domingo, 20 de junio de 2010

LA HERENCIA - XXI

-¿Por qué no querés que venga Goliat?

-Porque lo acostumbré a no entrar en la casa. Imaginate a esta mole dentro de un comedor.

-¡Pero si te obedece!

-Lo comprobaremos. Acordamos que vos corrés con los riesgos…

-¡Sí! –afirmó Mariana con petulancia.

Goliat se adhirió a la pierna de Julián atestiguando la confianza de la joven. Ella, escoltada por los custodios, encendió las luces de la casa a medida que ingresaban a las dependencias. Las revisaron escrupulosamente. El hombre se detuvo por momentos a observar muebles, cuadros, tapices y adornos. Los atinados comentarios indicaban un amplio conocimiento de antigüedades. En la planta baja no había indicios de la entrada al ático. Subieron la escalera para recorrer la planta alta adonde Julián estaba seguro de encontrar el ingreso al desván. Le llamó la atención la postura alerta de Goliat, los músculos tensos y las orejas paradas. Inspeccionaron las habitaciones ocupadas y luego la de Victoria. Mariana se acercó a la mesa de luz y levantó el retrato de su padre.

-Éste es mi papá cuando todavía era soltero –dijo estirando la fotografía hacia Julián.

El hombre la observó con detenimiento. A su vez levantó la de Victoria.

-Y esta es tu tía, más joven que cuando la conocí –declaró, volviéndolos a su lugar.

Después recorrió el dormitorio minuciosamente palpando las paredes como había hecho en cada recinto. Estaba consternado porque, salvo el final del pasillo, no quedaban más espacios para explorar. Un sordo gruñido lo hizo volverse hacia el perro. Goliat estaba parado frente al retrato de una mujer de extraordinario parecido con Victoria y lo vigilaba como si fuera un enemigo. ¿Qué le pasa?, pensó.

-¡Goliat, aquí!

Mariana miró hacia el perro que obedeció con reticencia y dirigió la vista hacia el cuadro. Una sombra le enturbió los ojos y se sintió en medio de una escena ya vivida. Caminó hasta enfrentarlo bajo la vigilancia de Julián. Se veía tan entregada en la contemplación que al hombre le nació un deseo imperioso de tomarla entre sus brazos y besar esa boca levemente entreabierta a la espera del acto de amor definitivo. Pensó en cuán excelso sería tener ese bello cuerpo abandonado al suyo y dio un paso movido por el instinto. El gruñido de Goliat lo sobresaltó y retomó el control. La muchacha parecía estar escuchando algo con atención. Cuando caminó hacia él, mostraba la vivacidad de siempre.

-La puerta está detrás del ropero de mi habitación.

Julián la miró desconcertado.

-¿Cómo sabés?

-Lo habré visto en el inventario. Por algo decía yo que había un ático -expresó con soltura.

-Mariana. Hace más de una hora que recorremos la casa. Como no creo que tu fulminante descubrimiento tenga que ver con estar a solas conmigo, ¿no te llama la atención este conocimiento repentino? -El hombre, plantado ante ella, la obligaba a una respuesta.

La joven contuvo el fastidio. “Lo sé y basta”, pensó. No deseaba convertir cada hecho de la casa en un fantasma inquietante como los que acechaban a su madre desde que recibieron la herencia. Ella no se sentía amenazada y ningún hecho legitimaba la preocupación materna. ¿Qué quería hacerle notar Julián? La mente registra cosas que afloran en el momento preciso, se dijo.

-Me disculpo si te hice perder una hora de tu valioso tiempo. Puedo continuar sola -notificó, mientras se dirigía al corredor.

La mano, que poco antes la soltara para su desencanto, fue una garra de acero que la giró peligrosamente cerca del cuerpo masculino. El rostro sobresaltado de la muchacha se topó con el gesto duro de Julián.

-Si tengo que obligarte a razonar, lo haré -aseguró.

