viernes, 4 de abril de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XII



—¡Qué vas a entender vos que pertenecés a una elite! —estallé enojada por su condescendencia.
—¡Un momento, niña! —Articuló con firmeza pero sin levantar la voz—. Tus apreciaciones con respecto a mis convicciones son peregrinas. Ya me acusaste de abusar de mis empleados y ahora de justificar el vandalismo de los conquistadores. Ni lo uno ni lo otro conforman mi filosofía de vida. La elite a la que pertenezco, según tus palabras, está integrada por personas que evolucionaron a través del estudio y la investigación. Y para tu tranquilidad, te diré que tengo una fundación que beca anualmente a cincuenta alumnos para que sostengan una carrera.
—No serán los de las escuelas marginales —farfullé.
Me tomó de un brazo y no me soltó a pesar de mi mirada colérica.
—¡Cielos, Martina! ¿A qué viene tu menosprecio? —demandó con dureza.
Sea porque me sorprendió su tono, sea porque caí en la cuenta de que le reprochaba el status que yo perseguía y no logré alcanzar, se me licuó la vergüenza en lágrimas. Sin vacilar, me refugió entre sus brazos.
—¡Marti, Marti…! —rogó compungido—. ¡Perdoname, querida, no quise ser brusco! ¡Por favor, no llores, tenés razón, soy un sátrapa!
Esta declaración disolvió mi congoja. No me separé de inmediato, tan consolador era el amparo de su abrazo. Yací un poco más apoyada contra su pecho hasta que la voz de Sami nos hizo reaccionar.
—¿Qué paso? —miró con alarma el rostro conmovido de su hermano y el mío lloroso.
—Nada —contestó Guillermo—. Martina se apenó al recordar el genocidio de los aborígenes. El centenario algarrobo se lo actualizó. ¿Conseguiste el mapa? —le preguntó para apartarla de ulteriores indagaciones.
—Sí, aquí está —le tendió una guía y un mapa con gesto perplejo.
—Perfecto —asintió Guille—. Con esto, chicas, las pasearé por todo Merlo —presumió—. Y ahora vayamos por el vermouth.
Samanta me tomó del brazo: —¿estás bien, Marti?
—Sí, ya se me pasó —la tranquilicé—. ¡Corramos que Guille nos lleva media cuadra de ventaja! —la exhorté.
Volvimos a la plaza y nos ubicamos en una confitería al aire libre. Guillermo, previa consulta, encargó una picada sumamente variada y cerveza, por decisión unánime. En tanto Sami se comunicaba con Darren, me reiteró: —No debí reaccionar de esa manera, Martina. No me perdono haberte herido.
Miré su rostro velado por la inquietud y lo rocé con la yema de los dedos. Sentí que se estremecía y tomó mi mano para llevársela a los labios: —Perdoname vos —murmuré—. Tuve una reacción desmedida como si fueras responsable de las calamidades del mundo. Yo también formo parte de los indiferentes y ni siquiera tengo una Fundación —concluí rescatando mi mano del beso perturbador.
—Oh, nena… —articuló con la misma dulzura con que el dorso de su mano acarició mi mejilla.
—¡Listo! —Exclamó Sami cerrando el teléfono—. Ni siquiera viene a cenar —hizo una mueca—. Tiene un asado con los operarios para festejar el término en tiempo de la primera etapa. Te vas a tener que ocupar de nosotras —le dijo a su hermano.
—Con placer —le contestó—. Ahora dedicate a comer y a pensar en algún lugar que podamos conocer esta noche.
Volvimos a la casa alrededor de la una de la tarde. Guille nos comunicó con India que ya nos esperaba desde el mediodía y se había entretenido enviando mensajitos y caritas. La ví sonriente y como relajada.
—¡Hola chicas! —Principió y largó una risa— y chico —lo incluyó a Guillermo.
Él la saludó con un gesto risueño y se retiró.
—Voy a ir recorriendo el depósito —dijo India moviéndose—. Ustedes me dirán dónde quieren que me detenga.
Caminó despacio entre las bases que soportaban sus creaciones hasta llegar a las de madera. Allí le pedimos que parara y enfocara cada una en detalle.
