sábado, 17 de mayo de 2008

POR SIEMPRE - XII

Sofía esperaba con ansias el regreso de su amiga. Miró el reloj pulsera ratificando que ya eran pasadas las trece. Hacía horas que aguardaba la vuelta de Celina, única tregua para su mente calenturienta. Tenía que confiarle la revelación de la noche pasada aunque debiera soportar que la recriminara por reservarse el sueño. Después de luchar contra el insomnio, se había quedado dormida como una piedra, tan insensible que no la escuchó levantarse ni salir. Cuando despertó a las nueve y bajó a la cocina, Rayén le preparó el desayuno y le informó que Celina se había ido con René. ¡Dichosa ella que podía ilusionarse con su hombre! En cambio, Sergio le estaba completamente prohibido. Debería irse del pueblo cuanto antes, pero no quería estorbar la posibilidad de su amiga. Escuchó el galope de caballos y vio que René y Celina sofrenaban sus monturas a la entrada de la caballeriza. René desmontó y estiró los brazos para recibir a la joven. A la distancia, a Sofía le pareció que él la sostenía unos instantes de los hombros. Hablaron algo y Celina asintió con la cabeza. Mientras se dirigían hacia la casa un muchacho se ocupó de los animales. Sofía les salió al encuentro recibiendo el saludo de René y un efusivo abrazo de su amiga.

-Vamos arriba -le susurró Celina.

-Tenés que llamar a tu mamá que ya habló tres veces -dijo Sofía rápidamente. Antes que su amiga pudiera contestar, prosiguió:- en el dormitorio hay un teléfono. Hablale ahora que se muere de impaciencia.

René le preguntó a Celina:

-¿Seguro que estás bien?

-Sí. Llamo a mi madre y bajo.

Él la miró dudoso pero asintió. Las amigas entraron a la casa y subieron al cuarto sin cruzarse con nadie, evento que ninguna deseaba. Clausuraron la puerta tras de sí y se sentaron enfrentadas en el borde de las camas. Sofía habló primero:

-Lo de tu mamá era verdad. Llamala ahora para no tener que interrumpirnos.

Celina se estiró sobre la cama y acercó el teléfono. Cuando su madre atendió estuvo un buen rato convenciéndola de que todo estaba bien y le prometió llamarla con frecuencia. Colgó con un suspiro de alivio. Volvió a carearse con su amiga:

-No sé quién va a empezar, pero sospecho que tenemos cosas que decirnos -afirmó con certidumbre.

-Primero vos, que llegaste tan acelerada -concedió Sofía.

-Bueno. Supongo que después de tanto dormir, me despabilé espontáneamente. Era tan temprano que no quise despertarte, y cuando estaba por bajar, apareció Rayén para llevarme a desayunar -hizo una pausa.- En la cocina ya estaban René y don Arturo. Charlamos, comimos, conocí a Diana, creí que era la mujer actual de René y esta creencia me deprimió tanto que tomé conciencia de cuánto me importa este hombre -le confesó sin ambages.

Sofía, que seguía el relato con interés, sorprendió un destello de indefensión en la mirada de Celina y la abrazó con franqueza. Su amiga se abandonó a la caricia por un momento y luego se separó con una sonrisa de reconocimiento. Retomó la palabra:

-Camino a la caballeriza, conocí a su perro, me enteré de que hace treinta años está divorciado y pude elegir un hermoso alazán para montar. Lo acompañé hasta las inmediaciones de la casa de Jeremías y allí nos separamos con la consigna de que pasaría a buscarme para almorzar. Te digo que me daba un poco de apuro visitar al capataz tan temprano, pero se ve que es madrugador porque estaba en la entrada de su casa como esperando.

-¿Jeremías vive en el pueblo? -preguntó Sofía.

-No. En medio del campo. En una casa de aspecto tan sólido como él. Me invitó a pasar y tomamos unos mates. Hablamos del lugar y sus bellezas naturales, de las tierras que pertenecieron a su raza y de la infamia de los hombres blancos –rectificó.- En realidad, este tema lo saqué yo, porque quería averiguar que opinaba de René.

-¿Y qué sacaste en limpio? -terció su amiga.

-Que le tiene una fidelidad incondicional. Más que a don Arturo, a quien confesó que le debe la vida.

-¡Intimaron en muy poco tiempo, por lo que veo! -dijo Sofía, admirada.

