domingo, 21 de marzo de 2010

LA HERENCIA - III

El estudio de Goyeneche estaba ubicado en el quinto piso de un edificio antiguo y suntuoso. El amplio recibidor, iluminado con una pobreza que no condecía con su categoría, estaba absolutamente desierto. Después de observar a su alrededor, divisaron la puerta enrejada de un ascensor. El indicador luminoso revelaba que estaba en el sexto piso. Bajó con un chirrido de material oxidado hasta detenerse en la planta baja con un golpe seco. Mariana y su madre se miraron dudosas antes de entrar a la cabina. La joven apretó el botón del quinto piso con una sensación de inquietud que concordó con el comentario de Emilia:

-Espero que no quedemos atrapadas en esta antigüedad.

Mariana no repuso. La sola idea le producía escalofríos. ¿Quién las rescataría en ese edificio deshabitado? Después se preguntó el por qué de esa idea. Si era un inmueble de oficinas, a esa hora debían estar varias ocupadas. Abrió la reja con alivio cuando la máquina se detuvo temblorosamente. Después buscaron la oficina “F” como rezaba en la tarjeta. El pasillo estaba tan mal iluminado como el ingreso, y las puertas de madera maciza ocultaban la actividad de cualquier organización. Ubicaron el estudio al final del corredor. Después de cerciorarse de que no había llamador ni timbre a la vista, Mariana castigó sus nudillos contra la puerta. Como si las hubieran estado esperando, se abrió inmediatamente. La figura de una mujer robusta se recortó al contraluz de la profusa iluminación de la oficina. De su boca confundida con las tinieblas del pasillo surgió una pregunta:

-¿A quién buscan?

-Al doctor Goyeneche -respondió Mariana.

-¿Quiénes lo buscan? -la pregunta sonó brusca.

-La señora Emilia de Stéfano y su hija -se adelantó la madre con cierta altivez.

Desde el interior del recinto sonó una voz que se fue acercando con su dueño:

-¡Andrea! ¡Son las clientas que buscamos durante varios meses! -el abogado se materializó detrás de la mujer.- ¡Pasen, por favor! Me alegro que hayan concurrido hoy mismo. La celeridad para tomar decisiones es indicio de inteligencia -expresó con una sonrisa mientras estrechaba la mano de las herederas.

Accedieron a una antesala adonde estaba ubicado el pupitre de la secretaria coronado por una vieja máquina de escribir y un antiguo teléfono a disco. Mariana, hija de la tecnología cibernética, ocultó una sonrisa divertida. Goyeneche las precedió para franquearles el ingreso a su despacho privado. El amplio escritorio labrado estaba cubierto de fascículos y carpetas. Las paredes, forradas de estantes con libros encuadernados. El letrado les indicó que tomaran asiento antes de ubicarse en el amplio sillón detrás de su mesa de trabajo. Se calzó los anteojos, revisó una pila de legajos hasta rescatar el expediente etiquetado como “Sucesión de Victoria Stéfano”, separó varios formularios y se dirigió a las mujeres:

-El trámite comenzará ni bien hayan firmado estos papeles. Les dejaré una copia de los bienes inventariados para que los verifiquen in situ y posteriormente firmen el original prestando conformidad. Nada puede ser vendido hasta el fin de la sucesión. Después de deducir los gastos notariales, las cuentas serán puestas a nombre de las dos. Quedarán netos... -hizo algunas cuentas en un papel y afirmó:- cuatrocientos dieciocho mil y chirolas -levantó la mirada- ¿les parece bien?

Mariana y Emilia asintieron con un movimiento de cabeza como si estuvieran acostumbradas a los grandes negocios. El abogado puso delante de Emilia los formularios y le ofreció un bolígrafo:

-Léalo cuidadosamente antes de firmarlo, señora. Lo mismo le recomiendo a su hija -dijo mirando a Mariana.

-Prefiero que lo lea mi hija. Si ella lo aprueba, firmaré con gusto -contestó la mujer pasándole todo a la joven.

Mariana leyó hoja por hoja y al terminar puso su rúbrica. A continuación firmó la madre y devolvió los papeles al letrado quien, después de revisarlos, les tendió los originales y guardó las copias en la carpeta. Por último, abrió un cajón del escritorio y sacó un llavero y un sobre. A la muchacha se le aceleró el corazón.

-Éste es el único juego de llaves, así que ustedes deberán hacer las copias -dijo Goyeneche tendiéndoselas.- La más grande es la de la verja de entrada y la labrada la de la puerta de ingreso a la propiedad.

Mariana las encerró en su mano como si fueran un tesoro. El abogado abrió el sobre y sacó del interior otro más pequeño. Antes de entregárselo a la joven, aclaró:

-Aquí hay una tarjeta bancaria y la contraseña para retirar los fondos. Esta cuenta no está declarada en la sucesión porque la señora Victoria la reservaba para imprevistos. Hagan las extracciones por cajero automático y por lo que vayan necesitando. El saldo lo tendrán con el primer retiro. Esto es todo -finalizó, echándose sobre el respaldo del asiento.- Las mantendré informadas sobre la marcha del traspaso.

Las mujeres se levantaron a un tiempo y el letrado las imitó deteniéndose junto a la puerta abierta para despedirlas. Mientras apretaba su mano, Mariana le preguntó:

-¿La única oficina abierta es la suya?

-Hoy, sí -afirmó Goyeneche.- Es día de desinfección. -y ante el gesto desconcertado de la joven:- Pero yo vine porque intuí que ustedes no tardarían en presentarse... -rió inesperadamente coreado por su secretaria.

Madre e hija se miraron sorprendidas por la extemporánea demostración. Sonrieron hieráticamente y se internaron, sin comentarios, en la penumbra del corredor.

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