—¡Me gusta ésta! —expresó Samanta frente a la góndola curvada—. ¿Cuál es su precio?
—Según mi mentor, cincuenta mil. Según yo, te la vendería en veinte mil si te parece adecuado. O en lo que estés dispuesta a pagar, por ser amiga de Marti y por trascender hasta Canadá —declaró esto último con formalidad.
—Estoy segura de que vale los cincuenta mil —afirmó Sami— aunque yo no pueda pagarlos ahora, así que me valdré de la amistad de Marti y te ofreceré treinta mil y lo ubicaré en el lugar más visible de mi sala. ¿Cerramos el trato? —le preguntó con expresión ilusionada.
—¡Seguro, Samanta! Sos mi primer comprador válido —rió India.
—Te ves muy satisfecha —observé—. ¿Cómo te fue anoche?
—Marti la intuitiva… —entonó—. Mejor de lo que esperaba.
—¡No me digas que papito acertó! —articulé con aspaviento.
—Bueno, al menos no lo boché de entrada —aclaró.
—¡Contanos! —pedí.
—Se llama Román, tiene cuarenta y cinco años y una galería de arte, recorrió mi museo con semblante hermético y declaró que tal vez se podrían exponer cuatro de mis creaciones.
—¡Ah…! —dije con cara de sabihonda.
India inclinó la cabeza y me dirigió una mirada socarrona: —También vos llamaste así mi atención cuando nos conocimos, ¿te acordás Marti?
Largué una carcajada rememorando mi desconcierto ante las extrañas creaciones de mi amiga: —Ahí te empezó a interesar —deduje.
—Después de que aceptó mi desafío de una crítica descarnada —asintió.
—¿Y qué te dijo? —preguntó Sami.
—Es todo un experto. Me señaló las imperfecciones que empobrecían mis trabajos —hizo un mohín teatral—, claro que tratando de no herir mi susceptibilidad. Fue… compasivo, digamos. Y aprendí más de su opinión que de las lecciones de mi profesor.
—¡Ah…! —dije esta vez encantada—. Intuyo el comienzo de un gran intercambio… ¡de arte! —me apresuré a completar ante la mueca torcida de India.
Samanta no se intimidó: —Vamos, India, ¿quedaron en algo? —preguntó sugerente.
—Esta noche saldremos a cenar —confesó al fin.
Me contuve. ¿Sería éste el comienzo de una relación fructífera para mi amiga? Bajo su apariencia de mujer liberada ocultaba las ansias de un vínculo sincero y amoroso. Tal vez se había acercado a compañías inadecuadas... Este hombre tenía algo a su favor: la había impactado.
—Me encontré con Noel —la declaración de India detuvo mi reflexión.
—¿Ah… sí? —volví a mis monosílabos.
—¿No te interesa saber qué dijo? —deslizó enigmática.
Me encogí de hombros: —Si te apetece contarlo…
—Estaba un poco asombrado de que no te hubieras comunicado con él, aunque en su entusiasmo por Guillermo justifica todo: “¿Quién podría pensar en otra cosa estando en compañía de un pionero de la ciencia?” Sic —precisó sus palabras.
—Bueno, me ahorra una llamada —dije con indiferencia.
No me pasó desapercibido el gesto de Samanta al escuchar la charla. Seguro que pronto se vendría un interrogatorio. La confidencia de India no me había provocado ninguna inquietud. ¿Cuándo se habría originado esa sensación de desprendimiento afectivo con Noel? Pensé que llevaba tiempo, momentos no compartidos, ese rasgo de egoísmo adonde yo quedaba postergada por sus intereses, esa resignación mía incomprensible, como si Noel fuera la única oportunidad de mi vida. ¡Pues no!, me dije. Tengo mucho que ofrecer y recibir; eso quiero.
—¡Chau, Marti, hasta mañana! —saludó India, terminado su diálogo con Sami, tirándome un beso con la mano.
—¡Chau, amiga! Que sea una noche promisoria… —murmuré guiñándole un ojo.
No me impugnó. Se largó a reír y desapareció de la pantalla.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta gracias

Carmen dijo...

Gracias a tí por comentar. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Esperando su proximo capitulo me encanta leer sus novelas Gracias

Carmen dijo...

Gracias por el comentario. Pronto va el siguiente. Abrazo.