y para tu tranquilidad, te diré que tengo una fundación que
beca anualmente a cincuenta alumnos para que sostengan una carrera.
—No serán los de las escuelas
marginales —farfullé.
Me tomó de un brazo y no me soltó a
pesar de mi mirada colérica.
—¡Cielos,
Martina! ¿A qué viene tu menosprecio? —demandó con dureza.
Sea porque
me sorprendió su tono, sea porque caí en la cuenta de que le reprochaba el
status que yo perseguía y no logré alcanzar, se me licuó la vergüenza en
lágrimas. Sin vacilar, me refugió entre sus brazos.
—¡Marti,
Marti…! —rogó compungido—. ¡Perdoname, querida, no quise ser brusco! ¡Por
favor, no llores, tenés razón, soy un sátrapa!
Esta
declaración disolvió mi congoja. No me separé de inmediato, tan consolador era
el amparo de su abrazo. Yací un poco más apoyada contra su pecho hasta que la
voz de Sami nos hizo reaccionar.
—¿Qué paso?
—miró con alarma el rostro conmovido de su hermano y el mío lloroso.
—Nada
—contestó Guillermo—. Martina se apenó al recordar el genocidio de los aborígenes.
El centenario algarrobo se lo actualizó. ¿Conseguiste el mapa? —le preguntó
para apartarla de ulteriores indagaciones.
—Sí, aquí
está —le tendió una guía y un mapa con gesto perplejo.
—Perfecto
—asintió Guille—. Con esto, chicas, las pasearé por todo Merlo —presumió—. Y
ahora vayamos por el vermouth.
Samanta me
tomó del brazo: —¿estás bien, Marti?
—Sí, ya se
me pasó —la tranquilicé—. ¡Corramos que Guille nos lleva media cuadra de
ventaja! —la exhorté.
Volvimos a
la plaza y nos ubicamos en una confitería al aire libre. Guillermo, previa
consulta, encargó una picada sumamente variada y cerveza, por decisión unánime.
En tanto Sami se comunicaba con Darren, me reiteró: —No debí reaccionar de esa
manera, Martina. No me perdono haberte herido.
Miré su rostro
velado por la inquietud y lo rocé con la yema de los dedos. Sentí que se
estremecía y tomó mi mano para llevársela a los labios: —Perdoname vos
—murmuré—. Tuve una reacción desmedida como si fueras responsable de las
calamidades del mundo. Yo también formo parte de los indiferentes y ni siquiera
tengo una Fundación —concluí rescatando mi mano del beso perturbador.
—Oh, nena…
—articuló con la misma dulzura con que el dorso de su mano acarició mi mejilla.
—¡Listo! —Exclamó
Sami cerrando el teléfono—. Ni siquiera viene a cenar —hizo una mueca—. Tiene
un asado con los operarios para festejar el término en tiempo de la primera
etapa. Te vas a tener que ocupar de nosotras —le dijo a su hermano.
—Con placer
—le contestó—. Ahora dedicate a comer y a pensar en algún lugar que podamos
conocer esta noche.
Volvimos a
la casa alrededor de la una de la tarde. Guille nos comunicó con India que ya
nos esperaba desde el mediodía y se había entretenido enviando mensajitos y
caritas. La ví sonriente y como relajada.
—¡Hola chicas!
—Principió y largó una risa— y chico —lo incluyó a Guillermo.
Él la saludó
con un gesto risueño y se retiró.
—Voy a ir
recorriendo el depósito —dijo India moviéndose—. Ustedes me dirán dónde quieren
que me detenga.
Caminó
despacio entre las bases que soportaban sus creaciones hasta llegar a las de
madera. Allí le pedimos que parara y enfocara cada una en detalle.
—¡Me gusta
ésta! —expresó Samanta frente a la góndola curvada—. ¿Cuál es su precio?
—Según mi
mentor, cincuenta mil. Según yo, te la vendería en veinte mil si te parece
adecuado. O en lo que estés dispuesta a pagar, por ser amiga de Marti y por
trascender hasta Canadá —declaró esto último con formalidad.
