miércoles, 10 de marzo de 2010

LA HERENCIA - I

Introducción: a quienes han tenido la deferencia de leerme y la paciencia de esperar los siguientes capítulos de "Las cartas de Sara", les comunico que mientras intento reconstruir la historia lamentablemente perdida en el robo de mi notebook, escribí otra novela que subiré por capítulos sin olvidarme que les debo la continuación de la otra. Sepan perdonar este transitorio bloqueo y espero que disfruten de "La herencia". Un fuerte abrazo de
Carmen.


© 2010 - I

El despertador sonó a las siete. Mariana abrió los ojos lentamente, adaptándose a la realidad impuesta por la vigilia. Su optimismo natural se desvanecía junto a las expectativas de conseguir un nuevo empleo. Cuatro meses de búsqueda infructuosa mermaron la indemnización que acrecentaba el fondo de desempleo. ¿Se vería en la desagradable situación de ponerla al corriente a su madre? Se sentó al borde de la cama y se dijo que postergaría la charla hasta mañana. Tal vez hoy conseguiría el trabajo que se le negaba con porfía. Desde la muerte del padre la joven se había hecho cargo del gerenciamiento de la familia. Físicamente era una indudable mixtura de sus progenitores, pero el carácter fuerte y obstinado lo debía, palmariamente, al varón. La impensada desaparición retrasó el período de luto normal. Abandonó la mayor parte de sus actividades rebelándose contra el aciago destino. De esta voluntaria reclusión fue rescatada por la mamá, quien hizo alarde de una determinación infrecuente en la relación marital. Mariana acarició con la mirada el retrato que perpetuaba el vigoroso atractivo del padre. Ella le había tomado la foto en el último cumpleaños. Suspiró y se dirigió al baño para ducharse. Eligió un traje sobrio pero elegante porque siempre salía alistada para cualquier entrevista. Abrió la puerta sigilosamente y se dirigió al barcito de la vuelta. Allí desayunaba todas las mañanas mientras leía los avisos clasificados. Don Luis, el dueño, le reservaba el periódico puntualmente. El cielo estaba tan plomizo como su confianza pero se colgó una sonrisa animosa apenas ingresó al local.

-¡Buen día! -saludó en tanto se ubicaba en una mesa al lado de la ventana.

-¡Buen día! -contestó don Luis acercándole el diario- ¿Lo de siempre?

-Sí, gracias -respondió.

Luis observó a la joven cuya carita se iba ensombreciendo a medida que recorría con la vista el matutino. La conocía desde niña y sabía que hacía varios meses estaba sin ocupación. Admiraba el tesón con el que concurría de lunes a sábado a leer las escasas ofertas de trabajo. Secretamente, la consideraba como a una hija porque siempre había estado enamorado de la madre de Mariana. Pero los sentimientos no se contagian, pensó con un suspiro. Emilia se prendó tempranamente de un viajante con el que se casó tras un corto noviazgo. Debía reconocer que tuvieron un feliz matrimonio hasta que un accidente tronchó la vida del marido. A un año del suceso, Mariana perdió el trabajo. En las multinacionales los duelos deben ser breves y no afectar la capacidad de concentración del empleado. Debieron mudarse a un departamento más pequeño, a veinte cuadras del que habitaron en vida del padre. La dueña les había doblado el alquiler al momento de renovar el contrato. Todas contrariedades, le había confiado Emilia mientras bebían un café. Luis se había horrorizado de su insana alegría ante la desgracia de la mujer, que la acercaba nuevamente al barrio de la infancia. Se justificó pensando que en la vida los acontecimientos no eran fortuitos y que él sólo era culpable de seguirla amando. Por el momento, se conformaba con que ella aceptara su invitación a tomar un café cada tanto y lo considerara un amigo confiable. Decidió adelantar la propuesta de trabajo que había resuelto hacerle a Mariana aunque no necesitara una cajera en el negocio. Conociéndolas, era la única forma de colaboración económica que aceptarían madre e hija. Se acercó a la mesa con la bandeja que contenía un pocillo extra y se sentó frente a la muchacha que apartó el diario con presteza.

-¿Me va a hacer el honor de acompañarme? -le preguntó con una sonrisa cariñosa.

-Las madrugadoras gozan de ese privilegio -contestó devolviendo el gesto afable.- Además, no hay clientes que reclamen mis servicios. ¿Hay algún aviso aprovechable en este pasquín?

Mariana se encogió de hombros.

-No abundan. Saqué una dirección para enviar la currícula. ¿Quiere que le diga algo, don Luis? Estoy perdiendo la esperanza.

-¡Ah, no, mi’ja! Eso es lo último que se pierde. Precisamente...

El ruido de la puerta al abrirse lo interrumpió. Emilia y un hombre vestido de traje oscuro y maletín de ejecutivo ingresaron al local. La madre miró alrededor hasta divisar a Mariana. A Luis se le disparó el corazón mientras la mujer, seguida por el desconocido, caminaba hacia la mesa.

-¿Qué pasa, mamá? -dijo Mariana alarmada, levantándose de la silla.

-¡Hola, Luis! -saludó Emilia camino hacia su hija.- No te asustes que no pasa nada grave -aseguró para tranquilizarla.- Pero la noticia que trae el doctor debemos escucharla entre las dos.

-¿Estás enferma? -pronunció la hija, más alarmada todavía.

Emilia rió sonoramente ante las expresiones de Luis y Mariana.

-¡El doctor es abogado! -dijo riendo aún.- Y nos trae una buena noticia… Creo. - dirigió la mirada interrogante hacia el desconocido.

-Permítanme presentarme –intervino el individuo,- soy el doctor Alejandro Goyeneche, abogado y albacea de la señora Victoria Stéfano. –Extendió la mano que maquinalmente estrecharon Mariana y Luis.

Después de esta introducción, el barman les pidió que se acomodaran en la mesa en tanto les alcanzaba un café. El letrado prosiguió:

-Hace tres meses que estoy tras el paradero de Edmundo Stéfano, heredero legal de los bienes de su única hermana. Impuesto del fallecimiento, comencé la búsqueda de sus sucesores. -Mirando a Mariana:- En la empresa donde trabajó me facilitaron su antiguo domicilio, aunque la propietaria negó conocer su nueva residencia. Pero gracias a mi eficiente secretaria -el rostro se le ablandó reconociendo el mérito- que pensó que tendría el domicilio actualizado para cobrar el fondo de desempleo... ¡la ubicamos en el listado de Internet! -terminó triunfalmente.

Mariana hizo un esfuerzo por recordar los rasgos de una tía a quien había visto dos veces en vida de su padre. Sabía que los hermanos se habían distanciado, pero los motivos los guardó él hasta la tumba. Su voz no sonó muy entusiasta cuando descargó la pregunta:

-¿Y qué es lo que heredamos?

Goyeneche abrió el portafolio y extrajo una carpeta que dejó delante de Mariana.

-Aquí está el detalle de los bienes de la señora Victoria. Léanlo con tranquilidad y luego pónganse en contacto conmigo. Deberán comparecer ambas -terminó, entregándole una tarjeta y levantándose a continuación.- Que pasen ustedes buen día -les tendió la mano y salió hacia la tormenta ya declarada.

2 comentarios:

Liliana Savoia dijo...

Querida amiga, qué feliz me hace leerte, No sabía que tenía el blog, seguiré los capítulo posteriores porque me ha intrigado muchísimo.Muy bien narrada.
Te quiere mucho
LILI

Carmen dijo...

Querida Lili: no más feliz que yo por tenerte aquí y saber que te ha gustado la historia. Un beso.