-Demasiado poco para comprenderlo. La charla se fue enrareciendo a medida que él articulaba el presente con el pasado y acentuaba el uso de términos aborígenes. Algunos parecían halagüeños, otros, un poco siniestros. -Quedó pensativa.- Es lo que a mí me pareció, porque no llegó a traducirme ninguno.

-¿Qué te contó?

-Dijo que la bisabuela de René había conspirado contra su raza para huir con un hombre blanco que ambicionaba las tierras de su padre. Que ayudó a falsificar documentos con los que expulsaron a los mapuches que no quisieron quedarse a trabajar para el huinka. Que la madre de la bisabuela era una poderosa hechicera y la maldijo para que no hubiera mujeres en su descendencia hasta que la tierra fuera devuelta a sus legítimos dueños… –tomó aliento.

-¿Y…?

-Jeremías tenía tres años al producirse la migración. Su familia deambuló junto a la del cacique durante seis años hasta que los mayores fueron diezmados por el hambre y las penurias. Después de enterrarlos, supo que la única oportunidad de vivir estaba en el regreso. Cuando llegó a la estancia, débil y enfermo, fue atacado por los perros que lo hubieran devorado a no ser por la intervención de don Arturo que entonces tenía seis años. Espantó a los animales a los gritos hasta que se acercó su padre y rescató al niño mapuche herido pero con vida.

-¡Que increíble! Pensar que después de llegar al lugar que consideraba su salvación hubiese podido morir de forma tan terrible… -dijo Sofía estremecida.

-Sí… Cuando se recuperó, el hijo del usurpador intercedió para que se quedara en la casa y desde entonces, por agradecimiento, es su constante compañía.

-¿Te intranquilizó en algún momento? -le preguntó Sofía.

-Sí. Cuando me dijo que estaba escrito que René debería expiar su amor por mí. ¿Es tan obvio lo que siento? -exclamó consternada.

Su amiga levantó las cejas sin contestar. Celina no pidió explicaciones y avanzó:

-Lo miré sorprendida y me dijo que una machi que debía su vida a René habría intercedido por él si se unía a una mujer mapuche con cuyos descendientes quedaría la condena saldada. Pero que él no aceptaría ninguna imposición que lo separara de la mujer que amaba y que se sometería con alegría a su sino a cambio de un momento de eternidad. Le pregunté a qué se refería con un momento de eternidad, y sólo me respondió “ámelo, hue malén, y comprenderá” -se detuvo, buscando una respuesta en los ojos de su amiga que le devolvieron la misma incertidumbre.

Sofía hubiera querido aliviarla, pero sus recursos humorísticos se habían agotado en el largo desvelo. La invitó a seguir con un gesto.

-A partir de aquí sucedieron cosas que no vas a creer fácilmente. Me sobresaltó el relincho asustado de Amigo, el caballo que había dejado pastando, y me levanté al instante para ver qué le pasaba.

-¿Qué le pasó? -Sofía no pudo reprimir la pregunta.

-Jeremías me advirtió que no fuera, pero ¿cómo iba a desoír ese grito? Corrí hacia el bosquecillo que estaba a la derecha de la casa, desde donde estaba segura que provenía el relincho mientras Jeremías seguía gritando que me volviera.

-¿Y no te asustó la insistencia del hombre? -recalcó inquieta su amiga.

-Algo me decía que el animal estaba en peligro. Me armé con una rama que encontré en el camino y seguí internándome entre los árboles. Otro bufido me guió hasta que me encontré con una mujer en un espacio libre de vegetación -dijo esto de un tirón y aspiró para cargar sus pulmones.

-¿Una mujer ahí…? ¿Cómo era? ¿Qué estaba haciendo? -Sofía estaba trastornada.

-Era como de sesenta años y vestía como una india -vaciló un momento como si quisiera recordar el orden de las preguntas- La mujer comenzó a hablar en su lengua con un ritmo que crecía con la misma velocidad que la violencia de su mirada…

Sofía la interrumpió con las pupilas dilatadas:

-¿Estás hablando de una bruja…?

Celina se encogió de hombros:

-Sentí que algo malo iba a pasar. Escuché que alguien se abría paso entre el follaje y pensé en Amigo. El alivio me duró poco porque apareció un inmenso puma, o tigre liso, o fiera parecida. Te juro que ensoñé con mi muerte entre las fauces de una bestia invocada por una hechicera arrepentida.

