Los varones resplandecieron con la llegada de Sofía. No era común que en la cocina, reservada para las comidas íntimas, participara una bella mujer. Algunas veces los visitaban Alejandra y Esteban, pero la hermana de Julián no suscitaba la fascinación de lo desconocido. René se había resignado a la ausencia de Celina y desplegó su simpatía con la compañera de la muchacha que le había sorbido el seso. Rayén apareció con una bandeja de tentadoras empanadas que fue ofreciendo a los comensales. Su patrón le agradeció con afecto y ella le sonrió con evidente devoción. Andresito y don Arturo advertían que René se desprendía de la corteza del escepticismo para exhibir la creciente piel de la esperanza. El anciano reparó en que las uniones de su familia se originaron en enamoramientos a primera vista. Su madre mapuche con un huinka1; él con su difunta Claudia; su hijo Antonio con Luján; René con Diana; Sergio con Camila. Amores peleados y únicos, salvo el de su nieto, quien ahora padecía los síntomas de la pasión. Su enajenamiento era un secreto a viva voz que él no se molestaba en disimular ni los observadores a comentar. Julián dedicaba toda la atención a su ex huésped. La conversación se hizo amena mientras disfrutaban los variados platos que Rayén había preparado en honor a la homenajeada. Su nieto Nahuel, uno de los niños mayores, le había contado la perseverancia de Celina para proteger a todos los infortunados, y ella quiso agradecerle a través de su destreza culinaria. El trehuill2 que había criado se veía feliz. Para Rayén era un hijo más que siempre le demostraba cariño y respeto. Si su abuelo era un hombre recto y justo, René le agregaba el encanto del sentimiento manifiesto. No era como los otros estancieros que menospreciaban a los nativos cuyas tierras poseían. Don Arturo transmitió a sus descendientes las enseñanzas del pueblo de su madre y promovió la convivencia entre las distintas culturas. Asignó puestos de trabajo en función de la idoneidad e impulsó la educación de los aborígenes en pos de una competencia leal. Actualmente más del cincuenta por ciento de sus colaboradores tenía ascendencia mapuche y muchos eran puros, como Jeremías, que había renunciado a tener su propia familia para velar por la del hombre que lo había amparado. Después de la cena se disponían a pasar al salón de fumar, cuando el ruido de un motor se oyó a la distancia. René observó desde los ventanales hasta divisar un auto que se aproximaba. Salió seguido de Andrés y esperó hasta que el coche estacionara para abrir la puerta del conductor. Bajó una mujer que se apresuró a abrazar a Andrés y luego a su abuelo, con quienes charló un rato antes de dirigirse hacia el interior. Don Arturo se levantó y la recibió con desapego, anunciando a continuación su retirada. Julián fue más efusivo e intercambiaron preguntas sobre sus respectivas familias. Sofía la observaba desde su asiento con atención, en especial por haber saludado a René con un beso en la boca. Era una mujer madura, atrayente, vestida y maquillada con estilo. El estanciero se la presentó como Diana. Les pidió que lo siguieran al salón, donde una vez ubicados en cómodos sillones, volvió Rayén con una bandeja de dulces. Saludó a Diana formalmente al tiempo que René le daba las gracias y le decía que él se ocuparía de servir las bebidas. La recién llegada dijo que apenas se había enterado del accidente quiso venir en avión, pero que el aeropuerto no operaba a causa de la lluvia. Como estaba ansiosa por ver a su nieto personalmente, decidió hacer el viaje en auto, a pesar de que su marido le pidió que esperara al día siguiente para acompañarla. Walter vendría después de dar su conferencia en
2 (mapuche) cachorro
1 comentario:
gracias, cada vez se pone mas interesante y hace que e envuelva en el relato.
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