—Estoy
segura de que vale los cincuenta mil —afirmó Sami— aunque yo no pueda pagarlos
ahora, así que me valdré de la amistad de Marti y te ofreceré treinta mil y lo
ubicaré en el lugar más visible de mi sala. ¿Cerramos el trato? —le preguntó
con expresión ilusionada.
—¡Seguro,
Samanta! Sos mi primer comprador válido —rió India.
—Te ves muy
satisfecha —observé—. ¿Cómo te fue anoche?
—Marti la
intuitiva… —entonó—. Mejor de lo que esperaba.
—¡No me
digas que papito acertó! —articulé con aspaviento.
—Bueno, al
menos no lo boché de entrada —aclaró.
—¡Contanos!
—pedí.
—Se llama
Román, tiene cuarenta y cinco años y una galería de arte, recorrió mi museo con
semblante hermético y declaró que tal vez se podrían exponer cuatro de mis
creaciones.
—¡Ah…! —dije
con cara de sabihonda.
India
inclinó la cabeza y me dirigió una mirada socarrona: —También vos llamaste así
mi atención cuando nos conocimos, ¿te acordás Marti?
Largué una
carcajada rememorando mi desconcierto ante las extrañas creaciones de mi amiga:
—Ahí te empezó a interesar —deduje.
—Después de
que aceptó mi desafío de una crítica descarnada —asintió.
—¿Y qué te
dijo? —preguntó Sami.
—Es todo un
experto. Me señaló las imperfecciones que empobrecían mis trabajos —hizo un
mohín teatral—, claro que tratando de no herir mi susceptibilidad. Fue…
compasivo, digamos. Y aprendí más de su opinión que de las lecciones de mi
profesor.
—¡Ah…! —dije
esta vez encantada—. Intuyo el comienzo de un gran intercambio… ¡de arte! —me
apresuré a completar ante la mueca torcida de India.
Samanta no
se intimidó: —Vamos, India, ¿quedaron en algo? —preguntó sugerente.
—Esta noche
saldremos a cenar —confesó al fin.
Me contuve.
¿Sería éste el comienzo de una relación fructífera para mi amiga? Bajo su
apariencia de mujer liberada ocultaba las ansias de un vínculo sincero y
amoroso. Tal vez se había acercado a compañías inadecuadas... Este hombre tenía
algo a su favor: la había impactado.
—Me encontré
con Noel —la declaración de India detuvo mi reflexión.
—¿Ah… sí?
—volví a mis monosílabos.
—¿No te
interesa saber qué dijo? —deslizó enigmática.
Me encogí de
hombros: —Si te apetece contarlo…
—Estaba un
poco asombrado de que no te hubieras comunicado con él, aunque en su entusiasmo
por Guillermo justifica todo: “¿Quién podría pensar en otra cosa estando en
compañía de un pionero de la ciencia?” Sic
—precisó sus palabras.
—Bueno, me
ahorra una llamada —dije con indiferencia.
No me pasó
desapercibido el gesto de Samanta al escuchar la charla. Seguro que pronto se
vendría un interrogatorio. La confidencia de India no me había provocado
ninguna inquietud. ¿Cuándo se habría originado esa sensación de desprendimiento
afectivo con Noel? Pensé que llevaba tiempo, momentos no compartidos, ese rasgo
de egoísmo adonde yo quedaba postergada por sus intereses, esa resignación mía
incomprensible, como si Noel fuera la única oportunidad de mi vida. ¡Pues no!,
me dije. Tengo mucho que ofrecer y recibir; eso quiero.
—¡Chau,
Marti, hasta mañana! —saludó India, terminado su diálogo con Sami, tirándome un
beso con la mano.
—¡Chau,
amiga! Que sea una noche promisoria… —murmuré guiñándole un ojo.
No me impugnó.
Se largó a reír y desapareció de la pantalla.
4 comentarios:
Me encanta gracias
Gracias a tí por comentar. Un abrazo.
Esperando su proximo capitulo me encanta leer sus novelas Gracias
Gracias por el comentario. Pronto va el siguiente. Abrazo.
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