-¿Vos también soñaste? -prorrumpió Sofía asombrada por la coincidencia.

La mirada desorientada de su amiga evidenció su intervención inoportuna:

-¿Cómo vas a soñar que te morís tan trágicamente? -la provocó.

-¿Qué importa la forma si estaba desconsolada por no haber experimentado el significado del amor…? -evocó Celina con pena- ¡Tenía miedo! Pero los otros sentimientos eran tan fuertes… -ocultó el rostro entre las manos.

Sofía la miró comprensiva y le acarició la cabeza. Cuando la vio más tranquila, le dijo con humor recuperado:

-Colijo que el puma no te comió porque estás en un solo pedazo, hermana. ¡Ansío que me cuentes el final! -agitó los brazos con la urgencia de una nena caprichosa.

El exabrupto de su amiga le devolvió a Celina la percepción de la realidad. ¿En qué mundo mágico la habían incrustado? Continuó:

-Allí estaba yo, entregada y llorando como una Magdalena, cuando el animal se aprestó a saltar. Me imagino la imagen que presenció René cuando apareció como un paladín para rescatarme.

-¡Ay, como en las películas! -se deleitó Sofía enlazando los dedos bajo la barbilla.

-Una protagonista llorosa, paralizada y empuñando una rama grotesca… -dijo Celina con sorna- debe quererme demasiado para desmontar interponiendo su cuerpo entre el tigre y yo. Quedé pegada a su espalda y lo que sigue es relleno de mi imaginación.

-¿No me querés contar la verdad? -se afligió Sofía.

-¡No, taradita! Te dije que estaba detrás de él y me tapaba la visual. Pareció que el animal y el hombre midieron su poderío hasta que la bestia inclinó la testuz y se retiró como un gatito.

-¡Es increíble, Cel! ¿Y la bruja?

-A eso iba -aprobó Celina- la mujer lanzó un grito de desaliento y pareció suplicar en su idioma cosas que René negaba con el gesto y las palabras. Todo terminó cuando él se acercó y la tomó de las manos. Lo que le dijo le arrancó lágrimas y, como el tigre, desapareció entre los árboles.

-¿Qué habrá dicho ella? ¿Acaso era una amante frustrada? No, era muy vieja. ¿Era la madre de una amante indígena? ¿Era…? -el gesto de Celina detuvo las sospechas disparatadas de Sofía. Con gesto grandilocuente, resumió:

-René se volvió y me tomó entre sus brazos y no pasó nada más porque apareció Jeremías.

-¡Qué oportuno! -se enojó Sofía- Se presenta cuando termina la acción.

-Y colorín, colorado, este cuento ha terminado -concluyó Celina, ya recobrada la calma.

-Por eso te preguntó como estabas y no te quería dejar... Me parece que no confía demasiado en mi protección -rió su amiga.

-Contame lo tuyo antes de que aparezca Rayén -le dijo Celina.

-Yo también encontré al hombre de mis sueños. Literalmente -aclaró Sofía para impresionarla. Como su compañera la seguía mirando sin extrañeza, subrayó- dije al hombre de mis sueños. ¡Que aparece siempre en mis sueños nocturnos! Desde que recuerde. Y sí, nunca te lo comenté para no lidiar con tu escepticismo.

-¿Tenés sueños recurrentes? -ya nada le parecía extraño.

-Sí, con un hombre que nunca había visto. Hasta anoche, en la casa de René -la miró con una seriedad ajena a su carácter alegre.

Celina presintió problemas. Y se materializaron cuando Sofía contestó a su pregunta:

-¿Quién es?

-Sergio, el hijo de René.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

lo acabas de publicar y ya lo lei, en verdad haces que este todos los fines de semana al pdte. si hay la continuacion de la novela.
gracias

Carmen dijo...

Gracias, Maricela. Trataré de publicar un capítulo cada fin de semana. Un abrazo.

Anónimo dijo...

HOLA CARMEN

ESPERO TE ENCUENTRES MUY BIEN
EXCELENTE CAPITULO YA QUIERO LEER EL OTRO
SALUDOS Y AQUI STAMOS AL PNDIENTE DEL NUEVO CAPITULO
SALUDOS

ATTE:BLANCA COVARRUBIAS