Ella intentó desasirse sin éxito. El cerco que la retenía no aflojaba.

-¡Me estás haciendo daño! -gritó.

-Más daño te hacés al no abrir las compuertas de esa cabezota. Yo fui testigo de dos hechos extraños relacionados con tu persona y no puedo creer que los tomes a la ligera.

Mariana miró hacia el costado con aire contrariado. Mientras la mano que detenía su brazo izquierdo aflojaba, la otra le apresó el derecho.

-Mariana -la voz del hombre era suave- quiero ayudarte, pero es preciso que analicemos los hechos y les encontremos significado. Sos una persona racional, por eso no me conforma que no quieras analizar los sucesos.

-¿Cuáles son...? -interrumpió molesta.

-La comprensión de los signos y la súbita ubicación de la puerta del ático -recitó él pacientemente.

-¿No puedo haber inventado una traducción en forma inconciente y saber de la entrada por haberlo leído en algún momento? -preguntó con tal desvalimiento que Julián volvió a ser apresado por la ola del deseo.

-Querida -dijo con ternura- yo también desearía que no haya misterios a tu alrededor. Pero debemos estar prevenidos, más aún si no puedo tenerte a la vista permanentemente.

Ella sacudió la cabeza. No en negativa obstinada, sino amedrentada. Rechazaba acercarse a un mundo que no formaba parte de su realidad, a las siluetas desdibujadas de los recuerdos, a los acontecimientos inexplicables. Mariana creía firmemente que su realidad eran la herencia que las rescataría de la falta de proyectos y Julián que la restituiría al mundo del amor. Buscó en los ojos de su vecino la certeza de esta verdad, anulando todas las defensas del hombre. Las manos la atrajeron sobre un pecho resonante y los brazos la cercaron con ardor. Él bajó la cabeza lentamente, deleitándose con las líneas del rostro femenino, delineando los labios con la mirada, gozando el momento previo a la caricia. Como en cámara lenta, nada se escapaba a su mirada: los suaves párpados que caían ocultando los secretos que podría develar el beso, el palpitar del cuello ante la arremetida de la sangre, la dilatación de las fosas nasales abasteciendo de oxígeno al corazón.

-¡Mariana!

El grito detuvo el inminente contacto. Julián, sin soltarla, giró la cabeza hacia la puerta. Emilia escrutó los ojos del hombre que sostenía a su hija con ademán posesivo. La mirada franca sólo se suavizó cuando ella hizo un leve gesto de aquiescencia. Mariana se apartó de los brazos que se aflojaron contra la voluntad masculina y se volvió hacia su madre.

-Lo siento, no quise sobresaltarlos. Pero me preocupé porque han estado en la casa más de dos horas.

-Está bien -dijo la pareja al unísono.

-Mamá, ya sabemos adónde está la entrada al ático. De eso vamos a hablar esta noche... ¿Sí, Julián?

Lo que quieras, mi amor, pensó el hombre suspendido en el centro del beso trunco. A cambio dijo:

-Sí, Mariana, lo charlaremos entre todos -Sonrió a las mujeres y agregó:- Estoy muerto de hambre. ¿Vamos a comer?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por esta historia sigue emocionante, romantica y tenebrosa. Es un placer leerla capitulo a capitulo... Sigue asi.

Arturo

Carmen dijo...

Arturo, es un placer tenerte como lector.

Anónimo dijo...

carmen.es super atrapante......no veo la hora q llegue el desenlace...

cristina(baradero)

Carmen dijo...

Hola, Cristina: me alegra saber que seguís la historia. Un abrazo.

Maricela dijo...

Hola Carmen, ya sabes aqui sin perderme un solo capitulo de esta fabulosa novela, ME ENCANTA!
gracias por compartir tan excelente novela.

Carmen dijo...

Querida Maricela: me da mucha alegría encontrar tus comentarios y saber que disfrutás al leerla. Te mando un fuerte abrazo.